¿Cuánto consumir? El elefante en la habitación
Recientemente, tres personas de mi círculo cortaron del todo su consumo de alcohol. Eran aficionados como yo al mundo de los sabores y aromas que ofrecen los destilados de calidad, pero escucharon —supieron escuchar— una alerta, un clamor de su organismo o de su psique. O de ambas cosas: todos sabemos que se traslapan.
A veces, me imagino que eso es como percibir, primero, una amenaza latente bajo las corrientes del día a día —un problema borroso bajo capas y capas de cotidianidad—. Pero que, luego, se sorprende uno con el desafío en la cara, causando un daño más grande que los goces que ofrece la bebida.
A mis amigos quiero decirles que admiro su decisión. Estando arrinconados, priorizaron la salud mental y física, quizá incluso sus relaciones afectivas —es decir, todo lo fundamental—, en vez de continuar caminando hacia el terreno de la pérdida. Durante nuestro breve paso por este mundo, tenemos a nuestra disposición tantas otras pasiones que no vale la pena arriesgarlo todo en el fondo de una copa.
Yo me aficioné al whisky a la vez que dejé atrás la dinámica ‘fiestera’ de tomar por tomar o por buscar el buzz: ese leve alicoramiento que me era agradable de vez en cuando. No tengo nada contra él, pero quizá las primeras canas hicieron que diera el paso hacia una manera más apreciativa de consumir alcohol. Desde entonces bebo menos, pero bebo mejor. Y aun así, el día en que me vea ‘recurriendo’ al whisky para disipar o transformar emociones indeseadas, o que mi organismo ‘necesite’ un trago con alguna urgencia —entre otros indicadores—, tomaré la misma decisión de mis tres amigos. Me he creído privilegiado porque, en apariencia, no tengo predisposiciones genéticas ni de crianza que le sirvan a un problema con la bebida. Pero es que eso siempre será una teoría: dichos factores pueden permanecer escondidos hasta que los desentierre algún capítulo del relato.
Que no se nos vaya la mano ni en cantidad ni en frecuencia. Existen estándares y las recomendaciones de las autoridades sanitarias varían de país a país, pero todas ellas deben ser leídas a la luz del autoconocimiento. Por ejemplo, dice la Scotch Whisky Association en su campaña Made to be measured que uno no debe pasarse de 14 unidades de alcohol a la semana —en Reino Unido, una unidad equivale a 25 ml de líquido con 40 de ABV, así que haga sus propios cálculos—. Pero es que, primero, dicho límite pretende solo evitar complicaciones futuras de salud, bajo el entendido de que no existe cantidad de alcohol del todo sana. Y segundo, esa medida puede ser excesiva para algunos organismos y culturas.
Si de algo sirve, invito al lector a realizar el test de Drinkaware.co.uk. ¡A disfrutar el whisky con responsabilidad, consigo mismo y con los demás!
EL EXCESO DE ALCOHOL ES PERJUDICIAL PARA LA SALUD. LEY 30 DE 1986. PROHÍBASE EL EXPENDIO DE BEBIDAS EMBRIAGANTES A MENORES DE EDAD Y MUJERES EMBARAZADAS. LEY 124 DE 1994.