La Tertulia, donde el arte palpita
CALI VIBRA con especial intensidad en el mapa cultural del país. Y no solo porque sea la ciudad más poblada del suroccidente de la geografía nacional, así como el motor económico de una región próspera. Más bien, porque en ella confluyen dos grandes ramas del relato colombiano con particular efervescencia: la de los Andes y la del Pacífico, con todo lo que cada una implica. Además, está ubicada a una distancia vertical del nivel del mar que, aquí en el trópico, garantiza franca exuberancia: hay vida allí por donde se mire, y pareciera que la urbe estuviera envuelta en gamas de verde húmedo; que esa frondosidad vegetal creciera más rápido que en cualquier otro lugar. Esa generosidad de paisajes y patrimonios se traduce en sonidos y compases, en sabores, acentos, etnias, movimientos y emociones.
¿Cómo será gestionar cultura en un entorno así de rico? ¿Cómo ser curador de ese caudal expresivo? Para entenderlo, REVISTA CREDENCIAL habló con Ana Lucía Llano, quien cumple nueve años como directora del Museo La Tertulia. En sus manos, esta comunicadora social de profesión y gestora cultural de vocación tiene un relevo: el de doña Maritza Uribe de Urdinola, quien en 1956 fundó este, el primer museo de arte moderno del país.
La Tertulia nació en los años cincuenta como un espacio para el arte moderno y hoy exhibe lenguajes contemporáneos. ¿Por qué cree que Cali fue y es un suelo tan fértil para ese tipo de propuestas?
En los sesenta, setenta y ochenta, la puerta de entrada de los artistas a Colombia era Cali. Y había un movimiento de personas que sentían la necesidad de convertir esta ciudad en una puerta de entrada para América, no solamente en las artes, sino también en deporte e incluso en civismo. Esta urbe se concebía como moderna desde sus construcciones y en la manera en que debía desarrollarse. Por otro lado, Cali siempre ha tenido artistas de alto nivel que hacen búsquedas en esos lenguajes, y que persiguen el entendimiento de realidades no contadas. Nosotros damos esa pelea, pese a que como institución no es fácil conservar esas líneas de vanguardia: es común que la gente quiera ver arte que ya comprende, y que sea un poco más renuente a apreciar las propuestas más arriesgadas.
¿Siente que a lo largo de sus años en el museo han cambiado, de alguna forma, los discursos en el arte joven del suroccidente colombiano?
Precisamente, gracias a una convocatoria del Ministerio de Cultura en 2021, el museo adquirió 21 obras de artistas jóvenes del suroccidente colombiano, después de analizar cómo debía crecer su colección. Y entonces nos planteamos entender, con ello, los reclamos que se hicieron alrededor del paro nacional de ese año. Gracias a la curaduría de Yolanda Chois, esto resultó en una exposición que se llamó 21 obras en el cambio de tiempo, donde, justamente, se pudo ver esa diversidad de búsquedas. No solo veo el crecimiento de artistas que fueron los nuevos y jóvenes hace 10 años y que hoy se empiezan a consolidar, sino también el desarrollo de temáticas más profundas en el arte joven. Y le pongo el caso de las expresiones en comunidades indígenas —como lo es el de Julieth Morales—, en el que, a veces, se resaltan posiciones frente a un Estado centralista.
“Hay que entender el lugar de los museos en la sociedad: ¿Para qué están, si no es para amplificar voces y tocar temas álgidos?”
¿Y qué de la sensibilidad del público? ¿Hoy hay temas más fáciles de abordar que en el pasado y viceversa?
A veces sí se siente un poco de resistencia a los temas que abordan los artistas, sobre todo en el momento político que vivimos. Por ejemplo, cuando exhibimos obras referentes al paro nacional, que aquí en Cali fue tan controvertido, algunos piensan que quizá el museo toma con ello un partido al respecto o que lo apoya. Pero es que hay que entender el lugar de los museos en la sociedad: ¿Para qué están, si no es para amplificar voces y tocar temas álgidos?
En 1984, La Tertulia sobrevivió a una inundación terrible. A finales de los noventa, la crisis que vivía Colombia también tuvo al museo ‘contra las cuerdas’. Imagina uno que su máximo reto como directora fue el ‘combo’ del paro con pandemia. ¿Cómo fue gestionar el museo en ese periodo?
Fueron dos años muy complejos. La pandemia, por un lado, fue un reto bonito en el sentido de que nos obligó a pensar de otra manera, transformarnos en otras plataformas. Pero el paro fue más difícil: parte de mi equipo se fue, se desestabilizó la ciudad y el museo sufrió muchísimo en el frente económico. Es que llegó cuando apenas estábamos buscando recuperar el ritmo tras la pandemia. Estuvimos cerrados por más de 45 días: fue dramático. Sin embargo, la planta física del museo no fue afectada: la comunidad quiere este espacio, que está en el corazón del caleño.
La biblioteca fue inaugurada en octubre y reúne tres acervos principales: el del centro de documentación de La Tertulia, la donación de José Roca y la de Ramiro Arbeláez. Foto: Bernardo Peña.
Para el resto de la nación, Cali es particularmente representativa del mestizaje que hay en Colombia, sobre todo por el encuentro entre el Pacífico y los Andes. ¿La Tertulia intenta armonizar y explorar esos patrimonios?
Esa diversidad se cristaliza en las expresiones artísticas de la ciudad, que son de punta. El papel del museo es el de articularlas y ser una plataforma que visibiliza los talentos que hay en la región, sus discursos y preocupaciones, expresados mediante muy distintas disciplinas. Sí somos muy conscientes con ese rol, que, de hecho, es el de los museos en todas las sociedades: no se trata de estar ahí, únicamente, en estado contemplativo frente a la obra de arte, sino de conectarnos con nuestra realidad. Por eso, todas las organizaciones que nos sentimos lugares democráticos compartimos eso: somos de todos y para todos, y debemos ser lo más incluyentes que nos sea posible para con voces que no hemos escuchado y que no han tenido espacio. Y en esa inclusión no hablo solamente de género ni de edades, sino también de regiones y de temáticas.
¿Y Cali tiene una responsabilidad especial en la reivindicación del Pacífico colombiano?
Es apasionante el lugar que se ha ganado la cultura del Pacífico con esa riqueza en todas sus expresiones. Esta sociedad estaba de espaldas a encontrar ese patrimonio; a dejarse sorprender con lo que hemos tenido al lado toda la vida: esos ritmos, sabores y lugares. Afortunadamente, eso ha cambiado. Pero yo ni siquiera divido entre unos y otros: somos la misma comunidad y hemos crecido juntos. Por nuestra cercanía con las realidades del Pacífico, tenemos que abordarlas con actitud constructiva. Está, por ejemplo, el distrito de Aguablanca, donde hay 700.000 personas: casi la tercera parte de Cali, donde la cultura afro se ha ganado un espacio preponderante y ha despertado todo un movimiento.
Es maravilloso cómo, en el Festival Petronio, por ejemplo, bailan miles y miles, y hacen coreografías sin distingo social: hay una creación colectiva. Y mire lo que ha sido el viche y las demás bebidas ancestrales del Pacífico colombiano: irán tomando un lugar muy importante, como pasó con el mezcal en México.
Este museo es producto del ímpetu de doña Maritza Uribe de Urdinola, una de tantas vallunas que se echan encima responsabilidades comunitarias. ¿Por qué cree que las mujeres ocupan ese lugar tan preponderante en la gestión cultural de esta región?
Justo en este momento, tenemos una exposición que se llama Hacer ver. Provocar el archivo, agitar el museo. Sus tres curadores proponen una línea narrativa alrededor del papel de la mujer en la sociedad y han evidenciado, precisamente, cómo la cultura estaba entre los pocos campos en los que la mujer tenía más espacio de acción.
Doña Maritza representa a toda una generación de mujeres sorprendentes que nacieron entre las décadas del veinte y del treinta: Elly Burckhardt, Soffy Arboleda, Doris Eder y, aunque era un poco más joven, Gloria Delgado… Ellas también estuvieron rodeadas por hombres empresarios y políticos que estaban pensando la ciudad. Asimismo, se sumaron mujeres artistas que llegaron a Cali: Feliza Bursztyn, por ejemplo.
Resulta impresionante cómo, a partir de sueños, ellas lograron construir edificios como estos. Afortunadamente, en nuestro archivo está muy bien documentada esa historia. Hace poco, por ejemplo, encontré una carta que le escribió Luis Caballero a doña Maritza, en la que le decía, con humildad, que quería que conociera su obra.
Recientemente, el museo ha hecho dos grandes expansiones: por un lado, está la Casa Obeso Mejía. Y por el otro, la biblioteca. ¿Cómo “cuajaron” esos dos proyectos?
La Casa Obeso Mejía queda al otro lado del río, justamente enfrente del museo. Perteneció a una pareja importante dentro de la sociedad caleña: don Antonio Obeso y doña Luz Mejía de Obeso, quienes expresaron de manera recurrente su deseo de que esa vivienda se destinara a hacer talleres artísticos. En 2015, firmamos un convenio con la Fundación Obeso Mejía —dueña de la casa— con el apoyo de la alcaldía municipal. Se trata de un contrato de comodato a 20 años para uso del espacio. Y desde un principio lo planteamos como un lugar que proporcionara al museo espacios complementarios, es decir, que no existieran en él. Con ese criterio hemos desarrollado su frente expositivo, pero también hemos partido del trabajo que hacemos en territorios y barrios de la ciudad: allí conectamos, por ejemplo, al Pacífico colombiano con Cali, mediante el diálogo artístico, abierto y permanente. Además, tenemos un frente robusto de formación en el lugar.
“Cali siempre ha tenido artistas que persiguen el entendimiento de realidades no contadas”. Foto: Bernardo Peña.
¿Y la biblioteca que se inauguró en octubre?
El museo cuenta con un centro de documentación riguroso. Tanto que, año tras año, al menos dos investigadores solicitan autorización para revisar esos archivos. Por otro lado, durante la pandemia, el curador José Roca, meticuloso experto en arte contemporáneo, nos llamó y nos ofreció donarnos su colección de libros: alrededor de 3.500 títulos. Y por último, a él se sumó el catedrático de la Universidad del Valle, Ramiro Arbeláez, quien también donó su colección con alto influjo de libros sobre cine. Así se unieron tres acervos importantes que confluyen en la biblioteca. Ahora queremos promoverla mucho entre la ciudadanía. Está abierta al público y estamos trabajando para que sea parte de la Red de Bibliotecas de Cali y de Colombia.
El Banco de Occidente fue un aliado fundamental en su construcción. Tiene más de 100 metros cuadrados, así como un deck desde el que se ve el río Cali y la Avenida Colombia. La ubicamos a nivel del suelo, debajo de las oficinas. El planteamiento arquitectónico, desarrollado por Mauricio Otero —quien ha hecho y remodelado otras bibliotecas de Cali—, eliminó paredes y conectó, de esa forma, el interior con nuestros jardines, que, con filodendros, alocasias y otras plantas, son valiosos y bellísimos.
Yo trabajé en la Red Distrital de Bibliotecas Públicas, en la Virgilio Barco, de Bogotá, más o menos hacia el año 2000, cuando apenas iniciaba el proyecto. Y conozco la importancia de estos espacios.
Precisamente, sobre su recorrido profesional: usted es comunicadora. ¿Cómo pasó a la gestión cultural de alto nivel?
Yo inicié mi carrera con un sueño compartido con un grupo de personas con quienes hacíamos televisión. Y, de hecho, creo que pusimos un granito de arena interesante para Latinoamérica. Estuve en producciones como La otra mitad del sol y De pies a cabeza. Yo me formé en televisión educativa con la idea de transmitir mensajes complejos a través de formatos masivos. Y eso hacíamos: en De pies a cabeza, por ejemplo —que era una historia de amor y sobre el mundo de unos niños futbolistas—, abordábamos temas tan duros como el embarazo en adolescentes. Luego, cuando nació mi hija en el 96, cambié un poco de perfil y me fui a liderar el sector cultural en la Universidad Javeriana. Desde entonces me he ido volviendo experta en el manejo de espacios culturales y artísticos, siempre con un componente educativo.
Volviendo a su labor como gestora, entiendo que La Tertulia se financia con cuatro fuentes de recursos: propios, estatales, privados y de cooperación internacional. ¿Cómo se comporta esa torta?
En 2020, los recursos propios —provenientes de taquilla, por ejemplo— representaron un 30 %, mientras que el apoyo estatal fue de un 14 %. Estos últimos se han reducido: antes eran del orden del 25 %, vía gobernación, alcaldía y Ministerio de Cultura. Con la empresa privada, por su parte, hemos logrado consolidar relaciones para generar programas de largo aliento, y no solamente en forma de donación: más bien, buscamos líneas para sumarle a ese sector en su frente de responsabilidad social y sostenibilidad, a la vez que beneficiamos al museo. Ese componente representa más o menos un 46 %. Y por último, los recursos internacionales están en alrededor del 11 %. Tengo que decir que han crecido mucho los recursos propios. En 2014, representaban alrededor del 19 % y hoy estamos, como le digo, cerca del 30 %. Uno de nuestros propósitos era volver autosostenible la operación, así que nos propusimos subir esa cifra, y lo hemos venido logrando. En todo caso, es importante entender que no podemos hacer esto solos: necesitamos aliados tan fuertes como el Estado y tan importantes como la empresa privada.