Doris Salcedo: La dueña del silencio
Doris Salcedo prefiere el anonimato. La artista contemporánea más importante de Colombia, la que más visibilidad ha recibido en el exterior, a la que se le han abierto las puertas de prestigiosos museos y ha recibido los premios más anhelados en el mundo del arte, hace muchos años optó por el silencio. Decidió evitar las entrevistas –aunque ha concedido unas pocas– y se alejó del exhibicionismo y de la necesidad de figuración para permitir que fuera su obra, nada más que su obra, el foco de atención.
“Mi obra debe hablar sí sola”, ha dicho varias veces. Y su obra ha hablado. Lleva casi 30 años hablando de la violencia política en el país, de la memoria de las víctimas, del olvido, del duelo, de la ausencia. Salcedo (Bogotá, 1958) ha gestado obras contundentes, capaces de sacudir conciencias. Obras que le proponen al espectador una contemplación silenciosa por la que ella, sutilmente, insinúa una señal de vida, una mínima esperanza.
Dicen que siempre quiso hacer escultura, aunque nunca hizo una pieza durante los cinco años que estudió Bellas Artes en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Por el contrario, enfocó su tesis de grado en el lenguaje artístico que exploraba en ese momento: el dibujo. En 1983, gracias a una beca del Icetex, realizó una maestría en escultura en la Universidad de Nueva York. Durante su estadía, trabajó como asistente del curador Rosenbaum en el MOMA y descubrió la obra del alemán Joseph Beuys, una influencia determinante que le mostró el camino para unir sus preocupaciones políticas con la escultura.
En 1985 regresó al país. El 6 de noviembre, mientras salía de la biblioteca Luis Ángel Arango, fue testigo de la toma del Palacio de Justicia. “No me queda solo una memoria visual, sino un recuerdo terrible del olor del edificio en llamas con seres humanos dentro. Eso me dejó marcada”, dijo en 2011. El evento reafirmó sus inquietudes artísticas y la comprometió con la temática que la ha obsesionado toda la vida: transmitir la experiencia de la víctima.
Salcedo ha utilizado sillas, zapatos, mesas, baúles, camas y armarios. Objetos cotidianos que hablan de los que no están y que han quedado petrificados por la ausencia y la falta de uso. En 1987 obtuvo el primer puesto en el Salón Nacional de Artistas al presentar partes de catres de hospital que reflexionaban sobre las huellas dejadas por la violencia. Según el galerista Alonso Garcés, el compromiso social de la artista es uno de sus rasgos más relevantes. “Toda su obra es una denuncia cargada de belleza”.
Doris descolgó 280 sillas en el actual edifico del Palacio de Justicia en el aniversario de la toma. |
Entre dos y tres años dura el proceso creativo de que cada obra. Salcedo recorta artículos de prensa, visita a las víctimas, las escucha –jamás las graba–, siente su dolor. Cuando la idea ha tomado forma la dibuja. Luego empieza el arduo trabajo de construir cada pieza como ella la imaginó y de experimentar con los materiales. Para lograrlo tiene a su lado a un equipo de arquitectos que la acompaña desde hace más de una década en su taller del barrio Colombia.En su primera exposición individual, en la entonces galería Garcés Velásquez, demostró que estaba dispuesta a ir más allá. Durante casi dos años recogió testimonios de víctimas de la violencia y descubrió que los objetos también están heridos. La historia de una mujer que lavaba cada semana la camisa de su esposo desaparecido, fue el punto de partida de Sin título, varias pilas de camisas blancas –hechas con yeso, acero y fibra textil– atravesadas por varillas de metal. La obra, comprada por el Banco de la República en más de 800 millones de pesos, según asegura un experto en arte, es una de las más recordadas de la artista.
En una breve entrevista que le concedió en 2012 al canal Film & Arts, la artista de profundos ojos negros y pelo alborotado, aseguró que una palabra que define su obra es la impotencia. “Siento que soy responsable de todo lo que sucede y que simplemente llego demasiado tarde”. Tal vez ese llegar tarde es el que le ha permitido tener otra mirada. Tal vez por llegar tarde ha podido hablar de la violencia sin violencia y crear obras como Atrabiliarios, una reflexión de la ausencia a través de zapatos viejos, un objeto que la mayoría de los familiares de los desaparecidos conservaba de sus parientes. Salcedo metió en pequeños nichos los zapatos, los cubrió con vejiga de vaca y los cosió con un hilo quirúrgico, como se cose una herida que inevitablemente deja una cicatriz. En 1993 fue invitada a exponer la obra en Arco, la feria de arte contemporáneo de Madrid. Infortunadamente, en el aeropuerto de Barajas el minucioso trabajo se volvió añicos. Según archivos de El Tiempo, las autoridades españolas dañaron la obra por la sospecha de que las doce piezas pudieran tener cocaína.
En 1995 presentó Casa Viuda, en la que llenó de cemento el mobiliario de una casa reflejando la ruptura de los rituales cotidianos de una familia. En 1998 demostró su paciencia, su rigurosidad y su compromiso en Unland, una obra en la que unió mesas de madera con largos hilos de pelo tejido y a la que calificó como “un enorme y absurdo desperdicio de energía”.
Para un aniversario de la toma del Palacio de Justicia realizó una intervención que removió a Bogotá. El 6 de noviembre de 2002, a las 11:35 de la mañana –hora en la que murió la primera persona–, y durante 53 horas –tiempo de la toma– descolgó 280 sillas en el actual edificio del Palacio como tributo a los desaparecidos. Un año después, en la bienal de Estambul, llenó el espacio vacío entre dos edificios del barrio Karakoy con 1.550 sillas abandonadas por comunidades griegas y judías.
La Tate Modern de Londres la invitó a intervenir el salón Turbinas en 2007. Salcedo cuenta que cuando visitó el lugar se fijó que los visitantes miraban hacia arriba con asombro. “Me pareció narcisista. Quise poner de cabeza esa perspectiva y hacer que miraran hacia abajo”, le contó a Films & Arts. Ese día, notó una pequeña grieta en el suelo y decidió convertirla en el origen de Shibboleth, una gran pieza de 160 metros de largo que reflexiona sobre las marcadas diferencias sociales.
En 2010 se convirtió en la primera mujer en recibir el Premio Velázquez de las Artes, dotado de 161.000 dólares. En 2014 obtuvo el Premio Hiroshima del Arte, que destaca el trabajo de artistas que han promovido la paz. Ese año presentó en Flora, un espacio de arte independiente en Bogotá, nueve de las 111 esculturas que componen la obra Plegaria Muda, unas mesas féretros unidas por una capa de tierra por donde crece el pasto como símbolo de la vida que vuelve a surgir después de la muerte.
La obra de Salcedo, alabada y reconocida mundialmente, también ha despertado críticas. A inicios de los años noventa el crítico de arte Eduardo Serrano aseguró en un artículo que tituló “Doris Beuys” que su obra pretendía imitar a la del alemán. Hoy Serrano explica que su intención fue mostrar el paralelo que existe entre ambos artistas. “Creo que la obra de Beuys tiene una razón de ser, porque él sufrió la guerra en sangre propia, Salcedo, en cambio, habla del sufrimiento de personas que no son ella. Lo que me desconcierta es que utilice la amargura y el dolor del pueblo colombiano para hacer obras que valen millones”.
La crítica Ana María Escallón escribió en El Tiempo que Shibboleth era un despropósito porque “arremetía contra la estructura del edificio”. De Plegaria Muda se dijo que no colmaba las expectativas al presentar solo una pequeña selección de las cientos de piezas.
Con o sin críticas, la artista se mantiene en la distancia, como un ermitaño inmutable e inaccesible. Sabe que este año el mundo del arte vuelve a poner sus ojos sobre ella. El 21 de febrero se inauguró una muestra con sus obras más importantes en el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago que incluye su más reciente trabajo llamado Disremembered, esculturas que conforman túnicas cosidas con hilos de seda cruda. La exposición llegará al Guggenheim de Nueva York el 26 de junio y al Museo Pérez de Miami el 6 de mayo de 2016.
Durante varios meses su imagen aparecerá en periódicos y revistas, se escribirá sobre ella y los periodistas tratarán de contactarla para una entrevista. Pero ella volverá a recurrir a sus esculturas, a decirnos que ahí está lo importante, a pedirnos que sea su obra, nada más que su obra, la que nos hable, la que nos remueva, la que nos dé las respuestas.