Diamela Eltit: “Este momento feminista es una máscara generada por el sistema”
¿Qué elementos de su infancia la hicieron crecer con esa mirada crítica hacia la defensa de la mujer?
Yo me crie con mujeres. Fue muy importante en mi vida, ya que estaba separada de mi padre, entonces crecí con mi abuela y mi madre. Además, mi madre trabajaba, por lo tanto tenía a la mujer trabajadora, no a la mujer doméstica. No crecí bajo la fórmula tradicional de la familia nuclear, es decir con padre y madre. Además fui hija única. No había esta figura paterna que se sentaba en la cabecera de la mesa o que le daban el plato más importante o cuya palabra tenía más valor que la de la madre, por ejemplo. Entonces, al crecer sin esa figura que hegemoniza la casa, se empieza a naturalizar el poder entre mujeres.
Por supuesto, mi padre me visitaba, pero no era más que una visita. Además, leí mucho, pero no lectura infantil. Es decir, leí de todo pero desde muy niña entré a la alta literatura. Entonces se me amplió la perspectiva de ver cómo se organizaban problemas, situaciones que si tú no lees no tienes cómo salir de tu espacio vital de colegio y de familia y entrar en otra trama, en otro relato. Eran relatos complejos y con claroscuros. Entonces me di cuenta de que todo tenía más complejidad. Tuve la suerte de estudiar en un colegio mixto y por lo tanto las relaciones eran bastante paritarias entre los estudiantes.
¿Quién la acercó a esa alta literatura?
Mi madre era secretaria y no había demasiados libros en la casa. Pero tenía algunos y me acuerdo que el primer libro plenamente literario lo leí a los 10 años y era Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway. Yo estaba enferma en cama y mi mamá lo tenía en una maleta, lo leí porque estaba aburrida. Y luego nunca más salí de la lectura. Además, viví en un barrio donde alquilaban libros. A los 15 años, ya había leído el Manifiesto Comunista; a los 16, ya había leído a James Joyce, y en el colegio ya me juntaba con una comunidad más lectora. Un vecino mío tenía la obra completa de Freud y me la prestó. La plata que tenía, la usaba en libros. Tuve entonces una lectura muy precoz. Y, después de leer, se estaba escribiendo un futuro que no alcancé a advertir totalmente.
Cuando era estudiante fundó, junto a otras personas, el Colectivo de Acciones de Arte (CADA). Tal vez ese fue el primer motor de su carrera como escritora y lo hacía como especie de crítica a la dictadura de Augusto Pinochet. ¿Su interés por la literatura nació en ese momento?
Yo ya estaba escribiendo mi primera novela cuando se forma el grupo CADA. Mi relación con la literatura y la idea de escribir ya estaba estructurada. No sabía qué iba a pasar después y tampoco me lo preguntaba, pero escribía. Esto fue más bien como incidir estéticamente en el campo bajo un sistema tan nefasto y negativo como la dictadura. Y ahí formamos un grupo interdisciplinario de artistas visuales y escritores. Fue interesante formar una comunidad transversal. Quebramos un poco la lógica y el aislamiento dictatorial y cruzamos formaciones. Le apuntamos a la ciudad, a la política y a la estética. Y fueron intervenciones en espacios abiertos en un momento cuando el espacio público estaba militarizado y privatizado por la dominación armada.
¿Cómo fue crecer literariamente bajo la dictadura?
Tendría que decir que un grupo muy alto de escritores, ya consolidado, había salido por el golpe al exilio. Había existido una gran diáspora artística, pero nos quedamos muchos. Y nosotros trabajamos adentro, nos juntamos y formamos algo que denominamos el 'insilio' o el exilio interior. Y no hacíamos nada en espacios institucionales o estatales. Entonces había un micromundo donde sabíamos quiénes éramos, discutíamos entre nosotros, había diferencias y hasta enemistades. Pero éramos la comunidad que éramos y por lo tanto éramos artistas entre nosotros. No para el país, porque el país no nos pertenecía, pero ese era el micropaís que teníamos.
La dictadura desarmó todos los espacios institucionales: editoriales, galerías. Los diarios eran controlados por la derecha, cerraron todos los diarios alternativos. Los rectores de las universidades estatales eran militares, en fin. Todo había cambiado, era otro mundo, entonces no había espacios para promoción artística. Los artistas solo generamos nación en pequeños grupos porque no teníamos más a dónde ir. Había hasta una oficina de censura.
En el discurso actual pareciera que la lucha de las mujeres por la igualdad, por sueldos iguales y, en general, por sus derechos estuviera funcionando. ¿En realidad sí está pasando?
Yo creo que esta época neoliberal, centrada más en el yo, ha generado una gran mirada, una vez que la lucha de clases se ha disminuido si se compara con el siglo XX. Pero en este siglo se han desmantelado las condiciones de trabajo con empleos precarios. Las comunidades sindicales están bastante rotas. Sí ha faltado un poco desde el sistema examinar identidades. En ese sentido, pienso que el mismo sistema está produciendo imágenes, no realidades. Está produciendo una emancipación de la mujer que en realidad no se ha cursado. Pero el sistema trabaja como si se hubiera cursado. Entonces las mujeres dicen "Me Too" pero la verdad es que es una producción del sistema, un espejismo, una máscara. Porque en el fondo la mujer en Chile gana un 30% menos que un hombre en un trabajo igual.
Ahora, no se trata de un problema concreto de darle a la plata un valor capitalista. Se trata de que tu salario es el que te permite vivir. Es cómo la sociedad valoriza tu trabajo. Ahora, que la mujer gane 30% a igual trabajo que un hombre significa que vale menos.
Eso hay que mirarlo con atención. Está bien que se empoderen las mujeres pero que se empoderen lúcidamente. No ingenuamente. Ha habido grandes revoluciones históricas en función de las desigualdades pero las mujeres se han mantenido en una situación de menos, siempre.
Entonces, ¿por qué, si las mujeres son más de la mitad del mundo, no ha habido algo que acabe con esta diferencia?
Lo que pienso es que las mismas mujeres colaboran en su propia exclusión. Sin mujeres no sería posible porque desde el punto de vista de fuerzas sociales las mujeres son menos. Las mismas familias se encargan, por ejemplo, de generar discriminación en su interior. El colegio la sigue escribiendo. El espacio amoroso lo sobrescribe y la mujer no logra salir de todos esos lugares o de esas trampas culturales.
¿Se considera feminista? ¿Qué piensa del feminismo?
Sí, en el sentido de que es una palabra que fue abriéndose paso. Es una palabra muy difícil porque creo que era más fácil ser comunista que feminista. Pienso que es una palabra interesante. Ahora, el feminismo no es uno, hay muchos y en general ha habido grandes estructuras conceptuales de movimientos feministas que piensan una u otra cosa.
Considero que este momento feminista es una máscara generada por el sistema. Y será máscara hasta que cambien las condiciones de las mujeres. Mientras no cambien, este feminismo planetario me parece sospechoso. Pero, entre que exista y no exista, yo prefiero que exista.
También ha tenido una larga trayectoria en la rama educativa, como profesora. ¿Son realmente las escuelas y las universidades una herramienta de transformación social?
Es un tema complejo porque, si bien la educación es un punto necesario porque te socializa y te muestra opciones, no hay que darle a la educación un valor sagrado, porque no lo tiene. Lo que hace es que te permite ver por dónde van tus intereses. Pero los intereses de alguien se intensifican por aprendizajes autónomos. El colegio solo da un empujón.