Un canto del sur
¿Cómo influyó crecer en Nariño —primero en Pasto y después en Túquerres— en su propuesta musical?
Muchísimo. Mi hermana también es cantante y tiene una banda que se llama la Bambarabanda, entonces esa ha sido una gran influencia. Pero la verdad es que yo vengo, por encima de todo, de un proceso de bandas de pueblo que fueron parte de un Plan Nacional de Cultura. Se llamaba Música para la Convivencia y ahí aprendí a tocar el clarinete. Fue gracias a eso que me involucré muchísimo con sanjuanitos del Ecuador, con cumbia, en fin, con muchas músicas populares y de autores vivos latinoamericanos, porque dentro de ese contexto de bandas se tocaba mucho repertorio nacional, así que todo lo que yo creo viene con esta historia.
En efecto, usted también es clarinetista. Y, como mencionó, desde muy pequeña comenzó a relacionarse con la música en semilleros. ¿Cómo pone en diálogo todos esos saberes técnicos con la espiritualidad que rodea sus letras?
Después de tantos años de formarme en las canchas de las academias, yo ya estoy un poco más en paz con eso y siento mucho agradecimiento de haber recibido tanta información desde muy pequeña, pero la verdad es que siempre fui una rebelde, porque toda la vida creí que la academia no involucra la fuerza de lo creativo, que está ligada con lo espiritual: es una manera de involucrarse con la montaña sobre la que estamos cantan- do. Considero que desde la academia se niegan mucho esas maneras de crear.
Sí, son dos maneras completamente distintas de relacionarse con la música...
Exacto, en la práctica aprendí también de mi hermana, que fue un gran ejemplo de cómo trabajar desde las artes. Ella es actriz y también le gusta escribir. Gracias a ella he recibido herramientas que no están definidas ni son tan obvias, como los recursos que nos brinda la educación formal.
Usted tiene otro proyecto musical, una banda. ¿Explora diferentes versiones de sí misma como Gabriela Ponce y como Buha 2030, o de qué manera interactúan ambos proyectos?
Es bien loco, porque además de Buha tengo otro proyecto que se llama Verbalia, también otra banda, y además a veces toco en la murga de Lucio Feuillet. Habito varios lugares y toco varios instrumentos, entonces eso me da una versatilidad deliciosa, lo cual también va muy bien con la efervescencia de toda la música artesanal. Pero, para volver a la pregunta, sí, Gabriela Ponce y Buha son muy diferentes, porque esta última viene desde lugares radicalmente más roqueros, oscuros, muy surgidos de la ira y de esta sensación de ser marginales, mientras que Gabriela Ponce es un laboratorio más personal, sobre todo, estéticamente hablando, en donde yo tomo todas las decisiones y en el que he aprendido mucho sobre cómo gestionar proyectos culturales.
Además, me enfrenté a tocar otros instrumentos, como la guitarra. En mi vida, todos los proyectos cohabitan e incluso hemos pensado en hacer temas que salgan como colaboración, jugando un poco con el hecho de que canto en ambos.
Usted también toca la flauta. ¿Qué instrumentos son claves para su proyecto a la hora de componer?
En este camino de desviarse, torcerse y empezar a abrazar el acto creativo, el primer instrumento con el que yo pisé ese terreno de la improvisación y de la creación fue la voz, porque es un deleite sentir que en tu propio cuerpo pueden habitar un montón de sonidos y dar las órdenes que quieras, jugar con eso. Después, empecé a hacer lo mismo con el clarinete y, más adelante, la guitarra la sentí como un instrumento de liberación, porque en las travesías que he tenido que recorrer sola siempre ha sido mi compañera. Sin embargo, explorando la música de Pasto, por ejemplo, he empezado a tocar las flautas de PVC que hacen en el Cauca o también los pinquillos del Putumayo. Los instrumentos de aire son muy importantes para mí.
En entrevistas ha comentado que no le gusta definirse en un género y que, si le tocara, sería como “un experimento de recoger sonidos”. ¿Cómo es eso de crear música que no se haya escuchado antes?
Yo estoy imbuida en un medio repleto de artistas que admiro muchísimo, especialmente esta nueva generación de cantautores. Entonces, aunque a veces no es tan consciente el proceso, uno siempre crea e improvisa como lo hacen sus referentes.
En mi proceso personal, siempre he buscado algo muy experimental, a veces siento que, incluso, un poco roquero. En él, me pregunto de dónde vengo, no en un estado filosófico, sino desde el origen: sobre la figura del padre y la madre, volviendo a un árbol de personas y los lugares que habitaron, cómo lo hicieron y qué sonaba ese momento. Yo me he educado toda la vida musicalmente, pero también he callejeado el conocimiento, desde el Carnaval de Negros y Blancos en Pasto hasta Bogotá, entonces siempre tengo en mí esas dos vertientes musicales.
Y de esa exploración salió El sur del Ser (2023), su primer álbum. ¿Qué le hizo descubrir de usted misma esas nueve canciones que cuentan tantas historias?
La primera canción que hice fue Posmodernillo depredador, que la escribí para el paro del 2019. Yo fui estudiante de la Universidad Nacional, me gradué de Jazz y Clarinete, y estuve muy involucrada en el movimiento estudiantil y social desde una emoción de bronca por sentir que hay unas fuerzas que intentan arrebatarle a uno el camino y la voz. Me gusta mucho, a través de mi música, arrebatarle la palabra al patriarcado y me parece bien importante no ser pasiva con eso, porque los cambios culturales son extremadamente importantes para la sociedad y toman tiempo. Hay que ser intensas con exigirlos.
Lucio Feuillet y Briela Ojeda son artistas nariñenses como usted, ¿por qué cree que Pasto es ahora ese foco de creatividad musical?
En años recientes, varios proyectos han ido floreciendo. Pero a mí siempre me gusta pensar que esto es producto de larguísimos años de trabajo, la consecuencia de espacios que se han abierto para nosotros. La banda de mi hermana, por ejemplo, fue la primera en cultivar música alternativa del suroccidente y logró habitar otros espacios en Colombia, que es un país demasiado centralizado.
Entonces, esta generación de Lucio, Briela, Andrés Guerrero y Juan Pablo Luna, entre otros artistas, son reflejo de que en Pasto están sucediendo cosas muy importantes, producto de la locura pastusa y de lo que hemos aprendido de las generaciones anteriores. Es un departamento alejado y olvidado en muchos sentidos, pero en el que hay bastante gente joven haciendo festivales generosos para los músicos como el Galeras Rock, El Nariño Ecofest, el Rock Carnaval y el Páramo Fest. Es muy inspirador y muy importante porque los músicos nariñenses que estamos en Bogotá somos un conjunto de voces para sembrar semillas.