Mujeres detrás del pentagrama II
ESTE EJERCICIO es difícil con los grandes maestros de la llamada ‘música antigua’, porque si de los del Barroco se sabe poco, de los anteriores, menos aún. Valga decir que muchos, como Tomás Luis de Victoria —el español del siglo XVI—, fueron clérigos; su casi contemporáneo, Giovanni Pierluigi da Palestrina se casó con Lucrezia Gori, por lo cual fue excluido del coro de la capilla papal, además del pecado de haber escrito música profana; cuando enviudó, pensó en hacerse sacerdote, pero pensó mejor y se casó con Virginia Dormoli, otra viuda tan rica que le permitió la independencia económica para seguir componiendo a su antojo.
LA VIUDEZ
Nacieron con apenas un año de diferencia. Por un lado, a Claudio Monteverdi, que nació en 1567, le corresponde el honor de haber protagonizado el paso musical del Renacimiento al Barroco cuando hizo de la naciente ópera un espectáculo teatral revolucionario. A los 32 años se casó con Claudia Cattaneo, una cantan- te de la corte de Mantua a quien debió querer, porque lo dejó todo para acompañarla cuando esta enfermó y murió prematuramente. No volvió a casarse.
En la otra cara de la moneda está Carlos Gesualdo, nacido en 1566, seguramente el compositor con más títulos nobiliarios de todos los tiempos: barón de Montefusco, conde de Conza y príncipe de Venosa. Su condición de noble le permitió componer como le daba la gana, contraviniendo leyes que a otro le habrían costado ir a prisión o incluso ser ejecutado. Se
casó con su prima María d’Avalos, noble como él, de 24 años, dos veces viuda, de legendaria belleza y cuatro años mayor; ese mismo año publicó sus primeras composiciones. Al principio, el matrimonio era llevadero, pero rápidamente se volvió un infierno: la insultaba y la golpeaba. María se convirtió en la amante de Fabrizio Caraffa, duque de Andria, guapo como ella. Gesualdo sospechó lo que ocurría, los sorprendió y enfurecido hizo una masacre con los amantes.
El hecho inspiró a los grandes poetas de la época. Terminó exonerado de semejante delito y ocho años más tarde volvió a casarse, con Eleonora D’Este, hermana del duque de Módena; otro mal matrimonio, por cuenta de los maltratos y, algo adicional: la avaricia de su “noble” marido que pasó a la historia como el “compositor asesino”.
UN BUEN MARIDO
El caso de Felix Mendelssohn-Bartholdy (1809–1847) es una isla. De los grandes compositores debió ser el más adinerado de todos. Era disciplinado y talentoso, su genio apenas podría compararse con el de Mozart, su memoria era legendaria y su cultura, inmensa. A la hora de la verdad era bastante puritano y hasta remilgado. Sin embargo, su temperamento no era fácil. Bajo ese manto de impecables modales se agazapaba un dictador que podía perder los estribos si las cosas no iban acorde a sus deseos. De domarle ese carácter se encargó Cécile Jeanrenaud, a quien conoció en Frankfurt, bellísima, refinada y de buena familia. Con ella se casó al año de conocerla. Se sabe que el carácter dulce de su esposa, con quien tuvo cinco hijos, hizo de él un ser apacible. Lamentablemente, la felicidad se vio ensombrecida, primero con la muerte de su hermana Fanny, y luego la de su hijo menor, tragedias que minaron su salud y precipitaron su muerte a los 38 años.
LAS MUJERES DE VERDI
En los inicios de su carrera, la mala suerte pareció ensañarse con Giuseppe Verdi (1813 –1901). En 1836, con 23 años, se casó con Margherita Barezzi, la hija de su protector y rápidamente llegaron sus dos hijos, Virginia e Icilio Romano. Casi a la vez, murieron los niños, luego su esposa y el estreno de su segunda ópera fue un fracaso estrepitoso en la Scala. Resolvió abandonar la composición. Lo convencieron de no hacerlo y de que Giuseppina Strepponi fuera la protagonista de su nueva ópera, Nabucco, que, de la noche a la mañana, lo convirtió en el compositor más famoso de Italia. A la pobre Giuseppina, se dice, la interpretación de una ópera tan difícil le arruinó la voz.
Años más tarde, en París, se convirtieron en amantes. Instalados en Italia, a Giuseppina sus vecinos la sometieron a toda clase de vejaciones que ella soportó con estoicismo, mientras Verdi, que era ateo y anticlerical, desafiaba a todo el mundo. Se casaron en 1859, pero no la tuvieron fácil por las continuas infidelidades de Verdi, que eran la comidilla del mundo musical. La verdad es que Giuseppina, a la hora de la verdad, fue infeliz, cosa que parecía tener sin cuidado a su famosísimo marido.
DOS ESPOSAS DIFÍCILES
La posteridad reserva un sitial de honor, por difíciles, para las esposas de Giacomo Puccini (1858–1924) y Richard Strauss (1864–1949). El primero, que era un coqueto irredento, se enredó con Elvira Bonturi, mal casada con otro mujeriego: Narciso Gemignani. Fosca, la hija mayor, era hija de Gemignani, a quien abandonó cuando resultó imposible ocultar el embarazo de Antonio, hijo de Puccini.
Pauline Strauss, dicen, pasó por la vida sin interesarse por los sentimientos de su marido.
Elvira tenía un carácter del demonio. Con sobrada razón, era terriblemente celosa, aunque logró casarse con Puccini cuando otro marido celoso asesinó a Gemignani en 1903. En 1909, ella cometió el error de su vida: hizo de Doria Manfredi, su criada de 23 años, objeto de sus celos. La acusó de adulterio en el pueblo hasta que la infeliz, desesperada, se suicidó. Cuando le practicaron la autopsia se descubrió que era virgen y vino un juicio por calumnia. De que no terminara en la cárcel se encargó Puccini, que pagó una indemnización a la familia Manfredi. El compositor no la abandonó, pero la relación entre ellos se agravó.
Por su parte, Strauss no habría ni siquiera meditado la posibilidad de imaginarse como protagonista de una infidelidad, porque absolutamente todos los que conocieron a su esposa Pauline de Ahna coincidieron en que era una auténtica arpía. Sin embargo, quien lo creyera, al parecer fueron un matrimonio feliz, pese a que, como dijo Harold Schonberg: “Era codiciosa y dominante, pasó por la vida sin interesarse por los sentimientos de los otros y menos aún por los de su marido”.
ENTRE EL TINTERO...
Se acabó el espacio, pero no el tema. Gustav Mahler se casó con la mujer más bella de su tiempo, Alma Schindler, que le fue infiel. La vida amorosa de Claude Debussy fue trágica en tanto que la de Igor Stravinsky ha dado para miles de especulaciones. Y Sergei Prokofiev, el cubista de la música, tampoco fue un santo.