A la manera francesa
Dicen que la música sinfónica está hecha para el público y la música de cámara para los músicos. O, como lo dice el crítico Emilio Sanmiguel, para el placer de gente que se entiende. “No se puede tocar sino entre personas que se aprecian, se respetan y se colaboran”.
Pues bien: aprecio, respeto y colaboración es lo que comparten Gapucon y Jean-Yves Thibaudet, chelista y pianista, respectivamente, dos prodigios franceses que son amigos, suelen tocar juntos y serán una de las mayores atracciones del XI Cartagena Festival Internacional de Música, que se llevará a cabo entre el 6 y 16 de enero de 2017.
Gautier Capuçon
Para ir ‘calentando motores’, puede buscar en su plataforma digital preferida (YouTube, Spotify, Selecta) o, si usted es un purista, en su colección de discos, la Sonata para violonchelo y piano, de Dmitri Shostakóvich; la Elegía para violonchelo y piano, de Gabriel Fauré, o la Meditación, de Jules Massenet, para darse una idea de lo que le espera en Cartagena, si cae por la capilla del Hotel Charleston Santa Teresa el 11 de enero a las once de la mañana.
Es, apenas, un ejemplo de lo que el público disfrutará durante el Festival, que en esta ocasión está dedicado a un periodo muy especial de la música francesa, el comienzo del siglo XX, crucial porque, como lo asegura Antonio Miscenà, director artístico del evento, durante este lapso la música francesa encontró su identidad.
Libertad, libertad y libertad
Y el papá de la identidad francesa, según Miscenà, es Claude Debussy (1862-1918). “Sencillamente liberó a los músicos de la estructura musical”.
La liberación de la armonía era algo que ya había resuelto Richard Wagner en Alemania, pero Debussy la hizo verdaderamente francesa. “Wagner libera la música. Es un mensaje universal: liberar la música de la camisa de fuerza de la armonía ─afirma Emilio Sanmiguel─. Debussy adopta la técnica y la adapta a la sensibilidad francesa, que es racional y sensual, en contraste con la música alemana, que es trascendental”.
“Salones, cafés y librerías son el escenario de conciertos diversos, donde a menudo la música convive con otras artes: poesía, pintura, teatro, literatura. En un contexto tan creativo, la música francesa encuentra las condiciones ideales para tomar caminos innovadores y originales que se convertirán en importantes contribuciones para la evolución del lenguaje musical del siglo XX”, escribe Miscenà sobre esa época inmediatamente anterior a la Primera Guerra Mundial y que resultó tan diversa en todos los ámbitos del arte.
Influenciada por el simbolismo de la poesía y el impresionismo de la pintura, la música francesa empezará a asomarse a la modernidad. Por supuesto, será una música difícil de escuchar porque romperá con las estructuras de la misma manera en que lo hicieron los impresionistas en el arte.
Claude Debussy
“Sobre todo Debussy, Ravel no tanto, representa el impresionismo musical ─afirma Sanmiguel─. Pero no es una música para poner en escena la pintura. Me explico: a Debussy es muy difícil seguirlo porque la melodía está cubierta entre la armonía. La música tiene básicamente tres elementos, que son melodía, armonía y ritmo. Debussy domina el ritmo, pero lo vuelve sutil. La maravilla de lo que hicieron los pintores impresionistas fue producir un cuadro en el que la melodía, que es el dibujo, se borra. Para uno entender la pintura impresionista, tiene que alejarse. Cuando está lejos, ve el diseño. Cuando usted se acerca al cuadro, ve la armonía, que es la mezcla de los colores. Usted se acerca a un cuadro impresionista y no ve sino manchas, esa es la armonía: las notas mezcladas con otras. A medida que usted se aleja, eso empieza a adquirir una lógica y produce el dibujo. Muchos filósofos alemanes hablan de la distancia a la cual uno debe escuchar música: la distancia es la capacidad del oyente de amalgamar el sonido. En Wagner, uno tiene que oír de lejos porque el conjunto es grandioso. Es lo contrario de lo que ocurre con Haydn y Mozart: usted puede seguir un instrumento. Eso no se puede hacer con Wagner; lo puede hacer pero es perder el tiempo. En el caso de los clásicos (Haydn y Mozart), el conjunto es un rompecabezas perfecto en el que uno ve todas las piezas. Los compositores como Debussy y Wagner son rompecabezas en donde no se ven las uniones”.
Esta es la atmósfera que se vivirá en Cartagena desde el concierto inaugural, que conectará el barroco francés de Jean-Philippe Rameau con la modernidad de Maurice Ravel, en el primer cuarto del siglo XX. La orquesta Les Siecles, dirigida por Francois-Xavier Roth, con Jean-Efflam Bavouzet al piano, interpretará Las indias galantes, de Rameau; la primera serie de Imágenes y el Preludio a la fiesta del fauno, de Debussy; y el Concierto en sol mayor, de Ravel.
Entre estos genios, que trazaron el devenir de la música francesa, también habrá espacio para las Gymnopedias, de Satié, y las obras para piano de Emmanuel Chabrier y Germaine Tailleferre. Habrá espacio para maestros como Saint-Saëns y Fauré, y para los más recientes, como Pierre Boulez.
Será un despliegue de coloraturas en el que tendrá cabida, incluso, la música popular de la Belle Epoque. Sin embargo, el Festival extrañará, según Sanmiguel, dos piezas que, para él, son picos demasiado importantes para ser ignorados: “La primera es el Bolero de Ravel, una de las piedras angulares de la música. La segunda pieza, indispensable del repertorio francés y de la música, es El mar, de Debussy, uno de los monumentos sinfónicos más grandes de la historia, comparable con las grandes obras de Wagner y las sinfonías de Beethoven”.
De repertorios, públicos y escenarios
Sanmiguel conoce el Festival de cerca, y así como lo conoce, ha sido bastante crítico. “Yo no soy enemigo del Festival, pero el Festival no se toma muy en serio la responsabilidad musical que tiene. Si va a afrontar este tema, tendría que incluir otra pieza fundamental de la música francesa, mucho más avanzada: El cuarteto del fin de los tiempos, de Olivier Messiaen. El hilo conductor que se ha propuesto tiene unos picos muy importantes que me parece que no están siendo tenidos en cuenta”.
Eso, en cuanto a la programación de 2017. En cuanto al Festival en general, el problema, según Sanmiguel, es la ausencia de un público instruido. “El Festival es ejemplo de gestión. Montar un festival es dificilísimo y llenar una agenda de cosas que hay que chulear es admirable. Lo tildan de elitista, y entonces programan conciertos gratuitos en las plazas. Le reprochan que ignora la realidad de Cartagena y entonces hacen conciertos en los barrios. Les critican que no miran el futuro y entonces tienen un taller de lutería. Pero es necesario incluir entre el público a los melómanos y a los jóvenes. Es bueno que haya jet set, pero se les va la mano”.
La paciencia que no ha tenido Emilio le sobra a otro excelso melómano, Carlos Lleras de la Fuente, asistente fijo a cada edición del Festival. De hecho, es asesor externo y ha sido el promotor de una serie de cenas que, año tras año, se organizan para recaudar fondos.
“Yo he asistido varias veces a los festivales más importantes de Europa, desde el de Salzburgo hasta el de Verona, pasando por Viena y San Petersburgo. Y lo que tienen esos festivales, para empezar, es que cada ciudad vive el Festival. A nosotros nos falta eso, pero es que somos demasiado jóvenes. Cuando los españoles llegaron a América, ya esas ciudades eran cultas. En cambio, este es un país subdesarrollado en todos los sentidos. La cultura aquí no existe. Tuvimos la pretensión de ser un país culto en el siglo XIX, pero eso no prosperó. Entonces lo que ha hecho el Festival es promover desde Bogotá, con intérpretes de altísima calidad, la música entre los patrocinadores que ahora ya no son solo de Bogotá sino de Cali, Medellín y Cartagena. Hasta hace poco nadie escuchaba música de cámara. Apenas en la sala de conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Ahora la gente que asiste al Festival no solo escucha música de cámara sino que le gusta. Eso es una ganancia enorme”.
Para Lleras, el Festival, en todo sentido, es un evento en formación al que le hacen falta años, inversión y voluntad.
En lo que coinciden Lleras y Sanmiguel es en la necesidad de que Cartagena empiece a pensar en construir un escenario para el Festival. “Se necesita que el gobierno departamental y municipal se vinculen al Festival, y hacer un teatro, unos espacios ideales. Los conciertos sinfónicos se hacen en el Heredia, pero el resto se hace en las capillas del Santa Teresa y el Santa Clara, que tienen buena acústica pero son muy pequeñas. El Centro de Convenciones no tiene acústica. Hay que hacer un teatro con acústica para que, además, los artistas se sientan contentos. Nosotros traemos la mejor gente, pero no les podemos dar la mejor acústica”, opina Lleras de la Fuente.
Independientemente de las desavenencias, lo cierto es que cada año el Festival da un paso más. Y en esta ocasión es gigantesco. Por primera vez, ofrecerá una ópera completa, gracias a un convenio con la ciudad de Spoleto, en Italia. Nada menos que Las bodas de Fígaro, de Mozart, bajo la dirección de Gérard Korsten. “Vendrá con todo y escenografía y será trascendental porque un festival que se respete debe ofrecer al menos una ópera”, afirma Lleras. Para él, será el plato principal del certamen. Y concluye: “Lo que hemos logrado es poner a Cartagena en la agenda de los festivales internacional de la música. Y me consta que cada vez vienen más extranjeros. Eso ya es un logro inmenso”.
*Publicado en la edición impresa de diciembre de 2016.