FOTO: CORTESÍA LINA BOTERO - FILBO
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17 de Junio de 2024
Por:
José Agustín Jaramillo

El nuevo libro del escritor antioqueño Efrén Giraldo es un diario de lectura con claves para que la novela de Rivera le hable aun público del siglo XXI. 

Leer La vorágine con la mirada de una planta

 

EN NOVIEMBRE DE 2022, Efrén Giraldo y sus dos hijos plantaron en su casa, a las afueras de Medellín, unas asclepias. Estas plantas de flores amarillas, blancas o rosadas son conocidas por servir como el hogar de las mariposas monarca, que en algún momento abundaban en la zona. Al mismo tiempo, Giraldo, quien es profesor e investigador de la universidad EAFIT, decidió comenzar una lectura de La vorágine —la novela de José Eustasio Rivera que, este año, cumple un siglo de haber sido publicada— a partir de uno de sus focos actuales de investigación: el universo de lo vegetal. Giraldo ha ganado varios premios de literatura y su obra va desde los relatos
de ficción hasta el ensayo.

Ha publicado varios libros con la editorial Sílaba y en sus dos obras más recientes comenzó a estar muy presente su interés por lo vegetal: en 2022 fue ganador del Premio de No Ficción Latinoamérica Independiente con su libro Sumario de plantas oficiosas (Luna Libros, 2023), un ensayo en donde se cruzan anécdotas de vida, historias y reflexiones sobre las plantas y su relación con los seres humanos y con el arte. Su nuevo libro, Caminos del moriche (coedición de Luna Libros, Laguna y Oso Melero), es un testimonio de la lectura de la obra de Rivera, en donde sus reflexiones sobre lo vegetal, la biografía del escritor y una aproximación crítica de la novela, se unen con el día a día de Giraldo, las noticias sobre las guerras y, como no, el crecimiento de las asclepias.

 

La obra de Giraldo (1975) ha sido reconocida con varios premios. Entre otros: el de Autores Antioqueños en 2009, el Nacional de Literatura de la Universidad de Antioquia en 2012 y el de No Ficción Latinoamericano Independiente de 2022.

 

 

 

Caminos del moriche no es el único trabajo que usted ha realizado recientemente sobre La vorágine: en paralelo ha trabajado en varios compromisos académicos. ¿Qué retos implica hacer una lectura a ‘dos bandas’, entre la investigación y el ensayo?

Desde hace algún tiempo me empecé a acostumbrar a que cuando estoy en alguna cosa de carácter académico, trato de hacer en paralelo un proyecto literario. Lo académico me interesa mucho, pero como lo sabemos, siempre tiene una cosa ahí como fría, técnica, burocrática... Empecé a releer la novela a finales de 2022 y a acompañarla de observaciones que me estaban pasando en ese momento, o de las noticias que ocurrían, entonces ahí fue cuando todo empezó a tomar el carácter de un diario de lectura. El principal reto fue responder: “¿Y ahora yo qué voy a decir de La vorágine?” ¡Es que son montañas, son arrumes de estudios, es una de las obras de la literatura latinoamericana sobre las que más se ha escrito! El tema de lo vegetal, aunque había sido tocado por ahí, no tenía una aproximación exhaustiva, entonces esa fue mi promesa. Lo otro es que creo que en Colombia no tenemos tantos casos de apropiación de las obras literarias desde un diario de lectura: está el Diario de lectura de los escolios de Nicolás Gómez Dávila, de Volkening, y hay otros casos por ahí, pero en general la crítica en Colombia no se ha desarrollado tanto en ese tipo de géneros. Ya lo demás fue escribir por el mero impulso de la curiosidad: ¿qué puedo encontrar en una novela que había leído antes?

¿Qué permite descubrir este método del diario de lectura?

Lichtenberg, el autor de los Aforismos, compara la escritura diarística con el libro de cuentas de un tendero, un cuaderno donde vos ponés lo que entra y lo que sale en términos económicos, los ingresos y lo que te gastás. Cuando uno hace un diario, te levantás y decís: “Bueno, hoy es 20 de marzo, miré Twitter, escuché una noticia, estuve leyendo este capítulo de La vorágine y en mi casa está pasando esto”. El diario te permite juntar dos cosas: la vida vivida y la vida leída. Eso es lo que tiene de “bacano” el trabajo de leer literatura en una ‘clave’ no académica, sino en una vital. Una vez yo salí del compromiso, empecé a pulir mi diario y a ocuparme de curiosidades y cosas raras. Por ejemplo, yo siempre encontré una discrepancia de cómo se escribía el nombre de Rivera: hay gente que lo escribe con C, pero él lo escribía “Eustasio”, con S, algo que relaciono con lo sinuoso...

Yo creo que géneros como el diario y el ensayo se inscriben en la tradición de eso que se conoce como el libro monstruoso: por ejemplo, yo pude incluir en este libro aforismos o pequeños poemas. No soy poeta, escribo poesía de manera dispersa, pero pensaba: “Bueno, acá tengo unos pequeños versos que podrían funcionar”, y a mis editoras les pareció que sí. El diario te permite tener el gusto como de cierta irresponsabilidad, de cierto ocio.

¿Qué permite descubrir la lectura de La vorágine desde esa ‘clave’ vegetal?

Las disciplinas ocupadas de lo vegetal y de los hongos han demostrado que pensar, solucionar problemas, crear belleza, comunicarse, no son solo cosas de los humanos o de los animales. Eso es un batacazo, un sacudón muy fuerte: ¡¿Que las plantas puedan pensar?! A mí me interesa mucho la cara filosófica, la estética del problema. Me parece sumamente seductor pensar cómo podría ver el mundo una planta, pero también me parece que del modo de ‘estar’ en el mundo que esta tiene se sacan cosas que nos obligan a pensarnos a nosotros mismos. La planta tiene una característica fundamental y es que tiene la obligación de estar en un lugar. Eso la dota con una capacidad sorprendente para solucionar problemas allí. Nosotros los animales nunca hemos podido hacer eso: no solucionamos problemas, sino que huimos de ellos. Ellas, en cambio, han sido capaces de mejorar el ambiente.

En Caminos del moriche planteo la idea de la planta como modelo existencial. Eso hay que pensarlo y creo que Rivera da unas notas muy agudas: sí, él tiene una visión antropocéntrica por momentos, pero también, dice qué puede pasar si no le ponemos cuidado a lo vegetal. Claro, está la denuncia que siempre se ha tratado sobre las caucherías, pero en un plano más general hay un mensaje como de: “Pilas que la masacre ambiental es importante tenerla en cuenta”. Esa relación entre planta y destrucción me parece muy importante: en especial, que sigamos buscando en la simbología vegetal la clave de la supervivencia humana.

¿Qué le dice La vorágine al ser humano del siglo XXI?

La vorágine no es una novela sobre Colombia, no es una novela sobre América Latina, sobre la selva ni sobre el Amazonas. Aborda el porvenir de la humanidad, la pérdida de centro y la necesidad de quitar al ser humano como centro reflexivo y único punto de mira. Yo leí muchos textos críticos sobre La vorágine y no deja de sorprenderme el hecho de que casi todo el mundo da por cierta la desaparición completa de los humanos en las fauces de la selva. En una de las presentaciones del libro, la escritora Vanessa Londoño dijo algo muy bonito: que no podemos asumir que Cova, o que Alicia, o que los demás personajes de La vorágine murieron; no, simplemente se los traga la selva y nadie dice que ellos no tuvieron una vida después de eso. Es cierto que a los protagonistas se los traga la selva, pero tal vez estamos en un momento en que esa posibilidad no estaría tan mal.