“Aunque suene lejana, la Guerra del Chaco sigue siendo horrorosamente reciente”: Gabriela Alemán
En Colombia, poco o nada se siguen las noticias de un país tan cercano como Paraguay. Menos de su gente, de las guerras o las tragedias que le pertenecen. La escritora Gabriela Alemán, seleccionada por el Hay Festival y Bogotá Capital Mundial del Libro como uno de los treinta y nueve escritores latinoamericanos menores de 39 años más importantes, revive la historia de una nación que suele ser famosa por el fútbol y por no tener mar. Más allá, no hay mucho que decir, o por lo menos para quienes no somos paraguayos.
Luego de diecisiete años por fuera, Gabriela, uno de los personajes de la historia, regresa a Paraguay por las cartas que le ha dejado Andrei, el protagonista. Los dos unidos por el recuerdo de una amistad y una guerra, unidos por la historia de Paraguay. La novela, que resume en docientas páginas el horror bélico de ese país en las primeras tres décadas del siglo anterior, también habla de la cultura paraguaya, el valor de la amistad y los recueros de cada persona.
¿Cómo empezó el proceso de escritura de Humo y por qué tardó tanto?
Paraguay es un país tan desconocido, y llevaba tanto tiempo queriendo escribir algo sobre éste, que no tenía apuro de hacerlo. Solo lo logré cuando encontré la manera de hacer que un lector que no conociera nada de Paraguay, pudiera tener un mínimo de contexto para entender su historia. Tal vez por eso mismo la novela tomó la estructura que tiene, que no es común. Quería que el lector realmente se viera involucrado para que le interesara lo que yo le estaba contando.
Aunque la novela puede ser leída como histórica, usted a veces solo da brochazos de importantes eventos que marcaron a Paraguay, ¿por qué?
Sí, esa es la estructura de la que hablaba. Estamos en el 2017 y es muy diferente a estar en el 2000 o en los noventa. Pero es que si algo no entiendes o si de algo te interesa saber más, de algo de lo que hablo en la novela, vas a Google y averiguas más. ¿Quieres saber más de la Guerra de la Triple Alianza y lo brutal que fue?, lo buscas en Google y te van a aparecer mil entradas. Yo solo quería poner lo mínimo para que un lector tuviera el contexto de la brutalidad que fue en una línea, pero la intención también era que se interesara por saber más. Puedes hacer eso mismo con unas quince o dieciséis referencias que no desarrollo del todo la obra porque ese tampoco era el tema central.
¿De dónde nace el personaje de Gabriela?
Nace del desconocimiento absoluto de Paraguay. Si yo hubiera puesto un personaje paraguayo como protagonista en el presente de la novela, no habría tenido gracia. Un paraguayo entiende todo. Sería demasiado artificioso explicar las cosas que Gabriela explicaba si hubiera sido nativa. En cambio, este personaje que sí conoció Paraguay, que sí vivió allá, pero que reflexiona sobre la extrañeza del país, de lo que vivió diesiciete años antes, de la extrañeza de lo que encuentra después del incendio de Ycuá Bolaños, de la extrañeza que encuentra al descubrir un cuaderno de una persona que conoció pero de la que sabía poco o nada, no hubiera resultado tan real.
La novela es absolutamente descriptiva, desde los personajes hasta los lugares. El único personaje del que no se habla mucho es precisamente de Gabriela, ¿por qué?
Sí, es un personaje que tiene protagonismo pero del que casi no se sabe nada. Ni su pasado, ni su presente. Es más, ni se imagina uno que gracias a ese viaje a Paraguay algo va a cambiar en el futuro de Gabriela. Nadie sabe en qué trabaja, qué hace, de dónde viene. Quien lea puede calcular mínimamente la edad porque calcula que regresó después de diecisiete años y cuando se fue tenía 18, pero por qué usa el bastón, no se sabe. Pero creo que ahí hay un misterio que no quise resolver, es una reflexión de que nunca sabemos todo, ni de la vida de una persona ni de su pasado. Que todo viene a ser una interpretación desde distintos espacios.
Es curioso que use la realidad y la ficción en un personaje tan impotante en la historia de Paraguay como Alfredo Stroessner, ¿por qué decidió hacerlo?
Hay varias cosas que sí le ocurrieron a Stroessner. Él comenzó su ascenso político en la Guerra del Chaco, todos esos datos de las medallas y los aviones que voló, esos son datos reales. Lo único que no es real es la lepra, pero todo lo demás sí. Los edificios, los colegios, los aeropuertos llamados Stroessner, fueron realidad. Hasta el letrero que estaba en la plaza central de Asunción siguió ahí hasta que él se fue. Entrabas a cualquier sitio y había una fotografía de Stroessner. Pero al hablar de él como un ser humano más, no solo estaba contando su historia sino cómo la gente vivía porque él existía. Esa carga fortísima de lo que fue su presencia real y terrorífica, me ayudaba a reforzar el género en el que estaba metida la novela.
Andrei de alguna manera obliga a Gabriela a reencontrarse con su pasado a través de las cartas que le deja. ¿Qué tan difícil es reencontrarnos con nuestro pasado?
Creo que cuando niegas algo en el pasado, y luego decides mirarlo y enfrentarte a él te va a sacudir. En un primer momento ese sacudón no va a ser agradable pero eventualmente creo que si uno no mira al pasado no puede entender el presente y no puede seguir adelante. Hay algo muy presente en la novela, sobre todo en esa casa encerrada, que se cae, que se derrumba, y es un aire muerto en el pasado. El momento en el que ella (Gabriela) abre las ventanas al fin, significa que está entrando un aire nuevo.
¿Ese aire muerto es el Humo del que usted habla?
Sí.
En la novela le da mucha importancia al guaraní. ¿Hay aguna reflexión del lenguaje que quiera dejar con la obra?
Si miras las cifras de la cantidad de idiomas que se están muriendo en el mundo, te darás cuenta que son espeluznantes. Hay dos cosas por las que se acaban: primero, porque las nuevas generaciones dejan de hablarlas y adoptan otras legunas de poder; y segundo, por el exterminio. Todavía en el siglo XXI estamos negándonos a ver lo que está ocurriendo en ciertas regiones de la China, en la misma Amazonía que compartimos Colombia, Perú, Ecuador y Brasil. En Ecuador hay tres grupos no contactados y se calcula que cada uno de esos no tiene más de 16 o 30 miembros. Se mueren ellos y se acabó ese idioma. Hay varios que ya han ido desapareciendo a través del tiempo y que no fueron registrados. Además, ¿de qué sirve un idioma que no esté ligado a una cultura con seres humanos? Esa es la falta de respeto a todas las culturas del mundo porque hay unas predominantes que están arrasando con todo.
La novela despliega varios elementos como la lengua, la guerra o las relaciones interpresonales. ¿Hay alguno que predomine?
Es una novela que uno puede interpretar de diferentes maneras. Me encanta que pueda haber todos estos elementos, el lector es el que los une al finalizar la novela o mientras la va leyendo. Pero a mí me molestan mucho esos libros que te dicen cómo pensar, que te dicen cómo leer, que no te permiten como lector intervenir en la historia. Esta vez dije que lo iba a hacer como a mí me gusta y ese fue el resultado de esta novela. Todo el tiempo hay una complicidad entre los diferentes elementos de los que hablas, no hay uno que predomine.
Aunque la novela es muy fuerte gracias a los relatos bélicos de la Guerra del Chaco, usted utiliza mucho la poesía. ¿Es una manera de apaciguar el relato?
Definitivamente. Además, cuando escuchamos de guerras o cuando leemos sobre guerras, todo está muy ligado al discurso del sensacionalismo o a la nota seca: "Se tiraron siete bombas”, "murieron 700 personas". Cada una de esas 700 personas tuvo una historia atrás. Entonces, lo que quería hacer era escribir desde otro espacio del lenguaje, en este caso el poético, que te hace mirar desde otro punto de vista esa guerra. Este lenguaje poético es una elaboración, es metafórico y te obliga a sentir. Con la poesía todo cruza por la cabeza pero también por el corazón. Hay mucha poesía que es muy cerebral, pero a mí la poesía que me encanta es la que me sacude, que involucra mis sentidos. Creo que una de las maravillas de la literatura es la empatía. Tu sientes algo con el personaje sobre el que estás leyendo y te metes en su historia, entonces entiendes el dolor de un migrante, de un soldado, de alguien que ha perdido a un ser querido.
En el libro usted expone los autores que le ayudaron a construirlo y que ha tenido como referentes durante los doce años que duró el proceso de escribirlo. ¿Tiene alguno diferente que haya leído toda su vida?
Muchos, pero hay una escritora de mediados del siglo XX, que por suerte dio una larga vida. Se llama Grace Paley y escribía cuentos. Tenía tres libros de cuentos "flaquitos", pero reinventó la manera de escribirlos. La leo y la releo y me encanta buscar la manera de saber cómo hizo lo que hizo en su momento. Hay otra escritora que me encanta que es Joan Didion, que combinó periodismo con ficción. Me encanta el humor Mark Twain y me fascina la manera de inventar mundos de H. G. Wells. También leo mucho a Tomás González y Evelio Rosero.
¿Cómo le gustaría que Colombia, que atravieza por un proceso de paz, interpretara este libro?
La Guerra del Chaco, aunque suena lejana, es horrorosamente reciente. Sigue hablándonos a los colombianos, a los ecuatorianos, a los rusos, a los chinos, en fin. Ese horror sigue ahí. Pero con eso aparece la posibilidad de mirar a la guerra de otra manera y encontrar un espacio de diálogo para seguir adelante. Es un relato de muchas acciones violentas, de mucho horror, pero también deja ver la solidaridad, la amistad y sobre todo la posibilidad de continuar. Sería maravilloso que la leyeran así aquí en Colombia, porque creo que va a decir mucho de lo que está ocurriendo ahorita mismo en este país.