21 de diciembre del 2024
Fotografía | Cortesía Penguin Random House
29 de Junio de 2018
Por:
Catalina Barrera

El escritor argentino, ganador del XII Premio Alfaguara de Novela por El viajero del siglo (2009), habla de su última novela, Fractura, y de cómo es que el silencio de las víctimas, la idea del centro vacío budista y la revolución de género se pueden trasladar a la narrativa en una obra como esta.

Andrés Neuman: “La pregunta que hace la novela es qué hacemos con nuestras cicatrices”

¿Cómo surgió la idea de escribir Fractura?

Tengo desde niño una gran fascinación por Japón. Surgió como una especie de curiosidad por ese desconocido y seductor país. Es una cultura que no entendemos, y quizá por eso mismo nos atrae. Cuando ocurrió el accidente nuclear de Fukushima quedé muy impactado. Y de pronto leí algo que me causó como una especie de asombro poético, que fue enterarme de que, en el terremoto del 11 de marzo de 2011, que además es medio una fecha de la cábala, el eje del planeta entero se había desviado 10 centímetros por el temblor. Entonces recordé la cita del poeta polaco Czesław Miłosz con la que se inicia la novela: “Si algo existe en un lugar, existirá en todos”. ¿Cómo puede ser que algo que suceda en un lugar, aparentemente remoto, y que por tanto no tiene por qué importarnos, hasta estremecer al planeta entero? Se me ocurrió ir pensando en una novela que empezara en Japón y se expandiera hasta alcanzar el mundo entero, pasando por Francia, Estados Unidos, Argentina y España.

 

¿Por qué esos cuatro países en particular?

Argentina y España porque son los dos países a los que pertenece mi familia, y donde he pasado mi infancia. Pero Francia y Estados Unidos eran importantes en esta combinatoria porque Estados Unidos es el país que tiró las bombas atómicas en Japón. Me parecía necesario tener la voz de un personaje que perteneciera al otro bando de los antecedentes atómicos. Y Francia, porque aunque se recuerde poco, es la segunda potencia atómica del mundo y el segundo país que ha hecho más experimentos atómicos en la Historia.

 

Y hay también cuatro momentos en la vida del protagonista narrados desde las relaciones amorosas.

Sí. Cada una de esas historias sucede a una edad muy diferente. La primera con el romance platónico o ingenuo, que no podía ser de otra manera en París; además, en la París de la nouvelle vague. La primera relación formal o comprometida sucede en una Nueva York interesante de la segunda ola del feminismo, del final de Vietnam. La tercera fase, que es cuando uno se va a vivir no solamente con una persona sino con su pasado. Esa especie de amor medio neurótico, como no puede ser de otra manera, es en Buenos Aires, que es la capital de la neurosis latinoamericana. Hasta llegar a la edad más emocionante para amar y de la que menos suele hablar la ficción, y eso me parece un verdadero defecto de nuestro imaginario, que es la de la jubilación. Me daban muchas ganas de escribir esa última historia de amor en Madrid.

 

¿Cómo fue la construcción de Watanabe, el protagonista?

Preparar un personaje es una de las cosas más divertidas que existe en la novelística. Si no existiera este placer probablemente me limitaría a la poesía, que es lo que hago desde el principio y lo que más he publicado. Para trabajar a Watanabe, en cuanto a su experiencia atómica japonesa, hice una especie de ciudadano colectivo que recogiera las experiencias de distintas víctimas reales de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Él no es ninguna de estas víctimas en concreto. Pero hubo uno en especial que me atrajo mucho, que era el caso del famoso señor Tsutomu Yamaguchi, la única víctima reconocida por las autoridades japonesas oficialmente de las dos bombas atómicas. Él, a diferencia de las otras víctimas atómicas, no solo no murió de enfermedades derivadas de la radiación o de algún tipo de cáncer, sino que murió con casi 100 años. Es decir, era lo más parecido que había en la historia a un hombre inmortal, a un personaje de cómic. Me preguntaba qué clase de conciencia póstuma funciona en alguien que debió morir varias veces y sigue inexplicablemente vivo.

 

¿Por qué decide usar las voces de cuatro mujeres y no la voz del propio Watanabe para contar su vida?

Me interesaba trabajar con la idea del silencio de la víctima. Es fácil hacer demagogia con la idea de la víctima, pero lo primero que hay que analizar en el conflicto narrativo y emocional es que muchas víctimas de lo que sea no se asumen como tal, y ese es parte del problema. Muchas víctimas de las bombas atómicas guardaron un silencio atroz el resto de su vida. Además, porque leí mucho de budismo zen, y este tiene una idea del centro completamente distinta a la nuestra. Nuestra idea del centro en Occidente es que en él se resume todo el conjunto donde uno puede encontrar una síntesis de todo lo demás. Pero la idea del zen es que el centro está vacío, y es el centro porque está disponible para ser ocupado por cualquier otra cosa. Tiene que ver con la idea del vacío budista. Entonces, se me ocurrió que podía ser narrativamente interesante trabajar con la idea de un centro de la novela que en realidad está mudo. Es decir, Watanabe es el supuesto protagonista, pero él no habla, es ocupado por las voces de las personas que lo conocieron. Y aquí viene el último elemento relacionado con por qué no la cuenta él mismo, que es, por supuesto, el de género. Creo que el impacto del feminismo en la escritura pasa por construir más y mejores personajes femeninos, pero también por cuestionar la estructura narrativa del patriarcado. Es decir, un personaje masculino que solo existe en la medida en que es observado, fantaseado y narrado por ellas.

 

¿Por qué le da tanto valor al arte del kintsugi en esta novela?

Esta artesanía japonesa, que consiste en reparar los objetos rotos subrayando con polvo de oro el lugar donde se rompieron y, por tanto, en lugar de disimular, lo que hacen es realzar la grieta, es aplicable a los objetos pero también a las personas. La pregunta que hace la novela es qué hacemos con nuestras cicatrices. Y ese planteamiento esconde un chantaje, porque las dos cosas no son incompatibles. Un objeto reparado mediante la técnica del kintsugi es un objeto que vuelve a ser útil hoy, que vuelve a tener un futuro, es uno que recupera su presente pero que no deja de mirar con honestidad lo que le pasó. Es un objeto que nunca olvidará que se rompió. Y eso tiene que ver con la memoria del trauma, que nos hace preguntarnos qué hacemos con nuestros pedazos.

 

El protagonista de esta historia cambia totalmente el sentido de la palabra ‘sobreviviente’ como la conocemos, como afortunado. ¿Por qué decide volcar ese significado?

Porque tiene que ver con las dificultades reales de los duelos. Sobrevivir no se parece a Hollywood. Eso está bien para el espectador menor de edad, pero toda la gente que pasa un duelo lo pasa con culpa. Y una de las dificultades de pasar un duelo, y eso lo sé cuando acudí a mi madre, tiene que ver con que uno cuando pierde a alguien se pregunta hasta qué punto tiene derecho a gozar y recuperar la felicidad cuando la persona que más quiso murió. No es tan fácil sobrevivir. Cuando alguien sobrevive a una guerra en la que perdió parte de su familia, no le es tan fácil seguir adelante. Es conflictivo, es una suerte y una desgracia. Yo traté de mostrar esa mezcla de emociones. Por un lado, Watanabe siente que la vida es un regalo, pero por otro lado se siente solo, parte de una estirpe que se extinguió, menos él.

 

Fractura

Andrés Neuman

Alfaguara

496 páginas

 

 

*Publicado en la edición impresa de mayo de 2018.