Los diamantes son solo piedras que brillan
Hace unos meses, publiqué en esta revista una guía de cómo catar whisky en casa para sacarle el mejor provecho. Y hoy quiero recordar que ese provecho es, fundamentalmente, el organoléptico. Por lo menos, así lo pienso yo: lo rico de todas las bebidas destiladas son las sutilezas de su aroma; la evolución de sabores que ocurre entre el primer sorbo —uno bien atento— y el tercero —cuando entiende uno mejor la cosa—; el retrogusto que deja en la parte de atrás de la lengua y en el paladar; la manera como se expresa el líquido cuando recibe cuatro gotitas de agua.
Quizá otras personas encuentren en el whisky un “estilo de vida” que les gusta, cosa respetable, pero sobre todo muy conveniente para los del marketing y los de ventas. Yo quisiera insistir aquí en que lo clave es otra cosa: primero, que el whisky es una bebida alcohólica que consiente y que premia a aquellos que le prestan suficiente atención al detalle en los receptores olfativos y papilas gustativas.
Y segundo, que lo anterior es universal. Es decir, que esta bebida es disfrutable y comprensible por cualquier persona.
Es de entender que el precio de las botellas a consumidor final aumente a razón de la larguísima elaboración de la bebida, sobre todo por su periodo de maduración en barricas de roble de diversa índole. Y aquí hago una confesión: he notado que me gustan los whiskies terminados en barricas de vino de Sauternes. Más allá de que suene pretencioso, qué le vamos a hacer: lo notan la nariz y el paladar. Por eso, considero normal que dicho esfuerzo —uno que es técnico— incremente un poco el costo del resultado embotellado y, entonces, su público se acote.
A lo que no le veo valor alguno es a pensar en el whisky como algo “exclusivo” y a que eso sea, además, una cualidad en sí misma. Ese concepto es antipático y vetusto, pero sobre todo derivado de otro peor: el de la exclusión, que bastante mal nos ha hecho ya, y particularmente en el mundo poscolonial en el que vivimos los latinos.
Por eso, me declaro impermeable a esos intereses —costos— no organolépticos que cobran las destilerías. Que el mito histórico. Que el diseño de la botella. Que el macho guapo de la publicidad con un atuendo refinado. Que la despampanante actriz que se sumó a la campaña.Y el peor: que el precio es alto por mera especulación.
Lo siento, no lo veo. Si pago un poco más por un whisky, trato que sea por la complejidad que promete en lo sensorial, pero nunca porque me traten de convencer de que es elegante. Quizá es que no soy elegante. Al fin y al cabo, para mí los diamantes son solo piedras que brillan.
EL EXCESO DE ALCOHOL ES PERJUDICIAL PARA LA SALUD. LEY 30 DE 1986. PROHÍBASE EL EXPENDIO DE BEBIDAS EMBRIAGANTES A MENORES DE EDAD Y MUJERES EMBARAZADAS. LEY 124 DE 1994.