Latinoamérica tiene la palabra
HACE MÁS DE 30 AÑOS, una modesta película mexicana sacudió el mundo del cine independiente con la adaptación de la exitosa novela de Laura Esquivel Como agua para chocolate. La entrañable historia de una familia durante la revolución mexicana llegó a estar nominada en los Globos de Oro, los premios británicos Bafta y los Goya, de España.
Ese mismo relato regresa, con mejores recursos técnicos, en forma de una serie de televisión de seis episodios, que ya empezó a transmitir la plataforma Max, en cómodas cuotas semanales. La esencia es idéntica a la película: la vida de Tita de la Garza, desde su nacimiento precipitado por obra y gracia del olor de las cebollas hasta su juventud desgraciada por la tradición maternal que amarraba a la última hija de la familia al cuidado de su madre hasta que esta muriera.
El paso del tiempo ha depurado el producto, que cuenta con un ritmo más fluido, magníficos encuadres y movimientos de cámara, y quizás mejores actuaciones que en la versión cinematográfica, que de todos modos ha envejecido bastante bien (también se puede ver por Max).
En la nueva serie, la fotografía y la reconstrucción de época vuelven a dar realce a la trama encantadora creada por Esquivel, preñada de realismo mágico, cuyos giros cautivan al describir la extraña relación de Tita con las comidas que prepara. Valga recordar la escena cuando adereza una torta con su propia tristeza y desata un torrente de llanto en decenas de comensales, que alcanza para llenar cinco sacos de sal, gracias a las lágrimas que se secaron luego del convite.
Este tipo de proezas no son ajenas a los personajes de la literatura latinoamericana. Cabe rememorar series como Santa Evita, basada en el libro de Tomás Eloy Martínez, a mitad de camino entre la biografía histórica y la fantasía desbordada que invadió la realidad, con el misterioso tránsito del cadáver incombustible de Eva Perón por varios países y hasta en diferentes versiones al mismo tiempo. Sus siete episodios, disponibles en Disney+, rebosan de poesía y de cruda realidad, de recuerdos políticos y de momentos inverosímiles, acentuados por las actuaciones de Natalia Oreiro, Ernesto Alterio y Darío Grandinetti.
Otras historias increíbles de la creación latinoamericana han alcanzado las plataformas, como el reciente estreno de Pedro Páramo, la fabulosa novela de Juan Rulfo, que llegó a Netflix en formato de película, bajo la dirección del laureado autor Rodrigo Prieto. Este fotógrafo ha sido nominado cuatro veces al Óscar, como director de fotografía de éxitos como Secreto en la montaña o, recientemente, Los asesinos de la luna, de Scorsese. Pero ahora se lanza a la dirección, con un título complejo y que explota sus habilidades con la imagen.
Y si de fantasías latinoamericanas se trata, estamos a pocos días del debut de la serie Cien años de soledad, también en Netflix. Todo un reto de producción para recrear en imágenes la prosa barroca de Gabriel García Márquez y escenas difíciles de creer, como las de un gitano que se diluye en vapores de su atanor o una doncella que asciende a los cielos entre sábanas colgadas al sol.