11 de Febrero de 2014
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El estreno de ‘Blue Jasmine’, la última producción del director neoyorkino, marca los 40 años de presentaciones musicales con su banda de ‘jazz’. Toca todos los lunes desde 1973. Por Laura Samper Blanco

Woody Allen detrás del clarinete

Woody Allen ganó sus dos primeros Óscar un lunes de 1978. Durante la transmisión, los televidentes y los invitados al teatro en Los Ángeles se quedaron esperando las palabras del director de Annie Hall que decidió no asistir porque prefirió ir a tocar el clarinete. Esa noche, mientras George Lucas, Steven Spielberg, Fred Zinnemann y Herbert Ross sonreían de forma cortés luego de oír que el nombre ganador no era el suyo, el mejor director de ese año hacía lo mismo que todos los lunes desde 1973: daba un concierto con su banda de jazz. 

La pasión de Allan Stewart Königsberg por el género ha ido creciendo con él. “Es un proceso de familiaridad. Todo el mundo ama la música de su infancia y, por alguna razón, siempre tiene un impacto desproporcionado en las personas. En mi caso, de niño, cuando me despertaba en las mañanas para ir al colegio, prendía el radio y lo que escuchaba era Billie Holiday, Coleman Hawkins o Benny Goodman”, afirma en Wild Man Blues, el documental sobre la gira musical que hizo por Europa en 1996. También cuenta que su plan favorito en la adolescencia era ir al Jazz Record Center de Manhattan, donde descubrió el purismo de los temas de Nueva Orleans y a su ídolo, Sydney Bechet. 

Fue la fascinación por este músico y el temperamento obsesivo que caracteriza al director, lo que lo llevó a aprender a tocar saxo soprano de forma autodidacta a los 14 años; instrumento que cambió por el clarinete cuando logró convencer a Gene ‘Honey Bear’ Sedric, clarinetista del gran Fats Waller, de que le diera clases por dos dólares la hora. Desde entonces, no ha dejado de tocar y no hay un día en el que no practique. “Créanlo, incluso para ser así de malo, debo ensayar todos los días”, dijo hace unos años a una periodista de The Village Music Voice. 

Las personas que lo conocen saben que se toma la música en serio. Incluso, la biografía escrita por Eric Lax en 2001 afirma que una de sus primeras ambiciones fue ser músico profesional. Puede no darle la talla a los grandes, pero lo cierto es que este año se cumplen cuatro décadas de la primera vez que se presentó con The New Orleans Funeral Ragtime Orchestra, en el Michael’s Pub, un bar en Manhattan donde tocó todos los lunes por más de 20 años.

En 1996, Woody Allen dio un paso más allá: dejó a un lado las inseguridades que lo caracterizan y junto a Eddy Davis, con quien ya había tocado a comienzos de los años sesenta, convirtió al grupo en un ensamble especializado en lo más puro del jazz de Nueva Orleans. Woody Allen & The Eddy Davis New Orleans Jazz Band, como se bautizó el proyecto, no solo fue contratada por el café del Hotel Carlyle de Nueva York para ser el show de los lunes en la noche –todavía lo es–, sino que tuvo una exitosa gira por varias ciudades de Europa. En Wild Man Blues se ve el lado musical de Woody Allen que pocos conocen. Un hombre preocupado por la insuficiencia de su talento, pero que una vez deja escapar las primeras notas, se olvida del público y de los verdaderos motivos que lo llevan a verlo.

No es ingenuo a las razones por las que se agotan las boletas del Café Carlyle con meses de antelación. Sabe que la mayoría de la gente que paga 145 dólares para escucharlo quiere tener cerca a la celebridad y no al músico consumado. Parece no importarle. En su forma de tocar se adivina un aire de resignación que se mezcla con la tranquilidad que le da poder exponer a nuevas audiencias a este tipo de jazz primitivo. Humilde y autocrítico a morir, Allen ha afirmado que, como compensación a su falta de talento –que es mayor al que él se atribuye– todos los integrantes de su orquesta son profesionales reconocidos. Eddy Davis, director y bajista, tiene una larga trayectoria que incluye colaboraciones con Benny Goodman y Tom Waits; Conal Fowkes formado en contrabajo en Royal College of Music de Londres ha tocado con Johnny Pacheco y Paquito D´Rivera; el trombonista Jerry Zigmont está en la banda desde 1992 y el trompetista Simon Wettenhall colabora regularmente con Dan Barret, Steve Little y Eddie Gómez. 

Su pasión por el jazz es genuina. Si no la expresa interpretando el clarinete, la usa como telón de fondo de todas sus películas. Grandes clásicos del género han sido adaptados en sus cintas: Wolverine Blues de Jelly Roll Morton se escuchó en Interiors (1973); Charleston de James P. Johnson y Cecil Mack fue usada en Zelig (1983) y Singin’ the Blues de Bix Beiderbecke fue una constante en Bullets Over Broadway (1994), por mencionar solo algunos. Blue Jasmine, su más reciente producción, no es la excepción. En la cinta predominan las piezas de jazz con la palabra ‘blues’ en el nombre. Temas como Back O' Town Blues, Aunt Hagar's Blues, West End Blues y Black Snake Blues están presentes de principio a fin en la banda sonora de la película.

Hay quienes dicen que para conocer la esencia del verdadero Allen es necesario ir a verlo tocar el clarinete, arquear las cejas y perderse en los ritmos simples de ese jazz que lo hace feliz.