Trump contra los maras
Desde su carrera hacia la Casa Blanca, Donald Trump destapó sus cartas frente a la inmigración. “Tenemos –dijo en uno de los debates– algunos bad (hombres malos) aquí y los vamos a sacar”. La lucha contra la migración ilegal se mostró como vital para cumplir con su objetivo: “Hacer a América grande otra vez”. Construir un muro en la frontera con México, aumentar los controles de visado y deportaciones masivas fueron algunas de las promesas con las que el magnate consiguió convertirse en el presidente número 45 de Estados Unidos.
Pasados cuatro meses de su posesión, declaró la guerra a la Mara Salvatrucha 13 (MS-13), una pandilla centroamericana que su administración califica como una amenaza a la seguridad de la nación.
Made in L.A.
La historia de la Mara está plagada de leyenda. La primera de estas es que nació en El Salvador y que luego se fue expandiendo por el norte de Centroamérica hasta instalarse en California. Pero la verdad es que nació en las calles de Los Ángeles. “Huyendo de la guerra civil salvadoreña, llegaron a una Los Ángeles que parecía muy latina pero que era muy hostil –cuenta Carlos Martínez, periodista del diario El Faro, de El Salvador–. La MS-13 fue formada por aquellos niños que viajaron con sus padres y que decidieron defenderse de la agresión de las pandillas de descendientes de mexicanos”.
Uno de ellos fue Álex Sánchez. “Mis padres emigraron a Estados Unidos antes de que estallara la guerra. Cuando la guerra estalló, mi hermano y yo viajamos para reencontrarnos. Mi padre era alcohólico. Vivíamos en Koreatown. Los coreanos eran dueños de todo, pero pocos vivían en la zona, la mayoría de vecinos eran mexicanos. En la escuela pasaba igual, mis compañeros me molestaban por mi acento. Para sobrevivir, la mayoría usábamos palabras mexicanas. Preferí no tener amigos. Un día, cuando tenía 8 años, mi avión de papel cayó a los pies de uno de los acosadores de la escuela, que en vez de devolverme el avión, lo apretujó y me lo lanzó en la cara. Por fin me saqué el coraje. Quería regresar a mi país, odiaba todo en Estados Unidos. Toda esa rabia, ese dolor, salió en puñetazos contra ese niño. Mientras a él le sangraba la nariz y la boca, a mí me escurrían las lágrimas. Aprendí a defenderme. A los 11 años conocí a unos jóvenes que se portaban mal, pero que me aceptaron. Entre ellos había varios salvadoreños y algunos tenían hermanos que eran pandilleros”.
Esos jóvenes hacían parte de la Mara Salvatrucha Stoners, la MSS. “Vestían como roqueros y escuchaban Heavy Metal. Eso me gustó. El crimen no era la base fundamental de la pandilla, en realidad ni nos considerábamos pandilleros. Éramos un grupo de amigos y el objetivo era protegernos. Adentro, conocí los territorios y los enemigos. Comencé a dejar la escuela y a beber alcohol. A los 15 años escapé de casa”.
El reportero de El Faro, integrante de Sala Negra, una unidad del diario especializada en analizar el fenómeno de la violencia en Centroamérica, dice que, en ‘salvadoreño’, Mara Salvatrucha significa grupo de amigos salvadoreños. “Si quieres saber si todos tus amigos están en una fiesta, preguntas: “¿ya llegó toda la mara?”. Algo debió de pasar para que ese grupo de amigos roqueros se convirtiera en la MS-13, esa horda de delincuentes cuyo más reciente golpe, según las autoridades, fue asesinar en septiembre del año pasado a punta de batazos a dos estudiantes de 15 y 16 años en Long Island; y así dieron pie para que Trump los equiparara, en su discurso de los cien días, con Al Qaeda.
El código de la prisión
“Al escapar de casa, me junté con otros cinco que habían hecho lo mismo. Vivíamos en la calle, en casas o apartamentos abandonados, en los sótanos de los edificios. Comenzamos a robar para sobrevivir. La Policía empezó a criminalizarnos y a darnos el estatus de pandilleros. Fuimos capturados y enviados a centros de detención juveniles, en donde nos cortaron el pelo, nos quitaron las chamarras de roqueros, nos uniformaron y nos juntaron con otros que también eran considerados pandilleros. Esos lugares no son centros de rehabilitación. Por eso, al salir éramos diferentes. Nuestra actitud era la de un pandillero real. Más violenta. Así fue como, tras caer presos, el grupo se transformó en pandilla. El nombre perdió una letra y se convirtió en la MS-13. Los otros grupos vivieron el mismo proceso y comenzaron los enfrentamientos”, narra Álex.
Carlos Martínez, el reportero de El Faro, dice que este tipo de grupos tiene una compleja organización y arraigo en el territorio carcelario, y que todo el sistema pandillero del sur de California es gobernado por la madre de las pandillas sureñas: la Mafia Mexicana. “De manera que si tú eres miembro de la Mara Salvatrucha y entras en la cárcel, tus signos pandilleros desaparecen y te conviertes en un sureño, en contraposición de las pandillas de afrodescendientes, asiáticos y arios. Cada pandilla en Los Ángeles rinde tributo a la Mafia Mexicana y se entiende enemiga de las pandillas del norte de California, que rinden tributo a otra enorme organización delictiva carcelaria: Nuestra Familia”. De ahí, según Martínez, que ese grupo de amigos del que habla Álex perdiera su inocencia original e ingresara al sistema formal de estructuras delictivas con todo lo que eso implica: el control territorial, la venta de drogas, las peleas a tiros por las esquinas. “Asumieron el apellido 13. La decimotercera letra del alfabeto es la M, es decir sometidos a la Mafia Mexicana”.
En los inicios no utilizaban armas de fuego, solo cuchillos y navajas. “Los salvadoreños usábamos machete –prosigue Álex–. Culturalmente ese era el arma que conocíamos. La gente nos comenzó a conocer como la gente con machete. Esa fue una de las cosas que elevó la reputación de la pandilla. Al comienzo había unas seis ‘clicas’ (células). Cada ‘clica’ tenía unos 30 o 50 muchachos. Para 1993, en Los Ángeles ya había 15 ‘clicas’, éramos unos 1.500 jóvenes”.
Según el FBI, citado por CNN, la MS-13 cuenta hoy con más de 6.000 miembros, en al menos 46 estados. El fiscal general, Jeff Sessions, afirma que son 10.000 en todo el país.
¡Expulsados!
Para atacar la violencia entre pandillas, como la MS-13 y Barrio18, en la década de los noventa los gobiernos de George Bush y Bill Clinton deportaron a más de 960.000 personas. En esa época –cuenta Martínez– en El Salvador ya había algunas expresiones delictivas, pero poco organizadas. Este panorama cambió con la llegada de los pandilleros deportados, entre ellos Álex. “Fue lo peor que me pudo pasar. En El Salvador no sabía con quién andar. Pensé que por hablar inglés, podía trabajar en turismo. Pero no había oportunidades. Nosotros no llegamos con una estrategia para iniciar las pandillas allá, pero la misma publicidad de nuestra llegada hizo que muchos de estos jóvenes se sintieran atraídos y fundaran sus propias ‘clicas’ ”.
Los deportados de la época regresaron a un país que recién salía de una guerra civil, que tenía un tejido social roto, en donde sobraban las armas y no había instituciones sensibles ante las deportaciones. “Era un campo muy fértil para la prosperidad de este tipo de organizaciones criminales. De hecho, se hicieron virales”, continúa Martínez.
Cifras elocuentes
El Salvador permanece en la lista de los países más violentos del mundo. Según InSight Crime, que estudia el crimen organizado en Latinoamérica, en 2016 se registraron 5.278 asesinatos, una tasa de homicidios de 81,2 por cada 100.000 habitantes. Los organismos oficiales estiman que entre MS-13 y Barrio 18 hay 60.000 pandilleros en el país, mientras que en Honduras y Guatemala alcanzan un total de 47.000.
En octubre de 2012, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos incluyó en su lista de organizaciones criminales transnacionales a la MS-13, acusándola de actividades delictivas transfronterizas. Sin embargo, tanto Sánchez como Martínez dicen que la pandilla no cuenta ni con el poder ni con el dinero que les permita equipararse a la Yakuza, los Zetas o Al Qaeda. “La Mara no es una organización millonaria, ni un cartel de la droga. Opera como una organización independiente en cada país, así lleven el mismo nombre”.
Según el periodista, MS-13 y Barrio 18 habitan en un universo de casi 700 pandillas latinas en el sur de California, sin contar las de afroamericanos, asiáticos y supremacistas blancos. Y, en su origen, no son ni las más grandes, ni las que tienen mayor cantidad de territorio. “La MS-13 surgió como una pandilla extremadamente violenta, pero no termina de ser el monstruo que es hasta que prosperó en Centroamérica”.
El culpable de Obama
El abril de este año, Trump escribió en su cuenta de Twitter que las débiles políticas de inmigración ilegal de Barack Obama permitieron que se formara la MS-13 en todo el país. Pero los números lo contradicen. Según la cadena Univisión, solo entre los años fiscales 2009 y 2015 fueron deportadas 2’571.860 personas.
Las deportaciones que iniciaron en la década de los noventa no han surtido su efecto sobre las pandillas. Por el contrario –sospecha Carlos Martínez–, hicieron de éstas verdaderas estructuras criminales con un efecto devastador para Centroamérica y de bumerán hacia Estados Unidos. “Con el paso del tiempo, estas organizaciones se independizaron culturalmente de las calles de Los Ángeles y del control de la Mafia Mexicana. Crearon sus propias células. De hecho, toda la costa este de Estados Unidos está colonizada por la MS-13 de Centroamérica, no por la de Los Ángeles”, reconoce el periodista.
Después de la tempestad, la calma
En 1994 apareció en El Salvador un escuadrón de la muerte de corte paramilitar, para erradicar a las pandillas. Álex no tuvo más remedio que regresar a Los Ángeles. Y se retiró. “La verdad es que uno no se sale de la Mara, uno se calma. A mis 45 años, me siento culpable porque muchos de los muchachos que yo metí a la pandilla están muertos o presos. Ese amor que les tengo a mis amigos es genuino. Por eso no los voy a abandonar”. En 1998 fundó la organización Homies Unidos, para ayudar a quienes son deportados a reintegrarse en El Salvador, y a quienes llegan a Estados Unidos a suavizarles el choque cultural.
Mientras tanto, la ofensiva de Trump ha detenido a 429 supuestos integrantes de la MS-13 y deportado a 2.798 sospechosos de ser pandilleros. Pero para Álex, esto no es más que números. Las pandillas no morirán por decreto.
*Publicado en la edición impresa de octubre de 2017.