21 de noviembre del 2024
Foto/AFP
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24 de Febrero de 2016
Por:
Por David A. Pineda Salazar*

Uno de los mayores obstáculos que tendrá el posconflicto será la salud mental de los reinsertados. ¿Qué tan preparados emocionalmente estarán los exguerrilleros una vez dejen las armas? 

¿Qué pasa con la salud mental de los excombatientes?

Al cerrarse la puerta, José Arcadio Segundo tuvo la certidumbre de que su guerra había terminado: Gabriel García Márquez

Esta guerra empezó en Colombia, luego de 3 años de aparente pacificación, después de establecida la Junta Militar y creado el acuerdo bipartidista del Frente Nacional. Fue al parecer el 11 de enero de 1960, con la muerte violenta del comandante comunista Jacobo Prías Alape. Extraoficialmente se documenta que los sublevados, un poco más de medio centenar de ‘bandoleros’ liberales radicales y comunistas, se enclavaron en zonas agrestes y brumosas de la cordillera Central, entre los departamentos de Cundinamarca y Tolima.

El bien intencionado y achispado presidente Guillermo León Valencia lideró, con los comandantes de la FF.AA. de la época, una ofensiva de 3 años consecutivos de bombardeos y avanzadas de infantería con más de 2.000 soldados, mientras cazaba patos en los bosques de su Cauca natal. Para finales de 1964 se declaró oficialmente una aplastante victoria militar y la primera muerte en combate del famoso comandante ‘Tirofijo’, difundida de manera profusa a través de la prensa oficial. Recuerdo que durante la Navidad y Año Nuevo hubo copiosa celebración en nuestra casa del barrio Olaya Herrera de Barranquilla, pues según mi padre, conservador laureanista, o triunfaba el general Ruiz Novoa, o se nos metía el comunismo, con Fidel Castro a la cabeza. Todos los comerciantes de la zona de Barranquillita –hijos y nietos exitosos de desplazados de las sucesivas olas de violencia del sur de Bolívar en Colombia, durante las tres primeras décadas del siglo XX, de las guerras de Europa y del Oriente Medio–, aplaudieron la supuesta muerte de ‘Tirofijo’ y la extirpación por bombardeo del cáncer comunista con dosis desbordadas de whisky Black & White de contrabando. Ni qué decir de aquellos carnavales de 1965, presididos por la hermosa Lucy Abuchaibe, a quien Pedro “Ramayá” Beltrán, el ‘millero’ del carnaval, le compuso una gaita. Sin embargo, el país se sorprendió en mayo de 1966 con el ataque a una patrulla militar por parte de un ejército comunista, autodenominado Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), comandado por el ‘resucitado’ ‘Tirofijo’.

Después de 55 años de lucha infructuosa, de gastos militares incalculables –solo durante los 8 años de la seguridad democrática se invirtieron 12.000 billones de pesos en la modernización de las Fuerzas Armadas, sin contar los recursos aportados desde 1999 por el Plan Colombia–, aparece el deterioro progresivo del conflicto, que condujo a actos inmorales de lado y lado, que involucraron a la población civil: paramilitarismo, milicias encubiertas, secuestros, masacres, desapariciones, falsos positivos, odio y rencor crecientes, y el ‘incendio’ incontrolable de las venganzas. A finales de 2003 empezó un primer plan para detener la guerra, para aplacar la locura que había convertido a la violencia en la primera causa de mortalidad en personas menores de 40 años, en las dos últimas décadas del siglo XX. Esta iniciativa razonable, liderada por un médico psiquiatra, de aspecto bonachón y discurso ingenuo, incluyó a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), que desmovilizaron alrededor de 30.000 paramilitares entre 2004 y 2008.

Ahora, después de 3 años de tensas conversaciones, por fin se avizora para este año 2016 un irreversible final al conflicto actual, que incluye a los 10.000 guerrilleros sobrevivientes de las Farc. Se aproxima el pacto definitivo para terminar esta guerra, al que se ha dado por llamar de manera equívoca y rimbombante: el acuerdo de paz. Esta guerra que nadie ha ganado, en la que todos hemos salido, de una u otra manera, derrotados, se está extinguiendo. Este final hace ver a todos los gestores y paladines de esta lucha inútil, a los promotores de bando y bando, apoltronados en los sillones de los clubes sociales, como pensó José Arcadio Segundo de su tío el coronel Aureliano Buendía, como unos estrategas farsantes o unos imbéciles irresponsables.

En los zapatos del otro

Uno de los elementos cruciales en la reconciliación, una vez se le ponga fin al conflicto, es la capacidad que tengamos todos los miembros de la sociedad colombiana para desplegar una de las funciones emocionales que construye la cohesión social con solidez: la empatía. Esta compleja función mental, que tiene componentes cognitivos (racionales) y componentes emocionales (irracionales), conjuga la capacidad de ponerse en los zapatos del otro, desde el punto de vista puramente cognitivo, por un lado; y la capacidad de sentir lo que el otro siente, desde la perspectiva emocional, por el otro. Sobre todo, cuando el otro es un desconocido o, incluso, cuando ha sido durante mucho tiempo un contrincante. Esto incluye, como primer paso indispensable, desmontar el constructo mental del enemigo, para sustituirlo por el concepto emocionalmente tranquilo y sin rencores del contradictor.

La venganza, entendida como la emoción compleja que mezcla la ira, el odio y el rencor con el deseo violento e irrefrenable de hacer un daño simétrico al otro, quien supuestamente causó un dolor injusto e inaceptable, es el sentimiento que con más frecuencia enturbia y embota la empatía, la paraliza, la congela. Esta pasión, cuya irracionalidad fue magistralmente descrita por Manuel Mejía Vallejo en el cuento clásico del mismo nombre, el cual narra el círculo pernicioso del joven gallero dueño de Aguilán, quien busca a su padre gallero para matarlo por haber abandonado a su madre, dejándola embarazada y a cargo de su mejor gallo como prueba de que volvería. El deseo de dañar al otro, de cobrar una deuda de honor: la espera desconsolada y la tristeza perpetua de la madre, el abandono. Buscar de forma obsesiva por 14 años, para recaudar sin atenuantes, sin pensar en las canas y en la cojera del otro, sin razonar sobre sus circunstancias, solo el filo del cuchillo en la carne y la muerte del otro, anestesiando el menor atisbo de piedad.

El otro sedante social de la empatía es el ideológico-militar, el cual consiste en identificar al contradictor, al diferente, al oponente político o religioso, como un enemigo. Entonces se despoja de todo derecho a ser considerado, respetado o compadecido. Primero se hace a través de una cadena de argumentos, muchas veces falsos, los cuales colocan al contrario como un peligro mortal, con el cual no es posible conciliar, a quien no se le puede otorgar la menor oportunidad, negándole de forma taxativa el derecho fundamental a la vida, para lo cual se le despoja mentalmente de cualquier entorno social o familiar, violando todos los principios de realidad. El siguiente paso es el entrenamiento militar, que construye la doctrina de la lucha armada violenta, para garantizar la eliminación eficaz de todos los enemigos internos y externos, sin la menor consideración, sin la menor piedad: se trata de ellos (los malos) o nosotros (los buenos). Es la lógica doctrinaria de cualquier conflicto, de todas las guerras, a lo largo de la Historia humana, de la barbarie del ser humano, exaltada en himnos, banderas, escudos y toda una parafernalia de simbologías, el culto al héroe militar. La fantasía de la muy relativa inmortalidad histórica adornada de galones y medallas. En las guerras religiosas la inmortalidad histórica se sustituye por la fantasiosa vida eterna en el paraíso.

La empatía ha sido estudiada en sus cuatro dimensiones de propensión estructural de la personalidad, dos de estas de tipo cognitivo: la toma de perspectiva y la fantasía empática. La toma de perspectiva es la capacidad de evaluar de manera reflexiva e inteligente lo que piensa el otro cuando se encuentra en una situación emocionalmente difícil. La fantasía empática permite entender los sentimientos de los personajes de novelas, cuentos y películas, comprender al joven dueño de Aguilán, al padre cojo y viejo, a la madre abandonada y a la hija del cojo, deslumbrada y enamorada de su desconocido medio hermano, que la abandona a su vez, dejándole a Aguilán con la promesa de que un día volvería. Las otras dos dimensiones son completamente emocionales: la preocupación empática y el estrés personal por empatía. La preocupación empática nos permite a los seres humanos vivir en sociedad, anticipando el dolor y el sufrimiento del otro en situaciones difíciles, desplegando, en consecuencia, conductas que intentan evitarlo. El estrés personal por empatía se define como los sentimientos compartidos: la compasión, la condolencia, el dolor que se siente por el dolor del otro. Estas dos dimensiones son las que permiten la consideración en relación con el dolor actual o futuro que se pueda infligir a los conocidos, a los amigos, a los familiares, y la solidaridad por el dolor que puedan sufrir los desconocidos, los extraños.

El caso de las autodefensas

Cuando se desmovilizaron de forma colectiva los combatientes de las AUC, muchos de los cuales participaron en actos horrendos de barbarie, logramos, con apoyo de Colciencias, estudiar a 594 de ellos en Medellín. A diferencia de lo que piensa la opinión en general, nos topamos con unos seres temerosos y vulnerables, la mayoría de ellos (61 %) con una personalidad y unos niveles de empatía similares a las de cualquier campesino apacible y laborioso. La razón de la militancia elegida por el 54 % de este grupo de combatientes: “era la única oportunidad laboral real disponible en la zona”. Los otros fueron reclutados bajo presión, con miedo, bajo amenaza. Un 20 % de combatientes, cuyo perfil de empatía era superior al esperado para la población de referencia, entraron a los grupos paramilitares por convicción ideológica, por simpatía o por venganza contra la guerrilla. Es decir, eran sujetos altamente empáticos con sus iguales, pero no con el enemigo. Solo una minoría (19 %) tenía alteraciones serias en la empatía emocional. Este grupo entró al combate como una forma de obtener experiencias novedosas, placenteras y excitantes a través del saboteo, el vandalismo y el daño físico a los demás. Este reducto reunía criterios para el diagnóstico de trastorno de personalidad antisocial, y sus miembros no se encontraban muy convencidos de los beneficios que estaban obteniendo al desmovilizarse.

El costo emocional de más del 70 % de los excombatientes de las AUC se traducía en un número elevado de trastornos mentales, que incluyeron al estrés postraumático como el más frecuente, seguido por la depresión, los trastornos del sueño y el abuso y dependencia de alcohol y de sustancias. Estas perturbaciones mentales, más que las heridas y las secuelas físicas, actuaban como los factores que más interferencia causaron en la reintegración exitosa de estos actores del conflicto.

También pudimos analizar a un grupo de 240 guerrilleros. La mayoría eran desmovilizados individuales de las Farc. Aunque a priori suponíamos que, por tratarse de desertores, la proporción más alta debería ser de reclutados bajo presión. Sin embargo, los análisis de modelamiento realizado a este grupo no demostraron diferencias con los desmovilizados colectivos de las AUC. La única diferencia fue observar una proporción ligeramente superior de mujeres (14 % vs. 11 %), que no fue estadísticamente relevante. Los conglomerados de la empatía, derivados con modelos de estadísticas bayesianas (probabilidades de ser similares a modelos reales), se ajustaron de manera casi idéntica a los derivados de las AUC. El 62 % tenía una empatía igual a la de cualquier persona no involucrada en la lucha armada. Solo el 18 % tenía alteraciones serías de la empatía emocional y presentaban criterios para diagnóstico de trastorno de personalidad antisocial. El 73 % de estos guerrilleros desmovilizados tenían problemas psiquiátricos, especialmente estrés postraumático, depresión, ansiedad general y crisis de pánico. Muchos de ellos también presentaban adicción al alcohol y otras sustancias. La mayor proporción de trastornos de ansiedad en este grupo se explicaba por la sensación de pobre seguridad personal derivada de su estado de desertores. Por esa razón, muchos deseaban gestionar refugio en otro país.

Ahora que se aproxima la desmovilización colectiva y masiva de los guerrilleros de las Farc, entender este tipo de variables, más allá de los aspectos puramente políticos y económicos, hará posible la realidad de la consecución de una paz duradera después de finalizado el conflicto.

* Médico cirujano de la Universidad de Cartagena; neurólogo de la Universidad de Antioquia. Coordinador del Grupo de Investigaciones Neuropsicología y Conducta en esta misma universidad.