Obama, ¿lo extrañarán?
La presidencia de Barack Obama ha sido histórica. Por un lado, fue el primer presidente negro en un país que aún cuenta con sistemas educativo y judicial que perpetúan la discriminación racial. Por el otro, tuvo que afrontar la peor crisis económica que ha sufrido el sistema financiero global desde 1930. Tal crisis dejó a más de siete millones de personas sin trabajo en suelo estadounidense, según reconoció el propio Obama en su primer discurso del Estado de la Unión a comienzos del 2009.
La plataforma de unión, esperanza y cambio del candidato demócrata generó entusiasmo entre los jóvenes, apoyo decisivo para su victoria presidencial en 2008, e incluso para su reelección en el 2012, según el análisis del Centro para la Investigación y la Información sobre el Aprendizaje y Compromiso Cívicos de la Universidad de Tufts[1]. La figura fresca y atlética de un gran orador y constitucionalista contrastaba con la del entonces presidente republicano G.W. Bush, desgastada luego de haber invadido Iraq sin razones ni planes claros, y de haber sido reelegido por el Colegio Electoral sin el apoyo popular. El entusiasmo por Obama obedecía, además de su carisma, a la ambiciosa agenda que prometía tanto en el ámbito interno como en el externo, con la renovación del sueño americano y la restauración del liderazgo estadounidense en el mundo.
En el último discurso del Estado de la Unión, a comienzos del presente año, el presidente de Estados Unidos recordó los logros de su administración, entre los que destaca: la recuperación del sistema financiero, la creación de 14 millones de nuevos empleos, los 18 millones de personas afiliadas al sistema de salud Medcare, la aprobación del matrimonio entre parejas del mismo sexo a nivel federal, la dada de baja a Osama Bin Laden, la deposición de Gadafi en Libia, la restauración de las relaciones diplomáticas con Cuba, el tratado nuclear con Irán y la convergencia global contra el cambio climático. Sin embargo, la cuota de amargura la ponen las promesas incumplidas y los nuevos problemas emergentes, a saber: los jóvenes siguen endeudándose por el resto de sus vidas para recibir educación superior; la tasa de mortalidad por homicidios con armas equivale a 27 personas tiroteadas todos los días del año, según afirma The New York Times; las tropas que salieron de Iraq dejaron un vacío de poder que permitió el fortalecimiento del extremismo violento y su expansión por el mundo en el nombre del Estado Islámico, y la cárcel de Guantánamo, que prometió cerrar, sigue abierta, para mencionar algunos de los sinsabores.
La esperanza de un cambio sustancial pronto se tornó en desilusión cuando el mundo se percató que el hombre más poderoso del planeta gobernaba en un régimen político de pesos y contrapesos, con minorías adineradas e influyentes en las decisiones públicas. Piénsese, por ejemplo, en que además de la oposición en el Congreso, Obama tiene que bandear la presión de los grupos de interés como la Asociación Nacional del Rifle a la hora de regular la segunda enmienda, que da el derecho a los civiles de mantener y portar armas; o en la creciente influencia de las grandes empresas en la política, luego de que la Corte sentenciara a favor de Ciudadanos Unidos, para declarar a las corporaciones personas naturales con derecho de expresión y posibilidad de invertir cantidades ilimitadas de dinero en campañas electorales.
El objetivo inicial de cooperación política y cohesión social en torno a problemas comunes para adelantar una ambiciosa agenda progresista duró apenas dos años. La primera muestra clara del fracaso político fueron las legislativas de noviembre del 2010, cuando los demócratas perdieron puestos electorales, dejando una Casa de Representantes republicana y opositora; lo que hizo más difícil la viabilidad de los cambios y, sin duda, afectó la gobernabilidad de Obama. En cuanto al fracaso social, los signos fueron más tardíos, pero contundentes: el surgimiento del movimiento Black Lives Matter (la vida de los negros importa) en el 2013 –luego del asesinato de Trayvon Martin, un joven afroamericano a manos de un policía– evidenció el malestar en las bases políticas de Obama; la comunidad negra sintió que su presidente le dio la espalda al respaldar el sistema policial.
Paradójicamente, Barack Obama deja al país más dividido de lo que lo encontró. Las presidenciales de este año han mostrados niveles de polarización entre los partidos que van más allá de los desacuerdos tradicionales por el aborto, la segunda enmienda o los impuestos, y trascienden a los temas que solían unir a los partidos: el capitalismo y la seguridad. La sociedad está cada vez más distanciada, crece la xenofobia contra los latinos y musulmanes en un país de inmigrantes, incitada por el polémico candidato republicano Donald Trump; el sistema económico, espina dorsal de Estados Unidos, se está desacreditando; y hasta el sistema político ha levantado sospechas de ser corrupto por permitir la candidatura de Hillary Clinton a pesar del escándalo del mal manejo de los correos electrónicos institucionales.
En el exterior, el liderazgo militar de Estados Unidos se ha visto confrontado varias veces por Rusia, y el liderazgo económico no se ha podido recuperar frente a China. Si bien los roces militares con Rusia han generado mayor unión en el bloque occidental, lo cierto es que la pretendida adhesión de Crimea por parte de Rusia y la violación del espacio aéreo norteamericano han sido provocaciones explícitas que tienen sabor a Guerra Fría. En cuanto a la economía, a pesar de deberle menos dinero a China y haber logrado el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, todavía está por verse si en efecto Estados Unidos logra reducir la ventaja económica que China le lleva.
A pesar de los agridulces internos y externos, lo cierto es que Obama ha sido un presidente muy querido en su país, sobre todo entre los jóvenes, por su carisma. Su estilo de comunicación, elegante pero ligero, y las constantes referencias cómicas en los discursos, han estado presentes desde el inicio; incluso se le ha visto bailando y rapeando en eventos televisivos desde el comienzo de las presidenciales de este año. Estos hechos le quitan gravedad a la figura presidencial y la ponen al nivel de la gente del común, algo que los norteamericanos valoran inmensamente. Tal vez ese carisma le permita salir bien librado.
* Politóloga de la Universidad de Antioquia. Magíster en Ciencia Política de la Universidad Estatal de San Diego en California (SDSU).
*Publicado en la edición impresa de noviembre de 2016