No tener hijos: ¿La marca de una generación desesperanzada?
No buscan convencer a la gente para que no se reproduzca. Tampoco critican a quienes son madres y padres, ya sea porque así lo hayan elegido o porque hayan permitido el curso de un embarazo accidental. La cosa no es por ese lado; más bien, las voceras de la vida ‘libre de hijos’, o childfree —es decir, la de quienes eligen no reproducirse—, insisten en tres mensajes fundamentales, entre todo lo heterogéneo que puede ser su discurso.
Primero, en que dicha decisión pertenece estrictamente a su esfera personal, por lo cual el juicio de su entorno al respecto, que es frecuente y sobre todo contra las mujeres, resulta innecesario, estigmatizador y agresivo. Segundo, en que no ser madre o padre está lejos de privar a un ser humano de plenitud y de felicidad. Por el contrario, ellas mismas demuestran cómo esa vida presenta ventajas prácticas que se esfumarían con la presencia de un niño. Y tercero, que si se tratara de argumentar, en realidad sí existen razones de peso para que alguien evite tener bebés: bien sea por una simple incompatibilidad con un proyecto de vida o por preocupaciones en cuanto a lo público, en particular relacionadas con el camino demográfico, económico y ecosistémico que transita la humanidad.
En criterio de estas voceras, que son en su mayoría mujeres —@tiffany.jmarie, @childfreebff y @childfreemillennial en el Instagram anglosajón, por ejemplo—, lo anterior compone un marco racional y emocional tan sólido como el que cobija a quien busca un embarazo o una adopción. La alternativa sin hijos, insisten, se debe normalizar en el ojo público.
La educación de la mujer y su acceso al mercado laboral son fundamentales. Además, hay un descenso de la fecundidad en el mundo poscovid. Durante la pandemia estábamos en una situación de guerra contra el virus, y vienen muchas cosas después de las guerras". Ángela Vega, exdirectora de Censos y Demografía del Dane.
Una aproximación a los números
Si en los últimos dos años se ha duplicado el uso del numeral #childfree en varias redes sociales, de acuerdo con medidores de tendencias, es porque dichas plataformas están percibiendo lo que ya estudiaban los demógrafos desde hace rato: cada vez más parejas y personas en edad reproductiva descartan tener “retoños”.
En un estudio hecho en 2018 por el Pew Research Center en Estados Unidos, por ejemplo, alrededor de 37 % de las personas entre los 18 y 40 años que no eran padres, tampoco creían que fueran a serlo. Cuando repitieron el sondeo en 2021, dicha cifra ascendía ya al 44 %. En ese país se comenta con frecuencia otra cifra proyectada por la firma Morgan Stanley: en 2030, 45 % de las mujeres en edad laboral probablemente serán solteras, con un consecuente impacto demográfico. Y un poco más al norte, Statistics Canada —algo así como el Dane canadiense— anotó este 2023 que más de un tercio de aquellos ciudadanos que no son padres en ese país, y que tienen entre 15 y 49 años, no desean emprender el camino de la maternidad y la paternidad.
Eso ocurre en algunos rincones del mundo industrializado. Pero en Colombia, la realidad no es distinta, si bien nuestra diversidad en regiones y capas socioeconómicas conlleva aproximaciones diferentes. El año 2022 fue, entre los últimos cinco, el de mayor descenso en la tasa bruta de natalidad: dice el Dane que se percibió una reducción anual de ese indicador en -7,7 %, en cabeceras municipales, y -8,5 %, en centros poblados y rural disperso. Además, en una década hemos reducido más o menos en 100 mil el número de nacimientos anuales, y mucho más si nos alejamos de la línea de tiempo para mirar lo ocurrido en 1990: en ese año, el promedio era de 3,08 hijos por mujer en el país; hoy, ese número está por debajo de 2. Y como si fuera poco, en el primer trimestre de 2023 se evidenció otra caída pronunciada en la tasa nacional de natalidad.
La decisión de no tener hijos tiene que ser más fuerte en estratos altos. (...) En esa franja poblacional es inconcebible para las mujeres terminar el colegio y no hacer un pregrado e incluso uno o dos posgrados, y quizá un viaje académico". Eduardo Cárdenas, director del centro de investigación Etnológica.
“En el censo de 2018, la proporción de mujeres en edad fértil que no tenía hijos casi que se duplicó en comparación con el de 2005”, dijo a REVISTA CREDENCIAL la profesora Ángela Vega, quien fue directora de Censos y Demografía en el Dane y actualmente estudia estos fenómenos en el Instituto de Salud Pública de la Pontificia Universidad Javeriana.
Ella ubica la ola childfree contemporánea en una gran línea de tiempo relacionada con la reducción de nacimientos a lo largo y ancho del planeta, un fenómeno parcialmente enraizado —dice Vega— en viejas políticas transnacionales de control de la natalidad. Estas últimas, sostiene, fueron desarrolladas con especial ímpetu a lo largo del siglo XX, y en algunos episodios bajo principios racistas o discriminatorios en contra de poblaciones étnicas o religiosas. Sin embargo, Vega también reconoce que, hoy, dicha tendencia se acentúa por factores relativamente recientes o incluso muy coyunturales. “La educación de la mujer y su acceso al mercado laboral son fundamentales”, asegura y añade: “Pero, además, hay un descenso de la fecundidad en el mundo poscovid. Durante la pandemia estábamos en una situación de guerra contra el virus, y vienen muchas cosas después de las guerras: crisis económica, escasez de trabajo… Así, la población decide no asumir nuevas obligaciones que no sabe si va a poder atender, entre ellas los hijos”.
Ilustración: Shutterstock.
¿Pesimismo generalizado?
Con la demógrafa Vega coinciden otros dos académicos: Marco Peres, director del Observatorio de Sociedad, Gobierno y Tecnologías de Información de la Universidad Externado, y Eduardo Cárdenas, profesor de Etnografía en la Universidad Pontificia Boliviariana de Medellín y director del centro de investigación Etnológica.
“En el mundo globalizado e interdependiente, los problemas son muy visibles y la tecnología los amplifica”, sostiene Peres, quien señala en el cambio climático una de las mayores semillas de desconfianza en el futuro, pero no exclusivamente. “Las virtudes y las carencias, pero sobre todo las limitaciones, se han hecho mucho más notorias y eso genera desesperanza. Estamos llegando al momento de la historia humana con mayor información disponible, y vernos como no viables aumenta el pesimismo y reduce nuestra autoestima como especie: no nos queremos”. Y luego asevera: “Le hemos trasladado un modelo social y mental individualista a las siguientes generaciones. La mía, por ejemplo, persiguió acumular riqueza; ahora, las personas buscan acumular experiencias”. El profesor concluye con una de las justificaciones económicas del mencionado pesimismo en torno a comenzar una familia: “Quizá en otros lugares del planeta se manifieste diferente, pero es que, además, en nuestra región los jóvenes van a perder capacidad de compra. Van a tener menos ingresos con las mismas necesidades, así que posiblemente no van a poder comprar vivienda ni vehículo, entre otras cosas”.
Desde Medellín, Cárdenas insiste en lo dicho por la profesora Vega en torno a la inserción de la mujer en el mercado laboral, con diferenciaciones según los ingresos de cada hogar. “Los estudios sobre techos de cristal (es decir, esa barrera, en un principio invisible, con la que ellas se encuentran en su vida profesional y en cargos de alta dirección) muestran que el camino de hombres y mujeres va relativamente equilibrado hasta el momento de la maternidad. Ahí empieza una brecha grande, por ejemplo, en lo salarial. Cuando el hombre dice en su entorno laboral que será padre, lo felicitan, y eso, de hecho, lo proyecta profesionalmente porque se asume que necesitará devengar más. En cambio, a la mujer le bajan la carga y le reducen esa oportunidad de crecer con el pretexto de que tiene esa otra responsabilidad. Es la cultura patriarcal. Eso y otras cosas hacen que la mujer cancele o posponga la maternidad, y cuando esta se pospone, muchas veces termina siendo childfree de todas formas”.
En el mundo globalizado e interdependiente, los problemas son muy visibles y la tecnología los amplifica (...). Vernos como no viables aumenta el pesimismo y reduce nuestra autoestima como especie: no nos queremos". Marco Peres, director del Observatorio de Sociedad, Gobierno y Tecnologías de Información de la Universidad Externado.
Cárdenas suma una capa de lectura que para Colombia resulta clave: “Me atrevería a asegurar que la decisión de no tener hijos tiene que ser más fuerte en estratos altos. Volvemos al tema de las expectativas de realización personal y profesional: en esa franja poblacional, es inconcebible para las mujeres terminar el colegio y no hacer un pregrado e incluso uno o dos posgrados, y quizá algún viaje académico. Entre una cosa y otra tienes 33 años, y si en ese momento acabas de regresar al país y no tienes pareja, puede que quieras hijos, pero no los vas a tener con el primero que se atravesó o en una relación que no está consolidada: juntar todas las variables es difícil”.
La profesora Vega añade: “Entre más ingresos tengas, más caros son tus hijos”. Y hace algunas distinciones regionales: “En algunas ciudades como Bogotá, o en los departamentos de Caldas, Risaralda y Quindío, hay un proceso de tasas de fecundidad mucho más bajas (…). En este momento, en el país tenemos una tasa de reposición más o menos del 1,6 o 1,7. En algunas regiones, sin embargo, bordea el 2, pero en ciudades como Bogotá, a duras penas, pasa el 1”. Y tras aclarar que esta reducción en la natalidad no es un problema aún a nivel de la gran demografía en el país, pues tenemos grandes reservas de población joven, añade: “Cuando la fecundidad desciende, desciende: no la para nadie”.
La generación que combate el estigma
Los estereotipos con los que se les relaciona, tipo Cruella de Vil, la bruja de Blancanieves y la “loca de los gatos”, es solo la punta del iceberg. Las mujeres vocales en su elección reportan ser objeto de críticas o comentarios como: “No sabrás nunca lo que es el amor verdadero”, “tendrás una vejez sola y miserable”, “te vas a arrepentir” y una de las peores: “El propósito de una mujer es hacer familia”. Todos, mitos rebatidos una y otra vez por quienes hacen parte de las estadísticas childfree. Respectivamente, responden que hay muchos tipos de amor; que ellas sabrán tejer mejor una comunidad para una vejez que no dependa de la atención o la compañía de hijos adultos, muchas veces ausentes; que cada vez se sienten más lejos de arrepentirse y que no podemos fomentar la idea patriarcal, primitiva y misógina de que la existencia de las mujeres se reduce a su función reproductiva.
“Una vez me dijeron algo súper abusivo: que es que quizá yo tenía un trauma de infancia. ¿Qué le da derecho a esa persona a decir algo así? Al contrario: tuve una niñez muy feliz y mis papás fueron y son los mejores para mí”, le dijo la presentadora barranquillera Linda Palma a REVISTA CREDENCIAL. Ella, junto con Margarita Rosa de Francisco, Alejandra Azcárate y Roberto Cano, hacen parte de un grupo creciente de personalidades públicas que han verbalizado su intención de no reproducirse.
La presentadora Linda Palma atesora la libertad que le confiere no tener hijos. Si los tuviera, dice, querría dedicarles el tiempo que sus padres le dedicaron a ella, algo que considera imposible en este momento. Foto: @Byleoph, Cortesía Linda Palma.
Dicha intención no está escrita en piedra para Linda, pues conserva su pleno derecho a cambiar de parecer, pero por ahora la presentadora está firme en su decisión. “Amo mi libertad —explica—. Me encanta tener mi tiempo y todas la oportunidades de hacer lo que quiera, cuando quiera. Además, el tiempo que necesitaría es incongruente con mi trabajo y con el de mi pareja. Uno no tiene un hijo para que otra persona se encargue de él. Si tuviera uno, sería para criarlo con los valores que yo recibí y el tiempo que me dedicó mi mamá a mí: ella estaba todo el tiempo en casa para nosotros, así como mi papá también estaba presente”, dice, y añade: “Por otro lado, hay una superpoblación y unas desigualdades terribles en el mundo. Si bien yo podría tenerlo con todas las comodidades, me partiría el corazón saber que hay otros muchos que no”.
Y termina con lo siguiente: “La gente se ofende y dice ‘¿por qué eres tan egoísta?’ ¡Pero es que es mi cuerpo! ¡Es mi vida! Que cada quien se preocupe por ser un mejor ser humano y con cumplir su propia misión en la vida, en vez de andar fijándose y opinando sobre los otros, independientemente de que sean figuras públicas”.
No soy una admiradora fiel de la raza humana, no creo que seamos la última maravilla, y quizás por esa temprana desilusión no floreció en mí el anhelo por multiplicarla. No me entusiasmó ver repetidos mis genes en una criatura para trascender y conseguir ser un poquito menos inmortal o vacunarme contra el olvido. Así como no me enternecieron mis muñecas, no vi mis hijos como lo más hermoso que yo era capaz de crear, ni como el fruto del amor ni como una gran alternativa para no quedarme sola; tampoco mi deber para sentirme realizada como mujer ni mi contribución para el progreso de la humanidad. La egolatría de nuestra especie causa tantos hijos innecesarios como la pobreza”. Margarita Rosa de Francisco, en su columna No tener hijos (El Tiempo, 31 de agosto de 2016).
¿Egoísmo?
“Son pamplinas, construcciones sociales, ideas que nos han metido en la cabeza, tal vez heredadas del principio biológico de que, como seres vivos, buscamos la prolongación de nuestra especie. Pero ahí es donde, precisamente, ser racionales nos debería llevar a entender que no: no tenemos ninguna obligación”, dice el periodista de W Radio, Juan Pablo Calvás, libre de hijos de manera abierta. Y añade: “Claro: debe ser muy rico sentirse reflejado en otro ser, pero es que estás trayendo al mundo a alguien que jamás lo pidió, para satisfacerte a ti mismo y sentir un orgullo tipo: ‘esta es mi creación’, como si fuéramos grandes artistas y entonces, al no tener hijos, estuviéramos privando de nuestra obra al mundo”. Y el periodista sentencia que, si de egoísmo se tratara, justo eso sería reproducirse, “pues con ello se busca prolongar sus propios genes; no los del vecino ni los de la especie, sino los de uno mismo”.
El periodista Juan Pablo Calvás es más vehemente: "Es un gasto absolutamente desproporcionado frente a las realidades presentes de la sociedad. Además, están las privaciones". Foto: Federico Bottia, Cortesía Juan Pablo Calvás.
Calvás ennumera unas de las razones que lo llevaron a tomar su propia decisión. “Tener un hijo cuesta mucha plata. Es un gasto interminable, insoportable, absolutamente desproporcionado frente a las realidades presentes de la sociedad. Además, están las privaciones: ¿Son los nuevos padres conscientes de que su vida de antes nunca volverá, que nunca tendrán de nuevo libertad en mucho tiempo, y que no podrán vivir sin preocupaciones, no solo por sí mismo, sino por la vida de otra persona por la cual deben velar?”. Y añade las ventajas de su elección: “Yo me ahorro toda esa desgracia de pañales y de teteros y de trasnochadas. Si bien no con la misma vitalidad y rimo, sigo llevando una vida como si tuviera 25 o 30 años y ya estoy llegando a los 40. Además, puedo decidir un sábado o un domingo que voy a ponerme a leer todo el día y nadie me va a molestar; irme de vacaciones a donde se me dé la gana sin pensar en conseguir los pasajes del niño ni en que tiene que haber diversión para él o ella; ir a conciertos sin pensar en la niñera; no tener carro porque no es un imperativo… En fin: da muchas libertades”.
La duda final
Decía el investigador David Attenborough, uno de los íconos de la divulgación científica en el mundo: “Hoy hay tres veces más gente en la Tierra que cuando yo comencé a hacer documentales”, lo cual ocurrió en la década de 1950. En la ONU se sostiene, de hecho, que en tiempos de Cristo la población humana era menor a la que hoy habita Brasil: unas 190 millones de personas en todo el planeta. Hoy somos 8 mil millones de seres humanos, demandando recursos que quizá resulten insuficientes, sobre todo cuando están inequitativamente repartidos. Como se vio antes, la ola ‘libre de hijos’ está asida en coyunturas económicas, sociales, ecosistémicas y políticas. Pero queda una duda adicional sobre la mesa, quizá más reflexiva que científica: ¿Será que, también, lo childfree es una estrategia inconsciente de autorregulación de la especie para, justamente, sobrevivir a los retos existenciales que tiene enfrente?