Marine Le Pen: la mujer detrás de la posible radicalización de Francia
En Francia se tiene la impresión de estar acudiendo al ascenso de Marine Le Pen hacia el poder con la misma obnubilación con la que sigue en un reality show. La presidenta del ultraderechista Frente Nacional aparece desde hace ya varios años en debates, noticieros o programas de opinión con más frecuencia que políticos de otras formaciones. Y cuando alguien se refiere a “Marine” a secas, todo el mundo sabe de quién se trata. Los franceses han hecho del tema un motivo de discusión recurrente. ¿Quién es, entonces, esta abogada de 46 años, divorciada dos veces, que ha logrado transformar la imagen del reaccionario partido fundado en 1972 por su padre Jean Marie? ¿Cómo ha conseguido mantener la esencia de un discurso antieuropeísta y xenófobo y a la vez atrapar nuevos electores, tanto de derecha como de izquierda?
A pesar de haber nacido en 1968, no siguió ninguna de las corrientes progresistas de sus contemporáneos. Por el contrario, heredó las ideas de su padre, un bretón octogenario, de carácter explosivo, a quien le cuesta negar su simpatía por la Francia colaboracionista del general Pétain. Marine Le Pen es una mujer que se crió en medio de los privilegios que otorga la política, pero también de la dureza y de las rencillas que va dejando sobre la marcha. A los 8 años una bomba destrozó el apartamento familiar de los Le Pen, en el exclusivo distrito 15 de París. Y a los 16 tuvo que capear el divorcio de sus padres, que fue durante semanas tapa de los periódicos más importantes del país. La relación con su papá ha sido compleja, con tantas altas como bajas.
Marine no era, de hecho, la hija destinada a suceder al padre fundador. Jean Marie había depositado sus esperanzas primero en Marie-Caroline, de 55 años, con quien no se dirige la palabra desde hace más de 15, cuando la primogénita de las tres hermanas Le Pen decidió enlistarse en las filas del también ultraderechista Movimiento Nacional Republicano, encabezado por Bruno Mégret, uno de los rivales acérrimos del patriarca. Así pues, con el campo despejado y tras un modesto paso por la abogacía, Marine saltó a la arena política a finales de los noventa. Y tras pasar por distintos cargos, en 2011 asumió la presidencia del FN, reemplazando a su padre en una sucesión algo dinástica, tras derrotar al candidato del ala tradicional católica, Bruno Gollnish.
A partir de entonces vino un proceso que la prensa francesa ha catalogado como de “desintoxicación” del viejo frente, anclado en buena medida en los postulados fascistas y antisemitas del régimen de Vichy (1940-1944). La heredera de los Le Pen se dio cuenta de que el mensaje obstaculizaba el crecimiento político del FN y no sintonizaba con las prioridades de los franceses. De esa forma dio un primer viraje, al asumir la identidad republicana y reconciliar con la comunidad judía. Luego se apartó de temas controversiales heredados de su padre, como la colaboración francesa con el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, e integró a su programa temas sociales o económicos, como los grandes partidos.
Para Abel Mestre, encargado de la información sobre el Frente Nacional y los partidos de ultraderecha para el matutino Le Monde, el fondo de las propuestas es, de cualquier forma, el mismo de la época de su padre. “Marine Le Pen es una política muy profesional que ha logrado con argumentos de fácil identificación una propuesta de derecha radical a la francesa. Una amalgama de lo antiguo y lo moderno con una nueva puesta en escena. Nunca se define como una nacionalista y prefiere asumir las banderas de una ‘derecha patriota’”. Está convencida, además, de que ella es la elegida para salvar a Francia de la debacle. En 2012 cerró el discurso de conmemoración por los 66 años del nacimiento de Juana de Arco al grito de: “¡Viva Juana, viva Marine, viva Francia!”.
Al mismo hilo, el analista político español José Ignacio Torreblanca anota que el giro de timón consiste en un juego de palabras barnizado por un discurso populista. A los símbolos de la República que generan consenso, como democracia, libertad o laicidad, Marine Le Pen añadió, con un discurso muy directo y muy eficaz, elementos como el rechazo a la globalización y al proyecto europeo, el regreso al franco y el endurecimiento de las políticas migratorias, que incluye la salida de la zona Schengen y la modificación del derecho a la nacionalidad francesa (“la nacionalidad se hereda, o se merece”, ha dicho en repetidas ocasiones).
Así pues, en medio de una Europa ahogada en una crisis económica, política y social, el mensaje de Marine Le Pen ha calado en electores de todos los espectros políticos. La desafección por los partidos tradicionales, las altas tasas de desempleo y la desindustrialización, el panorama quedó servido para que la extrema derecha se convirtiera en las elecciones de 2014 en la primera fuerza política francesa en el Parlamento Europeo, con 24 de los 74 escaños que aporta Francia. Un mes antes, en las elecciones municipales de marzo, la formación ya había mostrado su músculo, ganando 11 alcaldías, con un aumento del 1% al 9% respecto de 2008. El partido que antaño reclutaba a un puñado de viejos nostálgicos y jóvenes violentos de cabeza rapada pasó a seducir a electores de las clases medias y trabajadoras, y a descontentos de todas las tendencias. La estrategia también logró agrietar el molde bipartidista que se turnaron durante años el Partido Socialista y el centro derecha de la UMP (Unión por un Movimiento Popular)
Tras los atentados en París contra el semanario Charlie Hebdó, donde murieron 17 personas, surgió la pregunta sobre si las posturas se radicalizarán y si Marine Le Pen sería una posible aspirante para reemplazar a Hollande en el Eliseo en 2017. El semanario L’Express recoge las palabras del exministro de la UMP Eric Woerth: “Lo que antes era una hipótesis colegial, ahora parece real”. Para el reportero de Le Monde Abel Mestre, el efecto, por el contrario, será el de retomar un poco la confianza en el ejecutivo, que recobró diez puntos de popularidad en los sondeos, tras la gestión después de los ataques a Charlie Hebdó. “En momentos de crisis la gente no quiere improvisar. No estoy muy seguro de que los franceses vayan a tomar el riesgo de dejar su destino en manos de un partido que nunca ha gobernado el país”. José Ignacio Torreblanca, sin embargo, puntualiza que Marine Le Pen ya logró una victoria al focalizar la agenda política francesa en torno a los temas que a ella le interesan. “Está claro que se va a servir de los temas identitarios, con su discurso islamófobo, para reivindicar de forma eficaz el Frente Nacional como garante de la libertad de las mujeres y de la libertad de conciencia”.
Publicado en la edición de febrero de 2015
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