"Las becas de posgrado no deben perpetuar el statu quo”: Diana Basto Castro, directora ejecutiva de la Comisión Fulbright Colombia.
Quienes aplican a una beca Fulbright antes se han preparado en universidades colombianas. ¿Qué evidencian ustedes en la calidad de nuestra educación superior?
Casi 60 % de nuestros becarios vienen de Bogotá y ese es un fenómeno relacionado con políticas públicas y con los procesos de acreditación de calidad de las universidades. Sin embargo, eso está cambiando: en los últimos años han llegado más candidatos de otras regiones del país, así como de universidades públicas, cosa que antes no era tan común. A los esfuerzos de acreditación se han sumado oportunidades de acceso a educación superior para poblaciones vulnerables, como Ser Pilo Paga y Generación E. De hecho, ya tenemos varios ‘fulbrighters’ que fueron beneficiados por esos programas.
A nuestros becarios les va muy bien en sus posgrados. Tanto que, por ejemplo, la última cohorte —la de 2022, que acaba de empezar— tuvo una exención de matrícula superior a 85 %. Eso ratifica que el talento es reconocido allí, y que las universidades están complementando el aporte de Fulbright. Sin embargo, este sigue siendo un nicho pequeño: el bilingüismo supone una gran barrera.
Sí, dominar el inglés sigue siendo un privilegio socioeconómico en Colombia. ¿Cómo ve nuestros esfuerzos institucionales para que eso no siga siendo así?
Llevo ya casi 20 años trabajando en política pública en educación y he visto los mismos ciclos, repetidos una y otra vez: hay Gobiernos que dicen que se la van a meter toda al bilingüismo, pero sus esfuerzos duran dos o tres años. Además, la siguiente administración puede que cambie el rumbo. Ese ‘sube y baja’ impide que haya una apuesta constante y debo decir que es muy triste que no la haya.
"Esta beca no busca solamente excelencia académica, sino también un liderazgo con alto compromiso social".
Fulbright tiene de fondo la arena de la cooperación binacional, pues es, realmente, un acuerdo entre los Gobiernos de Estados Unidos y Colombia. ¿Cómo percibe la química entre las actuales administraciones?
Hay banderas compartidas por los dos Gobiernos, como las de la diversidad y la inclusión: ambos quieren generar oportunidades para poblaciones históricamente excluidas. En esa agenda también está el cambio climático, así como el apoyo que Estados Unidos brindó al último proceso de paz. Pero más allá de eso, los dos países hemos sido grandes aliados desde hace 200 años. Y lo hemos sido en muchos temas, incluyendo el de la educación, en el que la Comisión Fulbright es preponderante. De los 160 países donde está el programa, 49 tienen Comisión Binacional —es decir, que tienen recursos tanto de EE. UU. como del Estado local—. Y, entre ellas, Colombia es la que más aportes recibe de las autoridades locales, por encima de Alemania y Canadá, así como de países de la región como Brasil, México y Chile. Eso habla del compromiso de ambas naciones.
¿Cómo medir el impacto de estas becas en el bienestar de los colombianos, más allá de registrar la empleabilidad de los becarios cuando regresan al país?
Depende mucho del área del conocimiento, entre otras variables. Muchos doctorados, por ejemplo, regresan a hacer investigación con universidades y a fortalecerlas —en ellas tenemos decanos, vicerrectores, directores, y otros cargos—, y es común que los que regresan de hacer una maestría lo hagan para realizar actividades en sectores público y privado. Pero, términos generales, esta beca no busca solamente excelencia académica, sino también un liderazgo con alto compromiso social: que los becarios quieran regresar a transformar sus comunidades, regiones y territorios. Ahora: la empleabilidad de nuestros becarios sí es muy alta. Entre 2021 y 2022 regresaron al país 118 personas, de las cuales 80 (67 %) ya tenían una oferta laboral. Luego de tres meses, esta cifra aumento a 101 (85 %).
¿Qué caracteriza a los posgrados en Estados Unidos, en comparación con lo que se ofrece en otras partes del mundo? Me refiero a enfoque, así como a métodos de enseñanza y aprendizaje.
Voy a hablar desde mi experiencia, porque hice mi maestría en Estados Unidos, pero también tuve la vivencia europea. El sistema estadounidense está basado en una educación muy pragmática. Lo llaman “hands-on”: con las manos puestas directamente en ello. Se sale de esos estudios con competencias específicas como —por poner un ejemplo— saber manejar un software para hacer mapas de política pública en desarrollo urbano. Y las herramientas adquiridas están frecuentemente atravesadas por tecnología, lo que pone a las universidades estadounidenses muy por encima de otras: me refiero a laboratorios y demás recursos que, allí, son más ricos y generosos. Es también una educación exigente. Nomás el hecho de hacer el programa en un segundo idioma es un reto inmenso. Y hay otro diferenciador: el vínculo que existe con la industria y la empresa privada. Yo estudié en Carnegie Mellon, que queda en Pittsburgh, una ciudad pequeña. Google trató de llevarse de allí a un profesor muy fuerte en Computer Science, y como él no quiso irse a California sino quedarse en Pittsburgh, Google abrió allí unas oficinas.
¿Cuáles son los desafíos más comunes a los que se enfrentan sus becados? ¿El dinero, la relación con la cultura local o los desafíos de salud mental?
Siempre que uno sale de su zona de confort va a encontrar retos grandes: irse de casa, de su país, de vivir en otro idioma… Asimismo, el choque cultural también sucede, y no solo cuando uno se va, sino también cuando se regresa a Colombia, después de vivir un tiempo por fuera. En términos de retos económicos, sí ha tenido un impacto la crisis financiera, inflacionaria y cambiaria que vive el mundo: la beca es muy generosa, pero los recursos que aporta el Gobierno colombiano vienen en pesos. Y es que en Estados Unidos, donde la inflación prácticamente no existía, hoy es todo más costoso. Esto no afecta únicamente a los colombianos. Nosotros también becamos a estadounidenses que vienen al país, como, por ejemplo, asistentes de idiomas que nos visitan hasta por 10 meses. Ellos reciben su pago en pesos y algunas ciudades —como Cartagena— les resultan demasiado costosas.
En la orilla de Estados Unidos, ¿quién aprueba este presupuesto? ¿Es cooperación internacional aprobada por el Congreso?
Sí. De hecho, uno de los aprendizajes a lo largo de estos 65 años de la Comisión Fulbright en Colombia es que es posible por haber sido una apuesta de Estado, y no de los Gobiernos de turno. Y allí, en Estados Unidos, siempre han apoyado, de manera bipartidista, a la Fulbright. Pero mis interlocutores directos están en el Departamento de Estado, algo que es interesante porque esto tiene, entonces, un carácter de diplomacia. En Colombia sucede algo similar: sea cual sea el Gobierno, siempre hay compromiso con la Comisión, por hacer los aportes y para que el programa llegue a más regiones del país.
¿Qué retos identifica tras esos 65 años de vida de la Comisión en Colombia?
El tema de la diversidad y la inclusión. Necesitamos que Fulbright sea un verdadero programa de movilidad social, no uno que perpetúe el statu quo; queremos que transforme la vida de personas a las que les ha tocado más difícil que a otras. Por eso, tenemos una apuesta fuerte con programas para quienes son los primeros de su familia en ir a la universidad: si ellos, además, acceden a una beca Fulbright, estaremos acelerando procesos sociales que, por el contrario, podrían tomar muchísimos años.
Ilustración IStock.
Algunos beneficiarios
Entre los más de 5.200 becarios de los programas de becas gestionados por Fulbright Colombia a lo largo de sus 65 años de presencia en el país se cuentan líderes visibles de la realidad nacional. La rectora de la Universidad EAN, Brigitte Baptiste, es una de ellas, así como lo es Marcela Sánchez, líder de Colombia Diversa, el expresidente Juan Manuel Santos y varios exministros. Uno de esos exministros es Juan Carlos Esguerra, el abogado que presidió la cartera de Defensa en los años noventa y quien también fue embajador de Colombia en Estados Unidos. “La atención, el interés y la dedicación que le ponen los norteamericanos a las becas Fulbright es enorme. Es una expresión de generosidad, sobre todo es de espíritu, más allá de la que se mide en términos económicos”, le dijo Esguerra a REVISTA CREDENCIAL y recordó su beca para una maestría en Derecho en la Universidad de Cornell: “Me abrió los ojos con respecto al sistema judicial y jurídico estadounidense, así como a sus instituciones. Y aprendí muchísimo en Derecho Comparado: contrasté el sistema continental europeo, de influencia especialmente francesa, con el angloamericano. Y vi cómo, por caminos un tanto distintos, buscan la misma finalidad. Además, conocí la historia y realidad de los Estados Unidos, así como la visión que allí tienen del mundo”.
Actualmente, la mayoría de las becas Fulbright son para cursar doctorado y cuentan con un apoyo importante del Ministerio de Ciencias, pero también existen por lo menos otros cinco programas con enfoques diferenciales que también son para cursar maestría. Uno de esos programas, por ejemplo, beneficia estudiantes con alguna discapacidad; otro tiene un énfasis cultural, y también los hay para afrodescendientes e indígenas. Las convocatorias para 2023 abrirán en febrero de ese año. “He visto cómo se han abierto muchísimo a gente de las más diversas procedencias geográficas y socioeconómicas —añade Esguerra—. Incluso varía el tipo de carrera: ya no es solo para arquitectos, abogados, economistas, etcétera, sino también hay muchas para músicos, artistas y filósofos, entre otros, y eso me encanta”.