18 de octubre del 2024
En fotos, la más reciente colección de MAZ, Oda Andina, un tributo a las manos artesanas y las complejas técnicas de la región.
En fotos, la más reciente colección de MAZ, Oda Andina, un tributo a las manos artesanas y las complejas técnicas de la región.
22 de Julio de 2024
Por:
Zamira Caro Grau

¿Existe la moda verdaderamente sostenible? ¿Qué debe hacer una compañía o un diseñador para alcanzar ese nivel de responsabilidad? 

La sostenibilidad en pasarela

YA NO ES SUFICIENTE con producir ropa hermosa y económica. ¿Cómo podría serlo, si la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo, según la Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD)? ¿Cómo, si con los 93.000 millones de metros cúbicos de agua que utiliza el rubro del vestido se podría dar de beber a cinco millones de personas? Aunque la mayor afectación la causan las grandes marcas de fast fashion y aquellas tendencias que mes a mes destronan unas chaquetas para entronar otras igual de miserablemente fabricadas, lo cierto es que son —somos— los consumidores los que mantienen en alto los niveles de desperdicio, porque la demanda continúa en aumento. Ese cementerio de ropa ubicado en el desierto de Atacama, en Chile, que tiene aproximadamente 100.000 toneladas de prendas en desuso, debería ser señal suficiente para entender que la moda no puede, y no debe a este punto de la historia, existir sin una propuesta de sostenibilidad detrás.

Pero ¿por qué esta industria resulta siendo una de las grandes contaminantes? Además del excesivo consumo de agua que se requiere para generar las piezas —un solo par de jeans necesita al menos 7.500 litros, según la ONU—, el problema viene de factores como la sobreproducción y el uso de colorantes que llegan a las aguas residuales. Eso, sin contar con los vicios de sostenibilidad socioeconómica, que pueden venir en forma de abuso a la mano de obra. Cabe recordar lo ocurrido en 2013 en Bangladesh, cuando colapsó el complejo textil Rana Plaza, dejando a más de mil trabajadores muertos, muchos de los cuales ya habían reportado las terribles condiciones del edificio. Dichas compañías responden al mencionado aumento de consumo, que es desenfrenado. Según el Foro Económico Mundial, la gente ha comprado 100 % más ropa durante los últimos años que hace tres décadas, y cada prenda es utilizada, en promedio, únicamente siete veces antes de ser desechada. El resultado es que, a nivel mundial, se fabrican 150 mil millones de prendas nuevas cada año.

 

No obstante, se asoma una luz de esperanza un poco paradójica: pese a la demanda descrita, las nuevas generaciones están siendo más conscientes con respecto a temas medioambientales. Como consecuencia, están cada vez más normalizadas las preguntas en torno a de dónde viene la ropa y quién la fabrica, cuestionamientos fundamentales en el universo de la sostenibilidad desde la industria textil.

PARA LOGRARLA HAY QUE ENTENDERLA

Los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible adoptados por las Naciones Unidas en 2015 no solo son una buena hoja de ruta para los gobiernos, sino también para las empresas que buscan equilibrar la sostenibilidad social, económica y ambiental. Y aunque la industria textil ha intentado adoptar esos pilares, lo cierto es que no ha llegado a existir una marca de moda 100 % sostenible: siempre se deja alguna huella, así sea mínima. Así lo afirma Valentina Suárez, directora del programa de Movimiento de Moda Sostenible Latinoamericana: MOLA. “Lo importante es siempre ser mejores”, argumenta. “Cada proyecto es totalmente individual, entonces debe validarse, evaluarse y medirse acorde. No podemos ser conformistas en el sistema de sostenibilidad; siempre hay que preguntarse qué más podemos hacer”.

En cuanto a Colombia, el panorama no apunta con precisión a la sostenibilidad sustancial. Según la revista Portafolio, la industria textil contribuye significativamente al PIB nacional: aportó 14,34 billones de pesos en 2022. Sin embargo, nuestro país no se encuentra en la lista de los que, en América Latina, más le apuestan a la moda sostenible: en primer lugar está Argentina, seguida por Uruguay y Chile, según el estudio de mercado que ha hecho Suárez en su trabajo con MOLA.

“Lo que sí tenemos en Colombia es un ecosistema emprendedor muy bueno, porque disponemos de insumos que nos dan ventaja frente a otros países: plantas, fibras, etcétera. Pero todo está muy disperso y eso hace que el colectivo no se pueda visibilizar. Necesitamos transversalizar el conocimiento desde la sostenibilidad para que se vea como un proyecto grande, en conjunto”, explica la experta.

Lo cierto es que no ha llegado a existir una marca de moda 100 % sostenible.

LA “VERDADERA” SOSTENIBILIDAD

En un intento por verse como sostenibles sin realmente aplicar los cambios necesarios para serlo de verdad, son varias las marcas que recurren al greenwashing. Este término designa estrategias de mercadeo en las que la empresa, sea de moda u otra industria, crea una imagen de responsabilidad ecológica —por ejemplo, exagerando el impacto de una de sus acciones— con la que realmente no cumple. Así como lo anterior ocurre en el caso de grandes compañías de gas y pe- tróleo, también pasa en la moda: “Muchas marcas de fast fashion ahora tienen etiquetas gigantes que dicen ‘esta pieza está hecha con 5 % de material reciclado’, pero ¿por qué una empresa con tanta capacidad económica está solamente trabajando con ese porcentaje tan  pequeño de sostenibilidad? Hay que ser muy críticos con esa información”, explica Suárez.

Con esto en mente, a continuación, REVISTA CREDENCIAL destaca propuestas basadas en Colombia que se caracterizan por llevar de la mano el lujo y una intención genuina por la sostenibilidad. Y que demuestran que sí se puede trabajar en estos estándares medioambientales, y, además, hacerlo con apuestas muy interesantes e innovadoras en el frente del diseño y la confección.

EL UPCYCLING

“En este taller no se compra ninguna tela. Nada que no sean hilos y agujas”, explica el diseñador venezolano Alejandro Crocker. Su propuesta creativa, que viene trabajando desde hace más de 20 años, está basada en utilizar únicamente desechos textiles para crear sus piezas. Esto hace que ninguna sea igual a la otra, pues los retazos son limitados y diferentes. Allí está la fortaleza y el gran diferencial de su marca. Crocker tomó la decisión de ser vegetariano a los 18 años. Fue en ese momento donde “conectó con el planeta” y su decisión personal permeó todo lo que hacía. En un principio, esto se evidenciaba en la restauración de encajes, algo que, eventualmente, se transformó en su propuesta de hoy: la del lujo consciente y el reciclaje creativo, para dejar la mínima huella ambiental posible. Aunque ahora sus piezas se presenten en espacios como Colombiamoda y Bogotá Fashion Week, hubo un momento en que la sostenibilidad le costó su popularidad: “Las personas me decían que podía estar muy bonita la chaqueta o lo que fuera, pero que no se iban a poner cosas hechas de telas viejas”, recuerda el diseñador. Inmediatamente después, agradece no haberse rendido, y caracteriza su proyecto como una “revolución verde”.

 

Crocker presentará su nueva colección, Tierra de Nómadas, en su pasarela en Colombiamoda. 


De manera paralela, Crocker también trabaja con la sostenibilidad social en mente. De un tiempo para acá, comenzó a dictar clases en el programa Manos Reparadoras, de la Alcaldía de Bogotá, y a construir sus colecciones con las mujeres de la fundación Juntos se Puede, la cual trabaja con población migrante venezolana. Es con ellas que interviene, a mano, cada una de las “prendas olvidadas” para darles una nueva vida. En términos ‘anglo’, lo que hace Crocker es conocido como upcycling —una mezcla entre reciclar y mejorar el producto que ya se tiene— y es, en palabras de la revista Vogue de España, “el considerado milagro que salvará la moda”.

UNA VOCERA DE LA CAUSA

Durante el mes de junio, la diseñadora Manuela Álvarez fue elegida como representante de Colombia y Latinoamérica en el Programa de Moda y Estilo de las Naciones Unidas para hablar de sostenibilidad, colaboración artesanal, innovación y equidad de género en esa industria.

Esta invitación le llegó como respuesta a la carrera que MAZ, su marca, ha construido con base en el trabajo junto con mujeres artesanas cabezas de familia, pues ya van nueve años desde que Álvarez cambió su modelo de negocio para apostarle a construir país. Ahora, 90 % de sus prendas y desarrollos creativos tienen un enfoque social en pro de comunidades indígenas o artesanas de toda Colombia, por lo que en sus piezas hay, por ejemplo, tejidos guanga, típicos de las comunidades indígenas del sur de nuestros Andes. Durante estos años, Manuela ha trabajado sola o junto con la Gobernación de Cundinamarca, entre otros, en pedagogía y consultorías —en torno al ADN de marca, el concepto del producto, el desarrollo de redes, etcétera— enfocadas en darles las herramientas a las comunidades para crear sus propios proyectos y negocios alrededor de la confección. Al día de hoy, MAZ ha impactado a más de 750 familias a través de sus talleres creativos.

“Yo no conozco a nadie que sea 100 % sostenible. Quien lo diga es un mentiroso, porque en la práctica es muy difícil. En el momento en el que yo decidí serlo, elegí un enfoque social y cultural, y en eso me he vuelto una experta”, afirma Álvarez, quien invita a los emprendedores, pequeños y grandes, a dar un paso hacia esa meta, sin importar lo intimidante que sea y los retos que conlleva. Adicionalmente, en su página web está el directorio con los nombres de las artesanas que han trabajado en sus propuestas, para que, así, ellas puedan ser contactadas por otras marcas que quieran conocer su trabajo. “Ellas no tienen que quedarse conmigo, pueden irse con quien deseen, porque a pesar de que quisiera, yo no puedo subsanar la necesidad económica absoluta de los artesanos con los que trabajo por medio de lo que vendo, así que quiero que todo el mundo las conozca”, afir- ma. Precisamente porque su trabajo es en conjunto con los artesanos, MAZ tam- bién cumple con aspectos esenciales de la sostenibilidad, como tener un inventario reducido y una mano de obra digna.