La amistad es la celebración de la libertad
No tengo memoria de mi primer amigo. Quizá fue un pájaro o una muñeca, pero no, pues la amistad ocurre de ida y vuelta. Mi madre dice que fue un joven vecino que me saludaba por la ventana del jardín y yo, a cambio, le sonreía o le regalaba una flor. Aún sin recordarle, no dudo de la importancia de esa relación: ser parte de la rutina de alguien, inventar una comunicación que fuera más allá de las palabras. La amistad no exige una edad, solo un lenguaje en común que puede ser el del juego, la alegría. O un diente de león.
A quien sí recuerdo es a mi amiga D, con quien pasé gran parte de mi infancia. Ella me rebeló lo del Niño Dios, me explicó qué era ser madre soltera para poder crear un relato válido con nuestras muñecas sin padre y también me contó varios cuentos de miedo que yo tomaba por verdaderos. Aunque la quise mucho, hoy en día no hace parte de mi vida. No se debe tomar por regla que los amigos son para siempre. Lo que no tendrá fin es esa historia compartida.
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La argentina Malena Saito escribe en su poemario Amiga:
“Me gustaría,
amiga,
que tomáramos vino,
que creciéramos
y fuéramos mejores personas, las más felices
de nuestros amigos,
que eligiéramos siempre
las decisiones más salvajes
y que nada, nada
nos pasara
por encima”.
Con D no tuvimos la oportunidad de crecer juntas. Probamos vino a escondidas, pero eso no cuenta. El fin sucedió y ya. Sin despedidas, sin que fuera una decisión. Era la vida ocurriéndonos. Mudanza.
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Imagino la amistad como una casa en la que habitamos, un espacio que construimos y compartimos con nuestros amigos: habrá una zona de fiesta, una habitación del llanto, una terraza para las conversaciones difíciles, un jardín para ser exactamente lo que somos, aunque a veces no nos guste. Esta casa no es estática; es una casa en constante movimiento. La mudanza de la que hablaba: más que personas que entran y salen, hablo de compañeros que se mudan por fuera de esa burbuja que creamos y que nos ayudan a crear nuevos hogares emocionales. Que a pesar de lo cambiados que nos vemos en cada encuentro, hay algo que nos une. La tristeza y la alegría. Otra flor.
Me hace pensar en mi amiga K. De niña iba a visitarla a su casa, siempre en construcción. Había habitaciones prohibidas y recovecos a los que ella les tenía sus mitologías. Fue una de mis primeras maestras en creación literaria. A veces reinventábamos escenarios para convertirlos en un parque de atracciones, en un cuartel secreto o en cualquier cosa que no fuera aburrida. Desconocía en aquel entonces que eso también era el amor.
La memoria de esa casa es compartida. Cada una la ve distinta, por eso habría que seguirse juntando, para recrearla, para darle vida. Habría cierta nostalgia en cada encuentro, se hablaría de lo que ya no es y se extraña, se celebraría también. Habría planes, esos que mantienen el hilo de la conversación. Una visión del futuro juntas, pero no una obligación. Y digo habría, porque K también se fue. La amistad es la celebración de la libertad, incluso la de terminarse.
"Habrá una zona de fiesta, una habitación del llanto, una terraza para las conversaciones difíciles, un jardín para ser exactamente lo que somos".
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En sus ensayos, Michel de Montaigne parece elegir la amistad por encima del amor romántico: “En la amistad, por el contrario, el calor es general, se distribuye por igual por todas partes, atemperado; un calor constante y tranquilo, todo dulzura y calma, libre de angustia o de aspereza. Más aún, el amor no es sino el deseo furioso de algo que huye de nosotros”.
Los amigos son la familia voluntaria y, a la vez, pone en duda la utilidad del amor romántico. El objetivo de la amistad, dice Montaigne, no está sujeto a la saciedad. No necesariamente termina, incluso después del agotamiento del otro, de la desilusión.
Piedad Bonnett dijo: “Si me pusieran a elegir, prefiero una vejez llena de amigas, de gente feliz, riéndose, sin la carga de un marido poco empático”. Jorge Luis Borges, por la misma línea, aseguró que “La amistad no necesita frecuencia. El amor sí”. Por eso no exige exclusividad ni tampoco debería caer en la posesión. Pero de eso ya no estoy tan segura.
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En la universidad conocí a T. Nos conectamos al instante, nos reconocimos la una en la otra. Éramos espejo.
Entre las inconformidades del mundo y la crítica a los superficiales, ahí, echadas en el prado de la plaza central, creamos un refugio para reírnos de todo y de todos. Le huíamos al enamoramiento. Preferíamos alardear de nuestra libertad, tomar camino cada día hacia donde se nos antojara, comer frituras y dulces, ver cine en vez de escribir ensayos, en fin, creernos inagotables.
Ser tan parecidas nos unía, pero luego empezó a separarnos. Una de nosotras tenía que ser la dominante y esa no iba a ser yo. Con el tiempo, las invitaciones me sonaron a órdenes y las preguntas por mi rutina, a reclamos. El miedo a la confrontación se me volvió mutismo y en ese abismo casi nos perdemos. El peligro de creernos una sola era el de poseernos, olvidar nuestra identidad.
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Escribe el poeta Pedro Salinas:
“Para cristal te quiero,
nítida y clara eres.
Para mirar al mundo,
a través de ti, puro,
de hollín o de belleza,
como lo invente el día.
Tu presencia aquí, sí,
delante de mí, siempre,
pero invisible siempre,
sin verte y verdadera.
Cristal.¡Espejo, nunca!”
Ser espejo también era vernos al revés: entendernos desde la diferencia, saber hablarnos desde la fragilidad. No tener que estar de acuerdo para querernos. Con T atravesamos el reflejo y, aún hoy, seguimos estando en la vida de la otra.
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Los costureros son espacios que asocio con la amistad, y no creo que deban ser exclusivos del género femenino. Son reuniones en las que se echan puntadas y chismes, que vienen a ser lo mismo que historias.
En una entrevista, Irene Vallejo, la escritora de El infinito en un junco, dice: “Quizá las primeras narradoras de historias, las más antiguas, fueran las mujeres mientras cosían. Porque me llama la atención que haya tantos términos en común entre los textos y los textiles”.
De ahí que se hable del nudo y desenlace de la narración, hilo y trama del relato, bordar un discurso, urdir una trama, hilar fino, tejer intrigas, poner en tela de juicio.
Los amigos más valiosos son los que nos ayudan a narrar la historia, la propia y la del mundo, para darle la oportunidad de la otra mirada, cuestionarla o para inventarle otro final. Hay quienes van más lejos y, después de bordar manifiestos y retratos, salen a la calle a protestar. En vez de pancartas, llevan tejidos. Al final del día, tienen más amigas que las que pueden contar. Algo así es un nuevo nombre para la amistad y solidaridad entre mujeres: sororidad.
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En el cine y la literatura, el rol de los amigos es vital para la profundidad y el crecimiento del protagonista. El ejemplo clásico de una amistad es la de Sancho Panza y el Quijote de la Mancha. Sin el uno no podría existir el otro. Al menos no con interés narrativo. Se necesita del contraste de sus personalidades para crear una tensión que nos muestre su humanidad y sus desafíos.
Sancho es el consejero, como el demonio y el ángel que se posa en los hombros, y es, sobre todo, el polo a tierra con el que podemos entender mejor el mundo ideal versus el real de Miguel de Cervantes. Vagamos entre la simpleza y la locura de estos personajes y, mientras el escudero salva a su caballero, nosotros nos salvamos del aburrimiento.
Los buenos amigos, como los libros, nos tienden la mano incluso en el pozo más insondable.
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Supongo que con T descubrimos el Dilema del erizo, de Arthur Schopenhauer, a punta de heridas culposas y de silencios glaciales. Los erizos, en medio del invierno, intentan juntarse para mantener el calor. Al hacerlo, se lastiman con sus espinas. El problema es que si se alejan demasiado se morirán de frío. Tendrán que acercarse y distanciarse las veces que sean necesarias hasta encontrar el espacio perfecto que les mantenga abrigados sin herirse.
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En la etimología de la palabra “amigo” encontré que en latín “amicus” se deriva de “amore”, que no solo significa amar, sino alma. También aparece el origen “custos” o custodia que, sumado a lo demás, nos dice que un amigo es el guardián del alma. O, simplemente, el que te ama.
RECOMENDADOS LITERARIOS Y CINEMATOGRÁFICOS PARA CELEBRAR LA AMISTAD
1. Punto de cruz Jazmina Barrera
2. Saga Dos Amigas Elena Ferrante
3. Las pequeñas virtudes Natalia Ginzburg
4. Panza de burro Andrea Abreu
5. El amigo Sigrid Nunez
6. Las malas Camila Sosa Villada
7. Las inseparables Simone de Beauvoir
8. Tengo miedo Ivar Da Coll
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1. Almas en pena de Inisherin (2022)
2. Los reyes del mundo (2022)
3. First Cow (2019)
4. Buscando un amigo para el fin del mundo (2012)
5. Intouchables (2011)
6. Los colores de la montaña (2010)
7. Mary y Max (2009)
8. Thelma & Louise (1991)
*Escritora colombiana. Su libro más reciente es Autorretrato en el jardín (Tusquets, 2023), en el que, a partir de ensayos personales, colecciona jardines históricos y de artistas para hablar del proceso creativo que surge en ellos.