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Hay pocas dudas de que GGM es un humorista; lo que se discute es qué clase de humorista es el escritor que puso de moda el mamagallismo: esa religión cuyos adeptos reconocen a García Márquez como el sumo pontífice.
Por Daniel Samper Pizano
Edición 200 de julio del 2003

Gabo, el mamagallista

El 17 de enero de 1981, en la cola de una de sus columnas semanales que eran leídas en el mundo entero, Gabriel García Márquez agregó el siguiente párrafo titulado “Pregunta sin respuesta”:

El señor Hans Knospe, un lector alemán, me dice lo siguiente en una carta: “usted dice en la página 239 de Cien años de soledad: ´Y cuando llevaba toda su ropa a casa de Petra Cotes, Aureliano Segundo se quitaba cada tres días su ropa que llevaba puesta y esperaba en calzoncillos a que estuviera limpia`. Pregunto: ¿Cuándo se cambiaba y lavaba Aureliano Segundo los calzoncillos?
Uno no se imagina a Víctor Hugo, tan pomposo, ni tan Thomas Mann, tan circunspecto, en plan de comentar con sus lectores los problemas de higiene íntima de sus personajes. pero yo juraría, en cambio, que García Márquez disfruto como pocos con la carta del señor Knospe y se divirtió mucho al descubrir la evidente zancadilla que se tiende a sí mismo en el texto de la novela. Y es porque, antes que cualquier otra cosa, el Nobel es un hombre que mira al mundo con los ojos ingenuos e ingeniosos, escrutadores y traviesos del humorista.

Muchos críticos y lectores reconocen el sentido risueño de GGM, pero pocos se han atrevido a definirlo redondamente como un humorista. Es, para algunos, un escritor de mitos y fábulas; para otros un autor de parábolas; para la mayoría, el profeta del realismo mágico; y para unos cuantos un poeta disfrazado de prosista.

Uno de los primeros en reconocer las virtudes hilarantes de la obra de Gabo fue Jacques Gilard, el francés que recuperó, compiló y comentó sus artículos de periodista. En el prólogos las notas de GGM en El Universal, de Cartagena, entre mayo de 1948 y 1949, y El Heraldo, de Barranquilla, donde firmó como Septimus la columna “La Jirafa” entre enero de 1950 y diciembre de 1952, Girard lo define como “comentarista de prensa y humorista”. Y en otro lugar señala que Gabo practica “el género humorístico”.

Uno más que dispuesto a colgarle la medalla del hombre que hace reír es el crítico colombo–español Pedro Solera. Dice Solera: “Antes que un novelista a secas, algunos han querido ver en García Márquez a un humorista, y lo cierto es que los Textos costeños dan argumentos a estos últimos”.     

El comentarista descubre entonces en García Márquez a un humorista de variados registros. Puede esgrimir el humor tradicional (“el amor es una enfermedad del hígado contagiosa como el suicidio”), o bien se revela irónico (“una de esas epidemias migratorias que azotan a China con tanta frecuencia como lo hacen el hambre, la guerra y la señora Pearl S. Buck [autora de discutibles novelas orientales]”). En otras ocasiones, juega con el público o emplea una frase ingeniosa para rematar una columna, tal como se supone que lo hacían los graciosos y por él denostados cachacos de la Gruta Simbólica a comienzos del siglo XX.

Gregerías y gaberías

Ni Gilard ni Solera van más allá de señalar que GGM practicaba cierto tipo de humor estilístico que había puesto en boga a Ramón Gómez de la Serna en España. Este escritor, periodista y cuasifilósofo creó, a partir de 1917, toda una escuela con sus greguerías: frases breves e impactantes que combinaban humor y poesía. Lo mismo picaban como aguijón, flotaban como una nube o martillaban una idea con sucinta elocuencia.
Su influenciase extendió por toda España y saltó con unos años de retraso a América. En el periodismo colombiano se siente la huella de Gómez de la Serna en los articulistas de los años 30 y se prolonga durante veinte años, cuando militan en el humorismo tierno de García Márquez, Héctor Rojas Herazo, Álvaro Cepeda Samudio y unos cuantos más. De este corte eran las greguerías del maestro español: “La única alegría de los casados está en asistir a la boda de los otros: ¡Alegría diabólica!”…
“Son más largas las calles de noche que de día”…
“Qué bella sorpresa es ver subirse una liga en un portal”…
“Pensamos que la muerte de Jesús no fue un asesinato sino un suicidio, por lo que debió escribir en un papelito: No se culpe a nadie de mi muerte”…  
“El gabán debe ser del color de la lluvia o del color del tiempo”…
“Los zapatos de terciopelo son como un antifaz en los pies”…
Y esas eran las frases del joven GGM en los años cincuenta:
“Nos iremos a dormir antes de que los relojes doblen la esquina de la media noche”…
“Este mundo que nos entregan nuestros mayores tiene un olor a barricada”…
“Cuando sentimos el avión suspendido sobre los hombros de aire, descubrimos inesperadamente que aún nos queda la capacidad de angelizarnos”…
“Pocas cosas tienen tanta belleza plástica como una negra engreída”…
“El más optimista de los mortales se preguntaría, en la tarde como ésta, en qué árbol que ha de servir para la fabricación de un ataúd”.
Hasta ese momento de su obra García Márquez es catalogado como un humorista con propensiones a las imágenes poéticas. Un discípulo, en fin, de las greguerías, a las cuales él mismo alude en más de una oportunidad. Cierta nota sobre el acordeón, por ejemplo, empieza así: “No sé qué tiene el acordeón de comunicativo que cuando lo oímos se nos arruga el sentimiento”. Y el párrafo siguiente, el autor pide perdón “por este principio de greguería”.

Mamagallista enorme

La idea de que en vez de un blando artista de la sonrisa enternecedora puede ser un bravío tomador de pelo surge después. Es una imagen que salta quizás cuando el propio García Márquez comenta en 1968 que los venezolanos son “enormes mamadores de gallo”.
Ya había usado el término de 1962 al mencionar en Los Funerales de la Mamá Grande algunos de los asistentes al gran entierro. Allí, al lado de los papayeros de San Pelayo y los improvisadores de las Sabanas de Bolívar, desfilan “los mamadores de gallo de la Cueva”. Aludía naturalmente, al grupo de sus amigos barranquilleros, irredentos bromistas entre los que sobresalían Álvaro Cepeda Samudio, que imaginaba cerbatanas para matar silenciosamente a los futbolistas, y Alejandro Obregón, que agarró a bala su autorretrato.
En sus tiempos escolares de Zipaquirá, Gabo había sido el típico “payaso de la clase”, el que tiene la más divertida ocurrencia y escribe versos para tomar el  pelo a sus compañeros.   
Mi amigo José Consuegra se queja de su apellido porque dice que la suegra ya lo tiene carcomido.
Tenía doce años y ya era, según Dasso Saldívar, biógrafo de Gabo, “un mamagallista de mucho cuidado”. La expresión no es del escritor de Aracataca, pero como si lo fuera. El filólogo Angel Rosenblat persigue el prontuario de la palabreja hasta 1887, cuando un periódico humorístico caraqueño habla de alguien que está “mamándole gallo” a otro, “Mamar gallo” se sigue usando en partes del Caribe en las siguientes décadas, pero es GGM quien lo pone de moda.
A partir de los años setenta, el mamagallismo se convierte en religión cuyos adeptos reconocen a García Márquez como el sumo pontífice.
¿Qué es le mamagallismo, quiénes lo utilizan y para qué sirve? Según Saldívar, “los costeños son, por regla general, ente antisolemne, bromistas para quienes el sentido del humor es la cosa más seria del mundo”. Solera agrega otro elemento: “Sentido del humor permanente”. Y Gilard –francés, al fin y al cabo– precisa el contexto histórico en el que se hace popular: “la filosofía mamagallística en toda Colombia coincide con el estancamiento político que fue el Frente Nacional inaugurado en 1958”.
La clave consiste en conservar la cara seria. Se ejerce el mamagallismo sin el preaviso de sonrisas ni guiños oculares que adviertan el salto a la onda chistosa.

Literatura de carnaval

¿Humorista tierno o mamagallista feroz? Aún estaban los ´gabólogos` tratando de definir la verdadera condición de GGM, cuando apareció el libro más docto que se haya escrito sobre el humor garcíamarquiano.
La colombiana Isabel Rodriguez Vergara publica en 1991 su largo y fundamentado ensayo El mundo satírico de Gabriel García Márquez, donde afirma que el Nobel es un expresivo y torrencial escritor carnavalesco. En este tratado recoge los pasos de algunos críticos angloparlantes que ya habían inscrito el humor de Gabo en la vertiente representada de manera superlativa por Miguel de Cervantes y François Rabelais.
El humor carnavalesco imita a las formas propias de las fiestas populares, inspiradas en una filosofía patas arriba donde caben las transgresiones y las burlas a las autoridades, las befas a las ceremonias solemnes de la religión, la parodia caricaturesca del mundo ordenado y lineal. El humor del carnaval es el mundo al revés, que eleva lo terrenal –la escatología, los instintos– y rebaja lo oficialmente considerado sublime. El humor de carnaval vuelve jolgorio un entierro, como ocurre en Los funerales de la Mamá Grande, y se solaza en el sexo y las excreciones.
Fuel el ruso Mijail Bajtin quien planteó con mayor lucidez una teoría del humor grotesco, y a esa teoría se acoge Isabel Rodríguez Vergara para ubicar varias obras de Gabo (principalmente El otoño del patriarca, los citados Funerales y El amor en los tiempos del cólera) bajo el paraguas generoso y festivo que también ampara al quijote y la Gargantúa y Pantagruel.
A tenor de este ensayo, García Márquez es un humorista muy distinto y mucho más profundo que aquel que bromea con los amigos o imagina frases divertidas y hermosas para describir los objetos. Estamos ante alguien que emplea el humor como a modo de bisturí contra el poder establecido (sátira), de burlar el mundo “normal” de alteración de sus modelos (parodia), de conversión del objeto denostado en una ceremonia o representación de engaños (farsa) y de fusión de los serio y lo risible para que la misma sonrisa exprese alegría y temor (grotesco).
En síntesis, dice la persona que con más cuidado ha estudiado el humor de GGM, habría que señalar que, más que un escritor de humor, es un escritor cómico. Este último concepto lo acerca mucho más al sentido festivo popular que al concepto intelectual de la disonancia conceptual o el juego de palabras. No es un inglés del siglo XIX. Es un caribeño renacentista.

Todo lo anterior junto

Y ahí estamos. El recorrido que empezó tímidamente con las columnas de greguerías gabianas adquirió velocidad con sus cuentos hasta desembocar en el galope desbordado de El otoño del patriarca. Finalizado el periplo, si hubiera que definir el humor de GGM sería preciso echar en la licuadora una serie de textos: burlón, tierno, satírico, paródico, grotesco…
Lo que nadie puede dudar es que García Márquez es un escritor que emplea el humor como una de las principales materias primas. A veces es herramienta subversiva y a veces mero encantamiento de lectores. Pero la risa está siempre presente en su periodismo y en su literatura.
A quien no esté convencido le propongo el siguiente juego: abra cualquier página de Cien años de soledad y si no encuentra allí una frase, una situación, un personajes o un diálogo que lo haga sonreír, yo le contaré dónde, cuándo y cómo lavaba los calzoncillos Aureliano Segundo.