26 de diciembre del 2024
Foto | Javier Larotta
17 de Febrero de 2021
Por:
Diego Montoya Chica

LAS PREDICCIONES BASADAS EN CIENCIA QUE PRESENTA PERIÓDICAMENTE EL INSTITUTO NACIONAL DE SALUD EN LA CASA DE NARIÑO, LE PERMITEN AL PRESIDENTE DUQUE Adelantarse a los movimientos de la pandemia tanto como es posible. Charla con la Directora del ente, Martha Lucia Ospina, una guardiana de la ciencia en tiempos de posverdad. 

“Es prematuro hablar de UN TERCER PICO”

EL 20 DE ENERO DE 2020, pocos días después de que en Tailandia se registrara el primer caso de COVID-19 fuera de China, Martha Lucía Ospina creó un chat de Whatsapp en el que incluyó a los mejores modeladores epidemiológicos que conocía y que estaban regados por el mundo. Incluyó a especialistas del Imperial College del Reino Unido, de la Universidad de San Francisco e incluso de países asiáticos, pues, dice, “quería que retaran los modelos que tuviéramos en el Instituto Nacional de Salud (INS). Es que nadie tiene la verdad absoluta”. Ese empeño se sumó a los demás realizados por la comunidad científica colombiana, que ofreció un esbozo de lo que se nos venía encima a manos del virus desde antes de que este aterrizara, a principios de marzo, en el Aeropuerto El Dorado, de Bogotá.

 

Es posible que el mérito principal de Ospina al frente de una institución centenaria sea, hasta ahora, el de haber liderado la creación de la red diagnóstica más grande que haya visto Colombia. Gracias a ello, hoy se pueden procesar 60.000 pruebas PCR diarias y sus resultados son analizados a profundidad en esa –dice ella– “torre de control” que es el INS para el ecosistema de la salud nacional. Una capacidad alcanzada en cinco meses, pese a que somos un país heterogéneo en geografía, en capacidades de vigilancia, en socioeconomía y en culturas. Que no se nos olvide: esa megaempresa público-privada fue puesta en marcha, en buena parte, por la primera mujer al frente del INS desde que fue fundado, hace 104 años, por los doctores Bernardo Samper Sordo y Jorge Martínez Santamaría.

 

Antes de ser nombrada en 2015 por el entonces ministro de Salud, Alejandro Gaviria, esta médica de la Javeriana y magíster de dos universidades había llegado a dirigir la Cuenta de Alto Costo (CAC), a liderar el departamento de Epidemiología del ministerio de Salud y a ser viceministra. Todo ello, a punta de meritocracia técnica: la misma que, quizá, la ha blindado a la política, tan dada a remover técnicos al vaivén de sus cuotas. Y es que es justamente hoy cuando más debemos aferrarnos a ese profesionalismo, pues el poder coquetea demasiado con corrientes políticas que obedecen antes al temperamento de las redes sociales, 'al estado de opinión', que a los datos que la ciencia ofrece.

 

  • ¿Qué le indican los modelos epidemiológicos acerca de lo que vendría en los siguientes meses? ¿Va a haber un tercer pico en Colombia?

Nosotros no prevemos un tercer pico por una razón sencilla: el que hemos estado sufriendo es gigantesco, es gravísimo y se lo consume todo. Ha mermado un poco, pero más por las medidas adoptadas por las autoridades y la ciudadanía que por que no haya aún una población susceptible a contraer el virus. Lo que tenemos es, más bien, una oportunidad para que este mismo pico no sea tan alto, sino más bien ancho, con una velocidad de contagio más lenta. Por grave que sea, es mejor este ritmo –ojalá un poco más bajo– durante mucho tiempo que, digamos, 25.000 o 30.000 casos al día. Lo que indican nuestros modelos es que más o menos desde marzo se percibiría un descenso de muertes sustancial.

Lo ideal es que las medidas de cuidado se mantengan por varios meses y logren mantener un Rt (velocidad de transmisión) entre 1,3 y 1,4. Así, la curva descendería de manera sostenida hasta junio, sin tercera ola. Además, en ese caso nos encontraríamos con la inmunidad por vacunación de los mayores de 80 años, es decir los del primer grupo. Para que hubiera tercera ola tendría que ocurrir alguna de las siguientes posibilidades. Por un lado, que con un Rt más bajo que el actual, hubiera una caída más vertical en casos, lo que dejaría a muchas personas susceptibles todavía para esa tercera ola. Por otro lado, que, sin haber terminado de bajar hasta la base de esta segunda ola, se incremente el Rt por encima de 1,4, lo que traería un ascenso. Y finalmente, que un comportamiento masivo –fiestas, reuniones– expusieran a conglomerados suceptibles al virus.

 

  • ¿Cómo ha sido ese esfuerzo por afinar los modelos que le permiten prever escenarios posibles? El INS no prevé cada detalle, pero sí calculó un número de decesos muy acertado para finales de 2020.

Desde enero de 2020, cuando creé el chat con los mejores modeladores que conozco, ha habido un proceso interesante: los primeros modelos eran catastróficos. Pero los fuimos puliendo, por ejemplo con los datos de ese famoso crucero y con otros clave, como que el 80% de las personas podían ser asintomáticas (al principio se pensaba que esa cifra era del 10%). Hechos los ajustes y ya con data colombiana, nuestro modelo puso a disposición del Gobierno nacional todos los escenarios posibles, con sus cierres, sus aperturas, todo. Y sí, se cumplió lo previsto para finales de 2020. Pero ojo: los 40.000 muertos que calculamos para ese momento ya suponían una mejora, pues hubo un momento en que el modelo arrojaba 71.000.

 

  • ¿Y el pico que estamos viviendo fue previsto?

Sí. En octubre de 2020, con todas las aperturas y los eventos de ‘desobediencia’ –por decirlo así, aunque esa palabra no me gusta–, el modelo preveía un ascenso, justamente el que hemos experimentado a principios de 2021. Cuando lo previmos, fuimos insistentes en que teníamos una pequeña oportunidad, que debíamos ser muy juiciosos para evitar lo indicado por la matemática, pero luego las cosas se dieron de otra manera.

 

  • En su criterio, ¿qué ha sido opacado por el coronavirus y merecería mayor atención en términos de salud pública en Colombia?

Hay muchos eventos que, hay que decirlo, han sido descuidados por entidades territoriales. Cosas críticas como el dengue, cuya mortalidad ha aumentado. También la mortalidad materna, relacionada con el acceso tardío a los servicios de salud o a que las pacientes no acuden a ellos por temor al COVID-19. Son muchos los eventos que van a tener morbilidad y mortalidad tardía por esa razón, tal como está pasando en el mundo con el cáncer: los tratamientos están siendo interrumpidos o sencillamente no se realizan por la imposibilidad de desplazarse. Aquí en Colombia, eso se suma a la falta de personal de vigilancia y respuesta en las entidades territoriales, por la laxitud de algunos gobernantes. Por ejemplo, me parece muy grave que en algunos departamentos de frontera no tengan personal trabajando en ello.

 

  • Ya que menciona las zonas fronterizas, hablemos de Manaos (Brasil), donde la situación es crítica con una variante que ya se registró en Colombia. ¿Hay cooperación binacional a este respecto?

La vigilancia binacional existe desde hace mucho tiempo. El único país con el que no se hace es con Venezuela, que desde hace años está en silencio epidemiológico. Pero, de resto, hay esfuerzos conjuntos permanentes y reuniones frecuentes con funcionarios extranjeros, como ocurre con los de Fiocruz, que es un equivalente al INS en Brasil. De hecho, hacemos el ASIS (Análisis de Situación de Salud) conjunto.

  • ¿Y qué fue lo que pasó en Manaos, que es tan importante?

Según un estudio de seroprevalencia, Manaos estaba por encima del 70%, lo cual le haría menos vulnerable a nuevos contagios. Pero luego, un nuevo gran aumento en las infecciones llamó mucho la atención, pues quería decir que la seroprevalencia superaría el 100%. ¿Qué pasó ahí? Hay tres hipótesis sobre la mesa: la primera es que el porcentaje de población infectada estuviera sobrevalorado. La segunda, que la gente estuviera perdiendo la inmunidad después de estar contagiada, algo que sería terrible. Pero la peor es la tercera: que ese linaje que usted menciona tenga la capacidad de evadir la inmunidad. Nosotros estamos tomando muestras todo el tiempo para hacerles genómica y para evaluar la inmunidad de quienes ya fueron positivos para anticuerpos.

 

  • Suena como si estuviéramos combatiendo un enemigo inteligente. ¿Cómo está el panorama de linajes en Colombia y cómo podemos detener su desarrollo?

Los virus, y en general los organismos vivos, se adaptan cada vez mejor a sus necesidades para garantizar su supervivencia. En ese proceso, realizan mutaciones, cambios en el genoma que hacen que una versión del virus sea mejor que su ancestro: como una especie de hijo mejorado. Esas nuevas versiones –linajes– reciben una denominación numérica, y del SARS-CoV-2 hay más de mil circulando en el mundo. En Colombia, según una nueva codificación, vamos a quedar con 54.

Lo grave es que algunos linajes reúnen una cantidad de mutaciones en sitios particulares que indicarían virtudes para la supervivencia del virus. Por ejemplo, el del Reino Unido muestra 17 mutaciones en un gen que tiene que ver con cómo se adhiere a las células pulmonares.

Ahora: los linajes más eficientes terminan reemplazando a los más débiles, como ocurre con todo en la biología. Pero eso no quiere decir –y esto es muy importante– que entonces el contagio y los picos se deban al linaje, como se ha pretendido exponer. No: el linaje, sencillamente, sustituye al otro si tiene la oportunidad. ¿Y cómo la tiene? Pasando de persona a persona. Por eso es que somos tan supremamente insistentes en que si no tomamos las medidas que conocemos, o las tomamos mal, o tarde, la cantidad de contagios va a favorecer la probabilidad de que existan mutaciones.

 

  • Claudia López dijo que mientras Inglaterra hace 150.000 genomas para identificar una posible variante nueva, Colombia hace 218. ¿De esa comparación se puede inferir nuestro rezago técnico? Porque, al fin y al cabo, usted tiene cómo mostrar que en Colombia hay 54 linajes circulando…

Ese tipo de comparativos se usan buscando una respuesta obvia, pero confunden. ¿Quién ha dicho que esa capacidad de hacer genómica –que, aparte, ha sido adquirida décadas atrás, con universidades centenarias, con premios Nobel y cientos de años de investigación– esté produciendo mejores resultados? ¿Acaso tienen allí una menor mortalidad? Nosotros tenemos la capacidad de realizar un muestreo que es, ojo, representativo para Colombia. Y así es en Bogotá, donde la muestra, que es representativa y suficiente, necesariamente registrará el linaje dominante. Entonces, si la variante británica existe aquí, no es dominante y no explicaría, de ninguna manera, la situación epidemiológica en la capital.

 

  • Teniendo en cuenta que la velocidad de transmisión aumenta la probabilidad de mutación, ¿Colombia es propensa a desarrollar nuevas variantes, muy mutadas?

Buena pregunta. Colombia ya ha tenido variante propia, así como todos los otros países que hacen genómica y que la pueden identificar, pues tenerla es algo natural. Ahora: ¿que uno quede muy preocupado porque todas las condiciones lleven a tener una supermutación?, es posible, pero tanto aquí como en todas partes. Es que, repito: la mutación es natural y frecuente. De hecho, es lo que permitió que el virus diera el salto de un animal a un ser humano, y luego también que pasara de humano a humano. La única manera de evitar ese fenómeno es frenando el contagio con los cuidados que conocemos.

 

  • En una charla con el presidente, usted evitó que Colombia comprara pruebas rápidas que no iban a servir. Guardadas las proporciones, recuerdo a Anthony Fauci, demonizado por Trump, en su momento, como portador de malas noticias. ¿Cómo ha sido llevar baldados de agua fría al ministerio y a Palacio?

A veces, me angustia ser aguafiestas. Pasó también con los pasaportes para ir a trabajar, por ejemplo, frente a lo que tuve que decir: “Eso no sirve”. Pero lo hago porque ahí está la evidencia. Y entiendo la angustia del presidente ante noticias de ese tipo, sobre todo teniendo en cuenta sus retos de pandemia en múltiples frentes. Pero tengo que reconocerle a él que es absolutamente creyente en la ciencia, en la evidencia, en el experto. Eso es muy valioso. Aunque le dé duro, recibe la información, la digiere y la tiene en cuenta. El ministro también es absolutamente respetuoso de nuestro rol y entiende su valor.

 

  • ¿Qué lecciones deja el hecho de que la pandemia esté siendo tan heterogénea en su impacto en lo rural, en lo urbano, en la diversidad de regiones del país? Usted misma escribió un artículo sobre cómo la pandemia ‘desnuda’ algunas realidades subyacentes al sistema…

No es que la pandemia haya traído algo insospechado, sino que ha corroborado temores. Por ejemplo, yo considero que la clasificación de los municipios en las categorías actuales no corresponde a la realidad, por lo cual deberían ser revaluadas. Hay municipios de categoría dos, o incluso uno, que a la hora de responder a un reto no cuentan con capacidades técnicas correspondientes.

Por otro lado, está el dilema de las capacidades básicas, que entre otras cosas son un compromiso que tienen los países con el resto del mundo, en concordancia con el lema: “Somos una cadena y terminamos siendo tan fuertes como el eslabón más débil”. Eso se replica al interior del país: todos los departamentos tienen que tener ese compromiso, pero sus capacidades son excesivamente heterogéneas. Hacia 2011 se hizo un diagnóstico con conclusiones aterradoras, y aunque desde entonces hemos mejorado mucho, persisten los retos. Además, es muy grave que cada vez que haya cambio de gobierno, de alcalde, de gobernador, se vaya la gente con sus capacidades construidas. Recordemos que Colombia venía de ser recertificada en sarampión y de recibir un premio mundial por ser el único país que no perdió el estatus sanitario de esa enfermedad, de la cual impedimos 53 importaciones. Pero toda esa gente que teníamos tan bien entrenada se fue con los cambios de gobernante el primero de enero. Perdimos un tesoro.

 Finalmente, otro aprendizaje está en el universo de la tecnología. Para hacer un paralelo, en la Fórmula 1 no pueden correr con un carro de hace 20 años. Así no es la ciencia. En 1976, cuando salieron las vacunas recombinantes, nosotros estábamos haciendo las vacunas como era normal en ese tiempo: de manera artesanal. Entonces, hemos debido montarnos en esa tecnología, y no lo hicimos. Pero me han contado que, aunque se tocaron todas las puertas, la respuesta en la época fue que era más fácil comprar por fuera.

 

  • Una preocupación de los salubristas es el alto subregistro en zonas apartadas, sobre todo en la Amazonía. ¿La capacidad de vigilancia se siguió mejorando para esos territorios después del primer pico?

Sí, la capacidad aumentó en regiones. Aunque nosotros estamos en Bogotá, nos valimos de la figura de emergencia en salud pública y de la declaratoria de urgencia manifiesta para contratar gente –por ejemplo, epidemiólogos– en algunos departamentos. Pero es paradójico que haya lugares donde el único especialista contratado sea el nuestro.

 

  • Ustedes lograron crear la red diagnóstica más grande en la historia de Colombia. ¿Qué lecciones quedan de esa experiencia para enfrentar otros retos diferentes al coronavirus?

Lo clave es el trabajo en red, en el cual creo firmemente y que ofrece una solución para muchas cosas en la vida. Con sus dificultades, claro está. Por ejemplo, la articulación público-privada no suele darse sino en contextos de emergencia, pues es muy difícil lograrla de otro modo, dada la complejidad de las normas. Y yo creo que la emergencia también debería llegar al punto de poder influir las reglas de mercado: entre otras cosas, todos los laboratorios que están en esa red deberían poder cobrarle a cualquier aseguradora. Así, se evitaría eso de que se toman unas muestras en un lugar y luego toca llevarlas incluso a otra ciudad, donde se tiene el contrato.

 

  • En el perfil que hicieron de usted en La Silla Vacía se dice que mira lo que dice la gente en Twitter sobre el INS. ¿Qué importancia le atribuye usted a la conversación pública, que es tan temperamental?

Twitter tiene una combinación muy peligrosa que es el anonimato junto con la inmediatez. Y es más peligrosa en este momento, cuando nos afectan temas que requieren conocimiento. Además, si se atenta contra el buen nombre del instituto o el mío, salimos a responder, pero no en forma de confrontación: con información bien explicada y sustentada. Incluso hacemos memes. Es que el INS lleva 104 años; estaba aquí antes de nosotros y seguirá estando cuando nos vayamos. Nos toca velar por él.