El ecólogo casero
El 2015 fue un año clave para la sostenibilidad. Además del trascendental acuerdo de reducción de emisiones firmado durante la COP21 en París, tanto los medios tradicionales como las redes sociales se vieron inundados de información con respecto a ese etéreo concepto. Pero, ¿realmente qué quiere decir sostenibilidad? Y, sobre todo, ¿cómo podemos aportar desde nuestras vidas ordinarias?
Promover mayores niveles de sostenibilidad implica mantener el delicado balance entre los componentes ambientales, sociales y económicos de nuestro desarrollo. Un balance que es importante para quienes estamos vivos hoy, pero que será muchísimo más importante para las generaciones por venir. Se sabe que los períodos de sequía extrema podrían extenderse mucho más de los promedios tradicionales, que las inundaciones podrían ahogar muchas de las grandes ciudades del planeta, y que la inestabilidad climática podría generar grandes crisis de abastecimiento de alimentos.
Aunque la peor parte del golpe lo sufrirán nuestros hijos (y nietos), ya vemos con claridad los efectos de este descontrol climático. Durante los últimos días del 2015, por ejemplo, el mundo experimentó calores sin precedentes en Nueva York, tempestades de nieve en el norte de México y alertas por aire contaminado que paralizaron a Roma, Pekín y Delhi.
Ahora bien, como el ciudadano del común no está en capacidad de obligar a las industrias y países que más contaminan, a que reduzcan de manera significativa e inmediata sus emisiones, ¿de qué manera podemos contribuir? Para empezar, debemos aceptar que sí hay mucho que podemos (y debemos) hacer desde nuestro día a día. Las eternas excusas de “aunque yo haga algo, eso no hará diferencia”, y “eso se lo dejamos a los ambientalistas”, ya pasaron de moda. Veamos algunos ejemplos:
Somos lo que comemos. Esta histórica frase de Brillat-Savarin describe de manera espléndida la interrelación entre lo que comemos y la manera en que vivimos. Hemos desarrollado un sistema alimenticio altamente dependiente de la proteína animal (frecuentemente repleta de hormonas e inaceptables prácticas de maltrato animal), y adicto a productos de bajo costo que viajan miles de kilómetros para llegar a nuestras mesas. Las consecuencias de esta combinación son desastrosas porque las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) generadas tanto por la producción de la carne, como por el transporte intercontinental de alimentos, son insostenibles en el largo plazo. Según el reciente estudio Global Food Report, producir 1 kilo de carne roja requiere 15.000 litros de agua y 5 m2 de tierra; y genera 30 kilos de emisiones de GEI equivalentes. Números impresionantes si se comparan con los 290 litros de agua, 0,6 m2 de tierra, y 0,5 kilos de GEI que genera la producción de 1 kilo de papa.
La evidencia científica demuestra que para reducir nuestras emisiones debemos comer menos carne y muchos más productos locales. Nos corresponde comprar local, y saber (¡y preguntar!) de dónde vienen los alimentos que vamos a consumir y bajo qué condiciones se cultivaron. De ser posible, es el momento de animarnos a crear nuestra propia huerta en casa, para tener hierbas aromáticas frescas, frutas y vegetales de temporada, y en el caso de contar con suficiente espacio en terrazas, jardines o techos, podemos animarnos a crear huertas con mayor variedad de productos utilizando técnicas de acuaponía.
Un buen ejemplo en Colombia lo lidera SiembraViva. Producen frutas y verduras sin usar agrotóxicos ni agroquímicos, cultivadas y cosechadas por pequeños productores locales con el uso de una tecnología de cultivo llamada EcoSiembra (adaptación criolla de la acuaponía). Afortunadamente, si usted todavía no se anima a empezar su propia granja acuapónica en casa, también puede pedir frutas, verduras y otros productos locales, directamente a SiembraViva con un par de clics; ellos lo llevarán hasta su casa al día siguiente.
Si amas la naturaleza, déjala tranquila. Esta ha sido una de las más potentes ideas recientes entre los estudiosos de la sostenibilidad urbana. Ha sido discutida en detalle por Ed Glaeser y David Owen, y aún hoy sigue generando grandes controversias. ¿La razón? Es una idea tan simple, como lo es contraintuitiva. Con frecuencia encontramos que familias, agobiadas por el tráfico, contaminación y demás consecuencias de espacios urbanos mal diseñados, decide mudarse hacia las afueras de su ciudad, con el objetivo de “estar más cerca de la naturaleza”. Sin embargo, los estudios indican que esa dinámica genera una espiral negativa: mientras más personas se mudan a los suburbios, más se abandonan centralidades clave de la urbe, menos eficiente es el transporte público, más dependientes nos volvemos del carro, y más emisiones per cápita terminamos generando. ¿El resultado? Peores condiciones en los barrios tradicionales de las ciudades, y más gente buscando irse a vivir a los suburbios, que terminan por expandirse más y más lejos. Este es el caso de Houston o Atlanta, con manchas urbanas que se extienden cientos de kilómetros a la redonda.
Si de contribuir a la reducción de emisiones se trata, es preferible que vivamos en centros urbanos a que invadamos pequeños bosques en las afueras de las ciudades. Si tenemos opción, es preferible que vivamos en espacios pequeños, donde solo podamos acumular lo necesario, y que estén ubicados estratégicamente cerca de trabajo, educación, entretenimiento y tiendas de esquina.
El problema no es el carro, sino el uso inadecuado del mismo. Ya es claro; el colombiano promedio sabe que el aire contaminado y tóxico de nuestras ciudades es causado en gran parte por los vehículos. Lo que todavía no es muy claro para el ciudadano promedio es que permitir el uso desmedido del carro privado genera mayor dependencia, más tráfico y más contaminación. Es sencillo: a medida que cada persona decide movilizarse sola en su carro privado hacia cada uno de los destinos de su día a día, más congestión se genera. Algunos gobiernos irresponsables insisten en solucionar esos problemas con políticas de altísimo costo, pero poca efectividad en el largo plazo: la ampliación de vías. Se vende esta idea anacrónica –como si fuera una panacea– mientras se destruye patrimonio, ecosistemas urbanos, y se crean barreras difíciles de cruzar para los seres humanos. Afortunadamente, la tendencia global por promover sistemas de movilidad más sostenibles ha tomado gran fortaleza. Se sabe que el transporte es responsable por alrededor de tres cuartas partes de las emisiones de carbono del planeta, y por tanto lo que suceda con los sistemas de movilidad en las ciudades emergentes de los países en desarrollo, será vital para el balance ambiental del planeta. Y es aquí donde más fácil podemos tener un impacto positivo; con solo movilizarnos en bicicleta dos días por semana, usar el transporte colectivo otros dos días, e impulsarnos a caminar mucho más cada vez que podamos, ya estaríamos reduciendo de manera muy significativa nuestra propia cuenta de emisiones. Algunos de ustedes dirán que no es tan fácil, pero la realidad es que nunca habíamos tenido tantas alternativas valiosas de transporte urbano en Colombia. Mientras los sistemas de buses tipo BRT continúan consolidándose por todo el país, cada vez avanzan más los sistemas de bicicletas públicas. Luego del éxito de EnCicla, hoy ya son más de cinco ciudades que impulsan sus propios sistemas, y no sería extraño ver decenas de nuevos sistemas naciendo durante el próximo lustro. No hay nada de malo en tener carro, pero sí es vital que solo lo usemos cuando sea absolutamente necesario; para todos los otros viajes, es responsable que lo empecemos a dejar en casa.
Menos es más. Y no me refiero solamente a sofisticadas tendencias de diseño, sino también a lo que compramos; desde lo que comemos hasta lo que acumulamos en incontables cajones de nuestros hogares. Todos estos productos demandaron insumos y energía para su producción, lo cual implica una cuenta de emisiones. Aun cuando seamos disciplinados con la separación de residuos en casa, no podemos olvidar que el reciclaje mismo también demanda energía, y no cancela las emisiones originales de la producción. Por tanto, más que reciclar, debemos empezar por “rechazar”.
La mejor recomendación es pensar muy bien si necesitamos eso que vamos a comprar. Gran parte de lo que parece normal que compremos, realmente no lo necesitamos y terminará convertido en basura. De manera especial, nos corresponde analizar la cantidad de comida que desechamos. Según The New York Times, se calcula que un 40 % de la comida en Estados Unidos no se consume sino que va directo a la basura. Además de las emisiones generadas en la producción de los insumos para preparar estas comidas, nuevamente generarán metano cuando se haga su disposición final en rellenos sanitarios.
La revolución de las energías limpias. Según ONU-Hábitat, más del 75 % de la energía global se consume en ciudades. Por tanto, la posibilidad de optimizar la generación y el consumo de la energía puede reducir significativamente nuestra cuenta de emisiones. Además de usar bombillos ahorradores, desconectar cargadores de celulares y apagar los electrodomésticos que no requerimos, ya hay herramientas más poderosas al alcance de nuestras manos. Tal es el caso del gas natural vehicular para reemplazar el diésel, que es mucho más contaminante, o el de la energía solar, que cada vez es más asequible. El Deutsche Bank reporta que hace seis años el costo promedio de un set de paneles solares para instalar en el techo era 75 % más caro de lo que es hoy. De hecho, la tecnología ha madurado tanto que se espera que para el 2017 acceder a energía solar tenga el mismo costo que acceder a fuentes de energía tradicionales. Gracias a esto, empezamos a ver una importante expansión de la energía solar en nuestro país. En Montería, por ejemplo, se han instalado paneles solares en planchones de río y en colegios, lo cual permite suministrar energía con alta confiabilidad, y un costo irrisorio, a los centros de salud de algunos barrios y a tres estaciones de Policía.
Aunque es claro que dependemos en gran medida de políticas públicas férreas que limiten emisiones, el compromiso más vital es aquel de los ciudadanos del común. Somos nosotros –en todos los rincones del planeta– quienes debemos liderar con el ejemplo, para luego animar a nuestros políticos a avanzar hacia allá, mientras les hacemos seguimiento. ¡Anímese en el 2016! ◆
* Ph.D. en Políticas Verdes y Movilidad Sostenible de la Universidad de Maastrich (Holanda)
(@CadenaGaitan)