Economía: Crecer, pero… ¿de dónde?
Cada vez que un economista dice que este año va a ser mejor que el 2016, es objeto de burlas. Y es que el ánimo de la gente anda ‘por el suelo’ por el impacto de la reforma tributaria, los escándalos de corrupción y el inicio de la que promete ser una de las campañas electorales más pugnaces de los últimos tiempos.
Los datos son elocuentes. Hace un par de meses el índice de confianza de los consumidores, que calcula Fedesarrollo, alcanzó su nivel más bajo de la Historia y todavía no logra salir del terreno negativo. El ánimo de los empresarios y los comerciantes tampoco levanta cabeza, tras un comienzo de año bastante pobre.
Con semejantes datos, muchos se preguntan: ¿este año sí será mejor que el pasado? Y, sobre todo: ¿de dónde sacará combustible la economía para crecer?
Lo peor ya pasó
Durante más de diez años la economía colombiana creció a tasas superiores al 4,5 por ciento promedio anual, gracias a la bonanza minero-energética. Los buenos precios del petróleo representaron cuantiosos recursos, que permitieron la expansión del gasto público y privado a niveles que de otra manera no se habrían podido dar.
Pero la fiesta llegó a su fin. En 2014 cayeron los precios del petróleo, lo que implicó dos grandes choques: uno para el sector externo y otro para las finanzas públicas. La magnitud del choque externo fue impresionante: el valor de las exportaciones colombianas se redujo a la mitad entre el 2012 y el 2016, una caída que solo tiene dos antecedentes en nuestra Historia económica moderna: la Guerra de los Mil Días y la Gran Depresión de los años treinta.
El impacto sobre las finanzas públicas también fue arrasador. Mientras en el 2013 el Gobierno recibía más de 24 billones de pesos en rentas del petróleo, esa cifra se tornó negativa en el 2016. Eso significa que en 3 años el Gobierno dejó de recibir recursos equivalentes al 3 por ciento del PIB y perdió la quinta parte de sus ingresos.
Con tal caída de los recursos externos y los ingresos del Gobierno, era obvio que la economía tenía que “apretarse el cinturón”. En el campo fiscal, al ajuste se dio con recortes presupuestales en el 2015 y 2016, pero sobre todo con la reforma tributaria que conllevó un incremento de 3 puntos del IVA. En el frente externo la escasez de divisas generó un aumento del precio del dólar, que pasó de oscilar alrededor de los 2.000 pesos hasta mediados de 2014, a rondar los 3.000 pesos en la actualidad. Con ese aumento de la tasa de cambio, cayeron las importaciones y las exportaciones empezaron a reaccionar.
Esto significa que lo peor ya pasó para la economía colombiana. El ajuste fiscal ya se hizo y las cuentas del Gobierno han quedado saneadas, al menos por los próximos 2 años. Entre tanto, el déficit de Cuenta Corriente de la Balanza de Pagos, que contabiliza todo lo que le vendemos y le compramos al mundo, bajó del 7 por ciento del PIB, que alcanzó en el 2015, al 3,2 por ciento en la actualidad. Esto ha permitido que las agencias calificadoras de riesgo ya no nos tengan ‘entre ojos’ y que estén sentadas las bases para una lenta recuperación.
Motores modestos
Pasada la ‘tormenta’, queda claro que la economía colombiana aguantó razonablemente bien el ajuste. Aunque el crecimiento cayó del 4,5 por ciento anual, registrado a lo largo de la última década, a solo 2 por ciento en 2016, ese dinamismo fue el segundo más alto de la región, únicamente superado por el 3,7 alcanzado por Perú.
Tras el “apretón del cinturón”, ahora los pronósticos apuntan a un crecimiento de 2,4 por ciento este año en Colombia. ¿Pero cuáles serán los motores?
El consumo privado, que representa dos terceras partes del gasto de la economía, tendrá dos circunstancias favorables. Por un lado, el aumento del IVA no tuvo un impacto significativo en los precios, y la inflación mantiene su curso descendente, lo que favorece el poder adquisitivo de los consumidores. Por otro lado, esa circunstancia permitirá al Banco de la República continuar su política de reducción de las tasas de interés, lo que contribuirá a estimular la demanda.
El efecto expansivo de esos dos factores compensará el aumento gradual del desempleo, de modo que el consumo debería crecer alrededor de 2 por ciento este año, lo que no bastará para evitar un comportamiento mediocre del comercio y de la industria.
Entre tanto, la inversión privada está siendo jalonada por la reactivación de la infraestructura, que al fin está viendo el efecto positivo del arranque de las concesiones de Cuarta Generación (4G). Las proyecciones señalan que las obras civiles deberían crecer 5,8 por ciento en este año, tomando en cuenta que estas obras no se han visto contaminadas hasta el momento por los escándalos de corrupción y que la mayoría de los proyectos de la Primera Ola de las 4G, que ascienden a más de 10 billones de pesos, ya lograron su cierre financiero para seguir adelante.
El gasto público, por su parte, tendrá luces y sombras. Si bien el Gobierno Nacional está en pleno ajuste, los alcaldes y gobernadores están en su segundo año de mandato, que históricamente ha demostrado ser muy dinámico en materia de inversión local. A ello se suma el que la adición presupuestal, presentada recientemente por el Gobierno al Congreso, contempla recursos importantes para el desarrollo de vías terciarias y la lucha contra la pobreza en las regiones.
Entre tanto, las exportaciones seguirán repuntando gracias al mayor dinamismo global y a la favorable tasa de cambio. Las proyecciones del Fondo Monetario indican que el crecimiento de la economía mundial pasará del 3 por ciento, registrado en 2016, a 3,4 este año, jalonado principalmente por las políticas expansionistas de Estados Unidos. Así, mientras el año pasado las exportaciones cayeron 0,9 por ciento, en este año deberían crecer por encima de 3 por ciento.
Que la economía crezca este año medio punto porcentual más que en 2016 no es para hacer fiestas, pero sin duda es un resultado mucho mejor que el que tienen en la cabeza los que se burlan cada vez que oyen hablar a un economista.
*Publicado en la edicion de abril de 2017.