Foto: Zico Rodríguez, Cortesía Dayra Benavídes. @zicorodriguez
Foto: Zico Rodríguez, Cortesía Dayra Benavídes. @zicorodriguez
21 de Diciembre de 2022
Por:
Redacción Revista Credencial

Nuestro país tiene una impronta visual. Una personalidad estética que se manifiesta en los objetos que elaboramos para solucionar problemas del día a día. También en los edificios que habitamos, los ropajes que vestimos y los oficios manuales con los que nuestras comunidades regionales expresan su sentir y su pensar. Las siguientes páginas honran a un grupo de creaciones y creativos que, este año, le añadieron valiosas capas a nuestra identidad.

Dayra Benavides: Con un pie en la ancestralidad y otro en el arte contemporáneo

 

En la edición pasada de REVISTA CREDENCIAL, Ana Veydó, cantante y líder de Cimarrón —el grupo de joropo—, insistía en que la tradición es, en realidad, algo móvil, mutante. Y de ello están conscientes los artesanos, cuya labor como preservadores del patrimonio cultural no es de un conservadurismo irracional. Por lo que sí propenden, y con justo ímpetu, es para que los desarrollos estéticos a los que su tradición dé lugar se hagan con respeto, con un profundo conocimiento de causa y con la autoridad que esa sapiencia otorga. Reconociendo al folclor como valor superior y con un estricto criterio de justicia social.

Por eso, es clave enaltecer aquellas manifestaciones que así lo hacen, a la vez que ponen a dialogar las costumbres ancestrales regionales con lenguajes globalizados y contemporáneos. Colombia es potencia en esa veta creativa.

Y en ese selecto universo, actualmente se destacan dos creativas nariñenses: la joyera Tatiana Apráez —incluida en el apartado de moda en este especial— y Dayra Benavides. Esta última, artista y también joyera, es la sensibilidad detrás de Altar, una obra fundamentada en un atuendo con máscara, bastón de mando y pequeñas muñecas, en la que ella logró que confluyeran, como nunca había sucedido, dos hitos patrimoniales pastusos: el Carnaval de Negros y Blancos y el barniz de Pasto, esta última técnica con el influjo de los Granja, la legendaria familia, portadora de dicha tradición en la ciudad.

Pese a haber estado desarrollando su lenguaje desde 2015, fue en el Carnaval de principios de este 2022 que la artista pudo, por primera vez, presentar el acto ritual asociado a Altar. Así comenzó un año en el que su propuesta llegó incluso al Flower Festival de Nueva York, una metrópoli en cuyos parques y calles se vio a Dayra convertida en un ser mítico de los Andes colombianos. Sus máscaras llegaron al centro bogotano también, a la exposición Mindalas: intercambios culturales del barniz de Pasto, montada actualmente en el Museo Colonial de Bogotá. Y fue este año —justo ahora, este diciembre— cuando Dayra decidió compartir su obra con quienes quieran experimentar la “catarsis” —en sus palabras— que se vive al portar los elementos de su atuendo: en el Hotel V1501 de Pasto, inauguró la exposición Cada vez más pequeña, donde vende algunas de sus creaciones.

Ella escribió las siguientes palabras.


Foto: Zico Rodríguez, Cortesía Dayra Benavídes.

"A comienzos de la cuarentena nació esta máscara. La bauticé Altar. En ella se condensa mi paso por el Carnaval de Negros y Blancos de Pasto, el poder de lo pequeño y su fuerza transformadora. Una vez terminada la obra, sentí la necesidad de volver a conectarme con una de mis primeras experiencias artesanales. Tenía cinco años cuando, por primera vez, mis manos se conectaron con el barniz de Pasto —hecho con la resina del árbol de mopa-mopa—, que mi padre, Carlos, trabajaba para su tesis de grado. En ese tiempo armamos una gran minga familiar para ayudarle en su labor.

Por eso llevé a Altar a dialogar con este fruto selvático. Lo hice en el taller de Oscar Granja y su padre, Gilberto Granja, grandes seres y artesanos de esta técnica. Maestros y planta me acogieron con cariño y ahí pude ver, de nuevo, a esa otra piel que me había permeado hace tantos años. Allí se tejió un diálogo de profundo amor por el misterio que somos, sentimos y hacemos a través del arte popular. Surgió una conversación sencilla, honesta y generosa en ese encuentro místico entre una máscara de carnaval y el barniz, dos manifestaciones patrimoniales que porto con orgullo de artesana pastusa.

Esta experiencia ha sido una bendición profunda para mantener vivas mis manos y encendida la inagotable fuente de la creatividad: el amor. Hacer caso al fuego de la intuición me hace volver a asombrarme de la vida, a seguir aprendiendo y sintiendo la diversidad de oficios, lenguajes, memorias y sensibilidades que habita en todos y todas. Altar es el tributo a nuestra sagrada existencia, al testimonio de nuestro pueblo, al arte popular de Nariño, a estos patrimonios que se abrazan por siempre en esta máscara de juego.

Una vez realizada mi tradicional catarsis con la máscara, el próximo seis de enero, Altar formará parte de la colección La Vuelta al Mundo en Doscientas Máscaras, del profesor Emérito Felipe Guhl. Entre tanto, ella, la máscara hija de todas las máscaras que me han acompañado en la senda del carnaval, en mis rituales, en mis caminos, en mis andanzas duras y blandas, seguirá bañándose de agua de río, nutriéndose del calor de las jugadoras carnavaleras, abrigándose en la cocina de la casa, sonriéndole a los visitantes, llenándose de vida hasta madurar en su propio Altar”.


Foto: Zico Rodríguez, Cortesía Dayra Benavídes.