Así se tomó la foto de la avalancha, premiada en el World Press Photo
Son las 9:45 de la noche en Katmandú, y Roberto Schmidt, reportero gráfico de AFP, afirma que está vivo de milagro. Y no es solo una expresión, es un sentimiento real que se transmite con honestidad y asombro al otro lado del teléfono. Está en su oficina de la agencia ultimando los detalles para organizar el cubrimiento fotográfico del día siguiente sobre la tragedia que enluta a Nepal desde el sábado 25 de abril, con un terremoto que al cierre de esta revista ha cobrado más de 5.000 muertos, con la posibilidad de llegar a 10.000, y ha dejado más de 10.000 heridos.
Roberto, colombiano de nacimiento, seguirá mañana capturando imágenes sin parar, porque eso es lo que sabe hacer y lo que hizo antes y después de la avalancha en el Everest, en la que sintió morir. Había llegado media hora antes al campamento en la montaña, a un poco más de 5.000 metros de altura, para hacer un reportaje sobre el año de, quizás, la peor tragedia de la montaña en la que murieron 12 sherpas, miembros del grupo étnico de las montañas de Nepal, de las partes altas de los Himalayas, que acompañan a los alpinistas. Y allí estaba Roberto sin saber nada de alpinismo.
Cerca del mediodía, se encontraba dentro de la carpa, un espacio de 7 metros por 2, con mesas y sillas propias de un campamento, cuando él y su compañera de trabajo, Ammu Kannampilly, sintieron que la tierra se movía. Salieron, escucharon un ruido “fuerte, profundo y vibrante”, según las palabras de Roberto. El clima era pesado, las nubes muy bajas, no se veían los picos de los Himalaya. Algo iba a pasar y entonces él pensó en su cámara y la cargó en sus manos. Miró hacia arriba, hacia la izquierda y vio venir una columna de nieve, como una explosión, y por total reacción disparó tres cuadros de una cámara que normalmente logra 9 cuadros en un segundo, e inmediatamente se lanzó al interior de la carpa, se agachó, no se acuerda de haber llegado al piso, tan solo un viento que llegó como una ola mientras él no sabía si estaba boca abajo, de lado o hacia arriba.
Finalmente se encontró a sí mismo en el suelo, oyendo un ruido terrible y el sonido de cosas que caían mientras él se abría espacio en su cara para poder respirar. “Todo era instintivo”, detalla. Luego vino un silencio total. Entonces notó que respiraba, que estaba vivo y consciente, y comenzó a sacudir sus manos, sus brazos. Por unos instantes pensó que podría quedar enterrado vivo; por fortuna, sin saber de dónde, apareció de entre la nieve la mano del sherpa Pasang, quien había sido su guía en la subida, lo agarró y comenzó a jalarlo para sacarlo. Roberto tenía un pie enredado, así que le pidió que se detuviera o le causaría daño, y él terminó de salir por sí mismo. Al otro lado de la carpa, Ammu gritaba para contarles que estaba allí, sangraba porque se le había caído una uña y tenía un golpe en la cabeza, nada grave. La ayudaron a salir, y Roberto y ella se miraron uno en frente del otro, englobados, en shock. “Acababa de ocurrir un milagro”, dice Roberto. “El sentimiento es muy raro. Después de un pánico total, luchando para sobrevivir en forma instintiva, regresas a lo que conoces y dices: estoy vivo, respiro, tengo brazos y piernas”, explica.
Ammu y Roberto volvieron a trabajar, porque, afirma él, “es lo que sabes hacer. Sobreviví a esto y es terrible lo que pasa, pero tengo que registrarlo, tengo que contar la historia”. Y su relato está lleno de exclamaciones, de sonidos que intenta reflejar en ‘rrrr’, ‘ggrgr’, en combinaciones de consonantes con las que trata de describir el sonido que no olvida, con palabras que al otro lado del teléfono suenan como si estuviera viviendo todo otra vez, con la tranquilidad de que ya sabe que tuvo un final feliz.
Después de la avalancha, Roberto se preguntó si debía ayudar en vez de hacer su trabajo, pero entendió que podía hacer las dos cosas, así, por ejemplo, con un grupo de personas ayudó a un herido. Alguien encontró una lona para acostarlo, otro le puso el oxígeno y entre varios lo cargaron y llevaron a un centro de atención cercano con equipos necesarios para atenderlo. Roberto también tuvo tiempo para registrar cómo quedó todo después de la avalancha, cómo entre los testigos de la furia de la tierra se ayudaron unos a otros. Tenían agua, comida y abrigo.
Pasaron la noche en el lugar con un equipo muy preparado para estas montañas, rodeados de sentimientos de ayuda, hermandad y solidaridad entre todos los sobrevivientes, también cansados, magullados, con miedo, sin saber qué podía pasar. A las 5 de la mañana del día siguiente, cuando ya la luz del lugar era plena, comenzaron a llegar los helicópteros con los que sacaron a los heridos y a los más necesitados. Después de eso, Roberto consiguió comunicación a través del teléfono satelital de AFP y, 22 horas después de ser tomadas, las imágenes de la avalancha estuvieron listas para enviarse a todo el mundo como testimonio de la furia de la naturaleza, unas fotos que han sido publicadas en muchos medios impresos y digitales pero que, según Roberto, no le hacen justicia a lo que vivió.
Por fortuna, esas fotos en la sede de AFP también fueron para sus compañeros de trabajo en otros lugares del mundo y para sus familias la prueba de que estaban vivos. Ahora, cuando ya está en Katmandú, no solo ha hablado con su esposa, que vive en Nueva Delhi, sino con muchos medios que lo han llamado para que cuente el testimonio en el que él asegura que de verdad está vivo de milagro.