FOTOS: ANDREA MORENO, EL TIEMPO / ASISTENTE DE FOTOGRAFÍA: TIFFANY VARGAS
FOTOS: ANDREA MORENO, EL TIEMPO / ASISTENTE DE FOTOGRAFÍA: TIFFANY VARGAS
24 de Junio de 2024
Por:
Diego Montoya Chica. IG: @chinocarajooo

La mujer de las mil voces en La Luciérnaga es, también, una abogada reflexiva. La polarización, dice, ha minado la credibilidad del periodismo y, de paso, el sentido del humor de toda una nación. 

Alexandra Montoya: “Las noticias colombianas son como un déjà vu”

 

SU PRIMER RADIO tenía forma de mico: “Me lo regaló mi papá cuando yo tenía unos seis años”, recuerda Alexandra Montoya, minutos antes de entrar a la sesión de fotos que acompañan este artículo. “Una de sus orejitas era el on/off y la otra, el dial para sintonizar”. La niña que escuchaba Radio Tequendama en ese aparato y que jugaba a imitar acentos mientras lavaba la losa en su casa de infancia en el barrio El Restrepo, de Bogotá, pronto demostró tener esa ‘cosa’ misteriosa que le da el azar a los buenos comediantes: una especie de audacia, de agilidad mental no forzosa que, en su caso, está sincronizada con el humor colombiano.

Y es que este último no es poca cosa. No solemos comparar “sentidos nacionales del humor”, pero hecho el ejercicio, se nota cómo estamos enamorados de los mil y un arquetipos sociales que genera nuestra sociedad inequitativa y diversa. De nuestros “personajes” nos burlamos con sarcasmo y cierta sagacidad, incluso cuando envolvemos todo ello en chistes que el intelectual tilda de “flojos”, mientras es incapaz de ahogar su propia carcajada. Esa es la viveza con la que Alexandra desarma el acto de ricos y pobres para equipararlos en un mismo costal: un bálsamo para esta sociedad jerarquizada.

También cabe la posibilidad de que ese tipo de inteligencia no sea del todo innato en Alexandra, sino que lo haya desarrollado a la sombra de algunos desafíos personales. La separación de sus padres, principalmente —una mujer boyacense y un hombre nortesantandereano—, junto con algunas carencias siendo niña. A todos nos pasa: adquirimos talentos —y defectos, claro está— que, en realidad, fueron mecanismos de defensa alguna vez.

A las puertas del estudio, se le oye insistir en que no quiere “ser modelo de nada”. Pero su figura sí resuena en el público como alguien que es ejemplificante en varios frentes: es reconocida por haber decidido tener un hijo vía inseminación artificial y por escribir un libro acerca de esa experiencia. Con ello, contribuye a desmoronar otro de esos tabús que incomodan en la biblioteca “moral” del país. Además, se lanzó a estudiar Derecho a los 40 años para entender mejor a Colombia. Y también es una de esas profesionales que cumplió su sueño: desde hace 29 años es la voz femenina en La Luciérnaga, el programa radial que entrelaza las noticias clave de cada día con chistes y entretenimiento.

La comedia es efectiva para hacer contrapoder. Pero ¿está siendo más difícil en la era de las redes sociales, cuando el sentido del humor está tan enrarecido? En esas plataformas se vive una paradoja: aumenta la agresividad mientras que también crece la sensibilidad a la ofensa.


Yo nunca he sentido una agresión tan fuerte en mi contra, pero sí es cierto que cuando uno comparte una buena noticia relacionada 
con el Gobierno, entonces pasa a ser “una payasa de los petristas”, de “los santistas”, o de los que sea. Y cuando la información es negativa, aparecen de inmediato reacciones similares. Siempre se hiere alguna susceptibilidad. Eso es un problema: a mí sí me incomoda que hayamos caído en ese juego de los bandos. Porque el periodismo debe ser uno solo: el de la mayor objetividad posible. Pero claro: ¿quién decide qué es objetivo en un país tan polarizado? En nuestro periodismo está ocurriendo como cuando eres hincha de un equipo y, a la vez, eres el comentarista del partido: ¿hablarás de sus triunfos y derrotas sin apasionamientos? Tanto es así, que hay quienes hablan de “medios de oposición”, una idea que a mí me impacta mucho.

 

A los que queríamos un cambio, nos tiraron la puerta en las narices. Los nuevos llegaron al poder para comportarse exactamente igual a los demás".

Recordando los atentados al periódico de sátira Charlie Hebdo en París, ¿usted cómo ve ese debate sobre qué sí y qué no es objeto de humor?

Es que para no ir más lejos, tenemos el caso de Jaime Garzón, a quien conocí porque trabajamos juntos. Y yo notaba que tenía un sentido de lucha por la paz. Sí, desde su corriente, pero lograba sentar la izquierda con la derecha a almorzar y conseguía que dialogaran con serenidad y madurez. La orden de asesinarlo habría podido echarse para atrás, pero pudo más el ego, la vanidad, el narcisismo de los asesinos.

Mire, nosotros los comediantes somos como los caricaturistas, que recogen los rasgos que sobresalen de una persona y los acentúan: si es la nariz, pues entonces se agranda la nariz. Si la persona es calva, le dibujan tres pelitos nomás, así en realidad tenga diez: es lo característico. En mi stand-up, yo me ridiculizo a mí misma. A la gente le gusta esa burla porque en ella hay cierta identificación y relajación de sí mismo.

"A mi hijo nunca se le ha negado su origen. Al contrario: se le ha transmitido que no tiene por qué sentirse mal al respecto".

¿Alguna vez ha tenido un desencuentro o descache, digamos, ético en La Luciérnaga?

Sí, claro. Una vez, durante una campaña, Germán Vargas Lleras estaba buscando su fórmula para vicepresidente. Y, estando al aire, le pregunté al imitador del candidato: “Oiga, ¿de verdad está buscando fórmula en la costa, alguien que sea honesto y trabajador? ¡Le va a costar trabajo!” Lo dije por ese cliché del costeño perezoso y deshonesto, cuando lo cierto es que esos rasgos están en todas partes del mundo. El tristemente fallecido Ernesto McCausland me escuchó y en una columna rechazó mi comentario. Y yo, luego, decidí disculparme al aire. Yo no he debido generalizar. Sin embargo, fíjese que en esas elecciones el mayor índice de compra de votos resultó estando en el Caribe. Y entonces yo recojo una reflexión: ¿por qué no nos miramos en el espejo? Para corregir, a veces es bueno burlarnos de nosotros mismos.

Le cuento otra anécdota. A veces, yo salía con ciertos chistes que resultaban machistas cuando imitaba a Natalia París. Y lo eran porque le daban a ella una sensación de “mujer bruta”. Yo luego cambié completamente eso en mi stand-up. ¿Bruta ella? ¡Es DJ, es empresaria, es modelo...! Pero, como le decía, el comediante busca algunos rasgos de la voz y los explota, aunque, a veces, el resultado puede dar la impresión que no es. Yo me encontré a Natalia alguna vez y le ofrecí disculpas, pero a ella no le importaba. Al parecer, después de irse del país, sus productos se seguían vendiendo en Colombia, en parte porque mi imitación la mantenía en el radar de la gente. El caso es que, a su regreso, tomó un taxi en Medellín y el conductor después de oírla le dijo: “¡Ah! ¡Usted es la de La Luciérnaga!”. Que ella me compartiera ese recuerdo me pareció un gesto de fair play, de humildad, de madurez. De: “Yo qué voy a pelear con usted, haga lo que quiera”.

Usted llegó a La Luciérnaga en 1995, tres años después de creado el programa. Tres décadas después, el día a día noticioso parece similar al de entonces: están ahí la corrupción, la influencia de la mafia en la política, el orden público... ¿Qué tanto va y viene este país a las mismas calles sin salida?

Las noticias aquí son como un déjà vu. Es impresionante ver cómo nos merecemos nuestra suerte. Y a los que queríamos un cambio, nos tiraron la puerta en las narices, porque cuando los nuevos llegaron al poder, lo hicieron para comportarse exactamente igual a los demás. Sin ser fatalistas, puede que eso nos lleve a que se cumplan algunos de nuestros temores con el reflejo de Venezuela. Yo vengo de abajo: del estrato tres, que es al que más clavan; el que está haciendo las filas para pagar los créditos. Y para mí, es una desilusión descubrir que se están robando la plata, y que los carrotanques y demás...

FOTOS: ANDREA MORENO, EL TIEMPO / ASISTENTE DE FOTOGRAFÍA: TIFFANY VARGAS

Y, por razones climáticas, también parece que regresamos a la inseguridad energética, como en el 92, cuando nació La Luciérnaga.

Sí, y de hecho, si usted mira por qué había una crisis energética en los noventa, era por un tema de corrupción de unas barcazas que compraron a unos precios que no eran y que, luego, no sirvieron. Es que lo de la corrupción es una constante dolorosa, tal y como le ha ocurrido a la infraestructura vial en manos de los Nule, los Moreno Rojas... Son los mismos ciclos. Pero, en algunos aspectos, la cosa se está agravando. Mire por ejemplo la forma como han maltratado herramientas buenas de la Constitución, como la tutela; o cómo se han politizado los entes de control.

Usted estudió Derecho después de 20 años de estar trabajando en radio. Según dijo, pensó que le daría herramientas para entender el país que La Luciérnaga cubría día a día. ¿Sí sirvió?

Totalmente. Yo digo que todo el mundo debería estudiar Derecho como una materia para la vida. Ese campo está presente desde antes de que uno nace y hasta después de que se muere. Y en el periodismo, da la claridad en torno a cómo funciona el Estado. Adquiere uno herramientas para meterse a mirar cómo funciona, por ejemplo, la Comisión 5a de la Cámara de Representantes. Empieza a ‘desmenuzar’ la cosa.

¿Entonces usted es como una consultora legal en La Luciérnaga, además de ser humorista?

No, pero a veces sí hablo con Chaparro, uno de nuestros libretistas, sobre el tema. De pronto él me muestra alguna frase para que yo corrobore algún detalle en ese aspecto. Por ejemplo, en su momento hablamos cuando cubríamos a Claudia López y a Angélica Lozano, de manera que no fuésemos a hacer algún comentario indebido acerca de ellas o su relación, así fuera en alguna acotación o cosa pequeña.

Hace 12 años, usted decidió ser madre sola, sin la validación del canon de familia tradicional. ¿Cómo hacerle entender que eso es normal y que está bien a un país donde se sigue considerando como “normativo” al núcleo de papá, mamá e hijos, pese a tener casi tres millones de hogares monoparentales?

Ser osado en estas cosas sirve para abrir un camino. En el colegio de mi hijo, por ejemplo, cuando piden firma de la padre y de la madre, yo firmo ambos espacios —a mi hermana, que vive en Estados Unidos, le piden la firma del cuidador: es diferente—. Yo no soy vocera de todas las familias diversas, y hay muchos tipos, pero es que no se les puede excluir.

Nosotros hemos vivido algunas de las consecuencias de esa cultura que usted describe. Han venido en forma de maltratos por parte de quienes se consideran perfectos. Mi hijo tuvo que aguantarse, por ejemplo, que otro niño le dijera: “Por lo menos yo sí tengo papá”. ¿Qué conversación está teniendo esa familia en casa? A mi hijo nunca se le ha negado su origen, y en cambio se le ha transmitido que no tiene por qué sentirse mal al respecto. Finalmente, el donante existe: sí tiene papá. Eso me recuerda cuando, una vez, en una revista pusieron: “Alexandra no necesitó un hombre”. Y entonces yo pensaba: “¿De dónde salió el semen, acaso? ¿De un caballo?”.

Según ha contado usted, le revelaba a Juan José su propio origen más o menos así: “Yo fui a donde el doctor y le dije que quería tener un hijo. El doctor abrió su cajón y me respondió: «Claro, doña Alexandra. Mire: tengo estas semillas»”. ¿Cómo evoluciona ese relato?

Sí, el doctor abría el cajón, me mostraba muchas semillas, yo escogía una y me la ponían en la “pancita”: eso es lo que yo le contaba cuando él tenía unos tres años, pero fue creciendo y hoy le cuento las cosas de manera diferente. Le he dicho que mis propios padres eran separados; que yo no quería repetir esa historia y que yo decidí ser madre sola. Que yo soy su mamá y su papá en muchos sentidos. Y sobre todo, que no se avergüence. Porque en las familias tradicionales también pasan tantas cosas malas, que cuando suceden en las monoparentales, esa no puede ser la excusa.

Su madre buscó el divorcio en una época en que eso era difícil para las mujeres. Ella estudió Trabajo Social ya siendo adulta. Y da la impresión de que usted también obedece su propio criterio e intuición: optó por tener una maternidad atípica, por estudiar una segunda carrera y, hace poco, se salió de un reality porque no se sintió bien. ¿Qué dice de esa seguridad?

Que es autonomía, más no autosuficiencia. Mire la diferencia: la autonomía es la capacidad que tiene uno de decidir sin que le coaccionen a hacer algo; el poder de hacer por sí mismo, confiando en que eso es lo que uno quiere, realmente. Pero, al mismo tiempo, uno no es autosuficiente. En el camino cristiano que yo sigo, eso sería soberbia: yo no siento que yo pueda hacer lo que “se me dé la gana” o que sea todopoderosa. Solo que sí uso el libre albedrío que Dios nos ha dado para ser autónoma.

¿Juan José, su hijo, la escucha al aire?

Sí, mucho, ahí prenden el programa en casa. Y el personaje de la niña que yo hago refleja muchas de las vivencias de Juan José mezcladas con cosas mías.

Frente al micrófono, ¿usted a quién se imagina que le habla? La Luciérnaga es escuchada en la ruralidad, en entornos urbanos y en todos los estratos.

A mí me encanta hablarle a los estratos 1, 2 y 3, y por eso mis personajes son populares. Doña Pepita, de hecho, es la única que no, pero es una millonaria en declive: la “millonaria pobre”. Y es que, ¿qué se vende más: la pola o el Dom Pérignon?

¿Cansa ir a reírse al estudio?

No. Yo en realidad no voy al trabajo, sino que es casi una terapia para mí . En pandemia me iba enloqueciendo. ¿Y sabe?, los libretos de La Luciérnaga no tienen cosas como: “Entran risas”, sino que estas son completamente espontáneas. Además, no todos los miembros del equipo tienen todo lo que dirán los demás en su libreto. Si yo entro como Cathy Juvinao a hablar con Gustavo Bolívar, yo tengo ambos textos, y el que lo interpreta a él también. Pero los otros no, entonces cada explosión de risa es genuina.

¿Quién es el político con mejor sentido del humor?

Los padrinos de mi hijo, que son como dos hermanos más: Carlos Medellín y Carlos Negret. Hay otro que tiene un muy buen sentido del humor y que quiero mucho y es Alfonso Gómez Méndez.

“Si uno comparte una buena noticia relacionada con el Gobierno, pasa a ser «una payasa de los petristas»”.

¿Cómo es su cotidianidad no laboral?

Estoy en plan de ser mamá 24/7. Con Juan José hacemos plan de viernes de película con palomitas. No sentamos a ver la que él escoja, por lo general. Y en los puentes nos escapamos para Chinauta, donde tengo una casita. Allí, él juega con niños locales, cosa que me encanta. También vamos a cine, a teatro... Somos muy “parceritos”. Voy a decir algo que a algunos no les va a gustar. Pero creo que este tipo de familias monoparentales, a veces, somos más papá y mamá que las tradicionales. Un ejemplo tonto es que uno tiene que garantizar que todo esté marchando bien, porque no hay nadie más en quién recostarse en la cotidianidad. Tampoco está eso de “dígale a su papá”. Yo cumplo todos los roles de la mamá que ama, pero también que disciplina. Juan José me conoce cuando estoy brava y cuando estoy amorosa.