Archivo particular
4 de Julio de 2013
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Aquí va la historia de cómo un sencillo lugar en las afueras de Bogotá terminó convirtiéndose en uno de los restaurantes más importantes del país.

Por Myriam Bautista

45 años de El Pórtico: Un restaurante del tamaño de un pueblo

“Es el nuevo pueblo a media hora de Bogotá”, sentenció el desaparecido periodista Camilo Durán, cuando se inauguró El Pórtico, un día del famoso mayo del 68.

Se trataba de la apertura de un restaurante enclavado dentro de la réplica de un pueblo colonial. Desde que abrió sus puertas hasta hoy, 45 años después, conquista el corazón de quienes lo recorren y los paladares que degustan comida típica preparada a la manera antigua, sin prisas, con recetas que se han hecho de la misma manera durante todos estos años, sin ponerles ni quitarles ingredientes.

El libro

La construcción de El Pórtico fue un proceso singular y retrata con nitidez a uno de los personajes más queridos y peculiares de la Bogotá del siglo pasado: el cachaco. En este caso, Jaime Pradilla Keith. Y es precisamente Jaime, conocido como Coco Pradilla, quien narra en un libro sobre su genealogía (De Barichara a El Pórtico) la colocación de las primeras piedras de ese pueblito.

Bachiller del Gimnasio Moderno y con un pomposo título de Bachelor of Arts en Economía de la Universidad de Darmouth en Hanover, New Hampshire, Estados Unidos, a Jaime Pradilla le sobraban amigos, tan cachacos como él, con quienes tuvo dos grupos principales: uno de hinchas de fútbol, fundadores del glorioso equipo El Nogal y al que le querían hacer su club campestre; y otro, el de los aficionados a los toros, con quienes no se perdía corrida en la Plaza de Santamaría, en el tendido tres, en la peña La fiebre taurina. (Foto: Nicolás Cadena Arciniegas)

(Sólo la afición taurina terminó teniendo cabida en El Pórtico, con la construcción de una placita por la que han pasado figuras criollas y españolas y en donde muchísimos aficionados han convertido realidad su sueño de dar unos pases de capote o muleta a unas vaquillas que terminan, sólo en sus historias, convertidas en fieros novillos).

En el libro Pradilla cuenta así su gesta: “Estas piedras (las de la entrada y que le dan el nombre al lugar) las traje de la Plaza de Bolívar, cuando se demolió el costado norte para levantar el desaparecido Palacio de Justicia. Era el pórtico que daba entrada al claustro o patio de la casa que fuera de Carlos Rodríguez Maldonado. Se convirtió en nuestro Arco del Triunfo. No tiene nada que ver con el resto de las construcciones pero ha servido de logotipo y para que muchos se retraten y digan que estuvieron en Atenas.

“De restaurantes lo único que sabíamos era frecuentarlos. Pero Yolanda, como visionaria de hontanar, insistió en que era nuestra única salida (o entrada, como sucedió posteriormente) y se resolvió abrir un sábado de mayo en la casa del hortelano. Con cinco mesas y pacas de tamo como asientos, el éxito no se hizo rogar, no fue esquivo y demostró contundentemente la visión de Yolanda. Cada sábado y cada domingo venía más gente, pero cuando llovía la cosa se complicaba; se pensó entonces en hacer un restaurante. ¿Quién lo va a construir?, preguntó Yolanda. Me armé de valor, que era lo único que me quedaba, y dije en tono grave: ¡Yo! Pero si tú no eres arquitecto, ripostó ella. No interesa, eso ya está inventado y con el ‘maestro’ Enrique, resolví echarle la capa al toro y comencé a pintar, si esa es la palabra adecuada, ‘monos’ que en cuatro meses escasos se convirtieron en el Salón Principal. Cielos rasos en chusque a la vista, piso en tablones antiguos, vigas viejas de maderas curadas y ventanales que en un principio se cubrieron con plásticos, pues no había para los vidrios.

    

“Cuando se pensó en la manera de hacer y asar las carnes dentro del salón, recuerdo que pasé varias noches en blanco… Al tercer día, o mejor, tercera noche, muy de madrugada se me iluminó la testa y de un codazo desperté a Yolanda, que dormía plácidamente. ¡Amor! Tengo la solución para la carne. ¿Qué?, preguntó somnolienta. Sí, hacerla como en una herrería, en la fragua. Al día siguiente salí corriendo a ver las pocas herrerías que quedaban en la sabana de entonces. Fui a Chía, a Tabio y a Cajicá. Logré, después de pelear mucho, que don Mariano Prieto, vecino de Chía, quien a la sazón se arrimaba a los 90, me vendiera un viejo fuelle con su palo y todo originales. Se trasladó y ambientó ‘milimétricamente’, como diría Guillermo León Valencia, al sitio que hoy ocupa…”. (Fotos: Walter Gómez)

Y así Jaime Pradilla desgrana las locuras que acometió para levantar El Pórtico, construido dentro de las especificaciones que se conocen como ‘arquitectura de accidente’.

Hoy, Jaime, con 83 años muy bien vividos, y su esposa Yolanda, con 70 y tantos, viven rodeados por sus cuatro hijos y once nietos. Y Jorge, el segundo de los hijos, ha sido y es el más entusiasta seguidor de la empresa, tal vez por eso es que ocupa la gerencia general y es el motor que no deja apagar el fuego de la fragua que, desde 1968, no ha dejado un solo día de alumbrar en El Pórtico.