VIOLENCIA: ALEJANDRO OBREGÓN
Basta darle un vistazo a Violencia de Alejandro Obregón para captar las implicaciones humanas y sociales de su tema político, como basta un vistazo a Bachué de Rómulo Rozo para penetrar el sentido de su tema mítico. La anterior no es una relación arbitraria. En mi trasegar por revistas, suplementos y diarios publicados desde 1840, una cosa tengo clara: que Violencia y Bachué son (como María, La vorágine y Cien años de soledad) obras que le han llegado al común de la gente de manera directa, por fuera de las explicaciones de los críticos.
Obra contundente, rigurosa y clara, Violencia es una pintura atípica en la trayectoria de Obregón. No se prodiga en colores, no es de formas profusas y tiende a la unidad, no a la dispersión. Pintada en 1962 en Barranquilla, corresponde a un período del quehacer obregoniano que en su momento el mismo artista consideró barroquizante, término que simplemente designaba la multiplicidad de elementos en juego (piénsese si no en la significativa variedad de brochazos, colores, texturas y planos de cualquier Torocóndor o de Flor carnívora).
No obstante, Violencia es una obra esencialmente obregoniana. Responde, como otras pinturas realizadas entre 1948 y 1968 (Masacre 10 de abril, Velorio-Estudiante fusilado, Homenaje al estudiante muerto, Violento devorado por una fiera, Homenaje a Camilo y Muerte a la bestia humana) a un conjunto de lienzos que el artista realizó porque tenía que protestar a conciencia contra la incivilidad característica de una época que no ha concluido todavía.
Violencia no fue pintado a partir de un hecho episódico. Obregón emprendió la obra cuando se comenzaron a publicar análisis incontravertibles y muy serios sobre la magnitud de los acontecimientos que ensagrentaban a Colombia desde 1947. Con expresiva sobriedad, el cadáver de una mujer se funde al paisaje en esta tela, como si su brutal asesinato hiciera parte de nuestra geografía.
Antes de llegar a la magistral solución, Obregón hizo los apuntes de la serie Genocidio, cruce de Los desastres de la guerra de Goya y el Guernika de Picasso. En Genocidio se amontonaban los cadáveres. En Violencia, la quietud de una sola figura bastó para comunicar la desesperación, la tristeza y el horror --teñidos de luto y rabia-- que invadían al artista. Pintarlo fue una acto de rebelión contra toda intransigencia, al margen de su colaboración política. Si Violencia se impone por su calidad estética, no menos importante es su dimensión en el terreno de la ética.