UN ESPECTÁCULO QUE NO SE PUEDE OLVIDAR
Bogotá, septiembre 14 (AFP)
Acabo de asistir a un espectáculo que sólo se ve una vez en la vida: vi, en un rincón situado en el corazón de la enorme llanura que se extiende al oriente colombiano, un ejército “fuera de la ley” armado de fusiles los más variados, inclusive grases del siglo pasado, vestidos sus componentes con las más abigarradas indumentarias, a veces sin camisa, descalzos y casi todos desdentados, puestos en guardia, haciendo el saludo militar, deponer sus armas y recibir el abrazo del general Duarte Blum, comandante en jefe de las fuerzas armadas colombianas.
Vi entre los guerrilleros a niños aún blandiendo enormes cuchillos y exhibiendo sus mejillas con cicatrices impresionantes.
La escena tuvo lugar en el sitio llamado Cantaclaro, cerca de San Martín, en los Llanos Orientales, en donde la paz ha tornado después de casi cuatro años de guerra, la más sangrienta que esta parte del mundo haya visto después de las guerrillas mexicanas de Pancho Villa. En las dependencias de una finca abandonada por sus habitantes, el alto comando había hecho levantar mesas e instalar la oficina provisional en donde se iban a distribuir salvoconductos que permitieran deambular libremente a esos hombres que, por espacio de largos años de aventura, había vivido al abrigo de regiones inexploradas.
El general Alfredo Duarte Blum , uno de los oficiales más inteligentes y más humanos que el presidente Teniente General Gustavo Rojas Pinilla cuenta entre sus colaboradores, llegó allá justo con su Estado Mayor. Eran las 14:05 locales y el sol del trópico ardía terriblemente cuando vi salir de uno de tantos caminos un espectáculo asombroso: vi al primer guerrillero que hizo su entrada. Llevaba un gorro rojo escarlata adornado de cintas con los colores de la bandera de Colombia. Lo seguía un joven que llevaba también un gorro escarlata y un chal rojo sangre que le caía hasta las rodillas.
Tras ellos avanzaba un hombrecito encorvado que llevaba un casco de acero alemán de la primera guerra mundial. Luego venían más de cien guerrilleros del grupo de Dumar Aljure, jefe insurgente de origen libanés.
A paso de ganso
Ciento treinta y dos hombres en pingajos, con pantalones militares remendados y de todo color, gorros y sombreros desgarrados y todos descalzos, desfilaron al paso de ganso ante el general Duarte Blum, cuadrándose, formados en parada impecable, del lado izquierdo del campo preparado para la ceremonia.
Los últimos en entrar fueron seis niños, el más joven de los cuales, un muchacho rubio de mirada torva y con la mejilla señalada por una roja cicatriz, hacía todo lo posible para mantener un aire de marcialidad. No obstante, cuando creía que nadie reparaba en él, asía la mano de su vecino de más edad, el cual sólo tenía siete años... A continuación, Dumar Aljure, hombre esbelto y moreno, con la mirada penetrante y autoritaria, pasó revista a sus tropas; volvió sobre sus talones, hizo el saludo militar ante el general Duarte Blum, y dijo: “Mi general, los guerrilleros del grupo de Aljure se os presentan”. Al mismo tiempo y del otro costado, un hombre se adelantó y dijo: “Mi general: los guerrilleros conservadores de la paz de la región de San Martín se presentan a vos”.
El general pasó revista a las dos tropas, estrechó la mano y abrazó a todos y cada uno; habló largo rato con el pequeño guerrillero de siete años, el cual se sonrojó; luego, dirigiéndose a los unos y a los otros, el general Duarte dijo:
“La lucha ha terminado. Todos somos colombianos. Debemos olvidar y perdonar a nuestros enemigos y todos de acuerdo debemos trabajar en la reconstrucción de nuestro país”. Una vez más los guerrilleros presentaron las armas: los que sólo tenía revólveres y conservaban las manos libres aplaudieron, mientras los más jóvenes, con las manos sobre las costuras del pantalón, dieron un salto en su lugar. Aljure, el jefe de las guerrillas liberales, pasó al lado ocupado por sus enemigos conservadores de la víspera y les estrechó la mano.
Entrega de las armas
El momento crucial de la ceremonia había llegado: uno tras otro los insurgentes desfilaron ante las mesas, recibieron sus salvoconductos y entregaron a los oficiales sus fusiles, sus ametralladoras y sus revólveres.
Todos parecían menos conmovidos de lo que se hubiera podido suponer porque, más allá de las armas de que se habían servido durante largo tiempo para matar como para defenderse, entreverían el porvenir: en efecto, del sitio en donde depusieron sus armas pasaron a un patio en donde se les dio vestimenta completa, alimentos y un utensilio de trabajo. En el patio de la finca el general Duarte me mostró las armas y cartucheras que acababan de deponer los guerrilleros: al lado de fusiles y ametralladoras americanas de último modelo, se erguía una torcida, larga y solitaria carabina de fabricación belga de la fábrica nacional de Lieja, cuya culata estaba atada al cañón por medio de alambre.
Entre las municiones de último modelo se encontraban grandes balas francesas, grases cargados con pólvora negra, los cuales, dijo el general, fueron importados a Colombia hacia fines del siglo pasado. Se cree que al terminar la Guerra de los Mil Días fueron colocados en lugar seguro por los abuelos de los guerrilleros que más tarde los utilizaron. (El Tiempo).