TEMBLORES Y TERREMOTOS
“Non tembles Terra” solían decir los antiguos como un conjuro para atajar los tics del planeta. Desde épocas remotas la tierra se sacude con alguna frecuencia, para acomodar sus capas, o ajustarse a las condiciones de la evolución, y cada una de estas sacudidas, que se mide en una escala de 1 a 9, produce, según su magnitud, grandes sustos o tremendas catástrofes.
Colombia tal vez ha sido más afortunada que la mayoría de las naciones en materia de temblores y terremotos. De los primeros, que van del 1 al cinco en la escala, ha habido muchos, con leves o ningunas consecuencias. Los segundos que van del 5 al 9, han sido bastante menos frecuentes y sus corolarios muy graves solo en pocos casos. Durante la colonia son dignos de recordar los terremotos de 1763 y 1785; durante el siglo XIX los de 1826 y 1827 y el que destruyó Cúcuta en 1785. El Siglo XX fue algo más pródigo en temblores y terremotos.
Izquierda: "La oración por todos" en las ruinas del cementerio de Popayán, 1983. Archivo El Tiempo. Centro: Vivienda destruida en Tumaco durante el Tsunami de 1979. Archivo El Tiempo. Derecha: Procesión frente al templo de El Voto Nacional, el 6 de septiembre de 1917, para implorar por el cese de los fuertes temblores que venían sacudiendo a Bogotá desde el 31 de agosto. El Gráfico. Biblioteca Nacional. |
Principiando el Siglo
El primer terremoto del Siglo XX en Colombia no fue terráqueo sino intelectual. Mientras liberales y conservadores se atizaban a plomo y hierro por todo el país en grandes y pequeñas batallas, en Bogotá se trenzaron en ruidosa polémica el sabio Julio Garavito Armero y el doctor Leopoldo Ortiz, con motivo de la anunciada aparición de un cometa.
La tesis debatida era sobre el origen, trayectoria y naturaleza de los bólidos, de los que Garavito aseguraba que no eran los causantes de los terremotos y temblores, y Ortiz acusaba de ser los directos responsables de esos fenómenos. Ambos contendientes estuvieron de acuerdo en la conclusión, que consistió en preguntar si nuestro Observatorio Astronómico poseía los instrumentos adecuados y necesarios para detectar la proximidad o lejanía de un bólido o de un cometa y coincidieron en la respuesta negativa. En medio del calor de la discusión pasó por Bogotá el 6 de mayo de 1901 el cometa, visible a simple vista, pero como si no lo fuera, pues nadie en la ciudad se dio cuenta de la presencia del astronómico visitante, excepto el ingeniero francés Jorge Brisson. Cuando Brisson dio aviso de que había pasado el cometa, surgieron las respectivas cábalas sobre en que momento se produciría el terremoto anunciado por el cometa; pero el terremoto no se produjo enseguida.
Pasados cuatro años no hubo temblores que asustaran a la población y ya todos habían olvidado el cometa de 1901. En noviembre 20 y 21 de 1905 Bogotá fue mecida por varios temblores consecutivos de entre cuatro y cinco grados. No hubo víctimas, ni daños, sólo un susto mayúsculo.
Izquierda: Procesión frente al parque de los Mártires, en el Centro. El Gráfico. Biblioteca Nacional. Derecha: La destrucción causada en Chapinero por el terremoto de 1917 fue enorme. Casi todas las quintas quedaron dañadas. Quinta-Castillo de don Pedro Villá en Chapinero, quedó completamente destruida. De sus ruinas fueron rescatados cinco cadáveres. El Gráfico. Biblioteca Nacional. |
Al año siguiente la tembladera fue más grave. El 31 de enero fuertes tremores sacudieron el país y provocaron el deterioro de numerosas edificaciones en Bogotá y en casi todas las capitales. El 3 de febrero volvió a temblar durante dos días seguidos, pero el sismo fue de siete grados y medio en el Pacífico, donde se produjo un Tsunami que arrojó grandes destrozos y más de mil víctimas. Los socorristas informaron que los caminos en la costa del Pacífico estaban cubiertos de cadáveres. El terremoto colombiano antecedió a dos más que sembraron el caos en los extremos opuestos del continente. El 19 de abril un sismo destruyó por completo la ciudad de San Francisco de California, y el 18 de agosto otro sismo arrasó con la ciudad de Valparaíso en Chile y desapareció las poblaciones aledañas.
Pánico en el 17
“El 31 de agosto de un año que no diré/sucesivos terremotos destruirán Santafé”. Esta profecía hecha por el padre Francisco Margallo y Duquesne en 1927, puso a temblar de verdad a los bogotanos cuando el 31 de agosto de 1917 (¿sería el año que no quiso decir el padrecito Margallo?) tembló en Bogotá con mucha fuerza en más de siete ocasiones y se vinieron abajo cientos de edificaciones en el centro y numerosas quintas en Chapinero. Siguió temblando durante nueve días y se contabilizaron cuarenta y cuatro sacudidas. Los temblores no se limitaron a Bogotá.
También en Tunja, Villavicencio, Medellín, Bucaramanga y varias ciudades más hubo daños materiales de consideración. Por fortuna, ninguna víctima, aunque se reportaron en los hospitales numerosos casos de choques nerviosos.
Izquierda: Quinta Emilia, en Chapinero. Se intentó reconstruirla pero los daños ocasionados por el terremoto obligaron su demolición. El Gráfico. Biblioteca Nacional. Derecha: Ruinas del Casrillo Villá, una de las residencias bogotanas mas elegantes, en el barrio de Chapinero. Museo de Arte Moderno de Bogotá, Mambo. |
Al segundo día de los temblores en Bogotá nadie quería quedarse en las casas y se improvisaron cientos de carpas en las calles y en los sitios alejados de las construcciones. El fotógrafo de El Gráfico, Luis Castro Montejo, dejó un testimonio ilustrado muy elocuente del pánico colectivo que sembraron en la capital los temblores de 1917. Los ciudadanos aterrados organizaron valerosas procesiones que recorrieron la ciudad para impetrar al Santísimo que no se cumpliera la profecía del padre Margallo. Todos contemplaban aterrorizados las cúpulas destruidas de la capilla del Sagrario y de la Iglesia de San Ignacio y pensaban para sus adentros que el fin de Bogotá estaba cerca.
Al fin, después de tantas procesiones como temblores, la tierra dejó de moverse y comenzó el censo de los daños causados y la campaña para la reconstrucción de la ciudad. Gracias a los temblores del 17 Bogotá entró en una era de esplendor arquitectónico y urbanístico. Se construyeron elegantes edificios y avenidas suntuosas cambiaron la cara de la capital. No hay temblor que por bien no venga.
Invierno, terremoto y maremoto
Después del 17 no hubo en el país actividad sísmica distinta a ligeros temblores de cuando en cuando, hasta 1967. En febrero de ese año un gran temblor hizo que en minutos se desocuparan en Bogotá los edificios y que las gentes se arrodillaran en las calles a pedir por la salvación de su alma. En el país se reportaron sacudimientos en más o menos las mismas zonas que habían sido afectadas por el sismo de 1917, y con una sola víctima, un muchacho aplastado en Bogotá por una barda de ladrillo que se vino abajo. El 31 de agosto de 1973 volvió a temblar fuerte y de nuevo pensaron los bogotanos en la profecía del padre Margallo.
1979 fue marcado por las tragedias de origen natural. Desde mediados de año un invierno incesante arrasó con los cultivos en casi todo el país, desbordó los ríos, destruyó las carreteras, aniquiló miles de semovientes y creó una situación de emergencia que el gobierno nacional se veía a gatas para atender. En esas condiciones dramáticas el territorio nacional sufrió el 23 de noviembre los efectos de un terremoto que afectó al antiguo Caldas y a los departamentos de Antioquia y el Valle, con un saldo de doscientas víctimas, dos mil heridos y seiscientos desaparecidos. Las pérdidas materiales superaron los mil quinientos millones de pesos. No terminaba la sociedad colombiana de movilizarse en auxilio de los damnificados del terremoto del 23 de noviembre, cuando el 12 de diciembre un maremoto, como el de 1906, hizo estragos en el suroccidente del país, en los departamentos de Nariño, Cauca y Chocó. La destrucción material fue inmensa, y el número de víctimas, entre muertos y desaparecidos, fue superior a tres mil. La cifra nunca se supo con exactitud.
Izquierda: uinas de la Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe en el cerro de Monserrate. Museo de Arte Moderno de Bogotá, Mambo. Central: Campamento del ejército en la Plaza de Ayacucho, frente al convento de San Agustín. Museo de Arte Moderno de Bogotá, Mambo. Derecha: 1979, diciembre. Panorámica de la devastación causada por el Tsunami en costa pacífica de Colombia. Archivo El Tiempo. |
De la tragedia inenarrable de 1979 también brotaron iniciativas que han traído grandes beneficios a Colombia. La creación de la fundación Compartir, por el constructor y empresario Pedro Gómez Barrero, apoyado por un núcleo de empresarios de distintas áreas, con avanzada conciencia social, ha sido una fuente poderosa de alivio a las gentes en las calamidades públicas y desastres naturales. En el curso de 25 años Compartir ha hecho por la reconstrucción de grandes zonas colombianas tal cantidad de obras, acompañadas de parigual calidad, que permiten ver con sobrado optimismo el futuro de nuestro país.
Popayán 1983
Para la semana santa de 1983 Popayán se preparaba a conmemorar con un gran festival de música religiosa. Se habían reunido en la capital del Cauca los más prestigiosos coros de distintas ciudades, orquestas y directores que vinieron del exterior. Iba a ser una de las festividades culturales más memorables en la historia del país, digna de la fiesta religiosa que la motivaba. En las primeras horas de la mañana del 31 de marzo, jueves santo, un terremoto de más de siete grados sorprendió la ciudad, que ya se preparaba para iniciar los solemnes actos musicales de ese día, y la destruyó. Hubo más de trescientos muertos, más de diez mil personas quedaron sin techo, y todo el sector histórico de Popayán se vino abajo. Ciento cincuenta y seis años antes, en 1827, un movimiento similar había causado estragos parecidos.
Izquierda: Los ataúdes enviados por el Gobierno nacional fueron insuficientes para la enorme cantidad de muertos que dejó esa catastrife natural. Archivo El Tiempo. Derecha: 1979, destrozos causados en la costa pacífica por el Tsunami. Archivo El Tiempo. |
El terremoto de 1983 duró 28 segundos eternos, que llenaron de espanto a los habitantes, a los varios miles de turistas y a las personalidades que se encontraban en la ciudad para asistir al festival de música religiosa. Quedaron destruidos todos los edificios públicos y gran parte de las iglesias, construidas en los tiempos de la colonia. El total de construcciones derruidas por el sismo fue de 2. 500. Otras 6. 800 sufrieron daños considerables. El terremoto también devastó a Timbío, un municipio próximo a Popayán.
Armero 1985
La mayor tragedia del siglo XX producida por un desastre natural, ocurrió en el municipio Tolimense de Armero el 13 de noviembre de 1985. A las once y media de la noche, la erupción del volcán Arenas del nevado del Ruiz, y el deshielo consiguiente, desataron sobre Armero una avalancha de piedra y lodo que sepultó el floreciente municipio y mató a veinte mil personas. El número de damnificados paso de doscientos mil.
Popayán. 1983, marzo. Diversos aspectos de los destrozos causados en Popayán por el terremoto del jueves santo de 1983. El centro de la ciudad colonial quedó completamente en ruinas. Archivo El Tiempo. |
Las imágenes que mostraron, no solo la magnitud de la tragedia, sino la inmensidad del heroísmo de los socorristas y voluntarios que sin vacilar se pusieron al servicio de los que habían quedado atrapados entre el lodo y las aguas, conmovieron y emocionaron al mundo. Las desoladas tierras de Armero fueron declaradas camposanto, y al año siguiente el Papa Juan Pablo II, de visita en Colombia, se desplazó hasta el desaparecido Armero para rezar por las almas de sus habitantes muertos durante la gran tragedia.
Uno de ellos fue la niña de trece años, Omaira Sánchez, que sobrevivió tres días atrapada con el lodo al cuello. Su actitud serena, sus palabras bondadosas y agradecidas hacia las personas que trataban de rescatarla, y su valiente actitud ante la proximidad de la muerte, aún no se olvidan.
1983, ruinas de la capilla del municipio de Timbío, próximo a Popayán. Archivo El Tiempo. |
La avalancha del 94
Crecido por el terremoto de 1994 se desbordó el río Páez y sus aguas en violenta avalancha arrasaron varias poblaciones ribereñas del Huila y del Cauca, con una saldo trágico de 1.100 muertos, dos mil desaparecidos y dieciséis mil damnificados.
El Eje Cafetero, 1999
El último acto del drama sísmico del Siglo XX en Colombia, ocurrió en el eje cafetero, región azotada ya por un terremoto veinte años atrás. El 25 de enero a las nueve de la mañana un terremoto de algo más de seis grados dejó mil y pico de muertos en la región denominada Eje cafetero, diez mil heridos y doscientos cincuenta mil damnificados. El movimiento telúrico destruyó el centro de la ciudad de Armenia, y los barrios del sur de esa capital. Causó serios destrozos en Pereira, y otros municipios de Risaralda, y en Caldas y el Norte del valle. En el Quindío quedaron seriamente averiados los municipios de Circasia, Córdoba, Barcelona, Montenegro y La Tebaida.
Izquierda: 1985. La avalancha de piedra y lodo provocada por un deshielo en el nevado del Ruíz, sepultó a Armero, en el Tolima, y a 20.000 de sus habitantes. Los intentos de rescate de los sobrevivientes, como el de la foto, fueron heroicos. Derecha: Panorámica de la destrucción causada en el centro de Armenia por el terremoto de enero de 1999 |
Conclusión
Siendo los desastres naturales una fuente de pesares por las vidas que arrebatan, y de angustia por el terror que ocasionan, no alcanzan sin embargo a causar tanto daño como el que producen los desastres fabricados por la mano del hombre. Las cifras hablan al respecto con sobrada elocuencia.
Mientras que el terremoto del Eje cafetero ocasionó mil muertos y diez mil heridos, la violencia humana provocó en Colombia, en 1999, 402 masacres que dejaron por saldo 1.863 personas muertas, y más de quince mil heridas. Aparte, más de dos mil secuestradas, más de cinco mil amenazadas y más de mil desapariciones forzosas. Parece que en materia de perversidad la naturaleza no puede competir con el hombre. Quizá la tierra tiembla y se estremece por el susto que le producen los seres “inteligentes” que la habitan. ESM