21 de diciembre del 2024
 
Notables de la capital. Vélez y Socorro. Provincia de Santander. Láminas de la Comisión Corográfica, 1850-1859.
Agosto de 2011
Por :
Pierre Raymond, Doctor en ciencias sociales y sociólogo, Universidad de la Sorbona, París. Profesor, Universidad Javeriana

Santander, el algodón y los tejidos del siglo XIX

Los primeros intentos fabriles

Antiguamente, en Colombia, tanto la escasa población urbana como las inmensas mayorías rurales se dedicaban, en tiempo parcial o completo, a la producción de los bienes de cotidiano uso: herramientas, ropa, calzados, sombreros, muebles, vajilla, cordelería, empaques, maletas, aperos, entre otros, que provenían de una multitud de talleres caseros.

Tal era en particular el caso de la industria textil. Hoy en día, ésta se encuentra cada vez más alejada de nosotros por el desarrollo de la producción asiática. Pero fue una de las grandes fuentes de empleo de nuestro país. En las tierras frías, la lana servía de materia prima para la elaboración de las ruanas. Estas comarcas también importaban algodón de las tierras más calientes y elaboraban prendas de todo tipo. Podemos observar en Boyacá la continuación de esta actividad con la fabricación de las capelladas de las alpargatas, elemento de la indumentaria que conserva su importancia entre los campesinos colombianos. En las tierras calientes, donde el algodón se daba tanto silvestre como cultivado, muchos hogares se dedicaban a la elaboración de su propia vestimenta.

Eli WhitneyUna región de Colombia tuvo especial importancia en la producción de telas de algodón: Santander. Allá, los artesanos no se limitaban a la elaboración de telas para el uso personal sino que ofrecían los excedentes de su producción al mercado local. Así fue que se desarrolló paulatinamente, a partir de la Colonia, una especialización productiva que hizo que esta provincia abasteciera con sus lienzos de algodón a gran parte de lo que hoy es Colombia.

 

El algodón en Santander

A finales del siglo XVIII, Pedro Fermín de Vargas menciona la importancia de la actividad textil en tierras santandereanas cuando realiza el siguiente retrato de las comarcas de Vélez, Socorro, San Gil y Girón. Dice que sus “habitantes viven gustosos. Atribuyo esta diferencia a la fábrica de lienzos que asegura el sustento al tejedor, a la hilandera y al labrador que siembra el algodón, que le es su verdadera mina”. Agrega que “la fabricación de los lienzos entretiene con la preparación del algodón, hilado, etc. gran número de individuos entre los cuales podemos enumerar las mujeres y los niños que en aquellas partes no sirven de peso a los padres y maridos”. Sin embargo, desde hace ya rato, la producción textil del Nuevo Reino de Granada sufría por el desarrollo de la industria textil europea que entraba de contrabando a América. Una relación de mando de 1771 menciona “el perjuicio que se causaba a estos reinos de la introducción de textiles de algodón”.

En esta época, los textiles más finos venían de Europa y la producción neogranadina se especializó en telas más ordinarias. Será por este motivo que Pedro Fermín de Vargas indicó, hacia finales del siglo XVIII, que “la necesidad hizo inventar a los habitantes de las villas del Socorro y San Gil unos tejidos de algodón que se han hecho generales después para el vestuario de las gentes pobres”. Esta apreciación se relaciona con la calidad del producto, pero también con su amplia comercialización en la Nueva Granada. La difusión de los textiles santandereanos se confirma en una instrucción que dio, en 1809, el Cabildo del Socorro a su representante ante la Suprema Junta de España e Indias. En este documento, se reconoció que “la industria está reducida a tejidos de algodón muy bastos de que viste casi toda la gente pobre de la mayor parte del Virreinato”.

Una región de Colombia tuvo especial importancia en la producción de telas de algodón:
Santander. Allá, los artesanos no se limitaban a la elaboración de telas para el uso personal sino que ofrecían los excedentes de su producción al mercado local. Así fue que se desarrolló paulatinamente, a partir de la Colonia, una especialización productiva que hizo que esta provincia abasteciera con sus lienzos de algodón a gran parte de lo que hoy es Colombia.

 

      

 

La revolución industrial acelera la decadencia  de la  producción casera de telas

 

Florentino González (1805-1874)La situación empeoró en el siglo XIX por la introducción masiva de telas inglesas, producidas en condiciones de productividad incomparablemente superiores, gracias a la industria textil de la patria de la revolución industrial.

Así, cuando el diplomático francés Gaspard Théodore Mollien visitó el Socorro en 1823, observó que todos los habitantes de la región se dedicaban al algodón y a los lienzos, sin que esta actividad les proporcionara un significativo bienestar material: “Se cuenta en el Socorro cerca de doce mil habitantes. En cada rancho, en cada casa, todos se ocupan en hilar, tejer o teñir; por todas las partes se ven telares. Las telas que se tejen son toscas, aunque durables; a pesar de que se les prefiere en las otras provincias a los tejidos de algodón extranjero cuando el precio es el mismo y que se les compre en cantidades bastante considerables, los obreros son pobres; en efecto, una hilandera no gana ni un real por día, una pieza de algodón de 64 varas no deja al tejedor una ganancia ni siquiera de siete reales. Sólo el comerciante se enriquece; lleva los textiles del Socorro a cambiarlos por oro y tabaco en Girón, por cacao en Cúcuta, por sal y tejidos ingleses en Zipaquirá”.

La observación relativa a la compra de tejidos ingleses en Zipaquirá recuerda que empezaba a hacerse sensible la competencia de las telas de la revolución industrial, a pesar de las malas vías internas de comunicación. En 1820, las exportaciones británicas de telas de algodón a América Latina sumaban 200 millones de metros. Mollien observó al respecto que “las mujeres no se visten ya más que a la inglesa. Estos caprichos en realidad cuestan poco, ya que las telas de Manchester resultan más baratas que las que se fabrican en el país”. La competencia inglesa se veía reforzada por la reducción de los gastos de transporte transatlánticos y las bajas tarifas aduaneras vigentes en el país.

Esta situación causó preocupación entre algunos dirigentes políticos enemigos del libre cambio. Así, José Ignacio de Márquez, ministro de hacienda, expresó ante la Convención de 1831 que “si se quiere vivificar el comercio interior y beneficiar a los colombianos, preciso es que se pongan trabas al comercio extranjero, prohibiendo absolutamente la introducción de varios géneros, frutos y efectos que se producen en nuestro país, y de todo cuanto pueden proporcionarnos nuestras nacientes artes y recargando de derechos a los que no siendo de necesidad sirven sólo para extender el lujo y crear necesidad ficticia”.

Sin embargo, la competencia industrial importada no logró erradicar del todo la producción regional de algodón y telas, la cual retrocedió sin desaparecer totalmente.

La victoria de los liberales librecambistas sobre los artesanos a lo largo de los conflictos sociopolíticos de los años 1845-1854 condujo a una ciega adopción de las tesis del liberalismo inglés en el contexto colombiano, haciendo de éstas una poderosa arma ideológica al servicio del expansionismo comercial británico. En esta época cobra importancia en Colombia la llamada “escuela manchesteriana” de pensamiento político y económico, que hizo de sus adalides verdaderos defensores, voluntarios o involuntarios, de la dominación del Reino Unido. A ella pertenecían los liberales radicales o gólgotas, quienes sostenían una posición librecambista extrema.

El ambiente de retroceso y decadencia que acompañaba a la producción santandereana de lienzos no estimulaba, ni la acumulación de capitales, ni la transformación de la industria casera en talleres de mayor tamaño, ni mucho menos, la adopción de maquinaria más productiva que la utilizada por los artesanos.

Tal era el caso de Florentino González y de su agresivo desprecio hacia las actividades artesanales del lienzo. Su caso es particularmente interesante, por ser Florentino oriundo de Cincelada, en plena cuenca algodonera del río Suárez. Escribió en la Memoria de Hacienda de 1848, cuando fue ministro de Tomás Cipriano de Mosquera, un fuerte pregón en el que, además de resaltar su desprecio por su propio pueblo y en particular por la población indígena, proporcionó la receta de cómo mantenerse en una situación de dependencia de las potencias que dominan el mercado mundial. (Ver recuadro.) Pasaba por alto las profundas desigualdades de desarrollo existentes entre Colombia y los países en vías de industrialización. Se olvidaba que la misma industria británica había surgido de una paulatina evolución, desde una producción casera con su tecnología elemental hasta una producción moderna tecnificada. En el transcurso de este proceso se había producido simultáneamente una lenta acumulación de capitales que permitió pasar de la escala casera a la escala manufacturera y a un paulatino progreso técnico que cimentó las bases que hicieron posible la revolución industrial.

La postura adoptada por la “escuela manchesteriana” conducía a cerrar las puertas a cualquier posibilidad de industrialización autóctona y a limitarse para siempre a ser un mero productor de materias primas para el mercado mundial. Por último, significaba perpetuar el saqueo colonial de los recursos naturales renovables y no renovables al servicio de las fábricas de los países industrializados.

          

Más lucidez tenía en 1809 el anónimo autor de las Reflexiones de un americano imparcial sobre la legislación en las Colonias españolas , cuando afirmaba que América “puede también hacer uso de sus materias primas en sus telares para vestir a sus pueblos” y se indignaba al preguntar “¿Nacimos para ser esclavos y no tener otra ocupación que la de las minas?” Revolucionaria pregunta, anunciadora de las reivindicaciones independentistas y que, lamentablemente, no ha perdido nada de su actualidad.

El desarrollo de los medios de transporte contribuyó a la penetración de las mercancías inglesas, en particular de la navegación de vapor sobre los mares y el río Magdalena: las regiones costeras y aledañas al Magdalena estaban sobre todo propensas a utilizar telas importadas. Además, las pésimas vías de comunicación, esencialmente por medio de arriería, conllevaban a una débil integración del mercado interior. Como lo observó Álvaro Tirado Mejía, “en 1885, todavía era más barato el transporte de mercancía entre un puerto inglés y Medellín, que entre esta ciudad y Bogotá”.

           Aquileo Parra (1825-1900)           

Sin embargo, estas malas vías brindaban una manera de protección geográfica a la producción textil casera, por lo cual ésta conservaba cierta vigencia en muchas partes del país a mediados del siglo XIX. Camacho Roldán enumera en sus Memorias los usos más corrientes de los tejidos nacionales de algodón. “Se fabricaban telas de algodón para camisa, pantalón, sábanas, colchas, ruanas, cortinas, toldos, hamacas y vestido interior de hombres y mujeres, desde calidades ordinarias hasta tejidos bastante finos y de bonita apariencia. Con estas telas se vestían las dos terceras partes de la población a lo menos, y se exportaban a Venezuela y al Ecuador en cantidades de dos a tres cientos mil pesos anuales. Sólo la gente acomodada usaba telas europeas”.

Pero seguía el inexorable declive tanto de la producción de telas como de la materia prima. En 1885, Camacho Roldán indicó que, si bien anteriormente “sólo la gente acomodada usaba telas europeas. Hoy esa producción no es mayor que cincuenta años atrás. Las telas extranjeras están reemplazando las nacionales” y en 1890, según William McGreevey, “el 70% de los textiles de algodón consumidos eran importados”.

Aviso publicitario en Almanaque de 1883.Además, el cultivo del algodón en Santander parece haber sido afectado en el siglo XIX por un marcado retroceso en la productividad agrícola, lo cual redujo todavía más la competitividad de la producción textil. Aquileo Parra estimó en sus Memorias que la productividad algodonera bajó desde 60 y 70 arrobas por fanegada en la cosecha de 1844-1845 a 25 arrobas para 1862-1863. La merma en la demanda por parte de una artesanía en vías de extinción no favorecía la expansión de la oferta de algodón. Sin embargo, este cultivo conoció un nuevo auge cuando, a finales del siglo XIX, se fundó la fábrica de tejidos de Samacá (Boyacá). Más adelante, a inicios del siglo XX, a este estímulo se le agregó la demanda de la Fábrica de Hilados y Tejidos fundada en San José de Suaita.

Como se puede apreciar, ya iniciaba una nueva competencia para los textiles caseros: la de la naciente industria nacional. Sin embargo, Camacho Roldán esperaba que fuera todavía posible salvar esta actividad: “Déseles un poco de protección, no en altos derechos de aduana, sino en instrucción manual en las escuelas, en la introducción de aparatos más adelantados que los rústicos telares de nuestros conciudadanos chibchas y guanes y verán en poco tiempo progresos notables. Sobre todo, favorézcanse entre ellos costumbres de asociación”.

“Sólo la gente acomodada usaba telas europeas. Hoy esa producción no es mayor que cincuenta años atrás.
Las telas extranjeras están reemplazando las nacionales”.
Salvador Camacho Roldán

Estancieros de las cercanías de Vélez. Provincia de Vélez. Lámina de la Comisión Corográfica, 1850-1859.Pero esto no se dio. El ambiente de retroceso y decadencia que acompañaba a la producción santandereana de lienzos, no estimulaba ni la acumulación de capitales, ni la transformación de la industria casera en talleres de mayor tamaño, ni mucho menos, la adopción de maquinaria más productiva que la utilizada por los artesanos. Ramiro Gómez dice que, a pesar de estas circunstancias adversas, se presentó un intento hacia 1812 de montar una pequeña manufactura textil de diez telares en el Socorro. Este proyecto no prosperó, como tampoco tuvo éxito otro intento de 1907 en esta misma ciudad, a pesar de haber recibido subsidios del gobierno del general Reyes. El caso de la fábrica textil de San José de Suaita, fundada en 1912, es propiamente excepcional. No surgió del medio de los artesanos del textil santandereano. Fue el producto de los sueños de progreso y desarrollo de un gran hacendado de Suaita: Lucas Caballero Barrera.

Para finalizar, es importante recordar que Santander no se dedicó únicamente a los textiles. Esta región, especialmente próspera hasta finales del siglo XIX, tuvo otras actividades productivas importantes. Tal fue el caso del sombrero jipijapa, elaborado con las fibras de una palmera llamada nacuma o iraca, cuya fabricación hizo la fortuna de poblaciones como Girón y Zapatoca en el segundo tercio del siglo XIX.

Lucas Caballero Barrera, fundador de la Fábrica de Hilados y Tejidos en San José de Suaita.

Igualmente, la extracción de las fibras de las pencas de un agave, el fique, permitió la producción de cuerdas, mochilas y empaques. Se trata de una actividad casera que ha conservado hasta el presente cierta importancia en la región guanentina. Todavía existe en San Gil una fábrica, Cohilados del Fonce, donde se realiza una producción industrial a partir de dicha fibra. En Curití tomó mucha importancia, en los últimos años, una neoartesanía con base en el fique. Una empresa, Ecofibras, se dedica a la elaboración de tapetes, bolsos, cortinas y otros productos con base en el fique. Es de observar que ambas empresas son cooperativas, forma de organización que ha cobrado importancia en Santander.

Otro rubro productivo antiguo que ha conservado cierto alcance es el relacionado con el tabaco. El cultivo y secado de la hoja como también la producción de cigarros en pequeñas fábricas se siguen practicando en la región. Todavía existen 300 fabriquines en Girón y Piedecuesta, al lado de empresas de mayor tamaño, hoy en día esencialmente en manos de capitales extranjeros.

Por último, se puede mencionar la producción panelera y de dulces de guayaba como actividades antiguas que conservan vigencia en Santander. No deja de ser impactante en este recorrido que ninguna de estas actividades, ni la textil, sobre la cual se extendió este escrito, ni las demás han desembocado en la creación de grandes empresas exitosas a partir de una acumulación local de capitales. Le correspondió a otras regiones y otros actores realizar el salto a la etapa industrial.

                 Tejedoras y mercaderes de sombreros de nacuma en Bucaramanga. Acuarela de Carmelo Fernández, 1850. Biblioteca Nacional, Bogotá.                 

 

Bibliografía

  1. Camacho Roldán, Salvador. Mis memorias . Bogotá, Cromos, 1925.
  2. Gómez Rodríguez, Ramiro. “La primera fábrica de hilados y tejidos del Socorro”, en Boletín de Historia y Antigüedades, No. 733, Bogotá, abril-junio de 1981.
  3. Granados, Beatriz. Visión histórico-cultural del trabajo textil en Charalá , Bogotá, Colcultura, 1991.
  4. Mc Greevey,William Paul. Historia económica de Colombia (1845-1930) , Bogotá, Editorial Tercer Mundo, 1982.
  5. Mollien, Gaspard Théodore. Viaje por la República de Colombia en 1823 , Bogotá, Banco de la República, 1992 (Biblioteca V Centenario Colcultura, Viajeros por Colombia).
  6. Ospina Vásquez, Luis. Industria y protección en Colombia, 1810-1930 , 3ª. ed., Bogotá, Oveja Negra, 1995.
  7. Parra, Aquileo. Memorias , Bogotá, Imprenta de la Luz, 1912.
  8. Raymond, Pierre y Bayona, Beatriz. Vida y muerte del algodón y los tejidos santandereanos , Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, 1982.
  9. Tirado Mejía, Álvaro. Introducción a la historia económica de Colombia, Bogotá, El Áncora Editores, 1984.
  10. Vargas, Pedro Fermín de. Pensamientos políticos y memoria sobre la población del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Ministerio de Educación, 1944.