RITUAL DE CARNAVAL
“Oh Diablo del Carnaval, despierta y vuelve a la vida y con tu cola encendida, ven mi mente a iluminar para poder continuar y salir bien de este apuro, de este trance negro y duro en que voy a penetrar”.
Este conjuro que se vocea por todos los lugares de Riosucio, Caldas, es un acto que anuncia una fiesta que se conoce como el Carnaval de Riosucio, campo de un extenso ritual, tal vez uno de los más largos de todos los relacionados con las fiestas populares colombianas. Se inicia en julio con la Instalación de la República Carnavalera, la cual abre la etapa preparatoria de la celebración y viene a terminar en diciembre, días antes de la puesta en escena final de este fasto que se realiza a principios de enero de los años impares.
Entre estos dos momentos se publican los decretos, uno cada mes, mediante los cuales, en tono de mofa, se pronuncian versos que expresan el sentir de los matachines (oficiantes, sacerdotes de la fiesta) sobre lo que viene sucediendo en la comarca. El decreto permite descargar, sin tapujos y con mucho desparpajo, todos sus pareceres con respecto de las administraciones públicas, locales, departamentales o nacionales, para develar el diario acontecer al interior de la comarca en tono mordaz, analítico, crítico, filosófico, jocoso o burlón:
“Pa’ que hablar de los que fueron, pa’ que hablar de los que son, si los que fueron…, fueron y los que son…, son, y los que nunca han sido nada, mañana dirán que son…”.
Palabra, fermento de caña y ritual
La palabra instala el Carnaval. Ella lo funda, lo sustenta en su ritualidad. Los matachines se construyen en decretos, textos de Instalación, Convite, Saludo al Diablo y su respuesta, textos parodiados de canciones para las cuadrillas, conjuros, consagraciones para la bebida sagrada y Testamento final del Diablo, lo que constituye la Literatura Matachinesca. Esta literatura lo diferencia de muchas otras celebraciones populares colombianas. Es por esto, es que el Carnaval de Riosucio es también considerado como el Carnaval de La Palabra. Toda esta literatura tiene como función esencial expresar el significado de cada momento de la fiesta. Una fiesta que tiene orígenes en la mixtura de las tres razas que contienen al riosuceño raizal: indio, blanco y negro:
“En el vientre de un gran calabazo se fermenta la savia genial, de tres razas que en un fuerte abrazo dan origen al gran carnaval…”.
Es el Calabazo, otro símbolo de la fiesta, recipiente natural de la bebida sagrada: el guarapo; fermento del zumo de la caña, que desde tiempos inmemoriales acompaña los rituales indígenas de Cumbas, Pirzas y Turzagas. Estas comunidades nativas de Riosucio están ubicadas en la montaña del Resguardo de Nuestra Señora de la Candelaria; en el Valle de Los Pirzas, territorio del Resguardo Escopetera y Pirza; en San Lorenzo, otro resguardo; y en Cañamomo y Lomaprieta.
Estos sitios han sido designados para los festejos cosmogónicos, en medio de danzas y juegos de enmascarados simbolizando al Sol y a animales míticos como el jaguar, entre otros. Se consumía el guarapo, y aún hoy, esta es la bebida ingerida copiosamente durante la fiesta. Tiempo después, en la década del 30 del siglo XX, cuando bajaban de la montaña a hacer sus representaciones en el marco de la celebración urbana, el ritual venía acompañado de versos:
“Fue tu taita el calabazo, fue tu abuelita la chicha, el trapiche es tu padrastro, tu placer es nuestra dicha. Por eso para beberte en esta celebración, como hacían los antiguos, te haremos consagración”.
Desde las entrañas del cerro del Ingrumá se escucha la carcajada
En la vía del jolgorio todo apunta a la llegada del Rey de la Fiesta, su símbolo central: Su Majestad, el Diablo del Carnaval. En el primer momento de la Instalación se desentierra el Calabazo entre versos, pólvora y música. Luego, en el Convite, cuando se declara al pueblo ya maduro para la fiesta, se invoca al Diablo, se le pide que afile sus cuernos, que avive sus sentidos, que inspire a sus artistas, que afine a sus cuadrilleros y que aliste todos sus utensilios y enseres, pues en 15 días iniciará el festejo. Sin que se materialice su presencia en efigie alguna o en algún matachín, el Diablo comienza a manifestarse mediante sus palabras alentadoras, incitando al pueblo y a sus matachines para que el júbilo, la fraternidad y la paz habiten su reino terrenal sin dejar de lado sus acostumbradas carcajadas estruendosas.
Calabazo Barra Curramba 2007. Foto Marino Camacho |
Sin olvidar el pasado, en 1913 se comenzaron a entonar las notas del Himno del Carnaval, otro de sus símbolos. Su autor, don Simeón Santacoloma, ya contaba en su texto la presencia de diablitos que acompañaban los desfiles y que en la lúdica misma de la fiesta, buscaban poner orden:
“Nuestros padres en este gran día encontraban su placer cuando alguno de los diablos llovía a vejigazos a más no poder”.
La figura del Diablo comienza a aparecer en imágenes puestas en los balcones o para adornar los espacios de la corraleja que se hacía en la plaza o bajando de la vereda, La Playa, en hombros de su artesano y luego, desde 1915, como una efigie gigante reunió la visión católica de los europeos, la pagana de los indígenas y los elementos simbólicos de los negros. Esta figura fue colocada en los atrios de cualquiera de los dos templos principales, San Sebastián o La Candelaria. Desde entonces, el Diablo ha gobernado las festividades como el símbolo central; el Diablo es escudo y protección; es fuente y canal; es excusa y pretexto; el Diablo encarna a los riosuceños, los representa sin distingos de credos ni raza. El Diablo es tan mestizo como la fiesta, como el más raizal de la comarca.
En el Carnaval, el Diablo es la voz y la carcajada. “Nuestro Diablo del Carnaval es un diablo poderoso con recursos extraños para conducir las complacencias del cuerpo y del corazón. De él dependen por tres o cuatro días la esperanza y el amor, la exultación de la copa y el consuelo de las bocas astutas en el diálogo y el pecado. Es un diablo omnipotente y por ello todos los riosuceños lo amamos”.
Entre sus primeros hacedores aparece el fotógrafo, pintor y escultor, don Octaviano Vanegas, quien le dio movimiento a una efigie alada, sentada, negra, torcidesnuda, con rasgos indígenas y felinos, con su cola enroscada, descalzo y portando un tridente.
En su regazo, un niño en ese entonces, don Óscar Velasco García (hoy uno de nuestros más reconocidos matachines e investigadores del carnaval) tiraba de los cables que movían las mandíbulas para fingir la articulación, las alas y los brazos para saludar. Y en el contexto del saludo un matachín, en ese momento uno de los grandes poetas del Carnaval, don Enrique Palomino Pacheco, lo invocaba, pidiendo que se escuchara su carcajada.
Carnaval 1958. Archivo Foto Sensación, Riosucio, Caldas. |
Hacer la voz del Diablo y reírse, en su nombre, es un verdadero honor para cualquier matachín. Entre los más recordados están Carlos Martínez ‘Tatines’, Óscar Velasco, Nicolás Lerma, Marino Camacho, Hugo Ladino ‘Chorizo’, entre otros. También saludarlo es un honor que se gana un matachín selecto, como don Teófilo Cataño, quien por primera vez lo saludó fuera de Riosucio, en 1935, cuando por razones de violencia, el Carnaval tuvo que ser realizado en la vecina población risaraldense de Quinchía, de donde era oriundo este matachín:
“Señor Diablo:Tengo Señor el encargo de salir a recibiros y mi adelanto a deciros que estáis en vuestra mansión. Salve Rey de los infiernos, hijo de Saturno y Rea, descendiente de los dioses que la Grecia consagró. Este pueblo de Quinchía, tan fecundo en animales, en tiempos de carnavales os brinda su devoción. Os persigue y os invoca, os sueña, os busca y os llama. Y esa es la prueba de que ama y venera a su señor”.
Llega el carnaval
Este saludo sucede ya en el marco del Carnaval, en el primer puente de enero, cuando se celebra la Fiesta de los Reyes Magos, celebración católica que le legó estructuras del teatro popular que hacían parte de los autos sacramentales y que hoy subsisten en los montajes del Convite.
En ese in crescendo, el Carnaval adquiere un ritmo vertiginoso. El viernes, el semillero infantil presenta sus cuadrillas y el domingo los mayores realizan su desfile en el que muestran los resultados de un trabajo de más de un año en los tablados y en las casas inscritas, en un peregrinar que puede durar más de 12 horas continuas, mientras se cantan parodias, según el tema elegido por cada grupo. Las cuadrillas, siempre distintas cada dos años, son ejes centrales del carnaval, que exponen todo el esplendor no solo en la belleza de los disfraces, la unidad que se construye entre los personajes y el asunto, sino en el contenido de las letras mediante las cuales se analizan, critican, mofan y se juzgan aspectos sociales.
Cuadrillera Carnaval de Riosucio 2017. Foto Archivo Intercultura 2017 |
Los integrantes de la cuadrilla, ‘cuadrilleros’, ofician como actores o cantantes sin ser lo uno ni lo otro, pero poseídos por un enorme fervor y una devoción, y respeto tal por la fiesta que tal vez ellos han hecho que este momento se constituya como el momento de mayor concentración de público y que concita el mayor interés del pueblo carnavalero:
“Espectros de la guerra, somos la imagen de los tiranos que hicieron de la tierra pobre juguete de los villanos. A Colombia querida queremos expresar la más grata y más sentida canción de vida y bienestar. Por doquier mostramos despojos tristes de lo que fuimos y los seres que amamos hace ya mucho tiempo que los perdimos. Nuestras madres nos llaman con gritos de dolor, su abandono es profundo, cual si en el mundo no hubiera existido Dios. La aflicción y el pesar destruyeron nuestro hogar, nuestra patria esclavizaron y murió la libertad. ¡Maldición, maldición!, y terrible confusión a los monstruos que burlaron y eclipsaron la razón”.
Es un momento que se alcanza a equiparar con el acto central del sábado, como es la Entrada del Diablo, actividad precedida por la realización de cuatro conjuros. Estos elementos que se utilizaban ancestralmente tienen la función esencial de limpiar el espacio para que todas las energías confluyan de manera positiva y el espíritu de la fiesta pueda hacer su ingreso sin tropiezo alguno. De igual manera, prepara a las gentes que ansiosamente esperan su llegada. En las horas de la tarde se han repartido, de forma generosa, abrazos en la Entrada de Colonias, evento que se ha ido convirtiendo en un inmenso encuentro de familias que reúne a los Chivos, los Calambombos, los Pavos, la Trejería y los Campesinos -remoquetes con los que se conoce a las familias-. Estos asistentes hacen un despliegue formidable, pletórico de alegorías carnavaleras, en una muestra sin par de ingenio en trajes y coros para saludar e impresionar. Tiempo después, en un ebrio transitar se disponen a recibir al Rey de la Fiesta.
Cuadrilla Los Japonesitos 1941. Archivo Foto Sensación, Riosucio, Caldas. |
“Conjuro del atardecer: conjuro por la paz. Mientras suenan las campanas a las 6 de la tarde sucede el tradicional momento de la oración, instante mágico del crepúsculo, de los venados, de la bienaventuranza en la red de los pescadores. Este es el conjuro del misterio que se acerca lleno de secretos y temores porque la noche viene. Horas oscuras…, traed solo cosas buenas. Es nuestro conjuro por la paz. Se elevan doce cohetes que otrora marcaron la víspera de la epifanía y el comienzo del carnaval”. (Luego se pronuncia ‘Mi Credo Riosuceño’ de Otto Morales Benítez).
La expectativa crece a cada momento. Al igual que las cuadrillas y la literatura, la efigie del Diablo, siempre es nueva. Eso agrega otros elementos a la inquietante espera: ¿Será rojo o negro?, ¿qué artilugios nuevos tendrá?, ¿qué movimientos hará?, ¿se pondrá de pie?, ¿caminará? Mientras tanto la Junta del Carnaval lo tiene cubierto para ponerle un aire de misterio y cuando se eleva el primer volador, la Banda de los Mafla toca el himno y revienta la culebra de pólvora, el misterio se devela:
“Revienta culebra, al son del himno y a los pies del Diablo. Revienta culebra, no reirá Satanás sin tu sublime estallido. Revienta culebra al son del himno y a los pies del Diablo…”.
En la senda del rito: ole, juego y fuego
La noche aún no ha expirado, muchos van abrazados al misterio de las horas anteriores, embriagados de fraternidad, de amor y de guarapo se aprestan a recibir el día en alborozado danzar. Es la alborada.
Con cantos, músicas de chirimías, bandas y pólvora se concluye una endemoniada jornada y se enlaza con la otra. Los ojos alucinados de imágenes y los oídos repletos de cantos, y los pies agotados de danza apenas resisten la tregua. Ya se acerca la primera corraleja… Es lunes de Carnaval.
En el carnaval universal el tiempo es distinto, es el tiempo del carnaval. Un tiempo que transita por las cornisas de la tragedia y la comedia. De la vida y la muerte. También aquí. Y aún siendo más que todo un juego bufonesco, quienes se meten al ocasional ruedo ponen en riesgo su vida.
Cuadrilla Los Gobiernos Americanos, 1955. De izquierda a derecha: Gabriel Quintero, Jesús Colonia, Rafael Vinasco, José María Cataño, Ovidio Trejos, Jaime Trejos y Humberto Alzate. Archivo Foto Sensación, Riosucio, Caldas |
En la noche, el ritual continúa con la ceremonia del Bautizo al Riosuceño Adoptivo. El Diablo acoge en su seno a un personaje que sin haber nacido en estos lares ha entregado muy buena parte de su creación literaria, musical o artesanal a la fiesta y le atribuye el honor de volverlo hijo del terruño.
Luego, en remembranza a una de las fuentes originarias del carnaval, toda su ritualidad se traslada a la Virgen de La Candelaria. Este ritual es proveniente del Resguardo de La Montaña, de donde los indígenas profesaban el culto a la pachamama o a la Diosa de la Chicha. En este acto se enmascara la cosmogonía y durante el carnaval se evidencia en la noche de los juegos pirotécnicos, llamada ‘Noches del Ingrumá’. Es en esta noche que los matachines y quienes se quieran sumar al desfile, se disfrazan de diablos y portan un farol encendido. El fuego fraterniza todavía más el encuentro. En este momento todos somos diablos de la misma estirpe gracias a la más pagana de las vírgenes: La Candelaria.
Así transcurre esa jornada hasta que la alborada de nuevo sorprende a todos estos demonios danzantes para recogerlos de nuevo en un abrazo terrígeno, raizal. El martes es el día en el que no solamente se embriaga con la sagrada chicha después de conjurarla, sino que es el encuentro esencial, cuando se prueba de uno de los orígenes del carnaval: las comunidades indígenas. Es el tiempo del Carnaval de la Fraternidad Indígena que entre danzas, música, folclor y los rostros de la tierra, sumado a la programación adicional, aproxima el momento final del ritual: entierro del Calabazo, lectura del Testamento y quema del Diablo.
Cuadrilla Carnaval de Riosucio. Archivo Foto Sensación, Riosucio, Caldas |
El epílogo comienza con el Entierro del Calabazo. He aquí el principio de la farsa fúnebre a la que la sigue un desfile con viudas, deudos y un diablo agonizante. Entre lamentos, llanto, quejas, música fúnebre, campanadas y mucho luto, se dispone el pueblo a llevar a la pira al Rey de la Fiesta. Una vez se consume la efigie dispuesta para el efecto todo se termina. Un silencio total y penetrante se instaura en todos los escenarios de la fiesta, pero antes el Diablo deja su legado:
“El fuego que purifica en el crisol de los años destruye genial figura, pero el legado paterno con su esencia aquí perdura y el ingenio poderoso de todos los riosuceños sigue brillando por siempre en toda su intensidad”.
El matachín le pide al Diablo que teste en su favor así:
“A todos los matachines os pido que nos dejéis el legado más preciado, como es la literatura, parodia, canción, poesía, cultura, música y tradición”.
Es La Palabra, el fundamento sustancial de un Carnaval que, a lo largo de todos los tiempos, ha servido para contribuir al reconocimiento del riosuceño en toda su diversidad cultural. Esto con el fin de fortalecer su identidad y así comprenderse en su propio y rico mestizaje, y por ende, en sus diferencias. Es también en la palabra donde se permite reflexionar sobre la importancia de esta celebración popular, en la reconstrucción del tejido social que fortalece la tradición fraternal del pueblo y en la sacralización de la vida desde el festejo.
Cuadrilla Carnaval de Riosucio. Archivo Foto Sensación, Riosucio, Caldas |
Referencias
1 Invocación-conjuro / Tradición oral.
2 El término matachín, en nuestro caso, tiene una relación directa con los matarifes, con los carniceros, quienes estaban estrechamente ligados a la celebración y eran quienes donaban reses, recolectaban fondos y armaban la fiesta en torno de la banda municipal y la pólvora en las primeras décadas del siglo XX. También se emparenta con los matachines de las fiestas populares como San Pedro y San Juan en el Tolima grande, entre otros.
3 Carlos Martínez ‘Tatines’, Diablo Mayor.
4 Fragmento: Pasodoble Calabazo de Luz y Color. Letra: Aníbal Alzate Chica. Música: Mauricio Lozano.
5 Texto de la tradición oral.
6 El cerro nominado –Ingrumá, Inguruma, Cuguruma– significa roca dura en la voz de los indígenas.
7 Fragmento: Himno del Carnaval de Riosucio.
8 Morales Benítez, Otto. Declaración de amor al Diablo del Carnaval. En: Antología del Carnaval de Riosucio. Tomo 2. Secretaría de Cultura de Caldas, Dr. Juan Manuel Sarmiento, 2004.
9 Esta situación única y particular permite recordar que el Carnaval convocaba a todos los habitantes de esta región y que también en muchos otros lugares vecinos, como Supía, se celebraban estas fiestas, que en un principio eran conocidas como fiestas de matachines o diversiones matachinescas o matachinadas, pero que hoy día subsisten solamente en Riosucio con una fuerza que reúne gentes de toda Colombia y muchísimos visitantes del exterior.
10 Varios autores. Fragmento publicado en el libro Cantares al Diablo. En: Aproximación histórica al Carnaval de Riosucio. Imprenta departamental, 1.985. p. 99-100. (Saludo al Diablo en 1935).
11 El Carnaval de Riosucio, como casi todos los carnavales del mundo, tiene sus orígenes en eventos católicos. En este caso, el nuestro no está relacionado con la cuaresma, previa a la Semana Santa, sino con la Fiesta de Reyes.
12 Se denominan cuadrillas por la manera como venían desde la colonia, conformados los grupos artísticos de negros de las minas de oro de Quiebralomo, uno de los poblados fundacionales de Riosucio. Esto para diferenciarlas de las comparsas de otros carnavales, según lo afirmó Julián Bueno, historiador y folclorólogo riosuceño.
13 Gil, Carlos. Fragmento de la cuadrilla: Los Espectros de la Guerra. Tomado del libro Había una vez un pueblo. Cegil. 1, 1943.
14 Fragmento del Conjuro del Atardecer. Tomado de la revista de compilaciones. Carnaval, 2015.
15 Invocación de la culebra. Alonso Betancur ‘Queso’, matachín insigne y exalcalde del Carnaval.
16 Ospina Ángel, Alberto ‘El Arisco’ y Cataño, Jaime Diego ‘Galletica’. Testamento del Diablo. En: Antología del Carnaval 1997. Vol. l. Secretaría de Cultura de Caldas, Carlos Arboleda, 2001. p. 102.
17 Ibíd., p. 102.