28 de diciembre del 2024
 
La mulata cartagenera. Óleo de Enrique Grau Araújo, 1940. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 2204
Mayo de 2016
Por :
Germán Rubiano Caballero. Licenciado en filosofía y letras, Universidad Nacional de Colombia. Estudios de historia del arte,Courtauld Institute, Universidad de Londres. Profesor emérito, director del Director del Museo de arte de la Universidad Nacional

PINTORES COLOMBIANOS DE 1905 A 1933

Pintores Colombianos de 1905 a 1933

Luego de repasar la lista de los pintores colombianos de los primeros años del siglo XX –tres primeras décadas– es indudable que los mejores aparecen en esta publicación. ¿No faltaron artistas mujeres? Alguien puede pensar, por ejemplo, en Cecilia Porras (1920-1971) o en Judith Márquez (1929-1994), pero lo cierto es que ambas dejaron una producción muy corta. Las dos realizaron pocas obras en los últimos años de sus vidas. Márquez dejó su trabajo abstracto en 1965 y antes –desde 1956– dirigió la revista Plástica, la primera de las publicaciones especializadas en arte en Colombia. Los pintores colombianos que aquí se estudian nacieron entre 1905 (Guillermo Wiedemann) y Carlos Rojas (1933). Luego de estos años entre los artistas de la segunda parte de los treinta hay que citar a Beatriz González (1935), Fanny Sanín (1935), Santiago Cárdenas (1937) y Juan Cárdenas (1939).

 

Izquierda: Sin título. Óleo de Guillermo Wiedemann, 1965. Tomado de Guillermo Wiedemann, Bogotá: Villegas Editores, 1996;  Derecha: La tigresa. Acuarela de Guillermo Wiedemann, 1952. Tomado de Guillermo Wiedemann, Bogotá: Villegas Editores, 1996

 

 

Como se leerá, los pintores escogidos tienen muchos méritos: Wiedemann: el primer abstracto –expresionista e informalista–; Grau: figurativo –con distintos temas incluyendo la violencia y próximo a la abstracción, con influencia cubista–; Obregón: entre la figuración y la abstracción, con motivos varios relacionados con Colombia –la violencia, paisajes, animales–; Roda: entre la figuración y la abstracción y con una excelente producción de grabados; Rayo: abstracto con influencia del Op Art y figurativo con temas triviales que recuerdan el Pop Art; Villegas: abstracto en los primeros años de su carrera y luego figurativo con influencias varias; Hernández: primero figurativo y luego abstracto con una vasta producción de dibujos; Manzur: comenzó como figurativo, tuvo un período abstracto con influencia de Naum Gabo y terminó como figurativo con influencia surrealista; Botero: pintor, dibujante y escultor es el artista más importante del país, con una amplia producción de temas entre los que se destaca la violencia, y Rojas: pintor y escultor, sus muchos trabajos fueron especialmente abstractos y geométricos.

Guillermo Wiedemann (1905-1969): Nació en Múnich, Alemania. Luego de estudiar en la academia de su ciudad natal, con el pintor Hugo von Habermann y de hacer numerosos viajes por Europa –París, Viena, Budapest y varias ciudades italianas– llegó a Buenaventura en 1939 y pronto comenzó a pintar óleos y acuarelas, con los temas del paisaje tropical y figuras de la raza negra. La no figuración en la obra de Wiedemann aparece en la exposición de acuarelas de 1957 en la galería “El callejón”. El pintor trabajó como no figurativo con gran imaginación y sensibilidad refinada. El color fue el elemento básico de sus composiciones; las manchas de color constituyeron la substancia de sus cuadros. A partir de 1962 el artista realizó numerosos collages y en 1963 expuso varios ‘asemblages’ –con latas, arenas, trozos de cuerda dentro de la ‘estética’ del informalismo–. Constante investigador, en 1964 regresó al óleo e hizo cuadros de concepción simple y ordenada, aproximándose a formas geométricas. 

Enrique Grau (1920-2004): Al morir en abril de 2004, Grau dejó una obra vastísima que comenzó en Cartagena, cuando era un niño, y a la cual sumó muchos trabajos personales y varias colecciones –de pintores colombianos, de arte precolombino, de arte colonial, etc.– para fundar un museo. Luego de ganarse, cuando tenía 20 años, un premio en el Primer Salón Nacional con el óleo “La mulata cartagenera”, el artista estudió en Nueva York en donde inició el tema de la violencia y trabajó diversos procedimientos de grabado, incluida la serigrafía de la que fue el primer practicante en Colombia. Luego estudió en Florencia, Italia, y allí realizó diversas obras semi-abstractas con influencia del cubismo. En 2002 y 2003 Grau hizo dos significativas exposiciones; la primera en el Centro Cultural y Educativo “Reyes Católicos” y la segunda en la galería “El museo”. En la primera reunió buena parte de sus grabados, realizados en todos los procedimientos –aguafuerte, xilografía, litografía, serigrafía– en los que se destacaron sus extraordinarias dotes de dibujante.

Ya visible en “El pequeño viaje del Barón von Humboldt” de 1977, una obra que reunió una narración ficticia y unos dibujos extraordinarios para recordar los textos y las ilustraciones dejadas por los viajeros europeos que, como Humboldt, recorrieron el continente americano a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. Allí Grau realizó sus más bellos dibujos zoológicos, previos a los animales de la serie “Galápagos” –1990-1994– y las “Mariamulatas” –1993-1995–. “Gozosos y dolorosos” se denominó la exposición de la galería “El museo”. La mejor parte era la de “Los dolorosos”, en la que junto a dos ensamblajes y dos óleos también había un número sobresaliente de dibujos, muchos excelentes. Por ejemplo, los grafitos “Secuestro, Foot ball” –con la cabeza de un muerto–. “Desaparecidos, comunidad” –un reguero de cadáveres–, etc. No pueden olvidarse las esculturas: Grau hizo terracotas, ensamblajes y bronces con sus personajes más reiterados de los últimos años. Un artista realmente polifacético. Grau también hizo cine, vestuarios, escenografías, así como ilustraciones, carteles y varias pinturas murales.  

 

María Mulata caminando. Escultura en bronce de Enrique Grau Araujo, s.f. Colección Fundación Enrique Grau.

 

 

 

 

Alejandro Obregón (1920-1992): Obregón nació en Barcelona y a los seis años llegó por primera vez a Barranquilla, pero después de tres años volvió a salir para estudiar en Inglaterra y Estados Unidos. En el Quinto Salón Nacional de 1944, hizo su presentación en el arte colombiano. Desde entonces su nombre estuvo en primer plano y para varios críticos –Walter Engel, Eugenio Barney, Marta Traba y Álvaro Medina– su aparición en escena significó la iniciación de una nueva época en la historia artística del país. Sus principales temas fueron los retratos –de familiares y amigos, además de varios autorretratos–, los animales –en una fauna interminable que incluye desde cóndores y toros hasta barracudas, mojarras y camarones–, flores carnívoras, escenas de violencia y, sobre todo, paisajes abstraídos –con claras alusiones al mar, a las playas, a las tempestades, a los eclipses y a los vientos–. Según el artista sus cuadros, más que motivos específicos, aluden a “Drama, catástrofe, registro de vida y un poco de todo”. Puede precisarse que la pintura de Obregón está caracterizada por el expresionismo y por la impronta mágica. Como Van Gogh usaba el color de manera arbitraria para expresarse con fuerza y sus representaciones recordaban lo “real maravilloso” de que hablaba Alejo Carpentier. La carrera artística de Obregón se puede dividir en cuatro períodos. Los dos primeros (1944-1948 y 1949-1954) son los de formación y búsqueda de un estilo personal.

 

Violencia. Óleo de Alejandro Obregón Rosés, 1962. Colección de Arte, Banco de la República. Reg. AP3848

 

 

En estos diez años el pintor comenzó a cimentarse a partir de influencias definidas: Braque, Clavé, Sutherland. Basado en estos artistas, Obregón elabora un vocabulario de signos que se va precisando y llenando de contenidos más americanos. El tercer período (1955-1967) es el de la madurez. Durante todos estos años el artista es el paradigma de lo nuevo, el más admirado y galardonado (ganó dos veces en 1962 y en 1966 en el Salón Nacional). El cuarto período comenzó en 1967 y llegó al año de su muerte. Trabajando al acrílico lleva a cabo numerosas series: “Anunciaciones”, “Flores”, “Paisajes de Cartagena”, “Violadas”, “Retratos de Blas de Lezo”, “Chivos expiatorios”. Como escribió Marta Traba “su obra es un juego de transparencias”; es como escribió García Ponce “siempre pintura, la pintura antes y la pintura después”, pero a través de la pintura, es Obregón entero o su rostro, o Blas de Lezo, o su grito, o la firme muñeca, o las trompadas de Obregón…   

 

Cóndor. Óleo de Alejandro Obregón Rosés, 1970. Colección Museo de Arte Moderno de Bogotá. Reg. 1752 Fotografia Ernesto Monsalve P.

 

 

 

Juan Antonio Roda (1921-2003): Nació en Valencia, España, y se formó en París, el artista vivió en Colombia desde 1955. Sus primeros trabajos fueron figurativos y su tema preferido fue el retrato del cual dejó numerosos ejemplos en pintura y dibujos. Entre 1961 y 1963 realizó una serie de cuadros no figurativos, dentro de los cuales sobresalieron los denominados “Tumbas”. Estas obras, con grafismos y muchas texturas, pueden considerarse expresionistas, próximos a las pinturas de la segunda escuela de París. Roda tuvo en cuenta para la elaboración de las “Tumbas” la idiosincrasia de los personajes a los cuales estaban dedicados. En esta forma, a base de colores y de manchas, el artista nos presentó una sutil referencia de escritores como Shakespeare o Miguel Hernández y de reyes como Agamenón o Felipe II. En 1964, Roda retornó a la figuración con la serie de doce óleos de Felipe IV, tema que realizó no por Velázquez que lo retrató muchas veces, sino por el personaje triste y solitario. Vinieron los “autorretratos” de 1967 y los “Cristos” de 1968.

 

Izquierda: Retrato de Inés Elvira Castaño. Óleo sobre tela de Juan Antonio Roda, 1957. Colección particular, Bogotá; Derecha: Juan Antonio Roda, grabado de la serie “Retratos de un desconocido” No. 8, 1971.

 

 

 

En 1970 inició su producción gráfica de la que existen numerosos ejemplos realizados en series: “Retratos de un desconocido”, “Risas”, “Delirios de las monjas muertas”, “Amarraperros” y “La tauromaquia”, sin duda algunos de los mejores grabados del arte colombiano. Sin haber abandonado la pintura, el artista presentó los óleos “Los objetos del culto” en 1979, en los que con visos surrealistas hizo referencia a su vida y a su relación con personajes cercanos. Luego de muchos dibujos y óleos con más “autorretratos” de 1979 a 1983, Roda volvió a los grabados, y cuando estaba en España, en 1984, hizo la serie “Flora”. Estas técnicas mixtas de aguafuertes y aguatintas abrieron el camino a numerosos cuadros semifigurativos: “Flores” –1987–, “Montañas” –1989-99–, “Ciudades perdidas” –1990-91–, “Tierra de nadie” –1992-1993– y a numerosos óleos abstractos como “La lógica del trópico”, de 1998, y la hermosa serie “El color de la luz” de 2001, los lienzos no figurativos más bellos del arte colombiano de comienzos del nuevo milenio.

 

 

Dibujo sobre fondo negro. Cerámica y esmaltes, obra de Juan Antonio Roda, s.f.i.Colección particular, Bogotá.

 

 

 

 

Omar Rayo (1928-2010): Toda la obra de Rayo –que nació en Roldanillo, Valle– es una interesante mezcla de formas abstractas y de formas inspiradas en los objetos más comunes y corrientes; un juego de elementos ópticos y de elementos reales. Su trabajo fue un proceso pleno de unidad y una constante interacción entre lo Pop y lo óptico. Trabajó como artista figurativo o abstracto. En uno u otro extremo, el resultado fue parecido. El intaglio “Solo para invierno” de 1965, por ejemplo, es un paraguas dominado por la geometría, mientras que las cintas, los nudos, los papeles doblados nunca dejan de verse en sus acrílicos más abstractos. El blanco y el negro fueron sus tonos preferidos. La geometría apareció en sus obras desde el principio. “Cerca del hielo” y “A Cali” fueron sus primeras telas irregulares, más allá de los cuadros o rectángulos convencionales. La calidad de la obra de Rayo fue reconocida desde los sesentas. En 1970 ganó el primer premio del Salón Nacional de Colombia y un año después obtuvo uno de los primeros premios de la XI Bienal de Sâo Paulo. Varios críticos de otros países han escrito elogiosamente sobre su producción. Roberto Guevara, de Venezuela, dijo en 1974: “La severidad de Omar Rayo no es un producto caprichoso. Es el producto de un encuentro cotidiano con contextos de la realidad. Su obra, estructurada y consecuente con una clara unidad de búsquedas, se ha desarrollado hasta niveles de maestría. 

 

Juguete de papel. Obra de Omar Rayo, ca. 1955. Colección Museo de Antioquia. Reg. 171.

 

 

 

 

Cuando el rigor de la simplicidad se vuelve elocuente, encontramos la certeza de un creador maduro…” Mención especial debe hacerse de la obra gráfica de Rayo. Aunque los intaglios están entrelazados con los acrílicos, es indudable que muchas de sus ideas básicas surgen de los relieves blancos. Además, es en los intaglios donde destacan plenamente la inteligencia, la sensibilidad y la rica imaginación de todo su trabajo. El inventario de las cosas elementales es vasto. Rayo enrolla una hoja de papel, magnifica un gancho nodriza, extrae la geometría de un pato o de un insecto, aplana un juego de puestos de comedor, dobla lápices e instrumentos musicales y juega con la presencia indirecta del hombre (“Nuevo Atila”, por ejemplo, unos zapatos caminando). La figura femenina aparece en 1963 y es el preámbulo de la serie erótica de 1964, en la que la pareja humana se entrelaza con variada y elegante imaginación.

 

Arrebol. Omar Rayo, 1969.

 

 

 

Armando Villegas (1928-2013): Nació en Pomabamba, Perú. Estudió en la Escuela de Bellas Artes de Lima y en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional. Desde entonces se vinculó al arte colombiano y realizó su primera muestra en Bogotá, en 1953. Durante toda la década de los años sesenta y hasta 1974, Villegas fue uno de los pintores abstractos que más expuso en el país. Sus presentaciones más importantes fueron: en 1962, en la Biblioteca Luis Ángel Arango; en 1966 en el Instituto de Arte Contemporáneo de Lima; en 1968 en la galería “El callejón” de Bogotá; en 1971 en la Biblioteca Luis Ángel Arango y en 1973 en la galería “El callejón” –témperas con muy claras referencias figurativas–.

Azul violeta verde luz. Óleo de Armando Villegas, 1958. Cortesía Fundación Armando Villegas, Bogotá.

 

Su producción abstracta de entonces estuvo relacionada con el arte no figurativo de la segunda escuela de París y con el arte popular latinoamericano, en especial con los tejidos peruanos. Luego de practicar el automatismo sin temas preconcebidos, con sugerencias de la vida vegetal, de formas de animales y de fisonomías humanas, en una mezcla de expresionismo y surrealismo, Villegas llegó a una figuración que puede llamarse barroca y que entrevera personajes varios –guerreros, vírgenes– con manchas, texturas y muchas superposiciones que solo sugieren sin mayores identificaciones.

 

Sombras en el mercado. Óleo de Armando Villegas, ca. 1956. Colección Museo de Antioquia. Reg. 202

 

 

 

 

Manuel Hernández (1928-2014): Manuel Hernández surgió como pintor abstracto en los primeros sesenta. Antes había sido figurativo en la iniciación de su carrera a partir de 1950. De aquellos años se conservan algunos trabajos, incluyendo un mural y unos cuantos dibujos. Su vinculación al arte no figurativo no representó entonces ni un acto de inmadurez (el artista obtuvo en 1962 el primer premio en el XIII Salón Nacional con el óleo “Flores en blanco y rojo”) ni un gesto de moda. Antes de iniciar su producción característica, Hernández vivió y trabajó en Italia y Estados Unidos. Cuando el artista fue a estos países ya había tomado la decisión de ser un pintor abstracto. Hernández no se interesó por el Pop o el Nuevo Realismo sino que estudió la pintura abstracta de varios de sus principales representantes. Su inclinación fue precisa: ni geometrismo, ni expresionismo. Su estilo se estableció en el justo medio: aquel en el que el intelecto no domina totalmente a la emoción y en el que las formas y las composiciones resultan libres, aunque nunca incontroladas. La obra de Hernández pertenece al mundo de la abstracción pura. El fondo de sus cuadros es neutro y solo alude a un espacio más o menos en profundidad; los signos que aparecen en él carecen de referencias y solo por prejuicios naturalistas alguien puede asociarlos a formas conocidas; finalmente, los colores son productos de muchas mezclas y evitan los tonos más frecuentes en el mundo material. Al confrontar las primeras pinturas abstractas de Hernández con las que ha realizado en los últimos años, las diferencias saltan a la vista. Al principio, los cuadros eran centrados y sobre una base rectangular o cuadrada se concentraban los signos que reforzaban la composición rectangular y una zona evidentemente céntrica.

 

 

Formas superpuestas. Acrílico sobre tela, obra de Manuel Hernández, 1965. Colección del Museo de Arte Contemporáneo Minuto de Dios

 

 

A partir de los años sesenta desapareció la base geométrica central y los signos, dispuestos de muchas maneras, parecían flotar contra un fondo que pronto comenzó a verse como un receptáculo profundo. Al mismo tiempo, Hernández se volvió un mago del color. El espectáculo cromático se amplió; a veces los fondos son muy oscuros y sobre ellos rutilan los ocres, los rojizos o los violetas; en ocasiones los fondos son muy claros y sobre ellos los signos refulgen en colores contrastantes. Sobre todo en años recientes se hizo evidente que Hernández es indisolublemente pintor y dibujante. Si sus pinturas sobresalen por el color, por las atmósferas, por las formas y signos de bordes imprecisos o pictóricos, sus dibujos se destacan por la rica variedad de elementos gráficos que manejan. Finalmente, no se puede olvidar que el artista fue un gran experimentador: hizo dibujos en papeles preparados por él mismo, realizó esculturas espaciales en alambre y en bronce y algunos murales, entre los que se destaca el mural al fresco “Signos y leyes”, de 8 metros 50 centímetros de alto por 10 metros 80 centímetros de ancho, del edificio nuevo del Congreso de la República de Colombia.         

David Manzur (1929): Manzur nació en Neira, Caldas, tiene un ascendiente marcadamente europeo. La obra abstracta del artista se remonta a los primeros años sesenta. Después de estudiar en Estados Unidos y luego de hacer incursiones en el arte europeo medieval y renacentista, así como en el arte contemporáneo, desde José Clemente Orozco, Léger, Matisse, Obregón, Fernández Muro y Sarah Grillo, Manzur, establecido en Bogotá, comenzó a preparar su exposición de paisajes abstractos –paisajes lunares o de superficies extraterrestres– en la Biblioteca Luis Ángel Arango en 1966 –que demostró el interés del artista por el informalismo europeo, así como su pasión por la astronomía que había estudiado en el Instituto de Ciencias de Chicago, en 1963–. A partir de 1967 Manzur se orientó hacia las construcciones con hilos de nylon o acero, en las cuales es evidente la tutela del artista ruso Naum Gabo, radicado en Estados Unidos en los últimos años de su vida. Su producción abstracta se extendió hasta mediados de los setenta, cuando el colombiano retomó el trabajo figurativo que, con características reconocibles, ha realizado hasta hoy. Entre dichas características son constantes las influencias del surrealismo y del cubismo tardío. Pese a la reiteración temática de las obras de Manzur resulta sobresaliente la diversidad de composiciones, de distribuciones espaciales y de tratamientos de luces y sombras.

 

 

Caballos en el circo. Pastel sobre papel, obra de David Manzur, 2011

 

 

 

Ejecuta, por ejemplo, admirables variaciones del caballo. Acompañando al animal no puede faltar, en muchos casos, el jinete. Si el caballo se ve realista, observado de lado, pero estudiado predominantemente desde su trasero, las figuras de encima son muy poco humanas, o se trata de personajes fragmentados o en proceso de transformación. En la exposición “Ciudades oxidadas” de 2011, que reunió trabajos desde 2004 y que se denominó así por estar llena de recuerdos de su niñez y adolescencia –de la Guinea Ecuatorial, las islas Canarias– aparecen personajes como Sebastián, joven atormentado en Auschwitz, así como figuras femeninas con vestimentas del siglo XVII inspiradas en Velázquez y algún personaje con el nombre de Rembrandt. En la muestra “Pasado y futuro”, expuesta entre 2012 y 2013 en Bogotá, Bucaramanga, Jericó y Pereira, y que reunió 57 bosquejos de muy variados temas; algunos de hace muchos años, como los que trabajó para la transverberación de Santa Teresa (según Bernini) y San Sebastián. Entre diciembre de 2013 y febrero de 2014, Manzur realizó la muestra “Punto de partida”, un conjunto de dibujos y pinturas en torno a los caballos.

 

San Jorge, de la serie “Ciudades oxidadas”. Obra de David Manzur, 2006.

 

 

Caballos con jinetes en espacios reducidos. Sus imágenes son realistas, pero plenas de exageración: los músculos del animal, los pelambres de las crines y las colas. A fines de 2014 presentó “Obra negra”. Su título hace pensar en un trabajo que no se ha terminado, pero también alude a la producción de Goya en la llamada la Quinta del Sordo, como la llamaban sus vecinos y en la que el artista pintó para sí “Las sofocantes pesadillas que abrasan la mente cuando se ha hundido la garantía de la justicia para todos y la hipocresía gobierna y el hombre busca al hombre para matarlo...” (Según Dino Formaggio). En la exhibición de 2014 Manzur también presentó otros temas, incluyendo cuatro obras sobre “Las cuatro estaciones”: cuatro bodegones que recuerdan a Vivaldi y a Piazzolla y en los que el artista insiste en el instrumento musical que más ha pintado: el laúd.

 

 

Rembrandt a caballo. De la serie “Ciudades oxidadas”. Obra de David Manzur, 2010.

 

 

Fernando Botero (1932): Botero, nacido en Medellín, es el artista –pintor, dibujante, escultor– más importante de Colombia de los últimos años. Su vastísima obra, su estilo característico y su amplio conocimiento de la historia de la pintura clásica hacen del antioqueño un artista excepcional en el país y en Latinoamérica. Su trabajo es difícil de encasillar, pero lo más justo es aproximarlo a la nueva figuración, aquella que deforma y  reinventa, aquella que revela el mundo del creador en el objeto artístico creado.

 

 

Monalisa niña. Óleo, 1961. Fernando Botero Angulo, Colección Museo de Antioquia. Regs. 1325 y 3926

 

 

 

La obra de Botero es muy personal y de ninguna manera se puede confundir con las diversas posturas figurativas internacionales. Botero aseveró en 1967: “Soy una protesta contra la pintura moderna y, sin embargo, utilizo lo que se oculta tras de sus espaldas: el juego irónico con todo lo que es conocido por todos. Pinto figurativo y realista, pero no en el sentido chato de la fidelidad a la naturaleza. Jamás doy una pincelada que no describa algo real: una boca, una colina, un cántaro, un árbol. Pero la que describo es una realidad encontrada por mí...”. Los primeros trabajos de Botero son unas acuarelas de fines de los años cuarenta. En esta técnica, muy usada por los maestros de Antioquia, comenzando por Pedro Nel Gómez, pintó figuras expresivas e hizo hincapié en escenas populares, entre las cuales se destacan las realizadas en Tolú en 1951. Entre 1952 y 1955 el artista visitó varios países europeos. El Museo del Prado de Madrid fue su primera revelación. Allí comenzó a darse cuenta de lo mucho que debía aprender de los pintores del pasado. En París, mientras el Museo de Arte Moderno no le deparaba nada interesante, el Louvre lo colmaba con los pintores modernos del siglo XVII. Finalmente, en el norte de Italia, descubrió a los artistas que serían sus primeras influencias decisivas: Piero Della Francesca, Paolo Uccello y Andrea Mantegna. A fines de 1955 el artista viajó a México. Allí realizó varios cuadros en los que predomina la influencia de Rufino Tamayo. También es evidente que Botero recuerda a Obregón. El trabajo de México lo expone a comienzos de 1957 en la Unión Panamericana de Washington. 

 

Obispo negro. Dibujo, 1963. Fernando Botero Angulo, Colección Museo de Antioquia. Regs. 1325 y 3926

 

 

 

Después de una corta temporada en esa ciudad y en Nueva York –donde aprecia el expresionismo abstracto y, en particular, la obra de de Kooning–, Botero regresó a Bogotá, donde poco a poco consolida su lenguaje plástico. Sus cuadros más importantes son algunos bodegones en los que logra una magnífica integración de las formas agigantadas y ligeramente volumétricas al plano del lienzo. A mediados de 1958 realizó una de sus obras maestras: “La camara Degli Sposi”, primer premio en el Salón Nacional de ese año. A fines de 1958 y comienzos de 1959, el artista pintó la serie de “Madres superioras”. El cuadro más importante de 1959 es “La apoteosis de Ramón Hoyos”, una pintura que, de acuerdo con Marta Traba, “Marcará en Botero el punto de nacimiento de una conciencia fustigante y alerta con respecto a la situación de su país”. Vienen luego los óleos de “Íncubos” y “Súcubos”, en los que hizo derroche de feísmo, las “Monalisas” y “Los niños de Vallecas”. Dueño de un estilo personal, el artista realizó una serie de variaciones en torno de los cuadros de Leonardo y Velázquez, haciendo énfasis en el color, cada vez más rico y variado, y en una factura moderna que puede asociarse con los manchones y regados de la “pintura de acción”. Antes de su viaje a Nueva York, donde estableció su residencia a partir de fines de 1960, Botero pintó “Autorretrato de Van Eyck”, un lienzo con el mismo tratamiento de los cuadros anteriores y en el que junto a la figura agregó un bodegón. Entre 1960 y 1964, cuando trabajaba en Nueva York, el artista mostró su producción en Bogotá. En 1961 presentó las ilustraciones para El gran Burundún-Burundá ha muerto, del escritor y poeta Jorge Zalamea. A comienzos de 1964, Botero realizó su última gran exposición en Bogotá. Presentó una temática variada, imaginativa y plena de humor.

 

Primera exposición de Fernando Botero en la Galería Leo Matiz. Fotografía Leo Matiz, 1952. Cortesía Fundación Leo Matiz

 

 

 

 

En recuerdo de los clásicos el artista expuso, entre otros, “Homenaje a Zurbarán”, “Homenaje a Sánchez Cotán”, dos versiones de Mrs. Rubens y varios cuadros sobre Cézanne y su familia. En los cuadros de esta exposición el color, texturado y con pinceladas visibles, vuelve a someterse totalmente a la forma. Esta es dibujada con líneas de color que recalcan las lindes de las figuras y evidencian sus cuerpos sobre los fondos pintados de un solo tono. Mientras “La aparición de la Virgen de Fátima” presenta una figura gigantesca sobre un nido de pájaros, “Figura en la ventana” repite la misma monumentalidad en pequeña escala. Con la exposición de 1964, Botero demostró que su arte había logrado la proeza de combinar lo pasado y lo moderno, en una concepción no exenta de la esencia del “duende” colombiano. En agosto de 1964, el pintor ganó el primer premio de la exposición titulada “Artistas Jóvenes”, organizada por el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Casi toda su producción de 1965 la presentó a comienzos de 1966 en Baden Baden. Fue este su primer reconocimiento en Europa. A partir de entonces las puertas del éxito se le abrieron. La exposición recorrió varias ciudades de Alemania y fue elogiosamente comentada. Exhibió después en el Centro Artístico de Milwaukee, en 1967, y en el Centro para las Relaciones Interamericanas de Nueva York, en 1969. En 1970 volvió a Alemania y expuso en Baden Baden, Berlín, Düsseldorf y Hamburgo. A fines de 1971 fue contratado –hasta hoy 2015– por la galería Marlborough como uno de sus pintores exclusivos. Con esta galería ha expuesto en Nueva York, Roma y Zurich. Además, en 1969 fue invitado por la galería Claude Bernard de París y en 1970 por la galería Hanover de Londres. En 1971, Botero alquiló un apartamento en París y divide su tiempo entre esta ciudad, Bogotá y Nueva York. En febrero de 1972 expuso en la Marlborough de Nueva York. Dibuja “Cena con Ingres y Piero Della Francesca”, donde aparece autorretratado conviviendo con ambos pintores. Otro tema frecuente en la pintura del artista son los desnudos y las escenas de amantes. En 1973 trasladó su residencia permanente a París, después de haber vivido durante 13 años en Nueva York, y se inició en el campo de la escultura. Sin embargo, continuó pintando y realizó, entre otros, el “Autorretrato con Luis XIV”, basado en la obra de Rigaud. Entre 1976 y 1977 realizó muchas esculturas inspiradas en la escultura prehispánica, en la colonial y en la de los siglos XIX y XX. En cuanto a la pintura, realizó dos retratos de la “Princesa Margarita” basados en Velázquez.

 

 

El palacio (la esposa y el general). Óleo de Fernando Botero Angulo, 1975. Colección Museo de Antioquia. Reg. 1672

 

En 1979 expuso en el Hirshhorn Museum de Washington, en Tokio y Osaka; en Italia, Suiza, Bélgica, Noruega y Suecia. En 1980 –hasta hoy– Botero establece su taller de escultura en Pietrasanta, pequeña ciudad a una hora de distancia de Florencia. Utiliza nuevos materiales en su trabajo escultórico: resinas epóxicas, poliéster, mármol y terracota. Sin embargo, prefiere el bronce. Entre 1984 y 1986 expuso y finalmente donó varias esculturas al Museo de Antioquia, en Medellín. En 1984 retomó la corrida de toros –tema iniciado en su adolescencia– que realizó durante dos años. Botero comentó: “… veo en el tema mucho misterio, mucha poesía, muchas posibilidades plásticas”. Entre 1987 y 1989 “La corrida” la exhibe en Nueva York, Madrid –Arte Reina Sofía–, Milán –Sala Viscontea–, Caracas –Museo de Arte Contemporáneo– y Ciudad de México –Museo de Arte Contemporáneo Internacional Rufino Tamayo–. En 2004 el artista expuso en el Museo Maillol de la Fundación Dina-Vierny de París más de cien dibujos de sus temas más conocidos, pero además incluyó una serie de trabajos marcados por la violencia que se vive en Colombia, que impresionan y sobrecogen al espectador por el drama que el pintor se negó a disimular en obras como “Mujer en llanto” (1999), “Secuestrado” (2002), “Masacre en la catedral” (2002) y “La víctima” (2003): más de 50 trabajos que Botero donó al Museo Nacional de Bogotá en 2003. En 2010, Juan Carlos Botero, hijo del artista, escribió que en mayo de 2004, cuando la noticia de lo que había ocurrido en la cárcel de Irak se volvió de dominio público, Botero leyó el artículo de Seymour Hersh que describía en detalle las infamias y torturas que habían sufrido los prisioneros iraquíes en manos de sus guardianes norteamericanos, y luego con otras informaciones –incluyendo fotografías–, durante 14 meses de trabajo obstinado, terminó la serie de cuadros –óleos y dibujos– que llamó “Abu Ghraib”; 80 obras que donó a la Universidad de California, en Berkeley, y a la American University, en Washington. “Aquí el maestro ha combinado un tema inmenso con un tratamiento magistral y el resultado es de veras alucinante”, dijo J.C. Botero. En años recientes el artista ha hecho muchas obras con temas circenses. Diversión después del dolor.

 

 

Paisaje de Fiesole. Óleo de Fernando Botero Angulo, 1954. Colección Museo de Antioquia. Reg. 1266

 

 

Carlos Rojas (1933-1997): La obra de Carlos Rojas comenzó hacia fines de los años cincuenta. Son figuras y bodegones con una clara preocupación por la línea y el plano. Entre 1964 y 1966, antes de llegar definitivamente a la abstracción, el artista, recién venido de Estados Unidos, realizó dos exposiciones de figuras enfajadas de obvia relación con el Pop Art. Su obra abstracta está vinculada a las manifestaciones postexpresionistas y, sobre todo, al Minimal Art. Después de las pinturas con planos proyectados en diagonal de 1967 –prácticamente unos altos relieves– el artista realizó la exposición titulada “Ingeniería de la visión”, en la cual había pinturas, esculturas y relieves. Las primeras eran simples y se limitaban a presentar el trayecto de una línea –negra o blanca– a lo largo de un lienzo. El recorrido lineal era, sin embargo, muy novedoso. Casi siempre incluía los lados del bastidor y, a veces, requería de dos o tres cuadros que podían adosarse a un muro o colocarse sobre el suelo. Esta muestra fue en 1969. Siguieron “Los termómetros” y “Los pueblos”. En los primeros, el tema siguió siendo lineal, pero en “los pueblos” el interés de la composición se concentró en el color. A partir de los colores de las casas de muchos pueblos colombianos, Rojas realizó cuadros de bandas cromáticas orientadas horizontal o verticalmente sobre formatos romboides.

 

 

Carlos Rojas, Tarros y frutos, 1950.

 

 

Basándose en estos trabajos de 1970 y 1971, el artista concentró su proceso creativo y convirtió las pinturas en exactos contrapuntos de las esculturas. Si en esta los volúmenes son transparentes, en las pinturas los espacios se tornan densos, casi atmosféricos y los bordes de los planos de color son un poco imprecisos. En 1967, junto con sus pinturas topográficas, Rojas realizó muchas esculturas de concepción volumétrica erguida, constituida por partes iguales encontradas, en las que las aristas parecen reproducirse casi siempre en forma triangular. Estos trabajos inspirados en la obra de Tony Smith se multiplicaron en hierro sin pintar o en hierro y acero pintado de colores muy vivos. Poco después el elemento lineal se hizo más definido y desde entonces ha caracterizado los mejores trabajos escultóricos y pictóricos de Rojas. Las esculturas lineales que recorren el espacio para determinar un volumen fueron precedidas por cajas y paralelepípedos tachonados de tuercas y tornillos, que constituyeron una pausa en la que la forma cerrada y concreta apareció por última vez. A partir de 1972 comenzaron los marcos de impronta arquitectónica, con clara alusión a la ventana o al vano de la puerta y avanzó luego en una serie de espacios definidos por la barra delgada que dibuja uno o varios volúmenes. En el libro Carlos Rojas. Una visita a sus mundos, publicado por el Museo Nacional de Colombia en 2008 queda claro que la producción de Rojas fue vasta, contradictoria, experimental y muy polifacética.

 

Bibliografía 

Rubiano Caballero, Germán. “El primer arte abstracto en Colombia”, pp. 1383-1402; “Obregón y Grau, una aproximación al arte latinoamericano”, pp. 1403-1440; “La abstracción más reciente”, pp. 1487-1508; “Negret, Ramírez Villamizar y Carlos Rojas”, pp. 1461-1486, en Martín, Ricardo. Historia del arte colombiano, Bogotá: Salvat Editores Colombiana, S.A., 1977.

V.AA. “Arte colombiano del siglo XX”, Bogotá: Centro Colombo-Americano, 1980-1982.

Botero, Juan Carlos. El arte de Fernando Botero, Bogotá: Editorial Planeta Colombiana S.A., 2010.

Gómez, Nicolás; González, Felipe y Serna, Julián. Carlos Rojas. Una visita a sus mundos, Bogotá: Museo Nacional de Colombia, 2008.

 

Otras publicaciones:

Traba, Marta. Seis artistas contemporáneos colombianos, Bogotá: Alberto Barco, Editor (ca. 1961).

Traba, Marta. Historia abierta del arte colombiano, Cali: Ediciones Museo de la Tertulia, 1974.

Traba, Marta. Mirar en Bogotá, Bogotá: Biblioteca Básica Colombiana, Colcultura, 1976.

Medina, Álvaro. Procesos del arte colombiano, Bogotá: Biblioteca Básica Colombiana, Colcultura, 1978.

Barney Cabrera, Eugenio. La geografía del arte en Colombia, Bogotá: Ministerio de Educación, 1963.