LOS REINADOS ESTUDIANTILES DE LOS AÑOS 20
El 21 de septiembre de 1921, se celebró en Bogotá la primera Fiesta del Estudiante bajo la organización de la Universidad Nacional de Colombia y con la participación de varios colegios, entre otros el Gimnasio Moderno, festejos replicados en varias ciudades de Colombia.
En la Colombia de finales del siglo XIX las fiestas religiosas y estatales eran las predominantes. En Bogotá, al lado de estas, también se realizaban las carnestolendas de origen español, pero que habían sido retomadas y ‘transformadas’ por algunos sectores populares especialmente en los alrededores del barrio Egipto en el oriente de la ciudad y cuyo centro festivo se concentraba en la Ermita de la Peña donde después de las misas venían las diversiones populares con mezcla de juegos de tejo, bolos artesanales, bailes, música, chicha y fritanga. Estos festejos fueron desapareciendo progresivamente de esta zona por orientaciones de la iglesia católica que los consideraba actos profanos y para poderlos combatir crearon otros sitios de romería.
A principios del siglo XX son pocas las referencias de carnestolendas que se realizaban en la ciudad, pero en los albores de la segunda década empezaron a sonar de nuevo los ecos de una fiesta diferente a las ya mencionadas. Se trataba de una apuesta de los estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia, quienes en 1919 organizaron una Federación que hacía parte de una red internacional de Federaciones del Continente y que tenía como marco general la creación de las primeras asociaciones de estudiantes en varias ciudades del país y de América Latina, producto de las orientaciones emanadas de un encuentro realizado en Córdoba, Argentina, durante 1918, entre cuyas conclusiones se determinó impulsar la celebración del Día del Estudiante. Después de varias reuniones con delegados estudiantiles de otras ciudades se acordó la creación de su Federación y se fijó la celebración de su Día.
Es así, como el 21 de septiembre de 1921, fecha del equinoccio en el hemisferio sur e inicio de la primavera, se celebró en Bogotá la primera Fiesta del Estudiante bajo la organización de la Universidad Nacional de Colombia y con la participación de varios colegios, entre otros el Gimnasio Moderno, festejos replicados en varias ciudades de Colombia. El programa en Bogotá comprendía inicialmente actividades por tres días, luego por una semana y en 1932 de diez días, y en general se realizaban desfiles de carrozas, concursos de músicas, novilladas, competencias de natación, siembra de árboles, bailes, concursos de disfraces, conciertos, carreras deportivas, mascaradas y el juicio al símbolo del carnaval: Don Pericles Carnaval.
Comparsa Los dominós y Usares. Pasto, Nariño (1929). Fotografía Rafael delgado - reproducción Carlos Benavides Díaz |
Los estudiantes, que cambiaban por estos días sus libros y cuadernos por el antifaz y los disfraces, levantaban a Pericles Carnaval, como representación del inicio de la fiesta y como culminación del festejo le hacían un homenaje como a todo ícono carnavalesco: después de un juicio satírico lo enterraban, lo lanzaban en un globo o lo quemaban en señal de que la fiesta volvería al año siguiente. Era un gran muñeco de trapos que a veces permanecía guardado en la Facultad de Medicina, en la Plaza de los Mártires, y servía como referente “para darle un vuelco no solo a la vida estudiantil, sino a todos los antecedentes del vivir bogotano, que hasta entonces había sido triste y penumbroso”.
La bandera de la Federación de Estudiantes, de color verde y blanco, y uno de los elementos emblemáticos más importantes de esta fiesta, recorría la ciudad y era gratamente recibida en cada una de las facultades de la Universidad, que en ese entonces se encontraban situadas en varias partes del centro de Bogotá. El recorrido de la bandera partía de la Casa del Estudiante, en la que se gestaban las propuestas generadoras de cambio en la Universidad y en el entorno social de la época.
Comparsa estudiantil. Revista El Grafico, Bogotá (1921). Fotos reproducidas por Natalia González y Weimar Ramírez |
El programa de los desfiles centrales en Bogotá, por lo menos en 1925, tenía tres componentes: “en primer lugar desfilaba la Familia Castañeda, luego iban los carros y disfraces de estudiantes y particulares, y por último las comparsas de universitarios en caballos, burros o bueyes. El programa general se complementaba con competencias de natación y de regatas en el lago de Luna Park, la iluminación de la Avenida Colón y de la Carrera Séptima, la gran becerrada estudiantil en el Circo de San Diego, la coronación de la reina del carnaval en el Teatro Colón, las programadas batallas de confetis, flores y serpentinas, el concurso de murgas en el teatro municipal, los desfiles de comparsas y carrozas, y el ‘entierro’ del carnaval realizado en el marco de un desfile festivo nocturno pleno de sátiras a la muerte del carnaval”.
El desfile se podía observar desde los balcones espléndidamente decorados. Las personas podían desde allí arrojar claveles, serpentinas y confeti, y mirar con detalle las carrozas y los disfraces. Las aceras se llenaban de espectadores de todas las escalas sociales. Los carros de la capital se movilizaban haciendo parte de carrozas o llevando afanosos espectadores; las mujeres hacían su aparición vestidas de manolas o gitanas, y los demás hacían parte de las comparsas y carrozas. El programa de la Fiesta del Estudiante se complementaba además con concursos de poesía, batallas de flores que se extendían por horas, exposiciones de caricatura, bailes suntuosos y se destacaba la coronación de la reina de los estudiantes.
Candidatas de los reinados estudiantiles de los años 20. Revista El Gráfico, Bogotá. |
La fiesta en general era reglamentada a través de una serie de disposiciones donde lo prohibido era la norma. No se podía llevar disfraz, salvo previa licencia de la alcaldía de la ciudad, no se podían arrojar explosivos, ni proferir gritos o ejecutar actos contrarios al respeto y a la moral, y no se podían utilizar disfraces o comparsas referidos a asuntos políticos, religiosos o que ofendieran a determinadas personas. No se permitían los disfraces de militares, de obispos, de monjas o curas.
Estas celebraciones estudiantiles culminan en el año 1934 envueltas en las complejidades sociales y políticas de la época. En la década de 1930, estos carnavales estuvieron acompañados de constantes referencias a la crisis financiera que vivía el país y la ciudad. En ese ambiente “se desató una protesta de los trabajadores de la Cervecería Germania, apoderados por Jorge Eliécer Gaitán, en demanda de mejoras sociales, en las que se vio involucrada la reina, Mariana I, hija del propietario de la empresa, quien fue objeto de consignas en su contra propagadas en carteles por varios sitios de la capital. El movimiento de los trabajadores y el reinado fueron entonces centro de controversia directa. En las marchas de los obreros se gritaban abajos al imperialismo yanqui y a doña Mariana Kohn, de tal manera que una de las condiciones impuestas por los dueños de la empresa para reabrir la fábrica fue la de destituir a los ‘agitadores’ que hacían parte de la dirección del sindicato”.
Dibujo en tinta de Fernando Caro en los años 20. Biblioteca Nacional de Colombia. |
Un buen número de estudiantes “se declaró en defensa de su reina y culpó a los ‘intelectuales marxistas, a los estudiantes de la Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria (UNIR), fundada por Jorge Eliécer Gaitán, y a los comunistas’ de haber propiciado los ataques contra la señorita Kohn, declaraciones que validaron la ya existente escisión entre el gremio estudiantil, en una época de fuertes debates sobre la situación social, que repercutieron tanto en la renuncia de la reina de los estudiantes como en la extinción del carnaval estudiantil, visto más como una fiesta de los de arriba”.
Tradición y modernidad
Estos festejos de los años veinte y treinta están relacionados con las concepciones sobre la situación de las mujeres en estos años. El imaginario de la mujer sumisa y recatada, dedicada solo a labores del hogar, de madre o de mujer casada, sin muchas apariciones públicas, empieza a verse desdibujado. Sus libertades empiezan a reconsiderarse a la luz de las diferentes transformaciones sociales y políticas. Se inicia la capacitación de la mujer para el trabajo, la bandera del feminismo es tomada por el partido liberal; aparecen mujeres escritoras representativas como Soledad Acosta de Samper o líderes sociales como María Cano y se inauguran páginas femeninas en periódicos reconocidos como El Tiempo y la Revista Universidad, en las que se debatía el papel de la mujer en la sociedad colombiana.
Los esfuerzos más significativos para estos logros femeninos, sobre todo en el campo laboral y en la educación, tienen en estos años un buen campo de observación y muchos de sus ideales se concretarían en la década de los treinta. En 1927, Luis Ignacio Andrade, senador del Tolima, haría el primer intento de modificar la educación femenina al presentar un proyecto de ley en el que exponía la necesidad de la creación de secciones femeninas en las universidades públicas. Este proyecto de ley no pasaría a segundo debate, pero dejaría abierta la cuestión de que la situación de las mujeres necesitaba una mejora y esto se reafirmaría con la Ley 32 de 1936, en la que se establece la igualdad de ingreso a los establecimientos de educación.
Carnavales de Pasto en el Parque de Nariño (1928). Fotografía reproducida por Carlos Benavides Díaz |
Sin embargo, es importante analizar el planteamiento del ingreso de la mujer a la Universidad, a la luz del contexto social en el que se entretejía: la Fiesta del Estudiante. En este escenario, algunas mujeres, anteriormente relegadas a actividades domésticas y del hogar, ahora eran las iniciadoras y las protagonistas de la fiesta y, en su calidad de reinas del carnaval, recibían la potestad de ser líderes, de gobernar la ciudad durante los festejos estudiantiles, de ser representantes del Movimiento estudiantil y de abogar por sus ideales, no obstante, que aún no tenían ingreso a las aulas universitarias.
De esta manera, en el movimiento estudiantil antioqueño fue visible la participación femenina, más allá de los reinados, como un buen augurio de lo que vendría más adelante. En el año 1921, se eligió a Amelia Arango como vicepresidenta de la Asamblea de Estudiantes de Antioquia, y su nombramiento fue enaltecido al publicar en la portada de la Revista Universidad la fotografía de la mandataria. Esto muestra que: “El movimiento renovador estudiantil debe entenderse también como una plataforma de vinculación de la mujer a la vida académica universitaria, toda vez que estas con sus escritos y su presencia real le dieron al movimiento estudiantil un matiz democrático y liberal”.
Por otra parte, en estos nuevos ambientes se escuchan las nuevas músicas y bailes de los carnavales estudiantiles de estos años, tales como tangos, foxtrots, blues, charlestón, pasodobles, valses, danzones, guajiras, jazz, el fox-trot, cuplés, rag-time, resbalón deslizado, shimmy, one-step y el monkey-step, que se ejecutaban al lado de pasillos, torbellinos y bambucos, en el marco de una polémica de la época que debatía la búsqueda del alma de la nación a través de la identificación de una música que representara la nación colombiana.
Festival Estudiantil 1935, Fondo Daniel Rodríguez, Colección Museo de Bogotá. |
También, aparece la moda femenina de la época, con sus cortes de cabello, que dio pie a un tipo de mujer que fuma, tiene el cabello corto, viste modernamente, ‘foxtrotea’ y ‘flirtea’, conocida como una ‘Diva’ en contraposición al modelo de mujer sumisa, recatada, sin vida pública y hogareña. Y a estos modelos de mujer hay que sumarle las de aquellas que tomaron el camino de la defensa de los derechos sociales encarnados en la ya mencionada María Cano a quién se conoció como la Flor Revolucionaria del Trabajo.
Además, por los mismos años inició otro tipo de corriente estudiantil más ligado a los sectores populares y a los obreros, y se produjo el asesinato en Bogotá del estudiante Gonzalo Bravo en 1929 durante las protestas por la Masacre de las Bananeras, acaecida en Ciénaga, Magdalena, el año anterior, lo que daría más adelante nuevos rumbos a los ideales de los estudiantes.
De igual manera, “lo público, entre otros la opinión pública, como un elemento de modernidad, se abre espacio con la cada vez más asidua concurrencia de gentes a los Cafés, como lugares de sociabilidad y al desarrollo del cine, y en lo festivo, la consolidación de la celebración, iniciada en 1914, del 1º de mayo como Día de los Trabajadores, que deja entrever también el progresivo avance de la protesta urbana en esta década”. Bajo estos ambientes sociales irrumpió en los carnavales estudiantiles la mujer reina que logró con su liderazgo abrir programas importantes en lo académico y en lo laboral.
Las reinas del Carnaval Estudiantil
La Fiesta estudiantil, siguiendo la regla, tenía su propio reinado con la particularidad de entrecruzar la intelectualidad, la política y la belleza. Coronó a Maruja Vega Jaramillo como su primera reina en el año 1922 y terminó con el reinado de Mariana Kohn Olaya en 1934.
Las fiestas en Bogotá, que inicialmente se realizaban en el mes de septiembre y luego en julio, tenían como una de sus actividades esenciales el proceso de votaciones por las candidatas (ver cuadro) cuyo voto tenía un costo de cinco centavos.
Las reinas, en el momento de la coronación, podían realizar la promulgación de sus órdenes reales, una especie de Bando; recibían la potestad de gobernar la ciudad, tenían su propio séquito y presentaban un pliego de peticiones ante el Congreso de la República. Este nombramiento, aunque simbólico, era un medio de liderazgo que permitió varios logros importantes en beneficio de los estudiantes, de la ciudad y de la mujer.
Las reinas eran hijas, sobrinas o familiares cercanas de los políticos que en ocasiones ejercían como presidente o congresista, lo que les permitía sentirse en un escenario de poder real. La primera reina, Maruja Vega Jaramillo, era una mujer de la élite y afirma Germán Arciniegas, secretario de la organización de los carnavales estudiantiles, que “su hija María Cristina vino a ser la esposa del presidente Misael Pastrana Borrero”.
Además, la participación de las reinas también fue permeada por los enfrentamientos de los partidos políticos. En el año 1923, se disputaron dos candidatas el primer lugar: Elvira, hija de Luis Zea Uribe, liberal y Elena Ospina, hija del presidente Pedro Nel Ospina, conservador. Se trataba de una batalla política, oculta tras los disfraces femeninos. En ese año fue elegida Elvira Zea Hernández.
Sin embargo, esta pugna es descrita por Germán Arciniegas de una manera más jocosa y se puede imaginar la cordialidad de las candidatas:
“[…] La noche de su elección le llevamos una serenata gigantesca a su casa, como de cien músicos: bandolas, tiples [sic], guitarras y panderetas, de todo lo imaginable. Ella vivía en la carrera 7 con calle 7, en San Agustín, a media cuadra del Palacio Presidencial. Cuando pasamos por el frente de la Casa de Nariño, Elena Ospina, con un coraje increíble, con una alegría infinita y con toda su belleza, salió al balcón y desde allí nos cubrió de flores”.
Elena Ospina Vásquez resultó elegida en el año 1924 y en su reinado fundó la Casa del Estudiante, situada en la calle 16 con carrera 8ª en Bogotá, que fue nominada Calle de la Universidad, placa que existe todavía. Germán Arciniegas decía que tenía servicios antes no imaginados: “biblioteca, clínica, dentistería, billares y restaurante”.
Las reinas de los estudiantes alcanzaron un reconocimiento merecido por la cantidad de obras realizadas a favor de los estudiantes. En la coronación de Emilia Álvarez Gutiérrez en 1926, el escritor Tomás Rueda Vargas, en su discurso de coronación, comentaba cómo estas mujeres, reinas de un día, se tomaban muy en serio su papel y se coronaban como mujeres de siempre, pues en sus manos estuvo la fundación de teatros, la Casa del Estudiante, pabellones de la Cruz Roja, entre otros espacios necesarios para la vida cotidiana.
Aunque su participación era muy importante para el movimiento estudiantil, fue solo hasta el año 1927 que los derechos a la educación femenina empezaron a hacerse visibles en los discursos de coronación. En la celebración del reinado de 1927, en el que fue elegida Olga Noguera Dávila, el dirigente político, Baldomero Sanín Cano, afirmaba que la misión de las reinas estudiantiles era lograr que la mujer acudiera a las aulas universitarias, pues su presencia suavizaría las costumbres estudiantiles y les otorgaría el estatus para realizar estudios científicos o cualquiera de las demás disciplinas del conocimiento.
Reina con su corte imperial en los Carnavales de Pasto, Nariño (1928). Fotografía reproducida por Carlos Benavides Díaz |
Fue así, que Luis López de Mesa, quien en 1934 fue nombrado ministro de Educación, se sumó a esta preocupación por el acceso de la mujer a la Universidad y la señaló como un objetivo prioritario. En el discurso de coronación de Beatriz Ucrós, en 1928, dijo “vivimos una renovación universal en la que la mujer recibirá su liberación definitiva. Las mujeres deben mejorar sus condiciones de trabajo y estudio, ingresar a la universidad y gozar de una ciudadanía en igualdad ante la constitución y las leyes colombianas”.
Todas estas discusiones desembocaron en la inclusión de un artículo referente a la mujer en el proyecto de ley sobre reorganización del Ministerio de Educación Nacional en 1929. En el documento se incluyó lo siguiente: “Artículo 10. La mujer tendrá en las Universidades y demás instituciones educacionistas los mismos derechos de que gozan los hombres en cuando a admisión y validez de títulos”.
Esto tuvo todo tipo de criterios encontrados. Germán Arciniegas afirmó que el artículo redundaba, porque en ningún lugar se encontraba prohibido el ingreso de la mujer a la Universidad y para que esto fuera real era preciso cambiar las condiciones y facilitarle el ingreso a la educación secundaria.
En este sentido, la designación de la mujer en el carnaval, como reina de los estudiantes, significó un espacio real de visibilización para que más adelante se aprobara en 1936 su igualdad académica frente a los hombres. Muchas de las propuestas que cada reina formulaba en su mandato se cumplieron más adelante para beneficio general, entre otras la de construir un campus para la Universidad Nacional de Colombia.
En suma, puede decirse de forma metafórica, como lo formula Germán Arciniegas, que “bailando, cantando y lanzando serpentinas”, las mujeres lograron con su liderazgo reformas importantes en la Universidad. Así pues, los carnavales estudiantiles con sus reinas pueden considerarse como uno de los grandes momentos históricos de la universidad colombiana.
Referencias
1 Arciniegas, Germán. El Día del Estudiante [online]. [citado 12 de octubre de 2016]. Disponible en: http://www.eltiempo.com/archivo/ documento/MAM-517462
2 González Pérez, Marcos. Carnestolendas y Carnavales en Santafé y Bogotá. Bogotá: Intercultura, 2005, p. 112.
3 Ver: Las películas de cine silente (años 20 y 30) hoy restauradas y difundidas por la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano. También se encuentran referencias en los Noticieros Audiovisuales de los Hermanos Acevedo.
4 González, Op. cit., p. 140.
5 Ibíd., p. 141.
6 Piñeres De La Ossa, Dora. El movimiento renovador del maestro Germán Arciniegas y sus implicaciones en la Universidad colombiana. En: Historia de la educación colombiana. 2001. Vol. 3. No. 3-4. p. 116.
7 González Pérez, Marcos. Ceremoniales, Fiestas y Nación. Bogotá: un Escenario, Intercultura, Bogotá, 2012, p. 319.
8 Ibíd., p. 320.
9 Cacua Prada, Antonio. Germán Arciniegas. Su vida contada por él mismo. Instituto Colombiano de Estudios Latinoamericanos y del Caribe (ICELAC). Bogotá, Colombia: Universidad Central, 1990. p. 112.
10 Cacua, Antonio, Op. cit., p. 117.
11 Ibíd, p. 113.
12 Revista Universidad, No 143, 1929, p. 50.
13 Ibíd.