LOS IMPETUOSOS AMORES DE JOSÉ MARÍA CÓRDOVA LA PATRIA, MANUELA, IGNACIA Y FANNY
El 17 de octubre de 1829 un “vulgar galafate” asesinó a uno de los mayores héroes de la guerra de independencia hispanoamericana: José María Córdova. Los hechos ocurrieron en una casa situada en la plaza de El Santuario, Antioquia, donde Córdova, en condición de herido, se había refugiado poco después de concluir la última de las batallas de su vida, de la que salió derrotado. Luego de haber sido uno de los más fieles y cercanos a Bolívar, de escalar los más altos rangos militares y obtener las máximas glorias en la guerra de independencia, al punto de ser calificado como el Héroe de Ayacucho por su papel protagónico en la última gran batalla de la emancipación, en 1824, tomó una decisión trascendental en el año de su muerte: no acompañar a Bolívar, y a quienes respaldaban tales proyectos, en la contradictoria aventura autoritaria de convertir las tierras recién liberadas en una monarquía como continuación de la dictadura instaurada un año atrás por el Libertador. Este valiente antioqueño se movió a lo largo de su corta vida entre dos grandes pasiones: el amor a la patria y el ímpetu por las mujeres a las que amó. Su fogosidad en la guerra y en el amor movió con furor su vida truncada cuando apenas cumplía los 30 años de edad.
Manuela Morales: “la muchacha más bella”
A los 20 años de edad Córdova era el gobernador y el comandante general de Antioquia. En las fiestas de fin de año, celebradas en Rionegro el 28 de diciembre de 1819, quiso lucirse frente a su amada Manuela Moralesen una corrida de toros. La suerte no lo acompañó en aquella ocasión y al caer de su caballo sufrió un fuerte golpe en la cabeza. Por cerca de ocho horas estuvo inconsciente. Se temió por su vida porque además le empezó una fiebre muy alta y al despertar tan solo alucinaba frases inconexas y tenía visiones. Se dice que cuando un cura intentó confesarlo en esos momentos que se creyeron sus últimos, pidió más bien que “le trajeran una mujer bonita”. Los efectos de esta caída sobre su salud mental fueron duraderos y no faltan quienes han considerado que lo hicieron aún más impetuoso en su vida.
En el corto plazo le causó un estado de enajenación mental, según lo describió el célebre José Manuel Restrepo en carta para Santander: “Nuestro amigo Córdova está fuera de riesgo, según la opinión de los médicos, pero desgraciadamente continúa la locura con muy cortos momentos de razón y se teme que dure así un tiempo”.
Aquella locura tuvo como causa indirecta otra locura, la del intenso pero pasajero amor por Manuela Morales, una “preciosa” joven, según la calificó Restrepo. No dejaría Córdova de invocar como estímulo para su tenacidad de guerrero el que recibió de sus mujeres, empezando por Manuela, al punto que poco después de haber estado cerca de la muerte se le vio, a mediados de enero de 1820, en los campos de batalla en tierras antioqueñas, expulsando la invasión española de Francisco Warleta para seguir luego la campaña del Magdalena. En mayo de 1820, desde Zaragoza, Córdova le escribió a Santander sobre su nostalgia por Manuela: “Mi general (permítame usted) sigo triste (pero sin ajar un momento mi orgullo militar), por la muchacha más bella que para mi gusto he visto; ella domina mi pasión amorosa”. Sus compromisos con la República fueron más fuertes que su amor por Manuela. Aunque él le prometía morir en sus brazos y ella le pedía no exponer más su vida en los combates, la guerra no terminaba y a Córdova aún le faltaba bastante que aportar a la causa de la libertad, mientras Manuela quedaba en el olvido.
Para mediados de 1821 Córdova estaba en Turbaco. Según su biógrafa, Pilar Moreno de Ángel, “las mujeres del Caribe, [con] sus cuerpos cimbreantes y calientes hicieron amables al joven Córdova los largos meses de sitio. Cambió el amor puro y casto de Manuelita Morales, convertida en un espejismo, por las caricias lujuriosas, sensuales e impuras de las hembras que acompañaron a los soldados patriotas en Turbaco”.
Un crimen por la ñapanga Ignacia Tobar
Una de las tareas más difíciles que enfrentaron los ejércitos patriotas en el sur fue la de someter el fervor realista de la región de Pasto y, con particular crudeza, el de los indígenas comandados por Juan Agustín Agualongo y Estanislao Mecharcano. En esa labor participó Córdova y en el curso de tales acontecimientos se llegó a la triste “navidad negra” de 1824 en Pasto, mancha para la memoria de Bolívar y Sucre. En el camino al sur, Córdova enfrentó en Popayán otra pasión amorosa de profundas repercusiones para su vida militar y política, como lo fue su encuentro con la ñapanga Ignacia Tobar y el crimen pasional que pronto se desató.
La bella ñapanga Tobar despertó de nuevo en Córdova la pasión del amor en el interregno de las acciones militares. Pronto empezó a cortejarla aun a sabiendas de que ella mantenía una relación amorosa con el sargento José del Carmen Valdés. El 28 de diciembre de 1823 ocurrieron los hechos en los que fue asesinado este sargento y alrededor de los cuales existen varias versiones en las que se comprometió a Córdova en diferentes niveles. Es curioso que esto hubiera ocurrido un 28 de diciembre, fecha adversa para Córdova que en el día de los inocentes de cuatro años atrás había sufrido el golpe que le causó desvaríos mentales.
En su versión ante la Alta Corte de Justicia a la que fue llamado a juicio, José María Córdova afirmó que el sargento Valdés era una persona conflictiva, que “apaleaba hoy a un paisano, mañana a una mujer, otro día a un soldado”. Que en Popayán hirió en un brazo a uno de sus asistentes -siguió Córdova-, de manera que ordenó su detención y al encontrarlo en la esquina de la plaza “lo llamo y al darle un fuetazo, como para defenderse levanta un palo que tenía en su mano, me da en el brazo y corre para una calle donde había una guardia; lo mandé parar, no hace caso, grito a la guardia que lo aprehenda, y que si resiste lo mate; la guardia lo saca de una casa donde se había metido, en la puerta trata de escaparse, y le da unos bayonetazos, corre siempre, se mete en una tienda y allí fue muerto; esto se ha hecho de mi orden y en mi presencia”.
En su relato, Córdova es claro en que la causa fue la desobediencia y que él dio la orden. No hay ninguna mención al interés de los dos por Ignacia Tobar. Por el contrario, otra de las diferentes versiones de los hechos, la de José Belver, manifiesta que luego de varios encuentros de Córdova con Ignacia este se percató de la presencia de Valdés en la habitación de la ñapanga, de manera que “le previno que no volviera más a aquella casa, y que si lo desobedecía lo pasaría muy mal”. Valdés continuó las visitas y Córdova lleno de sospechas y celos llegó una noche a la casa de Ignacia: “A eso de las nueve tocan a la ventana, y como nadie contestó, repiten los golpes con insistencia; la mujer resuelve acercarse y pregunta quién es, y conociendo la voz del general, abre temblando aquella y este dice que le franquee la entrada; ella se lo permite, pero por el susto de que se halla poseída se le olvidaba cerrar la ventana; Córdova entra preguntándole dónde está el sargento, y ella le contesta que no está ahí; mas aquél con la persuasión de que no le dice la verdad, toma la vela, lo busca por todas partes, alumbra al fin debajo de la cama y viéndolo allí lo ordena que salga. Este obedece al punto, y al ponerse en pie, le saca el general la bayoneta que tenía en el tahalí y se la clava en el vientre. Viéndose aquel herido mortalmente le decía a su agresor: ‘Mi general, no me acabe de matar, déjeme confesar’. Esto declararon dos individuos que en aquellos momentos se habían acercado a la ventana y que oyeron y aun presenciaron algo de esa horrorosa escena. …El sargento murió poco después”. Córdova fue llamado a juicio por la Alta Corte de Justicia, pero continuó su camino de gloria hacia el sur y conquistó las célebres victorias de Junín y Ayacucho. Llegado a la cúspide de los triunfos militares, solicitó en 1826 autorización para volver a Bogotá y ponerse en manos de la justicia por los acontecimientos del sargento Valdés, en actitud que contrastó con la de Antonio José de Páez que rechazó someterse a la justicia en Bogotá y se levantó en Venezuela.
Otra Manuela, pero que lo odia
En la embarcación que lo regresaba a Colombia venía también Manuela Sáenz, la ecuatoriana amante de Bolívar. Al parecer, Manuela buscó aproximarse a Córdova y no fue correspondida según se desprende del testimonio de su edecán Francisco Giraldo: “Las impertinencias de esta señora y su manera de ser para con Córdova en la travesía fueron causa de algunos desaires de parte del general, todo lo cual motivó la enemistad que reinó después entre los dos, y que tan funesta fue, en el andar de los tiempos, al héroe de Ayacucho”. Manuela, a quien Córdova calificaría de “escandalosa mujer pública”, lo odió y bastante influyó en el distanciamiento que pronto vendría entre él y Bolívar.
En julio de 1828, cuando Manuela promovió el fusilamiento simbólico de Santander, Córdova no dudó en escribirle de inmediato a Bolívar censurando ese hecho, en el que estuvo presente el comandante Crofton, amigo de Manuela y quien bastante tendría que ver un año después en el asesinato del héroe de Ayacucho.
Fanny: una niña británica
Sometido a la Alta Corte de Justicia Córdova fue absuelto por mayoría en octubre de 1827. El único voto adverso fue el del célebre José Félix de Restrepo quien indicó que “debía sufrir la pena de último suplicio, en la plaza mayor de esta ciudad, previa la degradación pública de su empleo militar”. Por fin salió bien librado del caso Valdés y en ese mismo año conoció al último amor de su vida, una jovencita de apenas 13 años, hija del cónsul británico en Colombia James Henderson. En las cartas a su hermano Salvador expresó el Entusiasmo que le despertó Fanny: “Sí pienso mucho en Fanny, y mucho. Ella está inquietando mi imaginación desde que la conocí”. Por las tarde iba a tomar té en casa de los Henderson para verla y afianzó una estrecha amistad con el cónsul, hombre de espíritu liberal, con quien, además, compartía ideas sobre la política y, sin duda, en esas conversaciones se fortaleció en Córdova un talante republicano que muy pronto lo separaría de manera irreconciliable de los bolivarianos. Compró una casa en Bogotá en la que pensó que viviría cuando se casara con Fanny Henderson, pero la ruptura con Bolívar lo alejó de Bogotá y ya no se volvería a ver con su amada. De acuerdo con van Rensselaer, José María Córdova era “el más buen mozo de todos los colombianos, de alta estatura, bien formado, de pelo y ojos negros, expresión determinada y digna, caballero en todas sus acciones, por sobre todo un hombre cabal, de honor estricto y cuya palabra es siempre cumplida”.
El amor por la libertad
Un mes antes de su muerte Córdova le escribió a Bolívar, de manera clara y enfática, que no estaba dispuesto a traicionar sus juramentos ni a “faltar vergonzosamente” a su deber. Le recordó: “Todos hemos jurado sostener la libertad de la república, bajo un gobierno popular, representativo, alternativo y electivo, cuyos magistrados deben ser todos responsables; y sin renunciar al honor, no podríamos prestar nuestra aquiescencia a la continuación de un gobierno absoluto, ni al establecimiento de una monarquía, sea cual fuere el nombre de su monarca”. Por eso, se levantó en armas contra Bolívar, como también lo hicieron en el sur José María Obando y José Hilario López, y le anunció al Libertador-Presidente, en la misma carta del 21 de septiembre de 1829, en referencia a la Constitución de 1821, suprimida de facto por la dictadura bolivariana: “Yo he jurado con todo este pueblo sostenerla, y morir antes que sufrir tiranía en Colombia”. Treinta años de vida y una década de entrega a la causa de la libertad concluyeron para Córdova en un levantamiento que duró poco más de un mes. El 17 de octubre de 1829 el “galafate” Ruperto Hand lo asesinó a mansalva por orden de Daniel Florencio O’Leary, edecán de Bolívar, para conjurar el levantamiento que lideró Córdova al oponerse a los proyectos autoritarios de los bolivarianos que tanto influyeron en la disolución de la Gran Colombia.
Bibliografía
Moreno de Ángel, Pilar.José María Córdova. Bogotá, Editorial Planeta, 1995.
Posada, Eduardo. Biografía de Córdova. Bogotá, Biblioteca Banco Popular, 1974.