19 de noviembre del 2024
 
Abril de 2018
Por :
German Rodrigo Mejia Pavony, Profesor titular, Pontificia Universidad Javeriana.

LA PLAZA MAYOR

 

“Aquello es una auténtica ágora”. Esta fue la expresión que utilizó el suizo Ernst Rothlisberger para referirse a la Plaza de Bolívar de Bogotá tal y como la vio en 1882. En páginas anteriores de su crónica de viaje, El Dorado, ya había descrito en detalle los cuatro costados que daban forma a la plaza y los edificios que allí se levantaban[1]. Pero, al dar cuenta de la sociedad y política que se desarrollaba en la capital de la República, el visitante anotó que un lugar de la plaza, el altozano (la terraza que se encuentra en el costado oriental desde La Catedral hasta el Palacio Arzobispal,) era el sitio en el cual “se comentan todas las novedades del día de la manera más exaltada”, además de ser un sitio en el que “cualquier hecho de importancia mínima se configura como una verdadera acción de Estado”; por esta razón, es en el altozano “donde el político y el intrigante encuentran allí su elemento; en democrática libertad”[2]. Por supuesto, no dejó de anotar el visitante que esta plaza, la de Bolívar, era la principal y quedaba ubicada en el centro de la ciudad. Así mismo, no es casual que luego de narrar su viaje desde Barranquilla hasta Bogotá, comenzara por este lugar la descripción de la capital.

Plaza de Bolívar, acuarela de Joseph Brown, 1876.

Plaza Mayor de Bogotá, 1846. Acua­rela de Edward Mark. Biblioteca Luis Ángel Arango, Banco de la República. Foto Ernes­to Monsalve.

 

De Plaza Mayor, en tiempos coloniales, a Plaza de la República, de la Independencia o de la Constitución, o luego de Bolívar o de Mayo o de Armas, entre otros nombres que en épocas republicanas adquirió este lugar en las diferentes ciudades hispanoamericana, encontramos, primero, que uno de los rasgos fundamentales de la plaza mayor es su omnipresencia a pesar de la diversidad de nombres que adquirió con el paso de los años. Aun hoy en día, es difícil encontrar una ciudad en Hispanoamérica que no tenga en su “centro” una plaza que habitantes y foráneos señalen sin mayores dudas como la principal de la ciudad. Dicho centro puede ser geográfico, ciertamente, pero es ante todo simbólico: esta plaza representa la ciudad.

Y esto desde muy temprano. Por ejemplo, Felipe Guamán Poma de Ayala, en su Nueva crónica y buen gobierno, de inicios del siglo XVII, incluyó la representación gráfica de 38 ciudades, desde Panamá hasta Tucumán y Santiago de Chile[1]. Lo interesante de estos dibujos, todos invenciones pues apenas estuvo en algunas de dichas ciudades, es que siempre se ordenan a partir de la plaza mayor. Es más, solo en un caso, Riobamba, se representa la ciudad como un plano compuesto de calles y manzanas con la plaza en el centro. Para todas las demás es suficiente dibujar la plaza y los edificios que la rodean. Esto es, la plaza y las edificaciones que la enmarcan, son un factor suficiente para dar razón de la urbe y de las cualidades que la significan, por ello su reiteración.

Izquierda: Mercado en la Plaza Mayor de Bogotá enfrente de la alcaldía. En “Viaje a la Nueva Granada” del doctor Foto: Charles Saffray, 1869. Derecha: Plano para las obras de ornato de la plaza de Bolívar de Bogotá, 1862. Archivo General de la Nación, m4-038a.

Izquierda: Mercado en la Plaza Mayor de Bogotá enfrente de la alcaldía. En “Viaje a la Nueva Granada” del doctor Foto: Charles Saffray, 1869. Derecha: Plano para las obras de ornato de la plaza de Bolívar de Bogotá, 1862. Archivo General de la Nación, m4-038a.

 

Segundo, dicha omnipresencia se acompaña de otro rasgo: la duración. En la América hispana, la plaza mayor es un espacio urbano de larga duración. Entendemos por esto no tanto que este lugar haya permanecido por siglos, lo cual ya es importante, sino que es un espacio que no ha cambiado su característica principal de ordenar la ciudad como un todo, independientemente de las variaciones de forma y tamaño que haya tenido. En este sentido, la plaza mayor, al definir el “centro”, ordena el mundo a su alrededor y lo mantiene así sin importar los eventos que se van sucediendo con el paso de los años. Este espacio, por lo anterior, constriñe hacia “el centro” las orientaciones físicas, sociales, políticas y simbólicas de los habitantes de una ciudad. En otras palabras, “la vocación de las plazas mayores se mantuvo incólume a pesar de las mudanzas de ropajes y costumbres”.

Tercero, sin duda, la plaza mayor es el “centro” porque es el lugar por excelencia de lo público. La ciudad es un bien común en el que la plaza mayor es pública en tanto es capaz de escenificar un lugar de todos y para todos. La presencia de todos en este sitio no significa que se anulen desigualdades sociales, inequidades políticas o diferencias culturales, pero sí que todos pueden entrar y permanecer en ella sin importar lo anterior. En este sentido, los usos de la plaza mayor han sido muy variados dependiendo de las dinámicas sociales que las prácticas, tensiones y representaciones de una comunidad han puesto en marcha a través de los siglos. Pero, “la concurrencia de la población en la plaza se comprende como el vértice de unas costumbres que procuran el flujo de la coexistencia. Hábitos que no anulan las diferencias sociales sino que las canalizan por el ejercicio de una grata costumbre: el reconocer la plaza como un espacio de todos y para todos”[1].

Plaza de Bolívar, 1937, Bogotá. Archivo fotográfico de Carlos Benavides Díaz.

Plaza de Bolívar, 1937, Bogotá. Archivo fotográfico de Carlos Benavides Díaz.

 

Cuarto, la plaza mayor desde las primeras fundaciones de ciudades en América apenas iniciado el siglo XVI, adquirió el valor de núcleo generador de la ciudad misma[1]. Esto es, desde la plaza se trazó la urbe, se orientó la disposición de los elementos urbanos, se dispuso el escenario de lo público, se jerarquizó el orden político y social, y se definió el punto desde el cual medir la jurisdicción sobre la que la ciudad ejerció hegemonía territorial. Como núcleo generador, la plaza mayor de la ciudad indiana (aquella construida en América por los españoles) es, entonces, en esencia un modelo, el cual sirvió de fundamento para dar forma a cientos de urbes en la América hispana. Al respecto, Francisco de Solano afirma que en el modelo de la ciudad indiana, la plaza mayor adquiere papel especial porque “la ciudad misma crece y se desarrolla cordialmente en su redor”

Quinto, como modelo, la ciudad indiana y su plaza mayor tomaron forma desde épocas muy tempranas. Es cierto que esta idea de ciudad tiene precedentes que además de la teología medieval y los castros romanos, encuentra sus raíces en muy variadas fuentes, pero lo fundamental es que solo fue posible de concebir y construir en América. Este modelo se consolidó en muy pocas décadas tal vez presionada la Corona por la premura de apuntalar lo conquistado mediante dinámicas de poblamiento que de manera ordenada avecindara a los conquistadores. Por ello, tan temprano como 1513, en las instrucciones a Pedrarias Dávila, el Rey dispuso que “por manera que hechos los solares el pueblo parezca ordenado: así en el lugar que se dejare para plaza, como en el lugar en que hubiere la iglesia, como en el orden que tuvieren las calles; porque en los lugares que de nuevo se hacen dando la orden en el comienzo sin ningún trabajo, ni costa, quedan ordenados y los otros jamás se ordenan”[1]. En las décadas siguientes se perfeccionó aún más esta idea de orden. Por ejemplo, en las instrucciones que Carlos V dio a Hernán Cortés el 26 de junio de 1523, dispuso que,

Vistas las cosas que para los asientos de los lugares son necesarios y escogidos y el sitio más provechoso, y que incurran más de las cosas que para el pueblo son menester, habéis de repartir los solares del lugar para hacer las casas. Y estos han de ser repartidos según la calidad de las personas: y sean de comienzo dadas por orden, de manera que hechas las casas en los solares parezca ordenado: así en el lugar que dejaren para plaza, como en el lugar que hubiere de ser la iglesia, como en el orden que tuvieren los tales pueblos y calles de ellos[2].

 

Plaza de Bolívar, Bogotá. Foto Alberto Saldarriaga.
Plaza de Bolívar, Bogotá. Foto Alberto Saldarriaga.

 

Sexto, finalmente, la plaza mayor de la ciudad indiana adquirió entidad permanente pues encontró su lugar en la legislación de Indias. Hecho que se mantiene hasta hoy pues aún las más recientes disposiciones urbanas protegen la plaza principal de nuestras ciudades. De esta manera, las plazas mayores contienen aún hoy en día la experiencia madurada por décadas que dio lugar a las Ordenanzas de Poblamiento, firmadas por Felipe II el 13 de julio de 1573. En su artículo 113, el rey dispuso que “La plaza sea en cuadro prolongada, que por lo menos tenga de largo una vez y media su ancho, porque este tamaño es mejor para las fiestas a caballo y cualquier otras que se hayan de hacer”; en su artículo 115, que “de la plaza salgan cuatro calles principales, una por medio de cada costado de la plaza, y dos calles por cada esquina de la plaza”; y, en el 116 se dispuso que “toda plaza a la redonda y las cuatro calles principales que de ellas salen tengan portales”[1].

 

Izquierda: Plaza de la Inma­culada Concepción, Mompox, Bolívar. Derecha: Plaza central de Villa de Leyva, Boyacá.Izquierda: Plaza de la Inma­culada Concepción, Mompox, Bolívar. Derecha: Plaza central de Villa de Leyva, Boyacá.

 

De esta manera, la plaza mayor ha sido compañera inseparable de la ciudad americana, no solo de aquellas fundadas por España en estas tierras sino, también, de centenares de otros centros urbanos que fueron creados durante los siglos XIX y XX. Pero si esto es una constante histórica, también lo es que la plaza mayor ha mantenido su función principal de ser nodo ordenador del hecho urbano y centro simbólico de la comunidad humana que la ha habitado desde los inicios de la ya lejana ciudad indiana en el siglo XVI.

Bibliografia

 

1 Rothlisberger, Ernst, El Dorado. Estampas de viaje y cultura de la Colombia suramericana, 1ª. ed. en español. Bogotá, Banco de la República, 1963, pp. 67-69. Rothlisberger, El Dorado, p. 102.
2 Poma de Ayala, Felipe Guamán. Nueva crónica y buen gobierno, 2 vols. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1980, tomo 2, pp. 353-413.
3 Velezmoro, Víctor. “Ciudades y villas en la obra de Guamán Poma de Ayala. Nuevos aportes para su estudio”, Revista de Indias, 63:227, 2003, pp. 305-323.
4 Ribera Carbó, Eulalia. “Un abreviado epílogo de maravillas”, Prólogo a Eulal
5 Ribera Carbó, coord., Las plazas mayores mexicanas. De la plaza colonial a la plaza de la República. México, Instituto Mora, 2014, p. 13.
6 Aguirre Anaya, Carlos. “La reactualización de la plaza a finales del siglo XIX: espacios centrales y sociabilidades”, en Ribera Carbó, Las plazas mayores, p. 60.
7 Gutiérrez, Ramón. Arquitectura y urbanismo en Iberoamérica. 4ª ed., aumentada. Madrid, Ediciones Cátedra, 2002, p. 94.
8 De Solano, Francisco. Ciudades hispanoamericanas y pueblos de indios. Madrid, CESIC, 1990, p. 158.
9  “Instrucción al gobernador de Tierra Firma, Pedrarias Dávila para que la formación delos nuevos pueblos se haga ordenadamente, repartiendo los solares urbanos según la calidad de los vecinos”, en Francisco de 10 Solano, Normas y leyes de la ciudad hispanoamericana 1492-1600. Madrid, CESIC, 1996, p.37.
11 “Instrucción a Hernán Cortés, gobernador de la Nueva España, sobre el programa urbanizador”, en Solano, Normas y leyes, p. 71.
12 “Nuevas ordenanzas de descubrimiento, población y pacificación de las Indias”, en Solano, Normas y leyes, pp. 211-212.