LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS, EL SIGLO XX COLOMBIANO NACIÓ CON LA HERENCIA DE LA GUERRA QUE HABIAMOS COMENZADO EN LA AGONÍA DEL SIGLO XIX
Declarémonos la Paz
Las elecciones presidenciales de 1898 se realizaron después de una campaña agitada por vientos de guerra. Desde Marzo de 1897, a nombre de los liberales, Nicolás Esguerra había propuesto un frente nacional, con un Ejecutivo plural de liberales y conservadores, que excluía del gobierno a los nacionalistas. Rechazado por impracticable. El expresidente Aquileo Parra, uno de los jefes naturales del liberalismo radical, en vías de extinción, adelantó gestiones con el presidente Miguel Antonio Caro para evitar una próxima guerra civil y procurar que las elecciones se realizaran en paz. La decisión del señor Caro de no presentar su candidatura al período 1898-1904 posibilitó el acuerdo.
El Partido Nacional, creado para sustentar los principios de La Regeneración, llevaba quince años en el poder. Su gestión económica desde 1884 había sido la causa de dos rebeliones de los liberales radicales contra el régimen regenerador, una en 1885 y otra en 1895, con victorias fulminantes del gobierno en ambas ocasiones.
Para 1898 el partido radical se presentó por primera vez a una elección presidencial desde 1884. Sus candidatos eran el patricio Miguel Samper Agudelo, para Presidente, y Foción Soto, para Vicepresidente. Los conservadores históricos, ante la imposibilidad de ponerse de acuerdo sobre la candidatura del general Rafael Reyes, les hicieron un guiño imperceptible a los candidatos liberales; los conservadores nacionalistas propusieron los nombres de Manuel Antonio Sanclemente y José Manuel Marroquín.
Los sucesores de Caro
Las elecciones se efectuaron el dos de febrero. Una maniobra de última hora entre los nacionalistas y los conservadores, permitió el triunfo de la llave Sanclemente-Marroquín. El señor Sanclemente se encontraba en su casa de Buga y, por su avanzada edad y sus achaques, no podía viajar a tiempo para asumir el mando. Lo hizo el Vicepresidente Marroquín, el 7 de agosto, y sus primeros actos de gobierno, en materia económica, sorprendieron a todos, a la inversa de lo que se esperaba: los liberales lo aplaudieron y los nacionalistas se sintieron defraudados. Marroquín había comenzado a desmontar la política proteccionista de La Regeneración y a darle vía al libre cambio. El señor Caro le envió mensajes de urgencia a Sanclemente para que viniera a posesionarse.
"La Regeneración es...el ácido destinado a limpiar la corrupción" Miguel Antonio Caro
La situación política no mejoró, y en cambio empeoraron la situación económica y la situación social. Miguel Antonio Caro inició la oposición contra Marroquín, y por el lado liberal Aquileo Parra produjo en el Partido una división irreparable al acusar a Rafael Uribe Uribe de oportunista y ambicioso. El 2 de septiembre hubo en Bogotá una manifestación tumultuosa contra los nacionalistas, con gritos predominantes como ¡Abajo los nacionalistas! ¡Abajo los contratistas! El ácido regenerador contra la corrupción no había dado resultados. Acosado por las críticas de Caro, el 20 de septiembre renunció el Vicepresidente Marroquín. El senado rechazó la renuncia al tiempo que los liberales anunciaban su apoyo entusiasta a las reformas librecambistas, cuyo paquete fue presentado por Marroquín en el senado el 26 de septiembre, con gran júbilo por parte de los comerciantes y críticas exasperadas de los industriales. El 4 de octubre Marroquín ofreció en palacio una velada cultural a la que fueron invitados los jefes liberales radicales. La paz parecía consolidarse, a despecho de la objeción del grupo de Uribe Uribe a la colaboración ofrecida al gobierno por el jefe radical, expresidente Aquileo Parra.
La negativa del Senado (octubre 6) a aprobar la ley de elecciones, que los liberales uribistas consideraban garantía indispensable para la pureza del sufragio, fue una de las causas políticas principales del conflicto que se conoce como Guerra de los Mil Días. A partir de esta negativa los liberales de Uribe Uribe llegaron a la conclusión de que por el camino de las urnas jamás tendrían acceso al poder. Desde ese momento los liberales se dividieron en pacifistas o directoristas, orientados por el jefe del Directorio liberal, Aquileo Parra; y guerreristas, que seguían a Uribe Uribe.
Una Hora de Tinieblas
Sanclemente llegó a Bogotá el 3 de noviembre. Su presencia desvaneció las esperanzas que tenían los liberales directoristas de participar en el gobierno, restauró el nacionalismo, volvió a los postulados económicos de la Regeneración y se alió con el general Reyes. Los conservadores históricos, los liberales radicales y los liberales uribistas coincidieron en calificar el gobierno de Sanclemente como "un desgobierno". Según Carlos Arturo Torres, liberal directorista, "para la política esta es una hora de tinieblas y vacilaciones, de desencantos, amenazas y temores".
Al terminar el año reinaba la confusión. "Ha vuelto ha hablarse en estos días, como de cosa inminente, de una formidable revolución liberal", dijeron los periódicos conservadores. Los liberales, tanto directoristas como uribistas replicaron que esos eran rumores idiotas, que lejos de estar pensando en la guerra, el general Uribe Uribe tenía una cena de Año nuevo con el Presidente Sanclemente en su residencia campestre de Anapoima, para hablar sobre la paz.
Todos se arman para la paz
De la Conferencia de Anapoima no salió nada en claro. "Todos los problemas de la república quedan para el año que empieza planteados y amenazantes", escribe Carlos Arturo Torres en su periódico La Crónica. Sanclemente, respaldado por Caro, fortaleció al Partido Nacional y omitió del gobierno a cualesquiera otras tendencias. Sin desmentir los rumores persistentes de que los liberales se armaban para una próxima revolución, Uribe Uribe declaró que "el desastre del país es tan grave que se viene acercando el momento en que no habrá persona de alguna honorabilidad que se encargue de los asuntos de gobierno". Por su parte, el gobierno incrementó un "activo y cruel" reclutamiento, suspendido por el Ministro de Guerra, Jorge Holguín, ante las críticas de la prensa liberal y conservadora. En un intento por atraer a los liberales directoristas, el gobierno nombró a Nicolás Esguerra como Comisionado para entenderse con la empresa del canal de Panamá, y a Carlos Arturo Torres como su secretario.
Que era ponerle paños de agua tibia a un cáncer avanzado. Los conservadores le exigieron a Sanclemente prescindir de toda colaboración liberal y establecer la hegemonía conservadora, a lo cual el Presidente se inclinó sin demasiada resistencia.
Un acuerdo entre Sanclemente, Marroquín y Reyes configuró la hegemonía conservadora, si bien los liberales estaban más preocupados por la creciente intervención del gobierno en el mercado del dinero, como en los tiempos aborrecidos de Núñez y Caro.
Hacia abril era voz pública que tanto el gobierno como los liberales estaban comprando armas en el exterior. El ministro de Guerra, Jorge Holguín, dijo: "El gobierno no quiere provocar la guerra...pero tampoco la va a esquivar". Enseguida preguntó "¿Estaremos en vísperas de ser obsequiados espléndidamente con algún festín de carne humana semejante al que se ofreció al país en 1860?" Y propuso a los liberales que si declaraban de manera pública y precisa su propósito de no perturbar el orden público, el gobierno renunciaría a la compra de armamento. Los liberales directoristas respondieron que deseaban la reforma de las instituciones y aseguraron al Presidente Sanclemente que no estaban pensando en subvertir el orden; pero los rumores de una próxima rebelión liberal seguían circulando y el Ministro de Guerra tomó ciertas medidas preventivas, como las de ordenar una vigilancia severa sobre los jefes principales del liberalismo en sus dos versiones, y decretar el estado de sitio.
"El gobierno no quiere provocar la guerra... pero tampoco la va a esquivar" Jorge Holguín
Rafael Uribe Uribe |
Jorge Holguín |
Más gasolina para el fuego
La inquietud económica se sumó a la ansiedad política. Una ordenanza expedida por la Asamblea del Tolima, "que establece una nueva monstruosa contribución directa sobre toda renta proveniente ya de capital, ya de dinero a interés, o ya de cualquier oficio o profesión", disparó las alarmas y produjo una fuerte devaluación del papel moneda. Los analistas económicos, como Miguel Samper y Carlos Martínez Silva, exclamaron a mediados de mayo: "Cómo angustia la situación del país! El cambio sube con rapidez aterradora. Si la situación del cambio no mejora en el resto del año la catástrofe será inevitable para el país", y declararon que "la crisis que afecta al país no es política sino económica".
"Cómo angustia la situación del país! El cambio sube
con rapidez aterradora". Carlos Martínez Silva
Un ingrediente externo se sumó a la hoguera colombiana: la revolución liberal que había estallado en Venezuela a principios de mayo, encabezada por Cipriano Castro, llenó de preocupación al gobierno del doctor Sanclemente y fue aclamada por los liberales con indisimulado regocijo.
El primero de los mil días
Entre junio y agosto se decidió la suerte de la paz en Colombia. El 4 de junio el Presidente ofreció al Directorio Liberal convocar al Congreso a fin de que expidiera la ley de elecciones. Uribe Uribe recibió esa oferta con escepticismo y se declaró partidario "de barrer con todo el régimen regenerador". El 10 de junio el directorio liberal puso un telegrama al Presidente Sanclemente, para declinar toda responsabilidad "por lo que pueda suceder" si no se estudia y aprueba el proyecto de ley electoral. Sanclemente respondió con un increíble "no se sabe si será posible o no convocar el Congreso a sesiones extraordinarias para estudiar el Proyecto de Ley Electoral". En agosto liberales y conservadores ensayaron sin éxito un acuerdo sobre Ley de Elecciones.
De repente las nubes bélicas parecieron esfumarse, al punto de que El Correo Nacional, vocero de los conservadores históricos, escribió con euforia: "¿Y de la guerra qué? nada en dos platos. No estalló la temida contienda civil que tan cejijuntos y pensativos ha tenido a los colombianos durante algunos días. Dios sea loado. Parece que nadie cree en ella". También de repente fue removido del ministerio de guerra (agosto 15) el general Jorge Holguín, sustituido por el general José Santos. Liberales y conservadores pidieron que se levantara el Estado de Sitio, pues "se promete un panorama halagüeño de paz entre los partidos". El 21 de septiembre coincidieron los diarios liberales y conservadores en afirmar que "hay tal ambiente de tranquilidad, que los vientos de guerra parecen haberse alejado de Colombia".
Zenón Figueredo |
Era una calma chicha. Los vientos regresaron cargados de hostilidad. Por un lado la adjudicación del monopolio de aguardientes en el Tolima al millonario José María Sierra, agrió las voluntades; y por otro la noticia de haber triunfado en Venezuela la revolución de Cipriano Castro, alborotó las esperanzas de los uribistas. El 7 de octubre aparecieron impresos en grandes carteles sobre las esquinas de Bogotá dos telegramas. En uno de ellos los generales Rafael Uribe Uribe y Zenón Figueredo le escriben a Bucaramanga al general Paulo E. Villar para pedirle explicaciones sobre un movimiento revolucionario que, encabezado por él, estallaría el próximo 20. En el otro telegrama, de respuesta, Villar asegura que semejantes rumores son absurdos y que no hay ni señas de movimiento revolucionario. A continuación, Uribe Uribe salió de Bogotá con el pretexto de entrevistarse en Tame con el general Gabriel Vargas Santos y acordar los detalles de su candidatura al senado de 1900. Uribe Uribe, en lugar de ir a Tame, siguió para Bucaramanga.
Miguel Samper |
El 17 de octubre Juan Francisco Gómez y Paulo E, Villar se pronunciaron en Santander y estalló la guerra civil que duraría mil días y cien mil muertos.
La campaña militar de 1899
Para los revolucionarios liberales la campaña militar de los primeros meses de guerra trajo un desastre tras otro. El 24 de octubre en el combate fluvial de Panamá fue derrotada y destruida la flotilla liberal. El 28 de octubre las fuerzas del gobierno barrieron con las liberales en Piedecuesta, y el 5 de diciembre hicieron lo propio en Nocaima, donde cayó el general liberal Zenón Figueredo. El ejército liberal tenía un singular poder de recuperación, y no obstante las continuas palizas dio un segundo combate en Piedecuesta donde triunfó. Uribe Uribe no era un buen militar, o mejor, era un doctor que se había metido a militar sin tener idea. Obnubilado por la victoria de Piedecuesta, cometió el desatino tremendo de ponerle sitio a Bucaramanga, defendida por un poderoso contingente, muy bien armado y apertrechado.
Cadáver de un revolucionario del batallón 'Libres de Ocaña'. dibujo de Peregrino Rivera. |
El 11 de noviembre los liberales asaltaron Bucaramanga. Hubo derroche de valor y de temeridad por parte y parte, en un combate épico que duró casi cuarenta y ocho horas y del cual quedaron en el campo más de mil muertos liberales y no más de cien de conservadores, y salieron heridos Uribe Uribe y varios jefes del ejército liberal.
No se dieron reposo después de la mortandad de Bucaramanga. Los liberales fueron derrotados en Manta el 20 de noviembre, y se desquitaron el 16 de diciembre en La Amarilla o Peralonso. La batalla del puente de Peralonso hubiera podido decidir la guerra a favor de los liberales, pues el ejército conservador huyó en desbandada y le quedó a Uribe Uribe expedito el camino hacia Bogotá. Nadie sabe por qué el jefe liberal vaciló y dio tiempo a que el general oficialista Manuel Casabianca volara con sus hombres para atajar cualquier intento de Uribe Uribe de avanzar sobre la capital; pero Uribe Uribe ni siquiera hizo el intento.
Los conservadores históricos conspiraban contra Sanclemente. Marceliano Vélez y Carlos Martínez Silva, máximos líderes de esa corriente, escribieron cartas en que incitaban a los conservadores a no respaldar al gobierno. A mediados de diciembre, horas antes de llegar a Bogotá las noticias de la victoria liberal en Peralonso, y favorecidas por un cielo soleado y despejado, corrían en Bogotá bolas de lo lindo. Según los radicales, el gobierno estaba a punto de caer; según el gobierno, la guerra estaba a punto de terminar con la rendición de los rebeldes. Conocido el desastre oficial de Peralonso, se tomaron severas medidas de represión contra los liberales en Bogotá, y a la cárcel fueron a dar, pacifistas o guerreristas, por la menor sospecha.
Sin duda, la victoria de Peralonso no dejó satisfecho a Uribe Uribe, horrorizado con la mortandad que se había causado en sólo dos meses de guerra. El 22 de diciembre el jefe de la rebelión solicitó al gobierno una tregua para tratar de los términos de paz. El anciano señor Sanclemente la rechazó de plano. Creía que los liberales en armas debían aceptar la rendición incondicional.
La Campaña Militar de 1900
Escudo de los liberales en armas |
Los liberales operaban en dos frentes. El ejército regular, bajo el mando Supremo de Gabriel Vargas Santos y Rafael Uribe, y un Estado mayor compuesto por Benjamín Herrera, Avelino Rosas, Juan Mac Allister, Paulo E, Villar; y las guerrillas, que son el gran fenómeno de esta guerra, y que surgieron en forma espontánea y en todas partes, y no dependían ni de los jefes supremos ni del Estado mayor. Quizá por eso el general Uribe Uribe las descalificó y afirmó que eran "un atajo de bandidos".
Se peleaba en todo el país. En Cundinamarca, en Boyacá, en Antioquia, en el Cauca, en la Costa. Mientras el ejército liberal sufría derrota tras derrota, las guerrillas rebeldes mantenían en jaque al ejército nacionalista, que no sería conservador hasta el 31 de julio.
Así, las fuerzas regulares del liberalismo sufrieron derrotas sucesivas en La Salina, Cundinamarca (Ene. 1); en Riosucio, después de tres horas de combate (ene. 7); en Cáqueza, donde cayeron numerosos prisioneros (ene. 9); en el Alto de la Cruz, arriba de Usme (ene. 9); en Vélez, Santander (ene. 11); luego de sostener intenso tiroteo, los liberales fueron desalojados de la hacienda San Jorge, en Melgar (ene. 13), y perdieron un combate de 48 horas en Purificación, Tolima (ene. 28); pero ganaron en Arauca, ocupada por las fuerzas del general Avelino Rosas; en Betulia, Antioquia (ene. 22), en Gramolote (ene. 30), en Terán (feb. 2). La simple enumeración de los combates sostenidos en 1900 ocupa ocho páginas de letra condensada.
Las guerrillas de José Francisco Acevedo en Boyacá y de Ramón Marín en el Tolima, las de la Costa y el Cauca, las de Antioquia y La Guajira, eran el dolor de cabeza del ejército gubernamental, y cometían "tropelías" como la de secuestrar en Honda al Plenipotenciario español, Manuel de Guirior, a quien devolvieron mediante un rescate de cien pesos oro (Feb. 1)
Así continuó la guerra hasta que vino el enfrentamiento decisivo de los dos ejércitos regulares, en Palonegro, Santander, el 11 de mayo. Fue el combate más largo, cruento e importante de la guerra. El ejército del gobierno estaba comandado por el general Próspero Pinzón, y el liberal por los generales Uribe Uribe y Vargas Santos. Se peleó durante 16 días, desde el 11 hasta el 26 de mayo. Al tercer día de combate ninguno cedía posiciones y las bajas eran numerosísimas de bando y bando. El cuarto día (may. 14) el general Daniel Ortiz dio una carga que ocasionó estragos entre los liberales. Al sexto día de combate el fuego de los liberales era menos intenso. Al noveno día Próspero Pinzón comunicó al Presidente que la batalla de Palonegro se inclinaba a favor del gobierno. Los liberales resistían y se luchaba cuerpo a cuerpo. El día doce no se sabe de donde hubo reparto de cerveza y bebidas embriagantes entre los liberales, que se emborracharon sin dejar de disparar; pero en el día trece de combate, comenzó la retirada. El 26 de mayo terminó la batalla de Palonegro, con un saldo de más de ocho mil muertos, cinco mil de ellos liberales, y más de seis mil heridos entre ambos bandos. El médico legista Carlos E. Putnam hizo una descripción escalofriante del espantoso paisaje de Palonegro, anegado en sangre y cubierto de cadáveres y de heridos.
El ejército liberal estaba deshecho y sus restos se retiraron en medio de inmensas penalidades, internándose en la montaña de Los Leones, según informó el general Próspero Pinzón, a quien se preparaba en Bogotá una recepción de héroe. Los jefes liberales Gabriel Vargas Santos, Foción Soto y Uribe Uribe se escabulleron por el monte. Con las fuerzas que pudo reagrupar Uribe Uribe se atrincheró desde Flandes hasta Los Angeles en el camino que conduce a Ocaña, con intención de marchar sobre Cúcuta para reforzar las fuerzas liberales que defendían esa ciudad, pero el general Ramón González Valencia le cerró el paso. El sitio de Cúcuta por los conservadores comenzó el 6 de julio, con furiosos combates y bajas impresionantes en los dos ejércitos. La superioridad numérica de los conservadores, el bloqueo a la introducción de víveres, doblegaron a los defensores de Cúcuta, que se rindió el 16 de julio al vencedor de Palonegro.
A la izquierda: Gabriel Vargas Santos. Al centro: Próspero Pinzón. A la derecha: José Vicente Concha |
El 31 de Julio
La victoria de Palonegro hizo creer al gobierno que los liberales rebeldes, agotados militar y políticamente, incapaces de sostener por más tiempo la campaña militar, no demorarían en rendirse. Las victorias de las armas del gobierno en casi todas partes, en la Costa, en Panamá, -donde Carlos Albán les había asestado a los liberales golpes contundentes-; en la Guajira, en Boyacá, en el Tolima y en Cundinamarca, eran más que suficientes para creer ganada la guerra por parte del gobierno. Empero, la guerra seguía con igual intensidad y después de Palonegro brotaron guerrillas liberales debajo de los árboles, en cada mata de monte, e incluso en las ciudades.
La conspiración conservadora se adelantaba con precisión y método. El 18 de febrero los liberales pacifistas divulgaron una carta del jefe del Ejército, Manuel Casabianca, que pintaba negra la situación de las tropas del gobierno, lo cual originó malestar en los círculos oficiales. El 7 de marzo, un telegrama atribuido al general Casabianca, provocó honda sensación y obligó al Presidente Sanclemente a llamar al general Casabianca a conferenciar (abr. 20) y de la entrevista que tuvieron salió destituido el Ministro de Guerra, general José Santos, y nombrado en su reemplazo el general Casabianca. No fue suficiente para calmar los rumores, que dos meses más tarde hablaban de la posible remoción del general Casabianca.
Cuando se ofreció la recepción triunfal a los vencedores de Palonegro, el 28 de junio, el Vicepresidente José Manuel Marroquín se excusó de participar como orador y ocupó un puesto muy discreto en la tribuna. Los liberales, que criticaban el trato infame aplicado a los más de cinco mil prisioneros civiles en el Panóptico de Bogotá, hicieron elogios del vicepresidente Marroquín. El 28 de julio varios dirigentes conservadores históricos, entre ellos Carlos Martínez Silva y José Vicente Concha, visitaron al Ministro de Guerra, Manuel Casabianca, y el 31 de julio el Presidente Sanclemente fue depuesto por el Ejército y asumió el poder Ejecutivo el Vicepresidente José Manuel Marroquín.
Foción Soto |
Excepto las personas del mandatario y del Ministro de Guerra, nada cambió. Ahora el Presidente era José Manuel Marroquín y el Ministro de Guerra el general Próspero Pinzón; pero la guerra, de que estaban hastiados los conservadores y los liberales, continuaba. El ejército liberal quedó liquidado, y en su lugar siguieron la lucha las guerrillas, inspiradas por la figura legendaria de Ramón Marín. Por parte de los liberales se hicieron algunas gestiones de paz, inútiles. El 8 de octubre el general próspero Pinzón dejó el Ministerio de guerra para asumir la dirección de las operaciones militares en el Atlántico y lo reemplazó José Domingo Ospina Camacho. El 17 de octubre la guerra de los mil días cumplió sus primeros trescientos sesenta y cinco.
Todos querían que la guerra terminara. Ninguno sabía cómo darle fin, tal vez porque ninguno quería quedar de vencido; tal vez porque la guerra tenía su propia dinámica a cuya merced estaban los unos y los otros. De regresó a Bogotá murió el héroe de Palonegro, Próspero Pinzón, como consecuencia de unas fiebres malignas, y se le honró con un funeral apoteósico.
La Campaña Militar de 1901
El primer paso importante para amainar el conflicto lo dio el general Pedro Nel Ospina, quien luego de una rápida campaña victoriosa, firmó el tratado de La Alicia por el cual se declaraba terminada la guerra en la Costa, y ocupó Ríohacha. El general Víctor M. Salazar obtuvo triunfos definitivos en las campañas de Bolívar y el Magdalena, que salieron de la guerra. El Presidente Marroquín aplicó todos sus esfuerzos a perseguir las guerrillas y ofreció garantías y salvoconducto para los revolucionarios que depusieran las armas. El 18 de enero cayeron las posiciones liberales de Altoviento, en Santander. El principal frente en 1901 fue el Tolima, donde la indomable y escurridiza guerrilla de Ramón Marín correteó al ejército por todo el Departamento. En Cundinamarca, Boyacá y Santander hubo combates casi diarios entre las guerrillas y el ejército que, ahora sí, podía denominarse conservador. En el curso del año, combate tras combate, se fue agotando la energía de la guerrilla, y al terminar 1901 la campaña de Fusagasugá dio por resultado el fin de la guerra en Cundinamarca.
A la izquierda: Pedro Nel Ospina. A la derecha: Carlos Martínez Silva |
Decidido a terminar la guerra con toda la mano dura que fuere necesaria, y tras reprimir una conspiración encabezada por el Ministro de Guerra Pedro Nel Ospina, Marroquín nombró en el Ministerio de Guerra, primero a José Vicente Concha, que trató de suavizar la situación de los presos políticos, y después al general Arístides Fernández, quien arreció la represión de los prisioneros del Panóptico, entre ellos el poeta Julio Flórez. Bajo el influjo de un violento dolor de muela, Flórez escribió una serie de sonetos contra el general Fernández, titulados Al Chacal de mi Patria.
El Ministro de Guerra ordenó fusilar a todos los jefes liberales que cayeran prisioneros, previo juicio sumario, o sin juicio alguno, de ameritarlo el caso.
Fueron pasados por las armas, cuando ya la guerra estaba por concluir, más de treinta generales que trabajaban con la guerrilla, entre ellos Antonio Suárez Lacroix, Cesáreo Pulido, Gabriel Calderón, Rogelio Chávez y el general Avelino Rosas, rematado después de estar herido. Y concluida la contienda continuaron los fusilamientos de jefes liberales, como en el caso de Victoriano Lorenzo en Panamá, en 1903, ejecutado por orden del general Pedro Sicard Briceño, cuatro meses después de firmados los tratados de paz.
Hasta mayo de este año la guerrilla se pudo sostener, aunque su decadencia era ostensible. Ya no aparecía como una ilusión el fin de la guerra, se levantó la censura de prensa y pudieron circular de nuevo libremente los periódicos. El 23 de mayo los liberales antiuribistas de Bogotá, agrupados en El Nuevo Tiempo, que dirigían Carlos Arturo Torres y José Camacho Carrizosa, le reiteraron al gobierno su disposición para colaborar en la terminación de la guerra, y la guerra debía terminar porque así como en 1899 el ánimo colectivo era de pelea, en 1902 lo era de paz. El 16 de junio los liberales pacifistas de Bogotá enviaron un mensaje a los liberales en armas para pedirles que cesara el ruido de los fusiles, bien que para ese momento ya casi no se escuchaban disparos sino de cuando en cuando. El 23 de junio miles de bogotanos salieron a la calle para manifestar su respaldo a la actitud de los liberales pacifistas, y lo mismo ocurrió en Medellín, Cali, Barranquilla y demás capitales de la República. "Hay que atropellar la guerra con la paz", escribió Carlos Arturo Torres en El Nuevo Tiempo.
Pero el general Arístides Fernández seguía atropellando a los liberales, pacifistas o guerreristas, en una fiebre persecutoria, que impulsó a varias personalidades conservadoras, encabezadas por Carlos Martínez Silva, a producir una ruidosa protesta contra el cadalso político. Arístides Fernández, en respuesta, ordenó confinar en Gachalá a los protestantes conservadores.
Todos dieron por terminada la guerra cuando, el 10 de septiembre, el general Ramón Marín capituló en el Tolima y circuló un manifiesto patriótico, un llamado clamoroso a detener el derramamiento fratricida de sangre y a sellar la paz y la unidad de los colombianos. Dos días después el general Benjamín Herrera le envió una carta al Gobernador de Panamá, Víctor M. Salazar, con las bases para un armisticio sustentadas en la famosa frase "la Patria por encima de los Partidos". El general Gabriel Vargas Santos avaló la propuesta de Benjamín Herrera y viajó a Panamá. Arístides Fernández seguía fusilando, y mandó ejecutar en la plaza de La Palma, Cundinamarca, al jefe liberal (civil) Tomas Lawson, al comandante Salustiano Herrera y al Corneta Segundo Quijano.
Como un aporte para facilitar las conversaciones, el 9 de octubre el comandante de la flota estadounidense en Panamá, Silas Casey, ofreció el vapor Wisconsin para que los comisionados colombianos adelantaran a bordo las gestiones de paz en terreno neutral. El 15 de octubre el general Benjamín Herrera dirigió una nueva carta al general Víctor M. Salazar, con propuestas concretas de paz, y el 18 aceptó adelantar las conversaciones a bordo del Wisconsin. Las negociaciones estuvieron a punto de fracasar por la intransigencia del Ministro de Gobierno, general Nicolás Perdomo, que insistía en la rendición. El general Salazar logró aplacar al Ministro y convino en dialogar en el Wisconsin. El general Rafael Uribe Uribe apoyó el proceso de paz iniciado por Benjamín Herrera y el 24 de octubre firmó con el general Florentino Manjarrés el tratado de paz de Neerlandia, tras lo cual escribió al general Herrera para asegurarle que su voluntad de paz era inalterable y como prueba de ello el 30 de octubre ordenó a sus hombres deponer las armas. En Santa Marta los ciudadanos en grandes manifestaciones expresaron su respaldo al tratado de Neerlandia.
Vapor Wisconsin, de la Armada de los Estados Unidos, sede de la firma del tratado del 21 de noviembre de 1902 |
En Bogotá ardían los últimos rescoldos del incendio extinguido, la situación se había puesto tensa entre los liberales pacifistas y los uribistas, sin pasar a mayores. El país comenzó a recuperar la normalidad política. El gobierno convocó elecciones parlamentarias y se reactivó la economía con un vigor admirable. Foción Soto firmó la paz en Chinácota el 21 de noviembre de 1902 y ese mismo día se reunieron a bordo del Wisconsin los comisionados liberales con los conservadores, y sin mayores discusiones se firmó la que se conoció como Paz del Wisconsin. Benjamín Herrera comunicó en un telegrama a Bogotá: "Firmada paz nacional. Tratado republicano honroso".