LA GRAN GUERRA EN LA HISTORIOGRAFÍA: LA CUESTIÓN DE LA CULPA
Como era de esperar, el centenario de la Primera Guerra Mundial ha producido una gran cantidad de estudios históricos sobre el tema que pretenden arrojar nuevas luces sobre el origen de la catástrofe, en especial sobre el sistema de las alianzas en la pre-guerra y los mecanismos que permitieron que el asesinato del archiduque Franz Ferdinand, el 28 de junio de 1914, se transformara en un conflicto global sin precedentes. En este contexto, el libro más discutido (y también el más vendido) ha sido The Sleepwalkers, del historiador australiano Christopher Clark. En lo que a primera vista parece una tesis novedosa, Clark muestra, en casi 800 páginas, resultado de un trabajo archivístico exhaustivo y minucioso, que ninguna de las potencias europeas de la época, incluido el imperio alemán, buscaba activamente la guerra. Con esto, Clark rechazó la argumentación prevalente durante décadas, según la cual Berlín y Viena estaban ansiosos de provocar el estallido del conflicto para asegurar y, en el caso de Alemania, incluso ampliar su estatus de “gran potencia” por medio de la anexión de nuevos territorios y el debilitamiento militar de Francia y Rusia. Según este historiador, todas las potencias se habían metido en una situación tensa, causada por constelaciones políticas que generaron miedo y un ambiente de amenaza entre rivales. Por medio de la diplomacia secreta, el establecimiento de alianzas de defensa mutua en caso de un ataque y la desenfrenada carrera armamentística, los actores políticos se habrían encontrado en un callejón sin salida en el verano de 1914. Solo faltaba la chispa que hiciera estallar el barril de pólvora. Aunque esta argumentación, según la cual no había ni un “solo culpable” ni “culpables principales”, parezca novedosa a primera vista, no lo es del todo.
Lo bueno del libro de Clark es, sin duda, que se apoya en una gran variedad de fuentes hasta ahora poco exploradas, concentrándose en la complicada situación en los Balcanes, ese “barril de pólvora”, y las consecuencias de la alianza entre Rusia y Serbia que finalmente llevaría a las declaraciones de guerra de Alemania y Austria-Hungría a Rusia poco después del atentado contra el archiduque (1 y 6 de agosto de 1914 respectivamente), insinuando que lo sucedido habría sido el resultado de un automatismo inevitable. Lo novedoso del estudio es entonces el “cómo”, y no tanto el “por qué”. Sobre la cuestión de la responsabilidad, Clark dice bien poco, y en general los actores principales del drama, es decir, las élites políticas de Alemania, Austria-Hungría, Inglaterra, Francia, Rusia y Serbia muy a menudo se parecen a los “sonámbulos” del título, determinados por estructuras grandes y abstractas; estructuras que ellos mismos habían creado para asegurar la existencia política de sus estados, pero que finalmente saldrían de su control. La opinión de que la tesis de Clark resulta demasiado determinista y equivocadamente neutra también es compartida por Max Hastings (Catastrophe 1914: Europe Goes to War) y Adam Hochschild (To End All Wars). A diferencia de Clark, estos historiadores sostienen que la responsabilidad principal era de Alemania y Austria-Hungría, reconociendo, no obstante, el poder estructurador de los mecanismos y alianzas. De todos modos, esta argumentación, que pone el énfasis en los planes de expansión de vieja data del imperio alemán, tampoco es muy original. La repetición y refinación de las dos tesis en el marco del centenario de la Primera Guerra indica más bien que la historiografía ha llegado a un punto auto-reflexivo hace mucho tiempo. De hecho, el enfoque en la cuestión de la culpa y las intenciones expansivas de Alemania ya era característico para los primeros estudios historiográficos sobre la Gran Guerra.Sin querer quitarle el mérito a Clark y su estudio monumental, la tesis principal, o sea, el argumento de que la Gran Guerra estalló a causa de un desencadenamiento “infeliz” provocado por mecanismos abstractos y con frecuencia incomprendidos por los actores históricos, es la misma que predominó en la historiografía sobre la Primera Guerra entre los años 20 y 60, solo que Clark nos ofrece un relato más refinado y mejor sustentado. De todos modos, esta versión no ha podido romper con la otra corriente, cuyos representantes aún mantienen mayoritariamente el punto de vista de que la responsabilidad principal del conflicto debe buscarse en Viena y Berlín, cuyas élites tuvieron varias oportunidades para frenar la catástrofe, pero optaron por dejar escalar la situación, pensando en una guerra corta y victoriosa. Así, sabemos que el emperador alemán Guillermo ii (1859–1941) incluso estaba dispuesto a aceptar la respuesta de Serbia al ultimátum declarado por Austria-Hungría el 23 de julio de 1914, en el cual se exigía una investigación rigurosa para aclarar el asesinato de Franz Ferdinand. De todos modos, los militares y el canciller alemán Theobald von Bethmann Hollweg (1856–1921) rechazaron la respuesta al ultimátum, y el 28 de julio Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia. Guillermo, sin embargo, era el emperador. Tenía entonces las facultades para frenar la contienda armada, pero no lo hizo.
El tratado de versalles y la cuestión de la culpa
Aunque el asunto de los orígenes de la guerra no esté directamente vinculado con la cuestión de la culpa, muchos de los primeros estudios sobre las causas de la guerra se enfocaron en el párrafo 231 del Tratado de Versalles, el cual estipulaba que la culpa principal era del imperio alemán, cuyo Estado sucesor, la República de Weimar, tuvo que pagar indemnizaciones desmesuradas, entregar el territorio ganado en 1870/71 (Alsacia), las colonias de ultramar y desmilitarizarse. Con estos términos infelices de una paz humillante, el Tratado de Versalles sería una de las causas principales de la Segunda Guerra Mundial, pues los nazis nunca aceptarían su ratificación por los “criminales de noviembre” y difundieron en vez de eso la, así llamada, “leyenda de la puñalada por la espalda”, según la cual el ejército habría sido victorioso en el frente del oeste si las fuerzas opositores en la patria, en especial los socialdemócratas y los comunistas, no hubieran obrado en contra de los intereses del imperio, haciendo propaganda entre la población y buscando una paz negociada con las potencias de la Entente cordiale para, finalmente, firmar un documento indigno que mantendría el Reich en una posición de inferioridad permanente. Sin embargo, los grupos conservadores, derechistas y ultra-derechistas nunca mencionaron que la guerra ya estaba militarmente perdida con la llegada de contingentes nuevos desde Estados Unidos en junio de 1917. El colapso del Heimatfront (en castellano, frente patrio) no tuvo nada que ver con la derrota.
En este contexto, parece lógico que una buena parte de la historiografía alemana de los primeros años después de la guerra buscara la revisión del Tratado de Versalles mediante una argumentación que le echaba la culpa a Francia. Así, el presidente francés Raymond Poincaré (1860–1934) habría estado interesado en provocar una Gran Guerra desde mucho antes para vengar la derrota de 1870/71 y recuperar la Alsacia. Resulta aún más interesante que la tesis de una “responsabilidad compartida”, incluso defendida por políticos, historiadores e intelectuales de otros países. De esta forma, el presidente norteamericano Woodrow Wilson (1856–1924) ya había pronunciado poco después de la guerra que todos los estados habrían sido víctimas de sus alianzas excluyentes y de la diplomacia secreta, por lo cual abogó por la construcción de un nuevo sistema de cooperación interestatal, la Liga de las Naciones. En palabras de Wilson, la entrada de Estados Unidos en la guerra europea se habría justificado entonces para “acabar con todas las guerras”. Como sabemos, no obstante, Wilson estaba equivocado, y la creación de la Liga no pudo evitar el desastre aún mayor de la Segunda Guerra Mundial.
En Inglaterra, de forma muy parecida, el primer ministro David Lloyd George (1863–1945) sostuvo que no había un solo culpable por el estallido de la guerra. En este sentido, escribiría en sus memorias: “Las naciones se deslizaron sobre la orla del abismo hacia la caldera hirviente de la guerra”. Al seguir esta idea, los historiadores en la mayoría de los países europeos y Estados Unidos pronto aceptaron la perspectiva “revisionista” acerca de los orígenes de la Gran Guerra, relativizando la culpa alemana de forma substancial. Incluso en la joven Unión Soviética, la tesis de la culpa exclusiva del imperio alemán fue mayoritariamente rechazada, aunque con base en argumentos bien diferentes. Ya en 1916, Lenin llegó a la conclusión en su famoso escrito El imperialismo, fase superior del capitalismo, que había razones estructurales que subyacieron al conflicto interestatal. Según él, la responsabilidad histórica no debería buscarse en el actuar de algunos políticos y élites mal intencionadas, sino en la pugna entre los estados capitalistas por obtener colonias, mercados e inversiones. Considerando eso y legitimando el modelo político novedoso del Estado bolchevique, Lenin y sus seguidores querían evidenciar que la causa de la Gran Guerra era el capitalismo universal. En esta perspectiva, los políticos y militares eran solo títeres del capital concentrado en manos de la burguesía. Una gran parte de la historiografía soviética, sin embargo, enfocó sus críticas hacia la Rusia autocrática de los zares y su cooperación con la Francia “burguesa”, con el fin de subrayar la superioridad del nuevo sistema comunista cuyo pacifismo inherente imposibilitaría una futura guerra entre los estados. Como sabemos hoy, Lenin también estaría equivocado.
La gran guerra en la historiografía después de 1945
El fin de la Segunda Guerra — consecuencia directa de la Primera — inicialmente no causó una revisión de la tesis según la cual los sucesos de 1914 serían el resultado de una constelación “infeliz”, manteniendo así el veredicto de la “responsabilidad compartida”. En Alemania occidental, la integración en el bloque de los países del hemisferio occidental en el contexto de la guerra fría, imposibilitó al principio una reflexión más profunda sobre una posible conexión entre las causas de la Primera y la Segunda guerras. Considerando la voluntad política de querer pertenecer al mundo libre y democrático, simplemente no parecía aconsejable señalar posibles continuidades entre el militarismo del siglo XIX y el nacionalsocialismo del siglo XX. Incluso los nuevos aliados, empezando por Estados Unidos e Inglaterra, aceptaron la versión según la cual el régimen nazi habría sido una “aberración histórica” sin precedentes, debido a la necesidad geoestratégica de construir una Alemania fuerte para enfrentar el expansionismo de los estados del pacto de Varsovia. Fue hasta 1961 que la comunidad académica vivía bien con esta versión de la historia, en la cual lo sucedido entre 1933 y 1945 parecía un “accidente singular”.
En aquel año, el historiador Fritz Fischer, de la Universidad de Hamburgo, publicó su famoso libro Griff nach der Weltmacht (en castellano, La pugna por el poder mundial), provocando el debate más acalorado en el ámbito de la historiografía en la época de posguerra en Alemania. A partir de una amplia gama de documentos de la Oberste Heeresleitung (en castellano, Comando Supremo del Ejército), de políticos y militares de la época, Fischer afirmó que la Gran Guerra fue planeada desde muchos años antes con la intención de obtener amplios territorios en el este, así como el predominio político en Europa e incluso el mundo. Como si esto no hubiera sido suficiente, Fischer — quien, a pesar de haber sido miembro de la SA y del partido nazi, como fue revelado en 2003, pronto se transformaría en un ídolo de la generación del 68 — incluso argumentó que había una relación directa entre el militarismo y el expansionismo del Segundo y el Tercer Reich.
La Segunda Guerra sería entonces explicable por el afán de los nazis de completar lo que se había comenzado en 1914. En los meses y años después de la publicación del libro, la tesis de Fischer causó tanta controversia como ningún debate antes y después en la Alemania Federal, y ni siquiera el famoso Historikerstreit (en castellano, disputa de los historiadores) de los años 80 obtuvo un impacto parecido. Con todo, la tesis de Fischer, aún en una versión menos polémica, se impuso a finales de los años 60, no solo en Alemania, sino también en la mayoría de los países europeos, así como en Estados Unidos. Es por eso que la Encyclopedia of Historians and Historical Writing presenta a Fischer como el historiador alemán más influyente del siglo xx.
Hoy en día, la mayoría de los historiadores, con excepción de algunos neo-revisionistas como Clark, acepta que la responsabilidad principal sí estaba en Berlín y Viena. En julio de 1914, los gobiernos de Alemania y Austria-Hungría estaban obsesionados con la idea de ser “sitiados” por enemigos y que el plan de volverse “potencia mundial” solo sería realizable por medio de una guerra preventiva, o sea, un ataque sorpresa mientras que la ventaja militar aún estaba a favor del imperio. Los políticos y militares de la época calcularon que en unos años más, una guerra de dos frentes no podría ser ganada, debido a los avances de Francia, Rusia e Inglaterra en la carrera armamentística. Como sabemos hoy, sería la misma lógica que llevó a Hitler a atacar Polonia el 1 de septiembre de 1939, desencadenando la guerra más devastadora de la historia.
LA PRENSA COLOMBIANA
El Tiempo, 2 de octubre, 1914
“La guerra actual y la América Latina. Aspecto económico. “… si solo se trata de un eclipse, el mal es soportable….pero si el crédito está destinado a desaparecer por un tiempo indefinido, la amenaza de esta guerra para América Latina tiene caracteres trascendentales de asfixia económica”.
El Tiempo, 12 de diciembre, 1915.
“El consumo anual de café en el mundo. Casi un tercio de la producción mundial de café (mil trescientos millones de kilogramos al año) es consumido por los Estados Unidos. El segundo lugar es ocupado por Alemania…”.
Gaceta Republicana, 24 de abril, 1917.
“Guayaquil 23. Ha causado enorme sensación la noticia de que las potencias de la Entente y los Estados Unidos han cerrado al Perú los mercados de azúcar, algodón y cobre. Se prohibió el envío de víveres al Perú, lo mismo que el carbón. Estas medidas han sido tomadas por creer que esta República es amiga de Alemania”.
El Tiempo, 18 de enero, 1917.
“Nueva conferencia financiera panamericana. Washington 16. Wilson estudia un proyecto de invitación para una segunda conferencia financiera que se debe reunir en Washington y a la que asistirán todos los Ministros de Hacienda de los países latinoamericanos”.
El Tiempo, 21 de abril, 1917.
“Comercio entre Europa Y Colombia… Todos los países de Europa, tanto beligerantes como neutrales se ocupan activamente en ver la manera de desarrollar su comercio con la América Latina y muy especialmente en nuestro país cuando empiece la lucha económica. Agrega el Cónsul (en Holanda) señor González Torres, que a su consulado han acudido banqueros de sólida reputación y han manifestado su deseo de invertir sus capitales en Colombia”.
El Tiempo, 10 de junio, 1917.
“Préstamo a los aliados. Londres 8. Oficialmente se anuncia que los Estados Unidos han prestado a los Aliados cuatrocientos millones de dólares, sin incluir las sumas que estos adeudan por suministro de materiales de guerra y víveres.
El Tiempo, 2 de junio, 1919.
“Porvenir de la industria petrolera en América del Sur… La profecía que en estas líneas se contiene, vendrá a ser, sin duda alguna, el incentivo más poderoso para la pronta explotación de los copiosos yacimientos de petróleo que se están desperdiciando en la América del Sur.
Referencias
1 Clark, Christopher. Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2014.
2 Mombauer, Annika. Die Julikrise. Europas Weg in den Ersten Weltkrieg. München, C. H. Beck, 2014, pp. 60–77.
3 Hastings, Max. 1914. El año de la catástrofe. Barcelona, Crítica, 2013; Hochschild, Adam. Para acabar con todas las guerras. Barcelona, Ediciones Península, 2013.
4 Henke-Bockschatz, Gerhard. Der Erste Weltkrieg. Eine kurze Geschichte. Stuttgart, Reclam, 2014, pp. 94–99.
5 Henke-Bockschatz, Gerhard. Op. cit., pp. 250–251. En una publicación reciente, el historiador norteamericano Sean McMeekin también comparte esta tesis, encontrando los principales responsables en Rusia y Francia: McMeekin, Sean. July 1914: Countdown to War. London, Icon Books, 2013.
6 Berghahn, Volker. Der Erste Weltkrieg. München, C. H. Beck, 2014, pp. 40–43.
7 Lloyd George, David. War Memoirs. London, Odhams Press, 1938, vol. i, p. 49 (traducción del autor).
8 Henke-Bockschatz, Gerhard. Op. cit., p. 251.
9 Ibid., p. 253.
10 Fischer, Fritz. Griff nach der Weltmacht. Die Kriegszielpolitik des kaiserlichen Deutschland 1914/1918. Düsseldorf, Droste, 1961.
11 Große Kracht, Klaus. “Fritz Fischer und der deutsche Protestantismus”, en Zeitschrift für neuere Theologiegeschichte, núm. 10, vol. 2, 2003, pp. 224–252.
12 Moses, John. “Fischer, Fritz”, en Boyd, Kelly (ed.). The Encyclopedia of Historians and Historical Writing. London, Dearborn, 1999, vol. i, pp. 386–387.