La fiebre del caucho en Colombia
La explotación del caucho natural a gran escala se dio en Colombia en un período relativamente breve de un poco más de medio siglo (entre 1879 y 1945), aunque sus efectos socio-territoriales fueron de tal magnitud que aún se sienten en algunas zonas del país. ¿Qué características presentan las diferentes fases de este gran ciclo de producción de látex en un área hasta ese entonces olvidada por la dirigencia nacional y por los habitantes de los principales centros del país? En estos años se presentaron dos auges distintos de explotación del caucho; el primero entre 1879 y 1912, al cual se le conoce como “fiebre del caucho”, y un segundo auge que se extendió desde 1942 hasta 1945, paralelo a la segunda gran guerra. En este artículo se presentan algunos elementos que caracterizaron la fase de apogeo conocida como la “fiebre del caucho”.
El caucho natural era conocido en la Amazonía desde mucho antes de la conquista, pues los indígenas habían descubierto hacía ya tiempo el árbol que llora. Sin embargo, las explotaciones intensivas comenzaron hacia 1789, ligadas a la demanda creciente de la goma por parte de algunos países europeos como Inglaterra y Francia, y por supuesto de Estados Unidos, gracias a los avances tecnológicos que propiciaban la aparición y desarrollo de una pujante industria del transporte (inicialmente de bicicletas y luego automotriz). Entre los avances tecnológicos, incorporados a la producción en estos años, se encuentran los relacionados con el creciente mercado de partes para el automóvil en Estados Unidos y Europa, que presionaban por desplazamientos más rápidos de personas y mercancías, pues el descubrimiento del estadounidense Charles Goodyear, en 1839, de la vulcanización, condujo a la rueda encauchada y dio paso a la llanta con cámara de aire, inventada en 1887 por el escocés John Boyd Dunlop. Además, se introdujo el motor de combustión y el uso del asfalto. Los encadenamientos industriales rápidamente trasladaron las demandas finales hacia las demandas por materias primas. El ahorro en tiempo de desplazamiento de los ciudadanos neoyorkinos o londinenses dio lugar a una cadena que llegaba a las selvas colombianas.
Hacia 1885 comenzaban a instalarse las primeras casas caucheras en el país, algunas de las cuales acogían el negocio al tiempo que abandonaban el de la quina, debido a la grave crisis en el mercado de ésta en los años anteriores. Sin embargo, la experiencia adquirida en los procesos de extracción de la quina, así como algunas mejoras introducidas al transporte del producto y a las comunicaciones fluviales, fueron importantes para el éxito de los proyectos caucheros posteriores.
“Los indios del Amazonas descubrieron el árbol de caucho mucho antes del descubrimiento
de América, lo llamaron Cahuchu o Cauchu, que significa “Madera que llora”.
Baum Vicki, El bosque que llora.
La aprobación estatal a la explotación privada de terrenos “baldíos” o “de nadie” por medio de la promulgación del Decreto No. 645 de 1900, la consolidación de pequeños centros y colonias, así como de las mejoras en el transporte que redundaron en avances en la comunicación entre el interior y la costa, principalmente la navegación de vapor, hicieron aún más atractiva la zona del Gran Putumayo para esos emprendedores que veían el incremento en la demanda de la goma y de sus precios.
El auge de la quina y luego del caucho fueron grandes contribuyentes en los procesos de migración y colonización del sur del país. Además, aportaron notables mejoras a las vías de comunicación, ya que para el transporte y la exportación de los productos era necesario invertir en modos más rápidos, lo cual mejoró, por ejemplo, el desarrollo fluvial por el río Magdalena.
Sin duda, también algunas pequeñas colonias y caseríos construidos por los comerciantes de quina fueron posteriormente ocupados y mejorados por siringalistas –patrones– o casas caucheras que establecían allí centros de recibo de arrobas de goma y pequeñas tiendas en las cuales los siringueros –recolectores, en su mayoría indígenas– podían adquirir, a manera de endeude, algunos alimentos, mercancías y herramientas con las cuales estaban obligados a retornar en busca del látex para pagar las obligaciones adquiridas. Este sistema de endeude se convertía en un ciclo interminable que permitía a los patrones mantener, a fuerza de obligación, una mano de obra muy barata, casi gratuita, la cual solo se beneficiaba de algunas herramientas utilizadas en la extracción del mismo caucho.
El período de mayor demanda para el caucho del Amazonas se dio a partir de los primeros años del siglo XX, con el crecimiento de la producción en serie de automóviles de bajo costo para las familias norteamericanas de ingresos medios. La revolución producida por la industria del automóvil, y en general por las industrias de producción masiva, detonó una gran valorización del caucho natural, y contribuyó a que el precio se elevara en el mercado mundial. Tal valorización generó, en algunos empresarios, un espíritu aventurero que los llevó a recorrer los más peligrosos y olvidados parajes amazónicos en busca de aquel árbol de la fortuna.
La organización del proceso extractivo
Este proceso estuvo casi siempre liderado por unas pocas casas que distribuían sus capataces por los diferentes campamentos y estaciones; a cada estación se le imponían metas –determinada cantidad de arrobas– que cumplir frente a la casa matriz. Y al igual que los indígenas adquirían una relación de endeudamiento con los capataces o siringalistas, estos patrones obtenían beneficios y mercancías en forma de préstamo de las casas principales, las cuales debían pagarse con el látex.
Para la explotación del caucho se organizaban generalmente cuadrillas o grupos que variaban entre 10 y 100 obreros, aunque nunca se iniciaba una exploración con menos de 5 trabajadores. Los siringueros debían recorrer varias trochas y, en general, emprender grandes caminatas durante cada jornada, pues los árboles se encontraban dispersos entre la espesa flora selvática, pues no estaban plantados sino que pertenecían al paisaje natural de la selva amazónica. Al hallar un árbol los siringueros practicaban en su corteza algunas incisiones permitiendo que su savia se derramara por su superficie, momento aprovechado por aquellos para recoger la preciada sustancia. Este proceso se realizaba con los árboles conocidos como Jebes o Siringas, aunque también se encuentran otras especies como el Castilla o Caucho negro en las cuales era necesario derribar el árbol:
En el primer caso que es el de los Jebes, el látex fluye desde la corteza con un simple corte; en el segundo caso, que es el del caucho, el látex fluye difícilmente y se necesitan numerosos cortes para obtener pocas cantidades de látex. Por lo tanto el sangrado del árbol en pie resulta antieconómico en el caso de los cauchos y, por eso el árbol se derriba y se corta finamente la corteza (Domínguez, 1990).
Se encuentran tres grandes variedades de caucho presentes en el territorio colombiano: el caucho negro (Castilla Ulei), propio de la región amazónica, fue la especie más explotada. El caucho blanco (Sepium Verum) es propio de terrenos más templados y su explotación requiere igualmente del derrumbe del árbol. El Siringa o Jebe, conocido como Hevea, considerado el látex de más alta calidad y finura, era el más buscado y el mejor pagado.
Las condiciones climáticas y los cursos de los ríos fueron determinantes para el acceso a las zonas de explotación, lo cual se evidencia en la localización dispersa de campamentos que se establecían conforme a la disponibilidad del caucho y con la intención de ejercer un control sobre la mano de obra de indígenas y colonos. La construcción de estos centros caucheros, con participación de misioneros religiosos, también contribuyó, por una parte, a hacer más fácil la evangelización de los indígenas y, en otros casos, a frenar las atrocidades y actos inhumanos llevados a cabo por los siringalistas.
Las enfermedades tropicales atacaban a gran parte de los recolectores, contribuyendo así a la disminución de la mano de obra disponible. Por esto las dificultades de ubicación y, por ende, de explotación y de transporte de la preciada goma generaban costos crecientes.
Los Reyes y los caucheros colombianos
Animados por las condiciones favorables del látex en el contexto internacional, y aprovechando las prebendas y concesiones brindadas por el gobierno nacional, las primeras empresas de explotación de caucho se abrieron paso entre los territorios casi desconocidos del sur oriente colombiano, en los años setenta del siglo XIX, como en el caso de la Casa Elías Reyes y Hermanos a la cual se le concedieron “privilegios exclusivos para la explotación durante por lo menos cinco años”, de las selvas del alto Caquetá y Putumayo, inicialmente dedicadas a la producción de quina. Pero la crisis que afectó tan duramente los precios de la quina obligó a estos empresarios, ya establecidos en pequeñas colonias, a buscar alternativas en lo que se vislumbraba como “gran negocio”: la explotación del caucho.
Fue entonces cuando se iniciaron grandes campañas exploradoras que tenían como objetivo ubicar aquellos territorios donde se concentraran mayores cantidades de árboles. Durante este período, la compañía debió contratar muchos trabajadores de otras zonas –sobre todo de las tierras cálidas– y gastar mucho dinero en el establecimiento de campamentos, herramientas y zonas de siembra para alimentar a los trabajadores.
Esta nueva actividad extractiva consolidó la Estación Cauchera de la Concepción, base de extracción del caucho de la zona y de expediciones en busca de nuevos terrenos de explotación. Así, se tuvo conocimiento de las grandes reservas que de la goma se podían encontrar en los territorios de los witotos. La empresa de explotación cauchera de los hermanos Reyes no duró mucho porque el inclemente clima y las epidemias de enfermedades tropicales, como la fiebre amarilla, atacaron con tal ferocidad a los trabajadores que solo quedó una cincuentena de ellos.
Otros personajes que destacaron en esta fase por su participación en las exploraciones en el suroriente del país fueron Benjamín Larragniaga y Crisóstomo Hernández, quienes desde 1866 habían ya emprendido empresas extractivas de proporciones modestas, pero productivas y crecientes sobre la base de someter a los witotos, andoques y boras lo cual les permitía ser más efectivos en la ubicación de la goma. Así, estas iniciativas se expandieron y consolidaron dando lugar a estaciones sobre los ríos Caraparaná e Igaraparaná.
Después, el transporte del producto por vías colombianas se hizo muy costoso dadas las condiciones que le imprimía la guerra civil que enfrentaba el país hacia 1900. Por ello se decidió cambiar las rutas de transporte de las mercancías hacia Iquitos, desde donde también se recibirían ahora las herramientas, mercancías y dotaciones para abastecer los campamentos ya establecidos. Este nuevo direccionamiento fue un factor muy importante para la instalación y surgimiento de la empresa emblemática de la explotación cauchera del Amazonas colombiano.
La Casa Arana
Desde 1886 el peruano Julio César Arana abasteció a los caucheros –siringalistas– de mercancías y herramientas varias a cambio de caucho y, con las dificultades reinantes en el período bélico, comenzó a transportar el producto hacia Iquitos y Manaos.
Un par de años más tarde logró fundar con su cuñado una “barraca” o centro de acopio. La empresa se fue expandiendo y su dueño adquirió dinero, control comercial y el respeto de la sociedad de Iquitos. En 1903 compró la estación La Chorrera y la convirtió en núcleo de operaciones de la empresa que se conoció como la Casa Arana y Hermanos.
Arana, con apoyo del ejército peruano, que se había instalado por orden de su presidente Eduardo López Romaña en el territorio colombiano de Tarapacá –con el afán de legitimar este territorio como peruano–, comenzó a impedir el paso de los barcos colombianos por el río Putumayo, así como a desplazar a otros caucheros y colonos, despojándolos de sus tierras y barracas. Entonces Julio César Arana dejó de ser intermediario del preciado látex, para convertirse en dueño y señor de la empresa cauchera más importante de todos los tiempos en el gran Putumayo.
La empresa operaba desde dos grandes centros, La Chorrera y El Encanto. La Chorrera era el centro de acopio de los barracones ubicados por el río Cahuinarí e Igaraparaná, mientras que El Encanto recibía el producto de las zonas cercanas al río Caraparaná.
Se instituyeron complejas redes organizacionales al interior de la compañía, las cuales estaban basadas en lo que podemos considerar la unidad básica de la empresa: los barracones. Estos funcionaban casi todos de la misma forma: poseían un capitán que dirigía las actividades y que se relacionaba directamente con el centro de acopio principal; él debía transportar la goma recogida cada quince o veinte días; cumplir con estas entregas era lo que le permitía continuar abasteciéndose de las mercancías que se le adelantaban, así como de sus otros privilegios de patrón –consumos de lujo, concubinas y sirvientes, entre otros–. Dentro de estas unidades también se encontraban los “muchachos de servicio” que eran jóvenes indígenas que habían sido educados por los capataces desde pequeños, les servían de traductores y tenían algún poder ante los demás indígenas que eran simples recolectores. Hacían parte fundamental de la red los siringueros o recolectores que ya para esta época eran miles, los cuales estaban obligados a ubicar, extraer y cargar el látex. Por último –en algunas barracas– habitaban algunas gentes traídas de Barbados que eran principalmente vigilantes o cocineros.
La empresa y el señor Arana llegaron a ser tan reconocidos que en 1907 se cambió la razón social a The Peruvian Amazon Company, la cual ahora tendría accionistas ingleses. Sin embargo, los abusos contra los caucheros colombianos y las torturas, genocidios y todas las atrocidades perpetradas principalmente contra los indígenas por Arana y sus empleados alcanzaron límites inimaginables. En palabras del propio expresidente Rafael Reyes:
Estas tribus salvajes tienden a desaparecer, aniquiladas por las epidemias, abusadas y sacrificadas por los que hacen la caza y comercio de hombres como en África, y por los negociantes de caucho… los tratantes de hombres penetraban en grandes canoas llamadas botelones en los ríos Putumayo y Caquetá y excitaban a las tribus más fuertes a que hicieran guerra con las más débiles y les compraban los prisioneros, de los cuales conservaban algunos para sacrificar en sus fiestas, dándoles en pago alcohol, tabaco y cuentas de vidrios, espejos y otras baratijas. Después de que los trámites o compradores de indios recibían sus mercancías, embarcaban en los batelones apiñados unos sobre otros como sardinas hombres, mujeres y niños atados con cuerdas de pies y manos, desnudos, devorados por los moscos y sin protección del sol (Reyes, 1986).
Julio César Arana logró monopolizar la producción cauchera gracias a la esclavitud de indígenas, principalmente witotos, andoques, nonuyas y boras en quienes estaba basada la cadena de producción y que, además, al ser una mano de obra “esclavizada”, abundante por demás, permitía obtener un margen de ganancias bastante alto.
Las noticias de los abusos de The Peruvian Amazon Company denunciados por W. Handerburg, y publicadas en el diario londinense Truth en 1907, escandalizaron a los ingleses y a la comunidad internacional. El gobierno británico, a través de la Foreign Office, designó a Sir Roger Casement para realizar una investigación sobre los hechos denunciados por Handerburg el cual, después de su inspección en 1910, en la que fue testigo de las torturas –el cepo y látigo– así como de las mutilaciones, masacres y demás atrocidades, comunicó al gobierno británico que “el sistema de trabajo está basado en el terror” y que, de no tomarse las medidas necesarias, el genocidio haría desaparecer a aquellos indios.
Años más tarde, en 1924, José Eustasio Rivera denunciaría en su novela La vorágine los hechos del Putumayo y la realidad de la vida en las caucherías. Sin embargo, a pesar de todas las denuncias, la Casa Arana permaneció con operaciones hasta ya avanzada la década de los 30. Con la terminación del conflicto colombo-peruano en 1932 la compañía se desplazó, llevando consigo a los indígenas sobrevivientes, dejando tras su paso una estela de agonía y muerte en un terreno ahora silencioso y casi vacío.
Conclusión de la fiebre
Para 1912, la Amazonía estaba perdiendo el monopolio de las exportaciones de caucho natural debido a la producción de caucho a partir de árboles plantados –con semillas extraídas del Amazonas– lideradas por ingleses en África sub-sahariana y Malasia. El látex obtenido de estas plantaciones alcanzó altos niveles de calidad, acompañado de una eficiente productividad (desarrollo de carreteras y ferrocarriles), lo cual les permitía competir con un producto de buena calidad y a un precio final competitivo. Desde allí, el caucho de África y Malasia logró monopolizar el mercado mundial mientras que las empresas sudamericanas enfrentaron una grave crisis, por la falta de visión empresarial de los caucheros y también por el incipiente desarrollo regional, y el desinterés del gobierno en encauzar la explotación de sus recursos naturales.
Sin embargo, las demandas internacionales de caucho permitieron un nuevo florecimiento de la actividad durante la segunda guerra mundial, gracias a la ocupación por parte de Japón de zonas importantes en la producción del caucho natural. Pero este nuevo despegue de la explotación cauchera no duró mucho, de 1942 a 1945, en parte por los esfuerzos continuos de una Alemania aislada por la guerra que contribuyeron a aunar iniciativas con miras a desarrollar un producto sintético de propiedades similares al látex, el cual acabaría con los sueños de grandeza de las grandes casas exportadoras del caucho natural.
El abandono y falta de interés del Estado colombiano en la zona amazónica, permitió en gran medida los nefastos hechos del Putumayo, pues demostraba el desconocimiento y desidia frente a aquellos territorios de frontera y no permitía su reconocimiento como propiedades colectivas de los pueblos indígenas que eran sus pobladores ancestrales. Sin embargo, la explotación cauchera abrió los ojos al Estado y al pueblo colombiano sobre un territorio que en realidad ni se sabía que existía. Los sucesos del Putumayo hicieron consciente a una nación entera de la existencia de la Amazonía, pero tal olvido tuvo un costo demasiado alto para todos los pueblos indígenas de la zona.
Bibliografía
- Baum, Vicki. El bosque que llora. BuenosAires, Sudamericana, 1944.
- Casement, Roger. Putumayo , caucho y sangre. Relación al Parlamentoinglés (1911). Quito, Ediciones ABYA- YALA, 1985.
- Domínguez, Camilo y Gómez, Augusto. La economía extractiva en la Amazonia colombiana 1850-1930.Bogotá, Tropenbos, 1990.
- Iribertegui, Ramón. Amazonas el hombre y el caucho. Vicariato Apostólico de Puerto Ayacucho,1987.
- Pineda Camacho, Roberto. Historia oral y proceso esclavista en el Caquetá. Bogotá, Finarco, 1985.
- Pineda Camacho, Roberto y Héctor Llanos. Etnohistoria del gran Caquetá.Bogotá, Finagro, 1982.
- Reyes, Rafael. Memorias 1850-1885. Bogotá, Fondo Cultural Cafetero,1986.
- Rivera, José Eustasio. La vorágine. Buenos Aires, Losada, 1985.
imagenes
- Extracción del látex.
- El Liberal, vapor de la flota Arana.
- Rafael Reyes, ca. 1885. Fotografía de Racines y Cía, Bogotá.
- Casa de Julio César Arana y hermanos en La Chorrera. Fotografía de Eugenio Robuchon. En: El Putumayo y sus afluentes, 1905.
- Indios witotos cargadores en una colonia de la Casa Arana.
- Julio César Arana. En Carlos A. Valcárcel. El proceso del Putumayo. Imprenta comercial de Horacio la Rosa y Cía, 1915.
- Nestor Reyes, ca. 1884. Fotografía de Verlangien y Meyer, Pará,Brasil.
- Eugenio Robuchon rodeado de indios uitotos funuñas.
- Sir Roger Casement.
-
Primera edición de La Vorágine de José Eustacio Rivera. Editorial de Cromos, Bogotá, 1924.