LA FAMILIA EN LA PINTURA COLOMBIANA DEL SIGLO XIX
Un acercamiento cuidadoso a la historia de la pintura colombiana nos depara sorpresas inexplicables. Una de estas es el tardío arribo de la familia, como género pictórico, a la obra de nuestros principales pintores. La familia, bien lo sabemos, fue un tema primordial en la pintura europea. Velásquez y Goya, por solo nombrar dos de los más conocidos, pintaron memorables cuadros de las familias de la monarquía en los siglos XVII y XVIII. Tanto por su significado antropológico, religioso y social, la familia era un tema que interesaba a los pintores. Pero también a las familias de la aristocracia y la burguesía les atañía dejar su memoria en sendos cuadros de salón, para lo cual estaban dispuestas a pagar elevadas sumas de dinero. En nuestro caso, sin embargo, retratos familiares solo aparecieron hasta el siglo XIX. Durante la época colonial, nuestra pintura estuvo muy marcada por el espíritu religioso. De manera excepcional, en la segunda mitad del siglo XVIII distintos pintores elaboraron retratos de virreyes y arzobispos, pero jamás de sus grupos familiares o de escenas de vida cotidiana. Es un hecho que sin duda resulta llamativo, toda vez que en la Nueva España y Perú se recreó ampliamente la temática familiar, no solo la de la nobleza, sino la de distintos grupos sociales y étnicos.
“Medellín. Habitantes de la capital”, Acuarela de Henri Price, 1852. Lámina de la Comisión Corográfica. Colección Biblioteca Nacional de Colombia. |
Es comprensible que durante el siglo XIX, sobre todo en su primera mitad, la pintura se ocupara prioritariamente de representar la temática de la independencia, sus batallas y sus héroes. Sin embargo, poco a poco se fueron realizando cuadros sobre familias, parejas de esposos, grupos de niños y retratos de ancianos. Igualmente, surgieron con especial fuerza la pintura costumbrista y la de escenas cotidianas. La pintura colombiana del siglo XIX cubre diversidad de temas y técnicas, mostrando un rico arco iris en sus resultados. A sus mayores logros aportaron, debe reconocerse, distintos pintores extranjeros que visitaron el país. Nuestro propósito en el presente estudio es señalar algunas de las principales obras que trataron aspectos de la vida familiar colombiana. Sobra reiterar que la familia y el matrimonio fueron durante el siglo XIX instituciones vertebrales de la sociedad. Los dos constituían referentes trascendentales para la iglesia y el Estado, pero aún más para todas las personas. Conformar una familia era la expectativa de todos. Y pertenecer a un linaje de prestigio aseguraba estabilidad y visibilidad social.
La pintura de grupos familiares
En el siglo XIX las relaciones familiares parecerían haber aumentado su afectividad, así al menos nos lo transmiten las cartas y diarios que escribieron hombres y mujeres. Es como si los apremios de la existencia hubieran intensificado los sentimientos hacia los más próximos. La pintura sirvió para darle trascendencia y perennidad a los sentimientos familiares. Retratos de grupos familiares, parejas, esposas, niños y ancianos conforman un pequeño capítulo de la pintura de la época.
Probablemente la pintura familiar más representativa de la primera mitad del siglo XIX sea la del coronel Antonio Morales Galavís, su esposa Ana María Espinosa y su hija Gertrudis. La maestra Beatriz González, que ha comentado con detalle este cuadro, indica que su importancia reside en que refleja el entorno de refinamiento en que vivían. Acá el coronel aparece despojado de su uniforme militar y viste de civil, mientras que su esposa y su hija visten trajes propios de la transición de la Colonia a la República. El semblante de los esposos, es cierto, no revela alegría u optimismo, sino más bien inquietud y expectativa.
Otro cuadro familiar importante es el de la familia del político, militar y presidente de la república José Hilario López. Atribuido a Manuel D. Carvajal (aunque el historiador Santiago Londoño lo declara anónimo), es un cuadro que atrae por su colorido y la singularidad de sus personajes. En el retrato aparecen María Dorotea Durán, segunda esposa de López, y tres de sus hijos. Aunque la hija mayor tiene la preeminencia en el cuadro, la madre y los dos pequeños captan la atención del observador. Igualmente llamativo es el interés que hubo en la época por los retratos de esposos. Uno de estos cuadros lo pintó el inglés Henri Price en 1852. Conocida como “Medellín. Habitantes de la capital”, en esta acuarela Price nos enseña una pareja elegantemente vestida. Tanto sus trajes como los sobrios muebles del salón pertenecen a la cultura republicana.
Magdalena Ortega, esposa de Nariño, con Gregorio, su hijo mayor. Dama santafereña. Óleo de Joaquín Gutiérrez, 1801. Colección Museo de la Independencia-Casa del Florero, Mincultura. Reg. 4122 |
Filomena Carrizosa Sarmiento. Óleo, anónimo, 1845. Colección de Arte, Banco de la República. Reg. AP1812 |
Timotea Carvajal de Obando. Óleo de Manuel D. Carvajal, ca. 1853. Colección de Arte, Banco de la República. Reg. AP0976 |
Margarita Quijano de Carvajal. Óleo de Manuel D. Carvajal Marulanda, ca. 1855. Colección Fondo Cultural Cafetero, Ministerio de Cultura. Reg. 117425. |
No obstante, más que el marido, era la esposa la que recibía el beneficio de la pintura. Esto puede explicarse por la exaltación y alta valoración que recibían las esposas y madres. Era, tal vez, una manera de reconocer su sacrificio y abnegación en mantener los hogares en medio de infortunios y contrariedades. Elaborados en gran formato o en miniatura, los retratos de las esposas conforman una galería rica en matices. Un retrato esplendoroso es el de Filomena Carrizosa Sarmiento, esposa del comerciante Rito Sarmiento Acevedo. De autor anónimo, sobresalen la naturalidad del rostro y la atención de la mirada. Llama la atención la elegancia del traje, el juego de pliegues del velo y las pocas, pero esenciales joyas en el cuerpo de doña Filomena. En el retrato de Timotea Carvajal, esposa del general José María Obando, su hermano, el pintor Manuel D. Carvajal, quiso no solo resaltar su elevada posición social sino su profunda fe católica. Con su mano izquierda, Timotea, parecería querer enseñarnos el crucifijo de oro que lleva en su pecho. Otro retrato importante fue el que compuso el pintor Manuel D. Carvajal de su esposa y sobrina Margarita Quijano Carvajal. Tenemos acá una visión romántica de la esposa. Su rostro adusto es compensado por la suavidad y belleza de las flores que organiza en un jarrón. Igualmente, la sobriedad del salón en el que se encuentra es matizado por los árboles que se observan a través de la ventana. El retrato de Margarita Quijano es un típico cuadro decimonónico, alejado de la pesadumbre que regía la primera República.
Rosita Torrijos Ricaurte. Miniatura de José María Espinosa Prieto, ca. 1840. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 581 Fotografía Christian Zitzmann Betancourt |
Innumerables retratos de los seres amados eran pintados en miniatura. Fue esta la técnica privilegiada para expresar las emociones. Recordemos que eran piezas que se llevaban en el pecho, cerca del corazón, o se guardaban en un cofre con los objetos más queridos. Distintos pintores vinculados a la Expedición Botánica desarrollaron esta técnica con estupendos resultados. Sin embargo, fue José María Espinosa quien realizó el mayor número de miniaturas, demostrando una habilidad y destreza sin iguales en el manejo de su técnica. Se han inventariado más de un centenar de estas piezas elaboradas por Espinosa a lo largo de la primera mitad del siglo XIX. El buen resultado de una miniatura dependía, llegó a decirlo, del conocimiento del carácter de la persona. En esto las más difíciles eran las de las señoritas, comentó. Entre las muchas miniaturas que deberían nombrarse está la de la señorita Rosita Torrijos Ricaurte. La belleza de la joven es resaltada por la desnudez y blancura de su cuello y sus hombros. La variedad de adornos, incluido el de su cabello, muestran una persona en extremo galante. Otra miniatura es la conocida como “Retrato de una dama”, cuadro que sobresale por la expresión lograda. La mirada triste de la mujer es acentuada por sus profundas ojeras. Pero no olvidemos que Espinosa también realizó dos retratos en miniatura de Manuelita Sáenz, en la época en que vivía sus amores con el Libertador (1828). Aunque los dos fueron elaborados sobre marfil, en uno de ellos se aprecian mejor los encantos de Manuelita narrados por distintas crónicas. Su rostro ovalado y agraciado, las cejas en arco y el peinado afrancesado, hacen de esta miniatura una de los más valoradas pinturas de la compañera del general.
Manuelita Saénz. Miniatura de José María Espinosa Prieto, ca. 1828. Colección Museo de Antioquia. Reg. 1568. |
Bien sabemos que en el ámbito del proyecto conocido con el nombre de Comisión Corográfica se elaboró parte de la rica iconografía regional y de costumbres del país. Entre esa multitud de estampas de carácter, en apariencia, ingenuo, hay algunas de parejas y grupos de personas. Resulta obligado nombrar al menos dos de Manuel María Paz. Una es “Ñapanga y mestizo del Cauca” y la otra “Notables de la capital”. En la primera una pareja tomada del brazo, vestidos con trajes propios de la región, se presentan frente a un amplio paisaje que termina en un volcán humeante. Uno de los propósitos de esta pintura es enseñar los trajes regionales y los grupos sociales y étnicos. La vistosidad de esta lámina resulta de la elegancia, aunque sencillo, del traje de la mujer, conformado por una blusa, amplia falda y un chal. Mientras que la mujer carece de calzado, el hombre viste de manera elegante a la manera europea. En la segunda lámina, un hombre conversa son una mujer de condición popular, mientras que otra, tal vez de mayor rango, pasa a su lado haciendo una mirada de recriminación.
Los niños en la pintura
Retrato del niño Cuervo. Óleo de José Miguel Figueroa, ca. 1800- 1899. Colección de Arte, Banco de la República. Reg. AP5029 |
Manuel D. Carvajal, Epifanio, Antonio, Manuel, Julia, Tomás y Margarita Quijano de Carvajal. Acuarela del Álbum de acuarelas y dibujos de Manuel D. Carvajal, 1862. Colección Fondo Cultural Cafetero, Ministerio de Cultura. Reg. 975.090. |
Philippe Ariés, el reconocido historiador de la infancia, señaló que fue muy lento el proceso a través del cual los pintores centraron su mirada en los niños. Para el siglo XIX el proceso de sensibilización hacia los niños había avanzado y no fueron pocos los artistas colombianos que los pintaron. Incluso algunos pintaron a sus propios hijos. Como José María Espinosa, quien hizo un retrato al óleo de un niño, probablemente de uno de sus hijos. Llama la atención que es un retrato en primer plano del rostro, compuesto en un estilo académico. En su juventud Espinosa pintó el reconocido cuadro de la infancia del general José María Córdoba. Acuarela llena de ternura, en ella se ve a un niño montando un caballo de madera. Otro pintor de niños fue Manuel D. Carvajal, quien realizó distintos retratos a lápiz de sus cinco hijos. En uno de estos, sin terminar, los pinta jugando en un patio. En una esquina del cuadro, la madre, Margarita, carga en sus brazos a la hija menor, y en la otra esquina aparece el propio pintor observando entretenido a sus hijos. Imposible dejar de nombrar en este apartado el cuadro de Eugenio Zerda titulado “El último toque”. Cuadro romántico, de indudable influencia impresionista, en el que la hermana mayor ayuda a su hermana menor a dar los últimos toques al traje de primera comunión. Escena intimista, casera, pero llena de trascendental significado. Es tal vez la más antigua pintura de este sacramento en nuestro país. Finalmente, el cuadro de Ricardo Acevedo Bernal titulado “La niña de la columna”, constituye una pieza inolvidable. En el patio de una casa una niña, o ya no tanto, gira distraída sobre la base de una columna. Sus pies desnudos, sus cabellos flotando y el colorido de su traje, llenan de alegría y espontaneidad la escena. Retratos de niños y niñas, escenas domésticas y de juegos, muestran que los niños no eran más un elemento decorativo en las pinturas, ahora ellos habían alcanzado el centro de la imagen.
La niña de la columna. Óleo de Ricardo Acevedo Bernal, 1894. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 2124. Fotografía Juan Ca milo Segura |
La vejez en la pintura
Sin título. Dibujo de Ramón Torres Méndez, ca. 1800-1899. Colección de Arte, Banco de la República. Reg. AP1244 |
Luego de revisar con atención la pintura del siglo XIX, puedo afirmar que en ese siglo hubo mayor interés por representar la vejez que en el siglo XX. La vejez desapareció de la pintura colombiana en el siglo XX. De manera muy excepcional encontramos algún cuadro que represente a los ancianos en nuestros museos. En cambio, en el siglo XIX podemos nombrar pinturas notables que muestran hombres y mujeres de avanzada edad. Esto, indudablemente, nos sugiere un cambio de sensibilidad hacia la vejez. Los casos son innumerables, pero por la brevedad de espacio nombraré solo alguno. José María Espinosa hizo su autorretrato a la edad de 77 años, también hizo una caricatura en la que aparece encorvado caminando por una calle, cubierto con una capa y adornado de elegante sombrero. Igualmente, sobre el mismo Espinosa, el pintor mexicano Felipe Santiago Gutiérrez, de visita en Bogotá, realizó un emotivo retrato. Finalmente, Fídolo Alfonso González, pintor intimista, nos ofrece un cuadro de interés. En “La tía Luisa leyendo”, aparece una mujer mayor, en la penumbra de una alcoba, leyendo las que parecen ser cartas de seres queridos. Su perfil se dibuja a contraluz de la ventana, sereno, sin aflicción.
Fragmento de una carta del pintor José María Espinosa a su amigo José María Quijano Otero. Publicada originalmente en el Papel Periódico Ilustrado, No. 36, año II, Bogotá, 15 de marzo de 1883.
Retrato de mujer. Miniatura de José María Espinosa Prieto, ca. 1835. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 3879. ©Museo Nacional de Colombia / Juan Camilo Segura |
“Comencé por hacer caricaturas y después retratos de miniatura, en marfil. Tuve que estudiar mucho el carácter de las personas, particularmente el de las señoritas. Jamás logré hacer un retrato de una persona del bello sexo sin que la víspera no hubiera estado indispuesta. Al día siguiente cuando yo iba a comenzar a trabajar, se presentaba la señorita llena de adornos, con los que casi siempre cubría o desfiguraba la naturaleza, que es lo mejor y lo que yo debía imitar. Enseguida entraba la señora madre con la consabida cláusula, de la indisposición de la señorita. –“Espinosa, me decía, Mariquita está hoy muy descolorida porque anoche estuvo enferma de los nervios”-. Ya yo sabía con esta indicación, que debía ponerla con un color de rosa. Entre tanto la señorita procuraba adivinar por cuál facción empezaría yo: si creía que me dirigía a los ojos, comenzaba a abrirlos o adormecerlos […] si comprendía que estaba en la boca, eran mayores los apuros; ya ocultaba la mitad de los labios o si no fingía una sonrisa […] por consiguiente yo tenía que engañarla, y cuando estaba imitando los ojos le decía que iba en la boca para que los tuviera quietos […] Una vez me llamaron para que retratara a una novia bonita: me quedó muy semejante, y me indicó que le hiciera el retrato de un señor que estaba presente, el que también me quedó exacto. Yendo a entregarlo me encontré con varias personas, entre ellas con un don Pacho que era de la familia: todos lo conocieron y admiraron el parecido. Al llegar donde la señorita, que fue la primera que salió de la sala, se lo mostré y dijo: “¿Y este quién es?”. Le dije que todos los que lo habían visto decían que era el señor N., y que a D. Pacho le había parecido idéntico, entonces me contestó ella: “Pero como el retrato no es para D. Pacho, sino para mí”. “Pero como yo no puedo adivinar cómo se le figura a Usted la fisonomía del señor N.”, le contesté; por último resolví llevármelo, con intención de no tocarlo, porque sería dañarlo. A los tres meses se apareció en casa el sujeto retratado, y me dijo que ya se habían casado y se iban para Antioquia; que fuéramos a llevarle el retrato a su señora. Esta cuando lo vio, declamó diciendo: “¡Y no quería el señor Espinosa reformarlo, ahora sí se parece!”. Era que ya le habían pasado las ilusiones y lo estaba viendo tal como él era”.
Conclusión
La familia, los sentimientos familiares, el matrimonio, los niños y los viejos estuvieron presentes en la pintura colombiana del siglo XIX. En cuadros de pequeño y gran formato distintos artistas se ocuparon de su representación. Como hemos visto, no solo lo hicieron a propósito de las familias beneméritas de comerciantes y empresarios. También lo hicieron sobre los grupos populares. Pero todo esto ocurrió antes del arribo y difusión de la fotografía. Arte que después captó y monopolizó la representación de la familia.
Bibliografía
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Rodríguez Jiménez, Pablo. “Retratos de familia: imágenes visuales del entramado social”, Credencial Historia, No. 84, dic. 1996.
Sánchez Cabra, Efraín. Ramón Torres Méndez: pintor de la Nueva Granada, 1809-1885. Bogotá: Fondo Cultural Cafetero, 1987.