LA EXPLOSIÓN DE CALI: AGOSTO 7 DE 1956
Desde las horas de la mañana del 6 de agosto de 1956 una caravana de diez camiones al mando de unidades del ejército nacional se desplazaba por la vía Buenaventura-Cali, cargados de 1.053 cajas de dinamita que tenían como destino las obras públicas que se adelantaban en Bogotá. Al llegar a Cali, en las horas de la tarde, siete de los diez camiones fueron estacionados en las inmediaciones del Batallón Codazzi. Horas después, en la madrugada del día 7, una estruendosa explosión despertó a la ciudad. Cuadras enteras quedaron convertidas en cenizas. "Fue como si el cementerio hubiera saltado al aire", relató un aviador que en el momento de la explosión sobrevolaba la ciudad. La catástrofe dejó más de 1.300 muertos, cuatro mil heridos y destrucciones por cien millones de pesos. Las edificaciones donde se alojaba el Batallón Codazzi, la Policía Militar y la Tercera Brigada desaparecieron por completo. Ocho manzanas quedaron completamente destruidas y tres más fueron averiadas por la onda explosiva.
Era la tragedia más grande ocurrida en Colombia y no se tenía noticia de algo similar en el mundo. No obstante su magnitud, Colombia pudo manejar la tragedia (por lo menos en su primera etapa). A ello contribuyeron varios factores. En primer lugar, la presencia en el país de la Secretaría de Acción Social y Protección Infantil, SENDAS, institución de cobertura nacional con una infraestructura material y humana capacitada para afrontar la situación. Dirigida por María Eugenia Rojas, hija del presidente de la República e inspirada en la labor de Eva Perón en la Argentina, SENDAS estaba en funcionamiento desde 1954, y su experiencia en la pacificación de los Llanos Orientales, lo mismo que su atención a niños huérfanos y desvalidos en otras zonas rehabilitadas de la violencia, garantizaron la centralización y canalización de las ayudas. En segundo lugar, el papel del clero fue también importante. La Acción Católica organizó las primeros auxilios y después se desempeñó en la defensa de los damnificados, en la consecución de dineros y en las propuestas para solucionar sus calamidades. En tercer lugar, coadyuvó a sortear la situación el hecho de estar militares al frente de los gobiernos local y nacional. Esto facilitó el control militar de la situación, evitándose así los desmanes propios de tales circunstancias. Y en cuarto lugar, la participación de los colombianos en las campañas solidarias fue también ejemplar: en las ciudades colombianas se conformaron comités pro-damnificados y en poco tiempo se logró una suma alta en donaciones y provisiones.
Entre las causas de la tragedia, se hablo de recalentamiento de los camiones que transportaban la dinamita y de manipulación de proyectiles para las salvas de la fiesta patria del 7 de agosto. Sin embargo, la formulada por el presidente de la República fue la más contundente: un "sabotaje político" de la oposición y en particular de quienes habían firmado el Pacto de Benidorm, el 24 de julio: Alberto Lleras y Laureano Gómez.
La coyuntura que vivía el país hizo que la catástrofe adquiriera justificado matiz político. El mismo día de la explosión se cumplía un año del cierre de El Tiempo. La del presidente había sido una salida en falso e inoportuna, y es posible que el temor ante el fortalecimiento de la oposición lo haya ofuscado. A la altura de agosto de 1956, el país estaba de nuevo polarizado y el gobernante había aceptado el reto de la confrontación. En junio de 1956, en medio de un despampanante despliegue publicitario, proclamó su nuevo proyecto político, la Tercera Fuerza. El Frente Civil optó definitivamente por el derrocamiento del régimen.
Culpar de la catástrofe a la oposición fortaleció a ésta. Capitaneado por una élite sobrada en experiencia, el Frente Civil no desaprovechó la oportunidad que el régimen le servía en bandeja. Una protesta de Alberto Lleras por la inculpación que se le hacía circuló por todo el país en hojas volantes: "Al dolor innenarrable que me produce la tragedia de Cali se suma en mi tribulación el espanto de estar gobernado de esta forma". Realmente fue la oposición quien mejor explotó la catástrofe. Su habilidad para hacer de la tragedia un factor político no cesó. Enrique Santos Montejo, Caliban, en carta desde París publicada en El Universo de Guayaquil (septiembre 4) autodenominándose "interprete de la opinión pública colombiana por más de cuarenta años", le demandaba al gobernante su separación del poder por considerarla una "apremiante necesidad colombiana". Sin embargo, el 10 de mayo de 1957, nueve meses después de la tragedia, cuando Rojas abandonó el país, los problemas de los damnificados subsistían sin solución de fondo. Pero su papel como actor estelar en el drama del derrumbe del régimen militar había concluido con éxito.