¡FRENTE AL MISTERIO!
El Gráfico, septiembre 1, 1917
Bogotá acaba de vivir unas horas de espanto. En la tranquilidad de una noche, un ruido de huracán penetra súbitamente. Bajo un cielo impasible la tierra da vueltas y las pobres habitaciones de los hombres crujen. De muchos labios se escapa al alarido que las gargantas no logran contener. Palidecen los rostros como si por ellos pasara un soplo de muerte, en tanto que los ojos, muy abiertos, muestran el pavor del espíritu.
Triste humanidad, sometida al capricho de ocultas fuerzas que ponen en ella diversos sentimientos. Miseria de la carne que tiembla. Miseria del corazón que se contrae. Miseria de la mente que se disloca, pierde su gravedad y, arrancada por la impresión, vuela al espacio a ser juguete del viento.
¿Quién puede penetrar en el misterio? Los sabios dicen: es una tempestad eléctrica, los gases buscan salida, un volcán insospechado o uno extinto entran en actividad, hay grietas que de pronto llaman a la materia, el ciclón avanza, la cordillera desciende, la corteza terrestre, envejecida, se desprende, rueda, convierte las mansiones en tumbas, los campos florecidos en desiertos, la seguridad en zozobra, las sonrisas en lágrimas, el placer en dolor.
Pobres explicaciones, que consuelan a esos niños que andan a tientas por entre las tinieblas y sin embargo pretenden poder mirar al sol y se empinan porque, a pesar de ser niños enfrente del misterio, se siguen llamando hombres. ¿Qué nos importan las explicaciones, si siempre ha de seguir en los labios el eterno por qué?
Pequeña humanidad sometida al azote de un sino irremediable. Frágil especie, que orgullosa se estima como la obra maestra de un Dios ausente. Infeliz masa de lodo, ablandada con lágrimas, y hecha para perecer como vemos perecer, bajo el tacón de una bota, a los gusanos.
Y ahora, en la epidemia de superstición que se acerca; cuando digan las sibilas su interpretación precisa de esto que tienen por castigo celeste; cuando se despueble el Olimpo de los bienaventurados con que reemplazamos los hombres a los dioses del paganismo antiguo, y acudan todos ellos a la cita de los labios fervorosos, que dan salida al pensamiento de los cerebros confusos, resignémonos también, y convengamos en que si la superstición logra ser consuelo, no podemos adoptar actitud más cuerda que la del silencio los que seguimos con la mirada dirigida al vacío y no hallamos satisfacción ni aun en lo que dicen los sabios. (Fragmentos).