28 de noviembre del 2024
 
La Virgen María, con el Niño Jesús en sus rodillas, es adorada por los Reyes Católicos, Isabel y Fernando (en retratos idealizados), dos de sus hijos y otros personajes. A la derecha, Santo Domingo, a la izquierda, detrás del Rey, Santo Tomás, el príncipe Juan (1478-1497) y un dominico identificado como fray Tomás de Torquemada. A juzgar por los trajes y la edad del príncipe Juan, el cuadro podría fecharse entre 1491 y 1493.
Octubre de 2011
Por :
Ricardo del Molino García. Doctor en Humanidades, Universidad Carlos III de Madrid. Docente investigador del Programa de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Externado de Colombia.

El imperio colonial español: 1492-1788

Resumir la génesis, el desarrollo y el ocaso del Imperio español en América es a todas luces una arriesgada empresa. Tal empeño requiere cierta temeridad desde el instante en el que reconocemos la existencia de admirables investigaciones previas con las que, de ninguna manera, pretendemos compararnos. Realmente, esa acción sería un despropósito, a la vez que un contrasentido, desde el momento en el que esos trabajos son los referentes bibliográficos y las principales fuentes de conocimiento de este texto. Por tanto, la única intención que subyace a este escrito es ofrecer al lector una síntesis, dada la escala y la complejidad, del inabarcable Imperio hispánico en América desde su génesis en el reinado de Isabel I de Castilla hasta su ocaso ilustrado con Carlos III1.

Antes de iniciar la senda propuesta, lo primero que debería cuestionarse el lector es si realmente existió un imperio español. Esta pregunta ha sido contestada por diferentes autores con diversa fortuna. Henry Kamen nos recuerda que algunos historiadores como A. Pagden han negado su existencia mientras que otros han matizado la propia idea de imperio, como lo hizo Pierre Chaunu, quien definió el fenómeno imperial español como monarquía múltiple o gran alianza dinástica de coronas pero no como Imperio2. Sin embargo, lo cierto es que la idea de Imperio español está presente como una convención válida y aceptada por la mayoría de las sensibilidades historiográficas, por tanto, sin adentrarnos en categorizaciones complejas, comencemos nuestra breve andadura por el Imperio español en América.

La génesis del imperio

El origen del Imperio español se sitúa en la unión dinástica de las Coronas castellana y aragonesa acaecida en al segunda mitad del siglo XV en la Península ibérica. El matrimonio de Isabel de Castilla con Fernando de Aragón sanciona una unidad estatal sobre la que sus herederos forjarán el futuro Imperio. De esta nueva entidad política cabe destacar su particular organización interna y su acción política exterior, aspectos que nos ayudarán a comprender la forma de estar de los castellanos en América, y de los americanos en Castilla, durante las primeras décadas del siglo XVI.

Fernando e Isabel integraron sus Coronas pero no las unificaron. La nueva realidad política constituida no anuló las instituciones judiciales y legislativas propias de cada Reino, ni supuso una inmediata unidad económica y social de ambos . Castilla y Aragón continuaron siendo dos realidades políticas independientes, con sus órganos de gobierno y sus respectivas posesiones territoriales. No obstante, esta integración sí contemplaba unas líneas generales de política exterior común que consistían en la expansión territorial peninsular, a costa del reino musulmán de Granada, el aislamiento político de Francia en el concierto europeo, a partir de un sistema de alianzas matrimoniales, y una clara proyección mediterránea que protegiera los intereses de Aragón en el mare nostrum . Respecto a los asuntos de la vertiente atlántica peninsular nada se establecía en común, por tanto, éstos sólo incumbían a la Corona de Castilla3. Consecuentemente, la aventura de Cristóbal Colón se consideró como una empresa propiamente castellana y el derecho territorial sobre el Nuevo Mundo le fue concedido sólo al Reino de Isabel, por medio de las Bulas pontificias Inter Caetera otorgadas por el Papa Alejandro VI en 1493. Estas disposiciones papales conferían el gobierno y la jurisdicción de los espacios descubiertos a Castilla, con sus correspondientes derechos y obligaciones. Al año siguiente, ese status soberano le fue reconocido a Castilla por su rival Portugal, a través del Tratado de Tordesillas en el que ambas coronas se repartían el nuevo horizonte atlántico y esbozaban la división territorial de lo que décadas más tarde serán los límites de sus respectivos Imperios en América.

Legitimado por el representante de Dios en la Tierra y reconocido por el principal rival político, el poder castellano en América se hizo efectivo por medio de un particular sistema de capitulaciones y requerimientos. Las capitulaciones consistían en contratos de vinculación y subordinación bilateral entre la Corona y un particular para el descubrimiento, conquista, pacificación o poblamiento del Nuevo Mundo, por medio de los cuales Castilla cedía una parte de sus derechos de conquista y explotación sobre territorios de su señorío a los jefes expedicionarios. Este sistema liberaba a la corona castellana de buena parte de sus obligaciones contraídas con América y, por ende, le permitía concentrar sus esfuerzos en el proceso de consolidación de la unidad territorial peninsular y en la defensa mediterránea ante la amenaza berberisca y turca. Debemos recordar que, de ninguna manera, estas capitulaciones significaron una merma en la soberanía territorial castellana, al contrario, los nuevos territorios descubiertos por capitulación formaban parte del patrimonio personal de la Reina Isabel, y así fue hasta su muerte en 1504 cuando pasaron a integrarse en la Corona de Castilla.

Adicionalmente, el marco legal de legitimación castellana en el Nuevo Mundo se completaba con el requerimiento . La figura legal del requerimiento era un documento jurídico, escrito para ser leído frente al otro, donde se informaba a los indios de los derechos legítimos de la Corona sobre sus tierras y de la posibilidad de guerra justa sobre ellos en el caso de no aceptar la autoridad real. Sin embargo, tal y como denunciaron fray Antonio de Montesinos y fray Bartolomé de las Casas, el requerimiento era una verdadera farsa que legitimaba la conquista violenta y la esclavitud de los indios.

En cuanto al gobierno de l os nuevos territorios, cuyo espacio geográfico era en ese momento las Antillas y el Caribe, con su centro localizado en la isla de La Española, éstos pasaron a depender de dos instituciones castellanas sitas en la Península . Por un lado, la Casa de Contratación que controlaba las relaciones mercantiles y comerciales con los nuevos territorios de ultramar y, por otro, el Consejo de Castilla que, a través de un cuerpo de consejeros especializados, asumió los asuntos de gobierno y pleitos judiciales de las Indias.

La sucesión en el imperio castellano

Tras el fallecimiento de la reina Isabel, los derechos plenos sobre Las Indias fueron heredados por su hija Juana convertida en la nueva reina de Castilla. Sin embargo, Castilla y sus posesiones de ultramar pasaron a ser administradas por sucesivos regentes ante la supuesta incapacidad de la monarca. Primero fue Felipe de Habsburgo, esposo de la reina, después su padre Fernando el Católico , y finalmente, durante un breve lapso de tiempo, será el Cardenal Cisneros. Este período de regencias concluirá en 1516, cuando el fallecimiento del rey Fernando provoca la llegada a la península del legítimo heredero de Castilla y de Aragón, el jovencísimo Carlos, hijo de Juana I de Castilla y Felipe de Habsburgo. El arribo de Carlos instala una nueva dinastía extranjera y común en los reinos de Aragón, Castilla e Indias.

La forja del imperio español por un emperador alemán

El Imperio español en América se forja en el siglo XVI bajo el gobierno de los dos primeros reyes de la nueva dinastía de los Habsburgo, Carlos I y Felipe II, denominados convencionalmente como Austrias mayores. Durante la administración de Carlos I (1516-1556) se explora y conquista buena parte del continente americano, se organiza el nuevo espacio en dos grandes divisiones político-administrativas y se inicia su explotación económica. Sobre esta base, en el reinado de Felipe II (1556-1598) se consolida la red urbana, se potencia el comercio transatlántico y cristaliza una sociedad estamental. Por tanto, como se ha indicado, la gran expansión territorial en América acontece bajo Carlos I. Así lo atestiguan, las acciones de descubrimiento y conquista de Hernán Cortés en Méjico (1519-1521), Francisco Pizarro en el Perú (1531-1535), Gonzalo Jiménez de Quesada en el altiplano cundiboyacense en (1537-1538), o las fundaciones de las ciudades septentrionales de Buenos Aires, Asunción y Santiago entre 1534-1541.

L a extensión de los territorios incorporados a la Corona durante el reinado de Carlos I obligó a la modernización de las instituciones bajo-medievales del gobierno indiano establecidas por Castilla en América. En consecuencia, y respetando la estructura de la Monarquía de los Habsburgo4, se crea en 1523 el Consejo Real y Supremo de Indias. Este organismo tenía competencias para nombrar cargos administrativos y eclesiásticos, examinar la Hacienda pública, organizar la defensa miliar, despachar correspondencia y preparar proyectos de ley, así como para administrar justicia en última instancia en lo civil y en lo penal. La creación del Consejo inauguraba la edificación de un vasto y complejo entramado institucional imperial que se completó con la creación de dos extensas entidades administrativas sobre el espacio americano. La primera, constituida a partir de los territorios conquistados a los aztecas, se establece en 1535 con el nombre de Virreinato de Nueva España y, la segunda, tras la conquista del Imperio Inca, se constituye en 1542 con la denominación de Virreinato del Perú. Posteriormente, estas dos unidades territoriales se dividirán a su vez en Gobernaciones y Audiencias.

Cada virreinato comprendía un número no determinado de gobernaciones, instituciones esencialmente administrativas con funciones ejecutivas y militares (siempre que no existieran capitanías), y de audiencias que eran entidades básicamente judiciales. En un nivel inferior, y siempre refiriéndonos a la organización secular del imperio, se constituyeron alcaldías mayores o corregimientos, encabezadas por alcaldes o corregidores, con jurisdicción sobre un núcleo urbano y su periferia rural. A grandes rasgos, ésta era la estructura administrativa que vertebraba el Nuevo Mundo5. Bajo este régimen, América en el siglo XVI dejaba de ser un mero apéndice de Castilla para convertirse en una entidad con personalidad propia dentro de la Monarquía española.

La organización de los nuevos territorios en América estuvo acompañada por una producción normativa de proporciones significativas como lo demuestra la primera sistematización de disposiciones reales sobre las Indias publicada en 1542 por orden del Rey Carlos I, conocida como Leyes Nuevas . El propósito de este conjunto normativo era ordenar la exploración, ocupación y explotación de los territorios de ultramar, recuperar buena parte de aquellos derechos cedidos por la Corona de Castilla a la iniciativa privada durante los primeros momentos de la conquista, y paliar en lo posible las nefastas consecuencias de la expansión europea en América en términos humanos. No debemos olvidar que el encuentro entre los dos Mundos, inaugurado en 1492, fue doloroso y que en el siglo XVI adquiere unas dimensiones demográficas catastróficas para las culturas originarias como consecuencia de un complejo conjunto de factores, entre los que se destacan las mortales enfermedades llegadas desde el Viejo Continente o la superioridad armamentística y militar, entre otros. Sea por la razón que sea, el exterminio, la conquista, el sojuzgamiento y la rápida aculturación de las poblaciones indígenas fue una realidad en la América de Carlos I tal y como denunció fray Bartolomé de las Casas en su Breve Relación de la Destrucción de las Indias, publicada en Sevilla en 1552. Por tanto, en parte como respuesta a estos desmanes, Carlos I dispuso en Las Leyes Nuevas la prohibición de esclavizar a cualquier vasallo de la corona de Castilla, entre los que se encontraban los indios americanos, e impondrá fuertes limitaciones al sistema de encomienda establecido en América a principios del siglo XVI .

La encomienda era un mecanismo de explotación indígena justificado a partir de un derecho otorgado por el rey a los encomenderos que consistía en el cobro de los tributos exigidos a los indígenas o en el disfrute del trabajo que los nativos le debían a la Monarquí a. A cambio los encomenderos debían ofrecer un cierto bienestar y una correcta evangelización a los nativos. Sin embargo, y del mismo modo que ocurrió con el requerimiento, esos términos pocas veces se cumplían y detrás de la figura jurídica de la encomienda se hallaba un verdadero modelo de explotación encubierto. Es lógico, por tanto, que las limitaciones reales dispuestas en las Leyes Nuevas no gustaron a los encomenderos, en especial a los establecidos en el Perú, y que se rebelaran. Tal fue el rechazo que la Corona tuvo que replantearse su normativa, cedió a buena parte de las demandas de éstos y mantuvo sus privilegios6.

Sin desmerecer el avance territorial y la organización administrativa de América realizada en su reinado, no debemos olvidar que Carlos I siempre se mostró más preocupado por los intereses europeos que por el mundo Atlántico, no en vano poseía el título de emperador del Sacro Imperio Romano desde 1520, cuando fue designado como tal por los príncipes electores alemanes en virtud del derecho a la corona imperial europea heredado de su abuelo paterno. El rey Carlos mantendrá su condición de emperador hasta 1556, cuando abdica en favor de su hermano Fernando y de su hijo Felipe. Al primero le cede el enmarañado y viejo Sacro Imperio Romano y a Felipe el floreciente y joven imperio indiano.

El imperio hispanoamericano de Felipe II

Frente a la política exterior de su padre de clara vocación europea e interés circunstancial por el gobierno de los reinos peninsulares y de los territorios de ultramar, Felipe II forjará un verdadero imperio hispanoamericano a partir de las posesiones americanas heredadas de su padre y extendido a las posesiones lusas en Brasil como consecuencia de la unión dinástica con Portugal en 1580. Es en este momento cuando el sol no se pone en el imperio español .

Durante el reinado de Felipe II no hubo grandes conquistas en América7, pero sí destacadas aportaciones en diferentes ámbitos de la política, la economía y la sociedad que hicieron de las nuevas posesiones americanas un sistema imperial efectivo. Con el nuevo rey se finalizó la organización y establecimiento de las estructuras administrativas y judiciales de los Austrias en América. Felipe II dio a sus dominios de ultramar un gobierno firme aunque, como anota J. Elliott, la eficacia de las órdenes y los decretos que salían de Madrid y El Escorial disminuía inevitablemente con la distancia y se embotaba con la oposición de los intereses locales en competencia8.

Otros aspectos fundamentales del Imperio de Felipe II será la consolidación de la red urbana americana, dentro de la estructura virreinal constituida durante la administración de Carlos I, y la definitiva inserción del Nuevo Mundo en el sistema económico europeo por medio del intercambio comercial atlántico de productos americanos, como el azúcar, demandados por los reinos hispánicos, Portugal, Italia y Flandes, y sobre todo por la necesidad de metales preciosos requerida por la costosísima política exterior europea. Es un hecho reconocido que el oro y la plata americanos, junto con la presión fiscal ejercida sobre Castilla, sustentaron la diplomacia y las guerras contra Francia, Inglaterra, Países Bajos, la Reforma protestante y el Imperio Otomano.

Los ingresos extraordinarios procedentes de las minas de los Virreinatos de Nueva España y el Perú tuvieron efectos negativos de diferente índole en la Península y en América. Por un lado, en España, la ingente llegada de metales preciosos elevó la inflación, impidiendo a la industria castellana competir en Europa por sus altos precios, y contribuyó a un mayor endeudamiento de la Corona al convertirse en la garantía para obtener nuevos préstamos de la banca internacional9. Por otro lado, en América, la extracción intensiva de oro y plata exigió el reclutamiento masivo de fuerza de trabajo indígena –que se hizo efectiva a través de mecanismos de explotación como la Mita en el Perú10-, y del uso de esclavos de origen africano11. Estos dos fenómenos marcarán al devenir de la sociedad hispanoamericana.

El imperio dirigido por unos gobernantes menores

Con la muerte de Felipe II en 1598 se cierra la fase expansiva y de consolidación del Imperio, iniciándose una etapa caracterizada por la debilidad y pusilanimidad de los monarcas españoles. Es por ello que no debe extrañarnos que los monarcas Felipe III, Felipe IV y Carlos II hayan pasado a la Historia como los Austrias o Habsburgos menores .

Felipe III, el piadoso, inicia la dinastía inaugurando el hábito político, que se mantendrá durante todo el siglo XVII en España, de delegar el gobierno en validos. Su reinado, entre 1598 y 1621, se va a caracterizar por una relativa calma exterior como consecuencia de la firma de tratados de paz con Francia e Inglaterra y una tregua de doce años con los Países Bajos. Algunos historiadores han denominado, tal vez exageradamente, su reinado como Pax Hispánica . Lo cierto es que este período de calma internacional tendrá su reflejo en una América pacificada y vertebrada en una consolidada red urbana que permite la explotación eficaz de los recursos naturales y en la que culmina un sistema político y social de castas. La ciudad hispanoamericana será, como afirma Germán Colmenares, el hecho más significativo del Imperio español en América.

La importancia de las ciudades como anclaje del imperio en las Indias ya fue advertida por Isabel y Fernando cuando en 1501 enviaron a Obando a poner orden en La Española y le ordenaron fundar nuevas ciudades, o por el mismo Felipe II cuando promulgó unas Ordenanzas en 1537 sobre el emplazamiento y trazado de las ciudades en América.

Construida de nueva planta y diseñada bajo el modelo castellano de cuadrícula en torno a una plaza mayor o de armas, donde se sitúan la Catedral o la iglesia principal, el Cabildo y las casas de notables, la ciudad será el núcleo político, económico y social de las diferentes regiones americanas.

Las ciudad fue el lugar de residencia del poder peninsular y local (virreyes, presidentes, oidores, etc.) así como base de la convivencia política (Consejo o Cabildo ), era el principal espacio económico y de intercambio comercial regional (gracias una red viaria regional y a un flujo marítimo transatlántico con la Metrópoli realizado por medio de un sistema de flotas y galeones) y también el lugar de implantación de una república estamental excluyente donde la población blanca disfrutaba de todos sus privilegios y desarrollaba una cultura que poco a poco irá adquiriendo tintes propiamente americanos. A este respecto, cabe traer a colación la afirmación del historiador sueco Magnus Mörner, citado por Germán Colmenares12, cuando enuncia que los españoles necesitaron la ciudad no sólo por razones políticas o económicas sino por el propio hecho de mantener su identidad colectiva y preservar su ser europeo . Lo que no hay duda es que el espacio urbano se convirtió en el contexto óptimo donde se manifestaron los valores culturales y sociales importados desde el Viejo Mundo y en el que no había cabida para las culturas ancestrales, afrodescendientes o mestizas. De hecho, la población indígena estaba reducida en una república de indios separada y sólo en la segunda mitad del siglo XVII comienza a incorporarse en la ciudad de blancos. En cuanto a los mestizos, éstos no desarrollaron una identidad propia dentro de esta sociedad urbana de castas, incluso, como indica Colmenares para el caso colombiano, el mestizo sirvió a menudo como instrumento directo de dominación13.

Por último, acerca del sistema de ciudades en América, consolidado definitivamente en la segunda mitad del siglo XVII, cabe señalar que en su seno se irá forjando una relevante autonomía política de facto frente a un poder metropolitano cada vez más debilitado, distante, enrocado en sí mismo, con síntomas de decadencia durante el reinado de Felipe IV (1621-1665) y en franco retroceso con Carlos II (1665-1700) . Este hecho, lleva a afirmar a John Lynch que a partir de 1650 se desarrolla, a través de un acuerdo tácito, una cierta autonomía política de las elites criollas en las Indias que, posteriormente, entrará en confrontación con las Reformas Borbónicas cuando ésta intenten reconquistar el poder en manos de patricios locales americanos. Esta resistencia a perder lo conseguido provocará un estado de descontento general que propiciará un sentimiento antiespañol y revueltas violentas, entre ellas la de los Comuneros en Nueva Granada. En conclusión, durante el siglo XVII, bajo los Austrias menores, cristaliza en América un Mundo urbano muy autónomo que lógicamente se resistirá a las posteriores reformas implantadas por los borbones en el siglo XVIII.

El imperio cambia la dinastía

La muerte de Carlos II sin descendencia provoca un problema sucesorio de dimensiones internacionales. Las principales monarquías del Viejo Continente verán el momento óptimo para situar en la cabeza del Imperio español a un monarca afín a sus intereses. La Casa Real de los Austrias, apoyados por Inglaterra, Países Bajos y Portugal, apoyarán la coronación del Archiduque Carlos de Habsburgo, mientras que la dinastía francesa de los borbones defenderá a Felipe de Anjou como sucesor. El enfrentamiento entre las dos casas reales llevará a Europa y a sus colonias americanas a un largo conflicto bélico entre 1700 y 1714, denominado Guerra de Sucesión Española . En el plano interno, Castilla se adhirió a la pretensión francesa mientras que la Corona de Aragón sostuvo su apoyo a la dinastía de los Austrias. La victoria final fue para el bando Borbón que proclamó finalmente a su candidato como Felipe V rey de España y del Imperio español.

El imperio colonial de los borbones

Hasta este preciso momento no hemos utilizado el sustantivo colonia ni el adjetivo colonial para referirnos al Imperio español en América. He querido preservar tal denominación para el período de los borbones porque si algo va a caracterizar la política borbónica durante el siglo XVIII en España y América será, por un lado, el despotismo ilustrado tan propio del Siglo de las Luces, y por otro, las Reformas en la organización del Estado que para los territorios de ultramar adquirirá dimensiones claramente coloniales opuestas al anterior status bajo los Austrias, en el que América era una parte integrante y constituyente de una monarquía.

Inspiradas en los principios generales de secularidad, racionalidad y eficiencia, las reformas borbónicas iniciadas por Felipe V (1714-1746), continuadas por Fernando VI (1746-1759) y potenciadas con Carlos III (1759-1788), transformaron la estructura del estado peninsular y de las Indias desde el mismo instante en el que sustituyeron el sistema polisinodial de los Austrias por un sistema de Secretarías de Despacho. Pero ¿eran necesarias las Reformas?

Cuando los borbones acceden a la Corona española América era asediada por las grandes potencias europeas en tanto que se había convertido en un mercado apetecido. Lo cierto es que el comercio español prácticamente había perdido América desde la segunda mitad del siglo XVII. Francia y Holanda habían conseguido penetrar en el sistema comercial caribeño e Inglaterra, gracias al Tratado de Utrecht (1713) estaba autorizada a comerciar con la América española con un navío de permiso (que en la práctica serán mucho más) y además poseía el monopolio de la trata de esclavos. Mientras tanto España curaba sus heridas de la Guerra de Sucesión y la América hispana se mantenía en un autogobierno a la orden del rey14.

En la Península el reformismo borbónico actuó sobre la administración y la hacienda (creación de las demarcaciones territoriales, denominadas intendencias, constitución del Banco de San Carlos y elaboración de censos fiscales), se intervino en ámbitos culturales y sociales (reformas urbanísticas en las principales ciudades peninsulares, como nuevos planes universitarios y creación de museos y academias de ciencias), se intentó controlar parte del poder de la Iglesia, e incluso se llegó a legislar contra costumbres, consideradas atrasadas, como el uso de la capa larga.

En el espacio americano también hubo importantes reformas fundamentales que afectaron tanto a las instituciones como a la forma de gobierno. Respecto a las primeras, se suprimió el Consejo de Indias y sus competencias fueron asumidas, en un principio, por la Secretaría de Marina e Indias para más tarde ser repartidas entre las otras Secretarias. También se crearon intendencias y, además, se reordenaron las divisiones virreinales establecidas por los Austrias creándose dos nuevos Virreinatos, en 1717 el de Nueva Granada, con capital en Santafé de Bogotá, y en 1776, el del Río de la Plata, con capital en Buenos Aires.

En cuanto a las innovaciones introducidas en el gobierno de América, los borbones dirigirán una política americanista enfocada a mantener la integridad territorial colonial, ante la amenaza de las potencias europeas y ante el peligro de revueltas internas, y a obtener recursos económicos necesarios tanto para llevar a cabo el plan de reformas como para enriquecer el Estado. Estas líneas programáticas se concretaron en medidas de fomento de la minería y agricultura, en una cierta reforma fiscal, en decisiones administrativas como el traslado de la casa de Contratación de Sevilla a Cádiz y la creación de compañías de navegación para fomentar el comercio, entre otras. Pero la medida más relevante fue la instauración de un nuevo modelo de estado americano que dependía directamente de los funcionarios de Madrid y controlaba absolutamente los recursos del Nuevo Mundo. Para la consecución de este nuevo estado, colonial a todas luces, los borbones decidieron recuperar aquellos derechos y potestades de la Corona que habían sido cedidos, o vendidos, a los americanos en el siglo anterior con los Austrias. Por lo tanto se llevó a cabo un programa de desamericanización de los cargos públicos y una reconquista administrativa , desbancando de la burocracia y del poder regional a los americanos, y sustituyéndolos por funcionarios reales. El resultado final fue el surgimiento de un descontento social criollo generalizado ante el desmantelamiento del estado de consenso no absolutista , propio de la América de los Habsburgo, vigente tácitamente entre 1650 y 175015. Estas reformas, tanto las peninsulares como las coloniales, eran propias del Despotismo Ilustrado instalado en las monarquías europeas del siglo XVIII , cuyo máximo exponente de esta forma de gobierno en el Mundo hispánico será Carlos III.

El rey Carlos III profundizará en las reformas socio-políticas y económicas iniciadas por sus predecesores, con tal determinación que llegará a expulsar a la Compañía de Jesús de América en 176716,e instalará de lleno a el Mundo hispánico en la Ilustración.

El ocaso del imperio español de las indias

El papel de las reformas borbónicas y de la Ilustración ha sido reconocido como un factor esencial en el complejo y multicausal proceso de emancipación en América. No obstante, como se acaba de indicar, en la caída del imperio colonial español confluyeron muchos otros factores, tantos y tan variados, que tal vez, incluso podamos identificar alguno en el mismo momento en el que Castilla arribó a las Antillas e implantó estructuras políticas, económicas y sociales de una Vieja Europa en un Nuevo Mundo, pero ese es otro tema que otros deberán desarrollar.

Referencias

  1. Nuestro recorrido transcurrirá desde 1492 hasta 1788 y estará focalizado en la dimensión secular del Imperio, por tanto los fenómenos relativos a la cristianización y evangelización del imperio no serán tratados específicamente.
  2. Kamen, H. Del Imperio a la decadencia. Los mitos que forjaron la España moderna . Madrid, Ediciones Temas de Hoy; 2006. Págs.155-156
  3. Todo parece indicar que el Atlántico era el único espacio posible de proyección exterior de Castilla. El Mediterráneo y Europa eran coto de Aragón y África.
  4.  La Monarquía de los Austrias se componía de diferentes reinos, cada uno de ellos con su respectivo Consejo.
  5.  La estructura de los virreinatos españoles en América era mucho más compleja. J. Lynch afrima que “entre la Corona y sus súbditos había unas veinte instituciones principales” (Lynch, J. América Latina, entre colonia y Nación . 1ª ed., Barcelona, Crítica, 2001. Pág. 75)
  6. La encomienda no desaparecerá formalmente hasta 1718
  7. El Imperio con Felipe II se extendió en Asia con la conquista de Filipinas por Miguel López de Legazpi (1565-1569) y la anexión de las colonias portuguesas de Macao, Nagasaki y Malaca
  8. Elliot, J. “ España y América en lso siglo XVI y XVII” en Bethell, L. (ed.) Historia de América Latina : América Latina colonial: Europa y América en los siglos XVI, XVII y XVIII . 2ª ed., Tomo 2, Barcelona, Crítica, 1998. Pág. 29
  9. A finales del reinado de Carlos I la Hacienda Real se declaró en bancarrota y durante el gobierno de Felipe II se declarará tres veces: 1557, 1575 y 1596.
  10. La Mita era un sistema de distribución del trabajo indígena o cuota laboral indígena heredada de los incas con condiciones claramente de explotación manifiesta.
  11. A mediados del siglo XVII, hacia 1640, se estima que había 150.000 afrodescendientes en Nueva España y 30.000 en el Virreinato del Perú.
  12. Colmenares, G. Historia económica y social de Colombia –I 1537-1719. 5ª edición. Bogotá: Tercer Mundo,1997.
  13. Colmenares, G. Historia económica y social de Colombia –I 1537-1719. 5ª edición. Bogotá: Tercer Mundo, 1997. Pág. 30.
  14. Elliot, J. “España y América en los siglos XVI y XVII” en Bethell, L. (ed.) Historia de América Latina : América Latina colonial: Europa y América en los siglos XVI, XVII y XVIII . 2ª ed., Tomo 2, Barcelona, Crítica, 1998. Pág. 44.
  15. Lynch, J. América Latina, entre colonia y Nación . Barcelona, Crítica, 2001. Págs. 82 y 136.
  16. La medida respondía en parte al propósito de hacer efectiva la secularización del estado español y en parte como reafirmación del poder que siempre tuvo la corona sobre la iglesia en América a través del Patronato de Indias

Bibliografía

  1. Bethell, L. (ed.) Historia de América Latina : América Latina colonial: Europa y América en los siglos XVI, XVII y XVIII . 2ª ed., Tomo 2, Barcelona, Crítica, 1998.
  2. Colmenares, G. Historia económica y social de Colombia I: 1537-1719. 5ª edición. Bogotá: Tercer Mundo, S.A, 1997
  3. Elliott, J.H. Imperios del Mundo Atlántico: España y Gran Bretaña en América, 1492-1830. 2ª edición. Madrid: Santillana ediciones generales, 2006
  4. Kamen, H. Del Imperio a la decadencia. Los mitos que forjaron la España moderna. Madrid, Ediciones Temas de Hoy; 2006.
  5. Lynch, J. América Latina, entre colonia y Nación . 1ª ed., Barcelona, Crítica, 2001
  6. Thomas, H. El imperio español: de Colón a Magallanes . Barcelona, Planeta,2003