Animales Fantásticos del Nuevo Reino de Granada
El Milagro Recobrado
Los seres de la naturaleza eran realidades visibles, pero también imágenes que ocultaban y transmitían sentidos ocultos; es decir, eran una de las múltiples formas de escritura, tanto divina como humana.
Durante, la Edad Media, las historias de animales, plantas y piedras tuvieron una amplia utilización. Es así como sirvieron de ejemplos didácticos en la enseñanza moral, de fuente para la poesía y de comparaciones amorosas en las encendidas “guerras de amor”, que enfrentaban a quienes profesaban apasionadas teorías que consideraban el sentimiento amoroso como una materia posible de ser fijada en normas y artes. Así, pues, los seres de la naturaleza eran realidades visibles, pero también imágenes que ocultaban y transmitían sentidos ocultos; es decir, eran una de las múltiples formas de escritura, tanto divina como humana.
Para las mentalidades de la Edad Media y sus prolongaciones, las maravillas estaban incluidas en las búsquedas de conocimiento del mundo y del hombre. Con esta tradición fantástica como antecedente, van ingresando los cronistas en la geografía americana. Estupefactos, admirados y temerosos, continuamente se enfrentan a un universo en el que las cosas transcurren con un ritmo distinto al que ellos conocían. Y como no podían hundirse en el “malefi cio” del no-sentido, intentaron relatar una naturaleza –para ellos– insólita por su forma, acogiéndose al lenguaje de lo maravilloso; ese recurso en el que se amalgaman angustias y deseos, y mediante el cual se proyectan contenidos culturales que recrean la realidad.
Los cronistas se dieron entonces a la tarea de proclamar las maravillas del Nuevo Mundo, acudiendo a la autoridad de los antiguos y a convicciones medievales. Mediante la mezcla de términos que relacionan con objetos y realidades familiares, existentes y no existentes, a partir de la comparación van deslizándose cada vez más hacia lo fantástico y acentuando la diferencia de la naturaleza americana, que es el elemento a través del cual se destacará su condición maravillosa. Es así como, en el lenguaje de los cronistas, se puede reconocer una valoración literaria de la naturaleza americana en la que abundará el trazado fantástico de los animales reales, y que seguirá ofreciendo toda la riqueza de los significados simbólicos.
La visión fantástica y extraordinaria de la naturaleza americana, arraigada en el tratamiento medieval de estos aspectos, testimonia estéticamente las expectativas utópicas y quiméricas concentradas en torno a América y su valioso signifi cado como parte esencial de ese proceso de descubrimiento capital, en palabras de Octavio Paz, debido a Europa: “no hay un solo tipo de hombre; el hombre es plural, el hombre es muchos hombres y cada hombre representa algo precioso y único”.
Cuando se demostró que estaban habitadas las partes de la tierra que se consideraban despobladas, paulatinamente se fue evolucionando desde las ideas que simplifi caban el mundo entre el bien y el mal, lo bello y lo feo, hacia el reconocimiento de la coherencia entre los espacios y los seres; es decir, en el mundo poblado de reflejos invertidos, adicionalmente se contemplarán las expresiones de Otro Mundo, que ya no podrá ser el mundo al revés, sino el testimonio de un misterio que aproxima de una manera más plena al conocimiento de una tierra única y diversa. De esta forma, en medio de incertidumbres todavía hoy no resueltas, comenzó el palpitar del Universo. En él cada ser tiene su lugar y sus particularidades son valiosas porque con ellas se complementa el espacio desde el que se hace posible la vida. Talvez aquí reside la belleza de los monstruos y de las maravillas. Y su abundancia en América fue poderosamente signifi cativa porque con ella se completó (“salvó” o confi rmó) la belleza, semejanza o diversidad del Universo, que hasta entonces solamente había sido imaginado o conocido por Dios.
El Nuevo Mundo no hubiera podido sostenerse como imagen de los paraísos posibles, si no se ubicaban y reconocían en él los monstruos humanos, los animales maravillosos, las plantas increíbles y los minerales quiméricos. Por lo tanto, las crónicas de Indias ofrecen es este aspecto singularidades sorprendentes, tal como veremos con especial referencia a los animales fantásticos del Nuevo Reino de Granada.
El perico ligero
A través de las crónicas de Indias el universo de lo imaginario se enriquece constantemente con la introducción de nuevas maravillas. Este aspecto se puede apreciar en la transformación del Perico Ligero (el perezoso), en un animal digno de la Ínsula Firme de Amadís de Gaula y de sus encantamientos. Antonio de León Pínelo, lo cuenta así en su libro El Paraíso en el Nuevo Mundo: “Llamado Zutin en el Nuevo Reino de Granada; en su lento ascenso del árbol cada vez que levanta el pie o la mano, da seis gritos en tal tono o proporción musical que a ser conocido en nuestro orbe, entendiéramos que de sus voces habían aprendido los hombres a entonar los seis puntos de la solfa, porque repitiendo el ‘Há’ seis veces, forma y entona con toda propiedad, los seis tonos musicales. Tarda tres días en subir a lo alto de los árboles, y arriba se está veinte o treinta sin bajar, y por esto, se entiende que se sustenta del viento, y se sube a lo alto donde más corre”.
El tominejo inmortal
Uno de los mayores puntos de atracción de la fauna americana para los hombres de Europa, será una avecilla que puesta en la balanza su peso no excedía el de un Tomín, y su tamaño era menor que el de los cigarrones. Fray Pedro de Aguado aseveró que en tierras neogranadinas el tominejo, pintado de finos colores verdes, azules y amarillos, por octubre, cuando le falta el sustento de las flores, se retira al monte y en él busca algún árbol, y asentándose en un ramo se adormece o se muere, y así queda hasta el abril siguiente. Y cuando empieza a tronar para llover entonces despierta, y vuela y resucita. Por su parte Fray Juan de Santa Gertrudis abre las puertas de lo insólito:
“Pegado de un palito hay un chaquetón como el que usan los marineros. Blanco como el algodón, pero no de seda ni de algodón, ni tampoco de lino y no hay lana en el mundo tan blanca como aquello: es el nido para dormir que se fabrica el tominejo. Dentro de las mangas mete las alas, y dentro de la capucha la cabeza y en las faldas tiende la cola, y de un lado y de otro agarra con los pies y se cierra dentro, que cuando está cerrado no enseña sino el pico; dicho chaquetón tendrá cuatro dedos de largo y dos y medio de ancho”.
Agueros y misterios de las aves
En Antioquia, españoles e indígenas estaban seguros que cuando cantaba el Guacayua, sobrevendrían muertes y desgracias, a tal punto que su nombre se trocó por el de “pájaro Valdivia”, porque antes que fuera incendiada la casa de este caballero, las aves le cantaron durante tres o cuatro días. En otras partes de este Reino vivían los Otomeyes, que daban unos silbidos melancólicos. Como nadie los ha visto, ni se han podido coger nuevamente, ya no se recuerda ni su figura ni su forma. Se dice que ahora hay menos aves porque no se conservan los nombres antiguos. Por ello cabe preguntarse, ¿dónde estará ahora, es decir, cómo se llamará aquel pájaro de cabeza grande y negra, pico amarillo, pechos y espalda blancos, patas cortas y pegadas a un cuerpo largo y grueso? Si era cazado antes de cuatro días, al abrirlo se encontraba en él un carbón que auguraba la muerte o una piedra preciosa que vaticinaba prosperidad, y su carne se partía en trozos pequeños para que muchos indios tuvieran parte de la buena suerte. Pero si no era posible atraparlo antes de cuatro días, el pájaro llamaba al viento y se levantaban grandes olas que ahogaban a los cazadores.
Pajaros artesanos
Aristóteles y Claudio Eliano coinciden en que la Oropéndola y el Oropéndolo son unos linces para lograr el sustento y que demuestran mucha paciencia para soportar el aprendizaje. A Basilio Vicente de Oviedo le será dado ampliar estas informaciones de los antiguos, destacando que las oropéndolas del Nuevo Reino fabrican mochilas de paja bien tejidas, en las que se puede cargar cual quier cosa y que estas aves no trabajan en días festivos.
Una fiera cartagenera que es y no es
Durante mucho tiempo, ni fi lósofos ni santos supieron cómo expresar la realidad de esos cuerpos “sin forma precisa”, que plantearon la duda de si acaso no se debían a cruces adulterinos sucedidos con posterioridad al momento de la “creación de todos los animales”. Estas incertidumbres rodean fieras como la Mantícora, vista y descrita por el padre Sandoval, en Cartagena de Indias, como un animal originario de Etiopía que tiene tres órdenes de dientes, encajados unos en otros como peines, ojos zarcos, rostro y orejas como de hombre, cuerpo de león y una cola como de alacrán, con la que hiere la carne humana que apetece con vehemencia, mientras hace sonar su voz en la que se distinguen simultáneamente los sonidos de una flauta y de una trompeta.
El carbunclo
Para muchos hombres de la época de los descubrimientos era concebible que existieran seres intermedios entre los grados sensitivo y mineral. Según Antonio de Herrera, por el influjo vital de la tierra americana, había Carbunclos; una especie de perrillos poco visibles, con una piedra resplandeciente entre los ojos, sobre la que echaba el párpado al menor ruido. La principal de las piedras color de fuego, el Carbunclo, se transformaba en el Nuevo Reino de Granada, en el alma de un animal de forma oculta. Se sabía que para que la piedra conservara sus virtudes era preciso tomarla antes que muriera “la especie de perrillo”, porque de lo contrario se enturbiaba. Gonzalo Fernández de Oviedo, relacionó la piedra ostentada por el animal neogranadino con la Dracontites, una de las doce especies del Carbunclo, sobre la que San Isidoro precisó que se extraía del cerebro del dragón, esparciendo hierbas drogadas para provocarle el sueño y extraerle la gema mientras dormía. No se conservan documentos que testifiquen si intentaron los españoles en América los encantamientos descritos por San Isidoro; se sabe sí que la motivación para tener una de esas piedras residía en sus virtudes de ahuyentar y apartar el aire venenoso, reprimir la lujuria, dar sanidad al cuerpo, quitar los malos pensamientos y reconciliar amigos y enemigos. De otra parte, la belleza del carbunclo, particularmente la de variedad macho, atraía poderosamente con las siete estrellas que resplandecían desde su interior.
El llorador y el pozma
Animales que eran como vapores y exhalaciones alcanzaron en América luz y color con extensión sufi ciente como para poder ser vistos o escuchados, aunque no por ello perdieron su condición de seres fugitivos. Cuenta Antonio de León Pínelo en su crónica, que recorría el Nuevo Reino de Granada un animal que relumbraba de noche y desaparecía durante el día. Era como un galgo grande que se acercaba a donde sentía movimientos humanos y lloraba como un niño, devorando a todo aquel que se acercaba. Para librarse de esta amenazante presencia los indios salían de sus casas llevando tizones encendidos, porque cuando advertían el fuego los lloradores huían despavoridos.
Para el mismo cronista, no menos secreto que el llorador fue el Pozma: un gozque negro de fea catadura y hocico largo, a modo de tejón. Según Pínelo, la fealdad que produce a la vista es solamente comparable con la suavidad que genera al oído. Porque, “es cosa peregrina, canta con tanta melodía y del mismo modo que un jilguero”.