19 de noviembre del 2024
 
Andrés Rosillo y Meruelo, como Rector del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, entre 1802-1806. Óleo atribuído a José Celestino Figueroa.
Octubre de 2012
Por :
Isidro Vanegas Useche

Andrés Rosillo, un revolucionario inquietante

Nacido en 1758 en el Socorro, Andrés María Rosillo y Meruelo fue tanto un personaje clave en la
 celeración de la revolución en la Nueva Granada, como alguien en quien los equívocos y las vacilaciones de esa revolución se muestran muy bien. En una época en que la virtud republicana se presentaba como uni mperativo, Rosillo fue para muchos de sus contemporáneos simplemente un “pícaro”. Sus biógrafos tampoco han podido omitir su carácter ambicioso, su volatilidad, su falta de templanza. Tratando de comprender esas flaquezas, Rosillo deber ser restituido al escenario de grandes cambios e incertidumbres que fue la revolución en la América hispánica.

Hijo de un comerciante de origen peninsular, al momento de entrar a estudiar al Colegio Mayor del Rosario la familia de Don Andrés gozaba de pocos bienes de fortuna aunque conservaba una posición distinguida en la Provincia del Socorro. Graduado de abogado en 1781, se hace catedrático de su Colegio y litiga en los tribunales en Santafé, pero su suerte no le satisface. Confiado en sus capacidades oratorias, opta al año siguiente por la vida eclesiástica. “Mi lengua es suelta y convengamos en que los clérigos no podrán ganarme”, escribe a un amigo. Un inquieto itinerario lo llevará entonces por diversos cargos y establecimientos religiosos del centro del Nuevo Reino hasta ser Magistral de la Catedral y rector del Colegio del Rosario en 1802.

La energía, la desenvoltura, las capacidades de Rosillo lo han hecho sobresalir en la capital del Virreinato, posee además una fortuna regular. Nada permite pensar que esté descontento con las autoridades. Por el contrario, durante la misa celebrada en febrero de 1805 en agradecimiento al Monarca por la distribución de la vacuna contra la viruela en la Nueva Granada, Rosillo dedica el sermón al valido del Rey, Manuel Godoy, y elogia el gobierno de la monarquía española como el mejor que pueda apetecer el hombre. Con esto Rosillo no hace sino expresar la voz general. Nadie piensa en cambios de gobierno o en revolución. Como en la revolución francesa o norteamericana, antes de la revolución no hay revolucionarios. De ahí que Rosillo nos pueda ayudar a entender una revolución profunda que, como todas, sobrepasa las palabras, las intenciones y los movimientos de sus actores.

El momento Rosillo en la Revolución

En 1808 la sólida arquitectura de la monarquía española se agrieta, y con ella, el tejido de relaciones sociales que se instituía a partir de la autoridad del monarca.La invasión de los ejércitos napoleónicos hace insalvables las disputas internas entre las facciones que se venían disputando el poder. Cuando en mayo de ese año los reyes, padre e hijo, abdican en favor de Napoleón, y este transfiere la corona a su hermano José, la monarquía toda responde con un impulso afi rmador de la hispanidad. El entusiasmo de la lealtad a Fernando VII es de una magnitud proporcional al rechazo a la dominación francesa, juzgada como un anatema contra la religión y el buen orden de la sociedad.

El pánico ante un inminente sometimiento a un orden político indeseado provoca la creación por toda la península de juntas conservadoras de los dereentusiasmo la Junta Central, el siguiente organismo político de la monarquía que, tratando de afi rmar la lealtad americana hace en enero de 1809 una aseveración que tendrá efectos turbulentos: los dominios americanos no son “colonias, sino parte esencial e integrante de la monarquía”. En consecuencia de esa afirmación llamó a cada virreinato y capitanía a elegir un Diputado a que  tomara asiento en su seno.

El inquieto Rosillo es de los que mejor capta en el Nuevo Reino las potencialidades de la crisis de la autoridad monárquica. Aunque a los americanos es resultaba evidente lo inequitativo de la representación que se les otorgaba respecto a los peninsulares, la elección del Diputado fue asumida con calor. Rosillo movilizó sus esfuerzos para hacerse escoger por algún Cabildo, y escribió cartas proponiendo su candidatura, la cual justificó con sus talentos, su rectitud, su conocimiento del Reino y su independencia de carácter. En este acto interesado hay un giro revolucionario en la experiencianeo granadina de la noción de representación: el representante no surge de un acto de revelación sino que fragua su propia posibilidad de terminar coincidiendom con el representado. El complicado mecanismo de elección da por resultado la elección en septiembre de 1809 de Antonio de Narváez como Diputado del Reino.

En todo este tiempo la extrema fragilidad de la autoridad no ha podido ser conjurada, mientras que los ejércitos franceses consolidan sus posiciones. En América la igualdad también se piensa como posibilidad de erigir autoridades firmes ante el peligro de dominación extranjera, es decir francesa. Bajo este fundamento en agosto de 1809 Quito destituye las autoridades y crea una Suprema Junta Gubernativa que invita a Santafé a hacer otro tanto. Presionado, el Virrey Amar convoca una Junta de Notables para deliberar acerca del mejor camino a tomar ante los sucesos de Quito. La reunión no solo tiene de novedosa la tensión que la recorre, sino una división entre los peninsulares, más proclives al uso de la fuerza, y los americanos, inclinados a la persuasión. Estos llegan incluso a pedir la creación de una Junta en Santafé: el Magistral Rosillo es uno de los más elocuentes defensores de esta propuesta. Desde mediados de 1809 la crisis no dejará de ganar en complejidad, alimentada no solo por el temor a la disolución de la sociedad sino por imprecisas esperanzas en obtener una intervención más amplia de los americanos en el gobierno o en una mayor libertad. Sin embargo, no avizoran algo distinto a una monarquía renovada.

A finales de septiembre Rosillo visita a la Virreina y le propone participar en un movimiento destinado a proclamar a su marido, Antonio Amar, como Rey. La ciudad está intranquila con pasquines y rumores, que difunden “perniciosos principios”. Las autoridades juzgan esta perturbación de la tranquilidad pública como una estratagema destinada a “corromper la lealtad y sencillez de los buenos Vecinos”, y se deciden a cortar el mal. A mediados de Octubre el Virrey oficia a la Real Audiencia para que se encargue de una denuncia según la cual en la casa del Magistral Rosillo “se tratan cosas contrarias al buen orden y subversivas del Gobierno actual”. Dos semanas después la Audiencia ordena que sean arrestados y enviados a Cartagena el Oidor Baltasar Miñano, Antonio Nariño y Andrés Rosillo, a quien no pueden hallar pues ha partido hacia la Provincia del Socorro.

Sin tener un plan defi nido, y ni siquiera unos objetivos claros, algunos santafereños se involucran en actividades subversivas. El 10 de Noviembre de 1809 un puñado de entusiastas inicia una tentativa de apropiarse de las armas de un grupo de soldados que había partido para Quito. Cuando el proyecto es suspendido, dos sobrinos de Rosillo que han estado involucrados comienzan con su tío el peregrinaje hacia el Socorro, para finalmente marchar a los llanos a iniciar un levantamiento armado. Proclamándose leales a  Fernando VII y alertando contra la entrega del Reino a la opresión francesa mediante maniobras del Virrey, los insurrectos intentan en vano consolidar una fuerza armada, para finalmente ser desarticulados y apresados.  Sus líderes son ejecutados sumariamente.

Rosillo, entre tanto, había sido apresado a finales de Noviembre, luego de haber tratado de seducir a algunos para que juntaran “gente para alzarse contra los españoles y su gobierno”. En la indagatoria Rosillo negó tener intenciones subversivas, y deslizó a otros santafereños la responsabilidad por algunas proclamas que le hallaron, pese a lo cual es dejado en la cárcel.


La revolución clerical

El 21 de Julio de 1810 Rosillo fue sacado de la cárcel en hombros de una multitud, entre la que se contaba un gran número de curas, convertidos en entusiastas promotores de la nueva autoridad. Tan decisiva habría sido la participación de los curas en esta etapa de la revolución, que tres años después Jorge Tadeo Lozanola definió como una “REVOLUCIÓN CLERICAL”: “Sacerdotes fueron los que dirigían el impulso del Pueblo en todas sus operaciones, no solo en esta Capital, sino en el Socorro, Pamplona, y el Reino entero”, escribió Lozano. A muchos cargos importantes fueron llevados religiosos, y Rosillo fue uno de los más distinguidos. Miembro de la Suprema Junta de Santafé por aclamación popular, fue también elegido por la Provincia del Socorro como Diputado al Congreso General del Reino que se instaló en diciembre de 1810. Encarcelado por Nariño en Enero de 1812 acusado de estar “tramando conspiraciones contra el Estado”, al año siguiente lo encontramos en el acto de plantación del árbol de la libertad haciendo un discurso donde diferenció  libertinaje y libertad, y meses más tarde formando parte de la comisión encargada de recaudar un empréstito forzoso para el Gobierno. Este ámbito de intervención política de Rosillo fue más amplio, pero queremos detenemos en su participación en los debates al interior de la iglesia donde también tienen lugar las transformaciones que sacuden toda la sociedad. Esta se ve lanzada a una inestabilidad que proviene de la  progresiva desaparición del monarca como figura unificadora de un orden al parecer trascendente.

La Suprema Junta del Socorro considerándose depositaria de los derechos del pueblo de su jurisdicción para darse su forma de gobierno aprobó el 10 de diciembre de 1810 la erección de un Obispado, argumentando además que así se podrían atender mejor las necesidades espirituales de los habitantes y las demandas de los más pobres a cuyo objeto se destinaban parte de los ingresos por diezmos. Al día siguiente se procedió a la elección del Obispo, resultando ganador fácilmente Andrés Rosillo, quien era uno de los principales inspiradores de esas determinaciones que pese a dejarse sometidas a la aprobación papal, no dejaron de escandalizar a las autoridades eclesiásticas de Santafé. Estas no dudaron en calificar los pasos de los socorranos como un cisma dado que pasaban por alto no sólo las jerarquías eclesiásticas neogranadinas sinoal mismo Papa, único a quien competía la creación de Obispados. Todo esto condujo a controversias, escritos y roces no sólo entre los eclesiásticos sino también con los vecinos de San Gil, que hicieron duros reproches.

Fulminados los rebeldes por la autoridad eclesiástica, Rosillo no pudo ejercer su dignidad sino fugazmente, y pidió su readmisión a los cargos de los que había sido alejado presentándose como exento de responsabilidad  en el cisma. Reintegrado, se ocupó con entusiasmo de la campaña por lograr que el Gobierno de Cundinamarca admitiera al Arzobispo Juan Bautista Sacristán, de quien se sospechaban simpatías con la  Regencia, pero cuya ausencia, expresó Rosillo, ahondaba las tendencias a la disolución social. Como miembro del Cabildo Eclesiástico, Rosillo participó igualmente desde marzo de 1813 en el debate de la propuesta del  Congreso de las Provincias Unidas para que se realizara un “convento eclesiástico” con participación de las distintas Provincias de la Nueva Granada, como medio para regularizar las relaciones con el Vaticano y para lograr el reconocimiento del nuevo gobierno. Las autoridades eclesiásticas se mostraron de acuerdo, pero vacilaron en la manera de realizar el evento, inquietos por una asamblea general con amplio número de representantes, con lo que Rosillo se mostró por el contrario de acuerdo.

En 1814 los temores de la reconquista cobraron cuerpo, produciendo una agudización de las tensiones sociales en medio de las cuales se pronunciaron inusuales reproches a los “nobles” y el clero a quienes se aludió como eventuales enemigos de la libertad e independencia americana. Rosillo contribuyó a alimentar ese estado de ánimo publicando un folleto en el que sostuvo que tanto los Gobernadores del Arzobispado como muchos clérigos eran enemigos de la libertad, y hacían de la religión un instrumento contra los patriotas. Como el Poder Ejecutivo, en razón de la protesta de los Gobernadores del Arzobispado, recogiera la proclama, Rosillo replicó con otro folleto de título elocuente:“A mis compatriotas en defensa de una proclama que el Poder Ejecutivo mandó recoger, a impulso del Eclesiástico, por antirreligiosa. La libertad de la imprenta será vana e ilusoria, si no se apoya en unas leyes capaces de asegurar su existencia y preservada de los golpes de la arbitrariedad”.

Rosillo es a la vez un defensor de la potestad de la iglesia para administrar los diezmos, y ese mismo año critica a quienes sostienen que ha pasado a recaer en los pueblos americanos el derecho de patronato debido a que ha sido a expensas de ellos que se han fundado iglesias y se ha sostenido el culto. Pero en 1815 la viabilidad de los gobiernos independientes tiene poco sustento, y Rosillo parece cambiar de parecer. Como lo indican unos versos burlescos que circulan en Santafé, es percibido como un hombre caprichoso y voluble, alguien que de “patriota exaltado” ha pasado a “adular al poderoso” Morillo. En noviembre de 1815 el Tribunal de Vigilancia ordenó el arresto de Rosillo y una semana después su destierro en Cali. Allí lo encuentran las autoridades de la reconquista, quienes lo condenarán al destierro en España, donde permanecerá tres años. De regreso tendrá una vida política no menos accidentada. Muere en 1835. 

Bibliografía

  • José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada, t. 3, Imprenta i estereotipia Medard Rivas, Bogotá, 1889.
  • Jorge Tadeo Lozano, “Discurso que ha de pronunciar en la apertura del Serenísimo Colegio Electoral de Cundinamarca el C. Jorge Tadeo Lozano, Brigadier de Ejército, y representante del Distrito de Chocontá”, Santafé de Bogotá, 1813.
  • Horacio Rodríguez Plata, Andrés María Rosillo y Meruelo, Academia Colombiana de Historia, Editorial Cromos, Bogotá, 1944.