AMORES Y PASIONES DURANTE LA INDEPENDENCIA
Amores y pasiones durante la independencia
Durante las luchas por la independencia muchas fueron las historias y los relatos de amor y pasión. Algunos se consideraron reales y verídicos y otros se recuerdan como un simple mito. La participación de las mujeres en aquellas guerras tuvo un carácter trascendental, no simplemente porque se desempeñaron en labores que los hombres no realizaban en su cotidianidad como cocinar, remendar, lavar y realizar uno que otro cuidado médico, sino porque en muchos casos se convirtieron en consejeras, mensajeras y, por encima de todo, en la gran motivación para que los combatientes mantuvieran vivos el coraje y sus ilusiones. En ese sentido, los sueños de la libertad y la patria naciente convivieron con las pasiones más fuertes puras del amor que se profesan los enamorados. Durante estas batallas muchas mujeres tuvieron un rol dominante frente a su amado, como también lleno de valentía hasta llegar a tomar las armas y participar en discusiones políticas e ideológicas, con el fin de lograr el sueño Libertario sin dejar de lado las responsabilidades de la familia. Además de los casos mencionados en estas páginas, tenemos otros más:
Una joven emigrada
Angélica, una joven tunjana de 13 años, no sabía lo que le ocurriría unos años después luego e responderle a su madre “…si no me casara con este caballero, me encerraría en un claustro, porque tal vez si vuestra merced me diera otro esposo, no tendría para obedecerle”. Esa fue su actitud ante la propuesta de matrimonio por parte de José V., un joven tunjano que al verla quedó vivamente enamorado. Luego de un año de matrimonio, el movimiento de 1810 marcaría su vida y su relación con su amado Pepe, ya que él anhelaba la libertad de la patria. A pesar de haber sido nombrado intendente del Cocuy, las acciones de las tropas realistas hicieron corta u estadía y los jóvenes esposos emprendieron una travesía hacia las llanuras del Casanare, dejando a su hija Delia y llevando consigo a su hijo Cecilio que nació durante el trayecto. Esta tímida, sensible y tierna dama se defendió en la ausencia de su marido mientras cumplía con sus compromisos militares. Uno de los hechos notables de la valentía de aquella mujer ocurrió mientras se encontraba con su hijo y dos criados en un pueblo de indios mansos, que al ser invadido y atacado por los indios guahivos, huyeron despavoridos y ella quedó sola. Llena de valor cogió el arma que tenía en la casa y dio varios disparos al aire dispersando la turba que dejó tres heridos, que ella cuidó como si fueran suyos. Acto que la población le agradeció y que con orgullo y preocupación le relató en una carta a su amado Pepe.
Ante su hazaña, al igual que su esposo, ella se ganaría el agrado y el cariño de los soldados criollos que velaron por su seguridad y que frente a las tropas españolas en más de una ocasión acataron sus disposiciones y respondieron a sus arengas, algo inusual en aquellos tiempos. La envidia y las calumnias eran cosa de todos los días entre las tropas y Pepe no fue ajeno a ello. Angélica debió entrevistarse con Bolívar, en defensa de su esposo, e hizo que lo libraran de falsas acusaciones y de una posible ejecución injusta. Todo por el honor y honra de su esposo.
Antúnez: en el acta no apareció
Bien puede decirse que es uno de los hechos curiosos de que se tiene noticia en el día de la reyerta del 20 de julio de 1810 en Santafé de Bogotá, y del cual se dio fe por los partícipes del levantamiento, además de quedar registrado en el diario del padre Jerónimo Almeyda. Don José de Antúnez quedó embelesado con la belleza y encantos de la española doña Ángeles Martínez de Ponce. Ella también le respondió con agrado, a pesar de que era casada.
Da la casualidad que ese día al pasar Antúnez por el frente de la casa de doña Ángeles, ella se encontraba asomada en la ventana. Después de una breve charla sobre lo que estaba sucediendo, ella lo invitó a pasar y él aceptó encantado, cambiando su destino que era el de llegar donde se discutía el proceso de revolución. Se dice que la pareja se consumió en un mar de abrazos, besos, caricias y palabras de amor, mientras el alboroto de la ciudad y su ambiente de revolución pasó a un segundo plano, ya que él no podía dejar de pensar en su hermosa doncella, quien lo embriagó con su ternura. Se cuenta que Antúnez pensaba en su fervor revolucionario, pero le era imposible abandonar a su amada en ese momento y menos cuando
al enlazarlo con sus piernas ella le dijo:
“No puedes dejarme, ¡estoy sola! Ya irás mañana, nada tienes que hacer en medio del revuelo y la gritería”. Al amanecer del 21 de julio por fin salió Antúnez, cuando ya estaba constituida la Junta Suprema y firmada el Acta de Independencia, que quedaron sin su presencia y sin su firma por los arrebatos del amor.
Una “vieja pedigüeña”
En 1821 el prócer Antonio Nariño y Álvarez adelantó un papel protagónico en el curso de las deliberaciones adelantadas en la Villa del Rosario de Cúcuta que dieron como resultado la Constitución de la República de Colombia. En ese contexto, Nariño ocupó el cargo de vicepresidente interino y tuvo un fugaz encuentro con Mary Courthope Ballard, una joven británica, viuda de James Towers English un oficial de la legión extranjera que comandaba James Rooke. Towers English llegó a América a comienzos de 1818 y se afirma que en la batalla de Ortiz le salvó la vida a José Antonio Páez. Volvió a Inglaterra para reclutar más soldados y regresó con su nueva esposa con la que acababa de casarse en Londres, en enero de 1819, él de 37 y ella de 30 años.
Los resultados de las acciones militares en las que participó English como integrante de la Legión Británica fueron irregulares: salió victorioso en la toma de “El Morro”, una fortaleza en Pepe no fue ajeno a ello. Angélica debió entrevistarse con Bolívar, en defensa de su esposo, e hizo que lo libraran de falsas acusaciones y de una posible ejecución injusta. Todo por el honor y honra de su esposo. Barcelona, Venezuela; pero sufrió una derrota poco después en Maturín el 7 de agosto de 1819, lo que le valió reproches de parte del general Rafael Urdaneta. English adujo razones de salud para su mal desempeño, las que resultaron ciertas porque falleció a causa de la fiebre amarilla el 26 de septiembre de 1819. En esas circunstancias la esposa de English quedó viuda en tierras extrañas a pocos meses del matrimonio y en una situación
Económica muy difícil.
El adverso escenario para esta viuda, que tuvo fama de ser muy bella, no encontraba solución al cabo de cerca de dos años. Le aconsejaron presentarse en Villa del Rosario de Cúcuta donde se encontraban reunidos los dirigentes del nuevo país en las deliberaciones constitucionales para que buscara el pago de los sueldos de su difunto esposo e incluso una pensión de guerra. Logró entrevistarse con Antonio Nariño para exponerle su situación y hacerle las solicitudes económicas a las que consideraba tener derecho. La entrevista con Nariño condujo a mayores contrariedades. Nariño le expresó que en sus manos no estaba la solución de sus problemas económicos y que el asunto habría que llevarlo a otras instancias. La viuda English salió con un gran disgusto de la reunión y de inmediato le informó al general John Devereux lo que ocurrió a puerta cerrada, situación que al parecer no solo afectó más su economía sino que hirió su honor. Devereux le escribió a Nariño el 30 de mayo de 1821 una nota en la que tácitamente lo retó a duelo para reparar el honor de su amiga viuda. De inmediato Nariño ordenó la detención de Devereux y el incidente cobró repercusiones políticas en la medida en que los opositores a las ideas de Nariño lo utilizaron en su contra. Al parecer, el honor de la viuda no se irrespetó por eventuales insinuaciones de Nariño, como llegaron a decir algunos, sino porque este le pidió certificar su matrimonio con English, ya que se decía que el asunto no era claro porque en las informaciones matrimoniales los cónyuges británicos habían mentido por no ser él soltero ni ella viuda. Las pretensiones económicas de la viuda English no tuvieron respuesta en 1821. En 1844 la viuda, ya casada con otro británico, continuaba reclamando por los servicios de su anterior marido en la independencia. Murió en 1846 en su hacienda “Pescadero” en cercanías de Cúcuta. Alberto Lleras Camargo afirmó en la sesión solemne de la Academia Colombiana de Historia en que se conmemoró el bicentenario del nacimiento de Nariño: “Al más casto de nuestros próceres se le pretende inventar una aventura senil con una vieja pedigüeña que reclama, detrás de los ejércitos libertadores y de los primeros congresistas, una pensión como viuda de un soldado de fortuna que acompañó, sin pena ni gloria, a los ejércitos del Orinoco y de Apure”. •
N.L.S. y J.C.R.G.
Fuentes
Correa de Rincón, Evangelina. Los emigrados: leyenda histórica, Bogotá, Imprenta de Medardo Rivas, 1869; Monsalve, José Dolores. Mujeres de la Independencia, Bogotá, Imprenta Nacional, 1926. Vitta Castro, Juan. “Nariño y el caso de la viuda inglesa”, Boletín de Historia y Antigüedades, Bogotá, Academia Colombiana de Historia, No. 853, diciembre 2011.