La paleta que se puede formar a partir del azul de jagua, exacto en tonalidad al azul sintético denominado carmín de índigo o indigotin. Foto: CORTESÍA ECOFLORA CARES
La paleta que se puede formar a partir del azul de jagua, exacto en tonalidad al azul sintético denominado carmín de índigo o indigotin. Foto: CORTESÍA ECOFLORA CARES
19 de Marzo de 2024
Por:
Amira Abultaif Kadamani*

¿Por qué obtener un color a partir de especies vegetales es tan difícil, sobre todo si se trata del más escaso en la naturaleza? Esta es la historia de cómo una empresa colombiana halló el 'Santo Grial' para la industria de alimentos y bebidas: un pigmento azul de origen botánico. 

Azul profundo: así se desarrolló un nuevo pigmento

UN DÍA DE 2005, cuando Nicolás Cock Duque hacía uno de sus recorridos habituales por la plaza de mercado de Quibdó, se percató de una fruta que no conocía, y le pidió a la indígena que atendía el puesto que se la mostrara. Tan pronto la partió, unas venas azulosas, casi negras, brotaron desde una carnosidad blanca, compartimentada y fibrosa. La mujer, emberá, le dijo que esa baya del árbol de la jagua (Genipa americana), además de tener grandes propiedades nutritivas y medicinales, se usaba como pigmento para tatuajes temporales. Y con esa imagen y explicación cundió en él euforia pura ante una certeza absoluta: había encontrado, por mera serendipia, el color primario que faltaba para que, junto con el amarillo y el rojo existentes, se pudiera crear una paleta cromática genuinamente natural, en múltiples tonos y gamas. Así, se cerraba el círculo.

Cock nunca se hubiera imaginado que el azul fuera crucial. Pero dos años atrás, Klaus Dürbeck, un consultor alemán experto en ingredientes naturales, le había dicho que el 'santo grial' de la industria alimenticia era un colorante azul natural estable al pH ácido, novedad que representaría una gran oportunidad de negocio para contrarrestar el extensivo uso de sintéticos, derivados del petróleo, en un mercado global que ronda los 4.000 millones de dólares.

El hallazgo era una enorme promesa, pero faltaba someterlo al cedazo del método científico y el tanteo comercial para comprobar su efectividad y bondades. Fue un ejercicio de inmersión y creación de conocimiento, tecnologías, marcos regulatorios, ensayos y procesos operativos. En diciembre de 2023 culminó la primera fase para ese contundente ciclo: la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA en inglés) aprobó el azul de jagua como colorante natural para la industria de alimentos y bebidas, el quinto en ser autorizado en 30 años. En el segundo trimestre de 2024 se prevé que la Comisión de Aditivos Alimentarios del Códex Alimentarius de la FAO y la OMS también lo autoricen, con lo cual se abre la puerta para su uso en más de 180 países, y que hacia fines de este año la agencia homóloga europea, EFSA, haga lo propio.

 

El artífice de esta osadía es Ecoflora Cares, una pyme certificada como Empresa B, con varias patentes nacionales e internacionales y tres unidades de negocio: colorantes naturales, bioceras e ingredientes funcionales botánicos. Se incubó en un floricultivo con el desarrollo de biopesticidas para enfrentar una plaga voraz que, entre 1997 y 1998, estaba arrasando las flores y que no cedía con el agresivo coctel de agroquímicos usados. Dado el éxito de aquellas formulaciones vegetales, esta empresa se constituyó oficialmente con el ánimo de producir y comercializar bioinsumos y soluciones de productos provenientes de la biodiversidad.

Su presidente ejecutivo y cofundador es Nicolás Cock Duque, un ingeniero civil paisa con maestría en política ambiental y de recursos naturales en Estados Unidos, quien, muy temprano en su vida laboral, no se sintió afín con la clásica visión de desarrollo, por miope y coja, al no ver la necesidad de cuidar y aprovechar el medioambiente e integrar sosteniblemente sus potencialidades en la movilidad social. A su regreso a Colombia en 1999, empezó a labrar ese camino a través de Ecoflora Cares, gracias a muchos aliados y apoyos.

Aquí, una aproximación a la historia de cómo una sensación producida por la luz y su reflejo en los objetos conforme a la definición más básica de color, se vuelve capital de alto valor. 

Los tiempos de adopción son prolongados, pero en los dos primeros meses del año ya vendimos 40 % de todo el 2023, lo que demuestra que hay tracción”, asegura Cock Duque. 

¿Cómo es esa magia de que de un fruto blanco brota un líquido azul?

Al principio fue un gran misterio y, precisamente, buena parte del desarrollo tecnológico e investigativo y de las patentes que tenemos fue posible por haberlo entendido. De manera natural y espontánea, en el fruto se da una reacción de sustancias: la genipina, que es la precursora del azul, y una proteína. El uso ancestral ha sido como pintura corporal y eso se da porque la genipina interactúa con las proteínas de las células de la piel, permitiendo formar el color y fijarse en ella, manchándola. Nosotros lo que hicimos fue quitarle la propiedad de tinción sobre la piel y producir un azul más llamativo al hacer reaccionar la genipina con aminoácidos para simular lo que pasaba de forma natural en la fruta; no obstante, en esta no hay la suficiente cantidad de aminoácidos para que la totalidad de genipina reaccione. Entonces, inventamos un método para que esto ocurra añadiendo aminoácidos de origen natural de fuentes externas a la fruta para estandarizar así la reacción. Suena muy simple, pero detrás hay mucha ingeniería, ciencia y modelos matemáticos. 

Nicolás Cock Duque, fundador de Ecoflora Cares. 

¿Cómo se posiciona el azul de jagua frente a otros pigmentos azules como los derivados de  la espirulina, la flor del maíz, la gardenia y la butterfly pea (conocida como conchita azul)?

Ha habido más viajes a la Luna que colorantes naturales aprobados por la FDA. Solo cinco han sido autorizados en los últimos 30 años, y entre los azules están el de la espirulina, que es de un alga y da un tono azul verdoso, y el del butterfly pea, una flor asiática con una molécula distinta, la antocianina, que es la de los frutos rojos, por lo que es un azul morado rojizo inestable a pH ácidos. El extracto de la jagua es insaboro, inoloro, hidrosoluble, 20 veces más intenso que otros azules y único en mantenerse estable en alimentos y bebidas, así como en otros productos de consumo con pH ácidos. Ningún otro producto tiene ese desempeño. Es tan atípico lo que tenemos con nuestro azul que es incluso más estable que su homólogo sintético, cuando normalmente ocurre todo lo contrario.

En nuestro caso, la molécula que compone el azul es un polímero muy grande, y esa estructura le confiere propiedades de muy alta estabilidad a parámetros que son muy importantes en distintos usos industriales como el pH, la luz y temperatura. Ningún otro azul sintético ha pasado por un proceso tan riguroso de evaluación de la seguridad como lo hace la FDA con un colorante natural. 

¿Por qué?

Es parte de la historia de la industrial mundial de alimentos procesados. Así ocurrió con los tintes sintéticos, pues siempre la tecnología va más rápido que las regulaciones, y muchos de estos productos empezaron a usarse masivamente sin tener claridad sobre sus potenciales riesgos e implicaciones en la salud humana; solo el tiempo fue mostrando las consecuencias. Un estudio de la Universidad de Southampton marcó el punto de quiebre para entender eso y fue el detonante que aceleró la transición de los colorantes sintéticos a los naturales; hoy, cerca de 60 % de los utilizados son artificia- les y 40 % de origen botánico. No en vano, cada vez más empresas se están volcando, de forma vinculante o voluntaria, a usar materias primas bajas en carbono o carbono neutrales, y a certificar esas cadenas de abastecimiento.

En nuestro caso, el modelo se fundamenta en la siembra masiva de árboles de esta especie junto con otros, en arreglos agroforestales, silvopastoriles y sistemas de restauración ecológica. Es una solución circular, basada en la naturaleza, que impacta positivamente a comunida- des vulnerables y a los ecosistemas a través de un producto no maderable del bosque, intensivo en conocimiento y propiedad intelectual, y que resuelve un problema de la industria mundial de alimentos y bebidas, cosméticos, cuidado personal y otros. 

¿Qué hitos tuvo ese recorrido desde el hallazgo de la fruta en una plaza de mercado hasta la aprobación de la FDA?

Muchos. El primero fue la tesis doctoral que se convirtió en nuestra patente. Nosotros financiamos esa investigación de la ingeniera agroindustrial Sandra Zapata, quien, junto con su tutor, el doctor en química Luis Fernando Echeverri de la Universidad de Antioquia, fueron los inventores principales de nuestro colorante. Con las primeras muestras empezamos a hacer tanteos en el mercado, a ir a ferias, a visitar multinacionales de la industria del color, y todas mostraron enorme interés, incluida Chr. Hansen, transformada en Oterra y hoy nuestro gran aliado y distribuidor en las Américas. Luego vino la fase industrial: montar una planta con cinco lotes caracterizados y estandarizados como parte del requisito para completar el dossier de registro de solicitud ante la FDA, proceso que duró seis años solo armando el expediente, incluidos estudios toxicológicos, de estabilidad, química analítica, entre otros.

Pero ya habían empezado a vender el producto localmente, ¿o no?

Lo hicimos a partir de la aprobación del Invima en 2014. Pensamos que eso iba a ser un gran respiro, pero estuvimos muy limitados porque las grandes empresas colombianas exportadoras no querían tener una formulación específica para Colombia y otra para el resto de sus clientes. Han sido años de cuantiosas inversiones preoperativas, siguiendo un modelo similar al de una farmacéutica.

¿Cómo sortearon las barreras regulatorias de acceso a recursos genéticos y biológicos en Colombia?

Abriendo camino y siendo muy proactivos de la mano de las autoridades y las comunidades locales; nadie sabía cómo ni había muchos incentivos para hacerlo. Por muchos años fue una gran barrera. Incluso los científicos de universidades y centros de investigación con los que tenemos vínculos muy estrechos, jocoamente nos decían: “Nos van a dar laboratorio por cárcel”, porque por proteger y blindar al país de la biopiratería, la regulación se fue al extremo de lo insano e impedía hacer investigación.

Sobre la marcha, diseñamos un protocolo que fue el primer caso práctico de acceso a recursos biológicos y muchos otros requisitos, que bajo la normativa anterior eran muy complejos. Y con el apoyo decidido de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) y empresas involucradas en su Biotrade Initiative, creamos el Union for Ethical Biotrade, que acogió los principios y criterios para la conservación, el uso sostenible de la biodiversidad y la distribución justa y equitativa de beneficios en la promoción y comercialización de servicios y productos basados en los recursos biológicos.

Todo esto estaba en el aire y nadie sabía qué quería decir, pero logramos definir marcos regulatorios más amigables con la investigación, el emprendimiento, la innovación y el sector privado, y por ello logramos firmar en 2014, con el Ministerio de Medio Ambiente, el segundo contrato que tuvo la nación con una empresa privada y el primero que logró materializarse en ventas con un producto tangible. Nuestro caso tuvo mucha resonancia y hace unos años lo expusimos en la COP de biodiversidad. Se habla mucho de bioeconomía y del potencial del país, pero volverla tangible ha sido una odisea.

Sandra Zapata es la ingeniera agroindustrial que inventó el colorante, junto con su tutor de tesis doctoral, Luis Fernando Echeverri. 

¿Qué tanto pueden sostener la producción para el mercado global?

Es un gran desafío, pero hemos hecho la planeación anticipada de la cadena de abastecimiento, con establecimiento y escalamiento de los primeros cultivos de jagua en el mundo, hoy con más de 130 hectáreas. Nuestro trabajo con comunidades lleva años, y es parte de todo el alistamiento que hicimos en paralelo de lo regulatorio, de la propiedad intelectual, de lo industrial y del abastecimiento para no quedarnos cortos.

Fuera de eso, hay muchos árboles silvestres; casi todas las semanas nos llama alguien de algún rincón de Colombia diciéndonos que tiene jagua en su finca, y todo árbol que nos reportan lo tenemos en una base de datos, la mayoría georreferenciados. Creemos que tenemos una planeación de cultivos muy holgada para atender la demanda mundial de todas las industrias, además de la de alimentos y bebidas, como de cosméticos y cuidado personal, alimentación de mascotas, textiles, tintas, pinturas y otras, para poder colorear el mundo de azul. 

DOS VISIONES

Ecoflora Cares es prolífica en innovación y conocimiento, pues una búsqueda sencilla en Derwent Innovations Index revela que tiene cerca de 168 solicitudes de patentes, 90 de ellas concedidas. Lograr una aprobación ante la FDA es un proceso muy arduo. Esta es una gran oportunidad para la empresa y el país”. Fanny Almario, directora de Innovación de la Pontificia Universidad Javeriana.

En el planeta, el mercado del color es enorme y la mayoría de tintes son de síntesis química. Además, todos los usados en Colombia son importados. Me gusta mucho la propuesta de Ecoflora Cares no solo porque aprovecha la biodiversidad y abre la puerta a una nueva industria, sino porque el azul de jagua tiene una gran estabilidad química, contrario a las antocianinas, que son muy lábiles”. Guillermo Montoya, químico farmacéutico, líder de investigación aplicada y desarrollo tecnológico de la Facultad de Ingeniería, Diseño y Ciencias Aplicadas del ICESI.

*Periodista y escritora colombo-libanesa. Ha trabajado para Discovery Channel, National Geographic y PBS.