periodismo
*Artículo publicado en la edición impresa de abril de 2021.
Quizás no haya una mayor congruencia que la que hay entre lo que Antonio Caballero escribe en sus columnas y la cara que pone cuando habla. Mírenlo y digan si es una exageración: el ceño fruncido dibuja en la frente algo similar a un árbol en otoño, cuyas ramas son la marca de antiguas elucubraciones que reflejan cierta preocupación perenne o un genio de los mil demonios. Sus ojos melancólicos, o más bien su mirada impaciente, delata un genuino fastidio con la pose, o mejor, con que lo inviten a posar.
Breve historia de las columnas de opinión: fue a principios del siglo XX cuando las páginas editoriales se volvieron las principales páginas de los periódicos –y se llenaron, aquí en Colombia, de voces irrepetibles que tendrían que ser releídas–, pero fue apenas en los setenta cuando empezó a volverse común que las columnas fueran independientes de sus medios: que el oficio del columnista fuera el de escribir lo que se piensa tal como se piensa.
- Usted ha publicado más de 10 libros de no ficción y su labor como periodista fue galardonada con un premio Ortega y Gasset, ¿por qué decidió saltar a la ficción con un tema tan periodístico como la Revolución Bolivariana?
Aparte de la obviedad de que uno escribe sobre lo que le da la gana, ¿por qué decidió escribir sobre un tema que, a primera vista, parece estar más que cubierto?
Quizás no haya una mayor congruencia que la que hay entre lo que Antonio Caballero escribe en sus columnas y la cara que pone cuando habla. Mírenlo y digan si es una exageración: el ceño fruncido dibuja en la frente algo similar a un árbol en otoño, cuyas ramas son la marca de antiguas elucubraciones que reflejan cierta preocupación perenne o un genio de los mil demonios. Sus ojos melancólicos, o más bien su mirada impaciente, delata un genuino fastidio con la pose, o mejor, con que lo inviten a posar. A él, que nunca ha connivido con las apariencias.
Al día siguiente del nacimiento de Daniel se acercó una funcionaria notarial a su cuna de la Clínica del Country y nos preguntó con qué nombre queríamos registrarlo. Le dijimos, como era verdad, que aún estábamos indecisos. Dudábamos entre Santiago, Jorge y José María para nuestro hijo varón. Le pedimos unos minutos de plazo, pero la funcionaria estaba de prisa.